miércoles, febrero 27, 2008

Viage ilustrado (Pág. 184)

quiera que conozca la Italia, no puede menos de deducir que allí ha existido una ciudad romana.»
Conquistada la Dacia, poblóla Trajano. Los pueblos designados actualmente con el nombre de romanos, son los descendientes de los ciudadanos y de los legionarios que el vencedor de Decebalio envió á colonizar aquel pais, y el recuerdo de este origen no lo ha podido borrar el tiempo, atestiguándolo sobre todo su lengua, que se deriva visiblemente de la latina.
«Esta consecuencia es bastante natural, dice Mr. Vaillant, aunque carezca de una justicia absoluta, porque pudiera replicarse que los descendientes de los visigodos, celtíberos, francos y galos, hablan hoy lenguas mas ó menos latinas. Asi, pues, no hay que fiarse tanto de palabras; yo quería mas que palabras. Para convencerme seria preciso ideas, y aun cuando yo las viese revestidas de una forma estraña, con tal que me recordasen alguna antigua máxima, alguna opinión característica, algún uso antiguo, alguna creencia pasada, ó por lo menos, uno de esos sentimientos, que nacidos del corazón, pueden muy bien olvidarse, corromperse, perderse, pero no estenderse, entonces, y solamente, entonces, convendría yo en la autenticidad de tal origen romano. La observación de sus costumbres, opiniones y creencias es un dato mas seguro, y de ella resulta evidente que son romanos, y tanto como sus progenitores en ciertos puntos.
«Hijos de Trajano y de Roma, dice Cantemir, no han olvidado esto nunca, y si cediendo á las circunstancias, se han plegado veinte veces bajo el peso de la desgracia, y se hallan resignados aun hoy día á sufrirlo todo, es porque esperan un porvenir mejor, y porque quieren ante todo no perecer, seguros de volverá alcanzar los hermosos dias de Assam, y de Miguel, dias de gloria en que podrán demostrar otra vez que siguen siendo siempre dignos de su origen. Ellos saben que Trajano los instituyó herederos legítimos de la Dacia, que Adriano no pudo obtener del senado el retirarles las legiones, que Aureliano no pudo hacerla evacuar por el pueblo entero, y que Galerio Armentario. Dará, Constantino el grande. Faustina su muger, Licinio y el mismo Justiniano, nacieron de su sangre. Están reconocidos al juramento que Trajano hizo prestar á sus senadores, al interés que Constantino manifestó por su patria, á los esfuerzos del gran Teodosio y á la solicitud de Justiniano, y este reconocimiento lo han probado, no ya una vez sino durante siglos enteros, por una constancia, una generosidad, y un valor de que se hubieran enorgullecido sus antepasados. Ellos fueron los que con el nombre de vleccos rechazaron á los eslavos hasta el Vístula, y derrotado y hecho temblar á una porción de guerreros de distintas naciones. En tiempos mas cercanos se les verá no sin admiración luchando algunas veces solos contra todas las fuerzas del imperio otomano. Causaria tal vez espanto reconociendo un romano en Juan Corvino, el sacerdote de los sacerdotes, aquella inquebrantable columna de la cristiandad, que recibió de los suyos el sobrenombre de Huniada, y que hizo esclamar á Mahoma II: «No, no ha existido jamás un hombre tan grande.» Sorprenderá también Esteban IV, el Luis XIV de la Moldavia, que eternizó en cuarenta monumentos piadosos las cuarenta victorias, que á la cabeza de sus 40,000 hombres, alcanzó en su reinado que fué de cuarenta años, sobre los húngaros, polacos, rusos y turcos. Parecerá inconcebible la audacia de Olad V, de sobrenombre el Diablo, que al frente de 7,000 hombres, se atrevió á combatir una noche entera contra el ejército que se apoderó de Constantinopla, el mas numeroso, valiente y mejor equipado que han tenido nunca los turcos. Y recapitulando sobre todos estos hechos, se esclamará: «Este pueblo ha sido muy valiente.» Con efecto ha sido muy bravo, y á su bravura debió el salvarse del proyecto de reparto que tuvieron acerca de él la Hungría y la Polonia: Ahora ya ha perdido casi todos sus derechos políticos, se encuentra desarmado, y hecho presa de influencias, que contrarestando su valor, se preparan la conquista de su suelo por la corrupción; ahora está corrompido por cien años ó mas de un régimen esencialmente desmoralizador bajo el cual, semejante al condenado á quien se obliga á mantenerse en pie entre cuatro bayonetas, se ha humillado bajo su propio peso.
Los romanos poseyeron la Dacia hasta el año 274 después de Jesucristo. En el reinado del emperador Galiano, retiraron de ella sus gobernadores, porque nuevas hordas bárbaras la habían invadido. Largo tiempo los godos, hunos, gépidos, lombardos, avaros, y mas tarde los tártaros se disputaron este pais, que devastaron entre todos mientras tanto, hasta que á fines del siglo IX debieron huir los indígenas ante los últimos. Primeramente se refugiaron entre el Olto y el Danubio, en el distrito actual de Cracovia, después abandonaron este pais, y atravesando la cordillera de los Krapacks, se esparcieron por la Transilvania, donde habiéndose establecido bajo la protección del gran duque Béla, fundaron dos colonias importantes, la una en Fagavasch, y la otra en Marasmosch, y donde ellos mismos eligieron gefes revestidos de toda su confianza, que recibieron el nombre de Banes. Su destierro tocaba á su término. Secundados por los húngaros, á los cuales acababan de conceder la soberanía de la Moldo—Valaquia, los dos banes, Rodolfo el Negro y Bogdan volvieron á pasar los Krapacks, espulsaron á los tártaros, y se dividieron el pais conquistado. Beglads se estableció en Moldavia, Rodolfo el Negro en Valaquia, y uno y otro tomaron el título de voivodas, ó primeros comandantes, títulos que sus sucesores han conservado siempre. La división de ambas provincias, en las cuales hay igualdad de lengua de costumbres y de religión, data desde esta época. Desde aquí únicamente empieza á esclarecerse su historia de lo que vamos á apuntar los principales rasgos.
Los moldo—valacos, á quien debemos llamar asi, porque en realidad no deben separarse, no conservaron por espacio de mucho tiempo la independencia. En 1391, un gefe llamado Mirtza, cometió la imprudencia de atacar sin provocación á los turcos que habían ido á establecerse sobre la margen opuesta del Danubio. Bajaret puso en movimiento contra él un numeroso ejército, lo batió y lo redujo á tributario. Muchas veces durante el siglo XV intentaron los valacos sacudir este yugo, pero volvió á caer por último mas oneroso y pesado sobre ellos. En 1460 se vieron obligados á concluir un tratado que los condenaba á un tributo perpetuo. Por espacio de un momento en el siglo XVI, en 1593, cuando su vaivoda Miguel, aliándose con Sigismundo, príncipe de Transilvania; y el vaivoda de Moldavia, que habia prestado obediencia á los turcos en 1813, se puso á su cabeza, triunfaron en muchos encuentros, y obligaron al sultán vencido á renunciar á su dominación; pero al poco tiempo fué asesinado Miguel y con él se derrumbó el edificio de la independencia nacional que habia construido. Todo

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