viernes, julio 30, 2010

Viage ilustrado (Pág. 493)

y de tan decisivas esperiencias, y aunque se ha hecho poco en el camino de la reforma, se ha hecho lo bastante para demostrar por los resultados, la inmensa latitud que pueden tomar y que innegablemente tomarán algún día todos nuestros ramos productivos, cuando se les apliquen en gran escala las máximas de aquellos distinguidos escritores.
Como quiera que sea, la situación económica de España es en la actualidad muy diferente de lo que ha sido en los siglos anteriores. Nosotros vamos á entrar en el cuadro de sus pormenores, distribuyéndolo en las cuatro grandes ramificaciones de la riqueza pública, que son: agricultura, minería, industria fabril y comercio, incluyendo la navegación en este último departamento.
Agricultura. «En una nación, dice el erudito y sensato señor Caveda, donde se produce sin esfuerzo la seda de Valencia, Talavera y Murcia: el lino y el cáñamo de Leon y Granada; el corcho de Gerona, Huelva y Cuenca; el dátil de Elche; la naranja y el limón de Murcia y de las Baleares; el alazor y el azafrán de la Mancha; la rubia de Castilla; la cochinilla de Canarias y de las Andalucías; la uva de Jerez, Málaga, Medina y Toro; la aceituna de las Andalucías; la miel de la Alcarria, y las regaladas frutas de Asturias, Aragón y Galicia; donde se aclimata el tabaco del Asia y de la América; el algodón de Egipto, la caña de azúcar de las Antillas; el nopal de Méjico, donde quedan los restos de aquellas razas de caballos que dieron nombradía á Córdoba y la Cartuja, asi como las merinas, que produjeron las celebradas de Sajonia, nunca el retraso de la industria agrícola podrá atribuirse ni á la escasez ni á la falta de variedad de las primeras materias para su mejora y desarrollo.» No hay la menor exageración en este cuadro trazado por una mano diestra. El suelo de nuestra España produce todo cuanto satisface las necesidades del hombre y contribuye al engrandecimiento de su bienestar. Ademas de esas riquezas que enumera el párrafo que hemos citado, las plantas filamentosas se dan perfectamente en Granada y Galicia; los prados naturales abundan en Galicia y Asturias; los artificiales podrían abundar donde quiera que el riego los fecundase. Las dehesas de Estremadura y las selvas de las provincias del Norte, revelan cuanto se acomodan nuestro suelo y nuestro clima al crecimiento de los árboles mas copudos y robustos. En una palabra, España tiene señalado su puesto á la cabeza de todas las naciones que fundan su prosperidad en el cultivo de la tierra.
Es cierto que al completo desarrollo de todas las riquezas que la tierra podria suministrarnos, se opone un gran obstáculo, debido en parte á la naturaleza y en parte al hombre. Tal es la falla de agua, efecto necesario del clima que cubre la parte central y la meridional de la Península y del descuido con que hemos tratado esta fatalidad omitiendo los medios de proporcionar aguas de riego, por algunos de los muchos artificios que han inventado la ciencia y la industria. En la mayor parte de las provincias llueve poco, en algunas de ellas se pasan años enteros sin que llueva nada. Para suplir esta falta, los hombres han hecho poco, y con la escepcion de las vegas de Murcia, Valencia y Granada, donde los árabes dejaron un escelente sistema de irrigación, la sequedad del suelo, y la consiguiente escasez de producciones están acusando nuestra imprevisión y nuestra negligencia. No solo no se saca partido de los numerosos rios que bajan de los sistemas de cordilleras que cruzan en todo sentido nuestro territorio; no solo se ha hecho un escasísimo uso de los pantanos; no solo no se aprovechan los ángulos que hacen las colinas, para formar en ellos depósitos de aguas, por medio de paredones que cierren el triángulo, como se hace en el Piamonte; no solo no se han introducido los pozos artesianos, de tan fácil construcción, y hoy tan comunes en toda Europa, sino que, despojando las alturas de la espesa vegetación que las cubría en tiempo de los árabes, hemos destruido aquellos eficaces puntos de atracción de la humedad atmosférica. Por mas que los gobiernos han hecho para estimular el plantío de árboles, nada se ha conseguido. Parece inestinguible la antipatía que contra los árboles alimenta el labrador español, y esto en un pais donde, aunque no fuera mas que por el alivio que presta su sombra en nuestros ardientes estíos, deberían ser altamente apreciados. De esta falta de vegetación alta en las colinas que encajonan los valles, resulta otro gravísimo inconveniente. No sujeta la tierra por la raigambre del árbol, y por la yerba que crece á su sombra, se deja arrastrar por la lluvia, y se precipita en los lechos de los rios, donde forma alzamientos que obstruyen su curso, y enriqueciendo súbitamente sus aguas, los convierten en torrentes destructores de ganados, plantíos y pueblos. Con esta sequedad, la agricultura no puede hacer grandes progresos, porque todos los agrónomos desde Calón hasta los de nuestros dias, han convenido en que la ganadería es la base indispensable de la agricultura; ella bonifica la tierra con el estiércol; ella proporciona leche y carne para el alimento del hombre; ella multiplica los medios de conducción y facilita las operaciones de la labranza. Pero ¿cómo ha de fomentarse la cria de ganados, donde no hay que darles de comer, y donde muchas veces, y particularmente en los meses del estío, no se encuentra un abrevadero en un área de muchas leguas?
Y sin embargo, la agricultura no está tan generalmente atrasada en España como se pondera. Donde quiera que las circunstancias favorecen los esfuerzos del labrador, éste se muestra inteligente, activo y deseoso de mejoras y adelantos. Verdad es esta en que convienen los estrangeros que han visitado nuestro pais, sin preocupación, y con deseo desapasionado de estudiar la verdad de los hechos. Otro obstáculo: grande á la perfección del cultivo de la tierra, es la dificultad de esportar sus frutos. ¿De qué aprovecha el aumento de las cosechas y de las vendimias, si han de acumularse en graneros y bodegas, un año tras otro, sin que haya medios de darles salida? Es cosa sabida que en muchas localidades de la Peninsula se mira como un azote una cosecha abundante, porque trae consigo los gastos de la recolección y de la conduccion, y solo sirven para que sus productos se almacenen con los de los años anteriores; ademas como de todas las plantas que sirven al alimento del hombre, las que de menos riego necesitan son las cereales, estas son las que forman la mayor parte de nuestra producción agrícola, de modo que en muchas provincias no se conoce esa variedad de frutos, tan necesaria para la renovación de los jugos de la tierra, como grata para el consumo y para la economía doméstica. Mas este cultivo casi esclusivo de los granos exige imperiosamente el sistema de barbechos, que condena á la ociosidad vastos espacios de tierra fe—

martes, julio 27, 2010

Viage ilustrado (Pág. 492)

Cada dia se formaban nuevas juntas; se multiplicaban las consultas á los consejos; se proponían proyectos á cual mas descabellados, y era tal la desconfianza de los pueblos, que, como dice el escritor últimamente citado, «se llegó á proponer formalmente al infortunado monarca que se encargase temporalmente al clero la recaudación, y á las iglesias de Toledo, Málaga y Sevilla la administracion de varios ramos de hacienda, marina y guerra.»
En tal situación se entregó la España á la dinastía de los Borbones, y aunque es cierto que las circunstancias del advenimiento al trono de Felipe V, después de una guerra de sucesión, no eran las mas favorables para realizar grandes mejoras, ni entablar la reparación general de males tan inveterados, no hay duda que ya desde entonces empezó á sentirse una gran mudanza en el estado social del pais, y un principio de desarrollo en todos los ramos productivos. A pesar de la Inquisición y del espíritu de recelo y desconfianza que habia inoculado en la nación el tétrico reinado de Felipe II, las luces que habian brotado en Francia en tiempo de Luis XIV, fueron penetrando en nuestro pais, abriendo al genio de sus habitantes el campo del examen y de la especulación, y ampliando sus ideas sobre todo lo que hermosea a vida del hombre. Las frecuentes comunicaciones con la patria del nuevo rey dieron á conocer un estado social mas culto y mas próspero que el nuestro, y ya á fines del siglo XVIII no puede negarse que habíamos adelantado considerablemente en el ramo fundamental de la ventura pública, que es la población, pues la nuestra tomaba notables ensanches, como lo prueban los censos de 1769, 1787 y 1797. Los envíos de plata y oro de nuestras colonias del Nuevo Mundo llegaron á ser mas frecuentes y mas copiosos que en los reinados anteriores, porque aquellas posesiones, lejos de resentirse de las calamidades de la metrópoli, habian crecido en riqueza y en industria, merced á la sabiduría de nuestra legislación colonial, á la suavidad del régimen administrativo y á la prudencia y sensatez de la mayor parte de los vireyes. Asi es que se habian estendido considerablemente el trabajo de las minas y el cultivo del cacao, azúcar, añil, cochinilla y vainilla, que las naciones europeas, cada dia mas necesitadas de su consumo, solo podían recibir de nuestras manos. Esos tesoros no se invertían ya, como habían hecho Carlos I y Felipe II en guerras estrangeras, en someter pueblos lejanos, en combatir partidos políticos en naciones vecinas, sino que fundaban nuestro comercio y nuestra agricultura. Los Borbones, ademas, llamaron á sus consejos y confiaron la dirección de los negocios públicos á hombres de un mérito eminente, de acreditado patriotismo y deseosos de sacar á la nación del letargo en que había yacido. Tales fueron Macanaz, Patino, Ensenada, Aranda, Campomanes, Galvez, Jovellanos y otros que ellos formaron, y que conservaron sus doctrinas y sus tradiciones. El reglamento de comercio de 1778 fué un golpe mortal dado al monopolio, y vivificó de un modo admirable el tráfico con las colonias. La reacción se sintió en toda la península. Cádiz llegó á ser uno de los emporios mas concurridos y mas opulentos de Europa. A los pocos años tomaron gran incremento las fábricas, especialmente las de lana y seda. Los paños de Brihuega, Segovia, San Fernando y Guadalajara, se repartían en Cádiz á prorata de los pedidos, porque no bastaban sus telares á satisfacer las demandas de los mercados. Con respecto á los tejidos de seda de Granada, Valencia y Málaga, era tal la esportacion y tal el consumo que de ellos se hacia en nuestras colonias de las Antillas y Tierra Firme, que había en Cádiz negociantes muy fuertes, cuyas funciones se reducían á ser meros comisionistas para el recibo y venta de aquellas mercancías. Por último, estaba dado el impulso, y cuando se interrumpían sus efectos por algún gran suceso, como la guerra contra la invasion francesa, terminada la crisis, volvia la nación á recobrar su energía y se entregaba con mayor ardor á nuevas empresas. Es cierto que todos estos adelantos son relativos al atraso anterior, y que no admite comparación lo que era la nación española con lo que podía haber sido, especialmente en los reinados de Carlos III y Carlos IV. Para esto basta poner en paralelo su riqueza pública y el estado en todas sus industrias en aquellas épocas, con la situación floreciente en que se habian colocado otras naciones á que llevábamos tantas ventajas en punto á territorio, población y recursos naturales, como Genova, Holanda, Escocia y Piamonte. Por desgracia, luchábamos con dos inconvenientes que todavía no hemos acabado de sobrepujar, á saber: el espíritu de rutina que ha predominado siempre en la organización y manejo de la hacienda pública, y las ideas erradas que han abrigado constantemente nuestros economistas en punto á libertad de comercio. En el primer ramo, se ha creido en España, particularmente desde el reinado de Felipe V, que los intereses del tesoro requieren una innumerable muchedumbre de oficinas y empleados; se ha creido que con multiplicar espedientes, informes y otras ritualidades, se consigue mayor exactitud y honradez en el servicio público; se ha creído que las contribuciones deben recaer sobre la riqueza, donde quiera que se encuentre y cualquiera que sea su índole y su composición; se ha creido, finalmente, que no hay mas regla para la recta imposición de las contribuciones que las necesidades del tesoro, prescindiendo de las capacidades de los contribuyentes. Y en cuanto á la legislación comercial, no han sido menos erróneos los principios que siempre han servido de norma á nuestros aranceles, reglamentos y prácticas aduaneras. En ninguna nación de Europa ha echado mas profundas raices que en la nuestra el sistema prohibitivo. Fundados en la funesta idea de que la verdadera riqueza es el dinero, y en la mezquina preocupación de que los estrangeros no vienen á comerciar con España sino para despojarla de su circulación metálica, nuestros legisladores no se han propuesto otro fin que el de alejar de nuestras playas y fronteras todo tráfico con las naciones, que mucho mas que nuestro dinero, aprecian las producciones naturales de nuestro fértil territorio, y que en cambio de ellas nos traen las mercancías de que carecemos, y á cuya elaboración no podemos dedicarnos sin distraer los capitales de los puntos á que las condiciones originales del pais los convidan, y sin abrir la puerta al fraude y á la importación clandestina. Por fortuna la ciencia económica ha puesto tan en claro los beneficios de la libertad del tráfico, y con tan irresistibles argumentos han demostrado sus ventajas Smith, Mac Culoch, Say, Cobden, Bossi, Blanchi, Faucher, Bastiat, Chevalier, Febrer, Florez Estrada, Marliani,y, en una palabra, todos los mas distinguidos economistas de nuestra época, que nuestras preocupaciones no han podido resistir al peso de tan convincentes raciocinios

domingo, julio 25, 2010

Viage ilustrado (Pág. 491)

ras de los caballos, los bonetes, verdugadas, chapines, tintes y curtidos. Por estos medios era imposible que prosperase el trabajo útil: lo que si progresaba era la industria de los metedores, que asi se llamaban entonces los contrabandistas, y no fué por falta de penas rigorosas; pues este delito ha sido siempre tratado ab irato por nuestros legisladores, formando esta severidad un singular contraste con la indulgencia que en los agentes inferiores ha solido encontrar. Viendo los reyes católicos que «nada se había adelantado para impedir la entrada ó salida de mercaderías prohibidas, con condenar á infamia á los jueces prevaricadores, ni con mandar visitar cada año á los jueces de puertas, porque aun mayor necesidad tenían de visitador los visitadores que los jueces, discurrieron un arbitrio ingenioso, y fué alentar á los denunciadores, de modo que aunque uno hubiese sido cómplice en entrar ó sacar algo vedado en el reino, solo con denunciarlo quedaba libre del delito y llevaba parte del provecho.» El resultado fué, que los contrabandistas, mas pundonorosos y menos inmorales que el gobierno, querían todos ser en quebrantar las leyes, padeciéndoles ganancia mas corriente y mas segura quedar bien quistos. A petición de las cortes de Valladolid en 1523, se mandó y repitió, en 1552 y 1607, que ningún estrangero pudiese tratar con Indias por sí, ni por interpósita persona, ni tener compañía con persona que trate en ellas, so pena de perdimiento de todos sus bienes. A pesar de esto, Moncada asegura que los estrangeros negociaban en España de seis partes las cinco de cuanto se negociaba en ellas, y en las Indias de diez partes las nueve. Por la pragmática de 23 de setiembre de 1628, declaró Felipe IV reos de lesa magestad «á los que introdujesen, ó recibiesen, ó ayudasen á la entrada de moneda de vellón, ó la receptasen, mandando que, como tales, fuesen condenados á muerte de fuego y perdimiento de todos sus bienes desde el dia del delito, y perdimiento también del navio, vaso ó recua en que viniese ó oviese entrado dicha moneda, aunque oviese entrado sin noticia del dueño del navio, vaso ó recua.» La consecuencia de esta singular medida, fué como dice Vadillo, que la plata y el oro fueron los dos únicos vasallos desterrados en España, sirviéndose de ellas los estraños, los cuales dejaban en su lugar cuartos falsos y otras monedas inútiles. ¿Qué estraño debe parecemos, después de tanto desacierto que Felipe III dijese en 1600 á las cortes que «no hallaba cosa con que atender al sustento de su persona y dignidad real, pues solo habia heredado el nombre de rey y los cargos y obligaciones?» ¿Qué estraño que en tiempo de Carlos II se llegase hasta el estremo de faltar en palacio la botica, y hallarse una noche la reina en apuro para cenar?
El sistema de hacienda bajo la dinastía austriaca, fué el modelo del caos. No bastando la conversion de los antiguos servicios en servicio ordinario, se decretó el estraordinario de 150.000,000 de maravedises, que se pagaba cada tres años. En 1590 se hizo la primera concesión llamada de Millones, que consistió en 11.000,000 de ducados. La segunda fué en 1597. La tercera en 1600, y consistió en 16.000,000, repartidos en seis años. La cuarta en 1608, fué de17.000,000, y en el mismo año concedieron las cortes otros 12.000,000 de ducados, que se repartieron entre los pueblos, tomándolos á censo sobre los caudales de los propios. Los servicios de millones se prorogaban de seis en seis años, según apremiaba la penuria del erario, hasta quedar perpetuados como renta del Estado, á la manera que se habia hecho con el servicio ordinario. Alteróse este sistema en 1631, y á los millones se sustituyó un impuesto sobre la sal. En 1639 se recargó un 1 por 100, sobre la alcabala, que, en 1612 habia producido 30.000,000 de reales; en 1642 otro 1 por 100, y otros 2 por 100 en las cortes de 1656 y 1663. Al conceder estos tributos, se les daba el carácter de temporales; pero todos ellos se perpetuaban, de modo que llegó á pegarse un 1 ½ por 100, de toda venta ó permuta, 10 por alcabala y 1 por recargo, á esto se agregaba un 1 ½ por 100 ó 15 al millar, destinado á pagar á los diputados á cortes. En 1612 se estableció el impuesto de fiel medidor, que consistía en cuatro reales por arroba, de todo el vino, vinagre y aceite que se midiese y aforase para el consumo. En 1632 se estancaron el papel, la cera y el chocolate, y ademas se impuso un octavo sobre el precio de aguardientes y licores. En 1650 un nuevo impuesto de dos maravedises por libra de nieve y hielo, exigiendo la quinta parte de todo el valor, como contribución estraordinaria; cuatro maravedises por cada libra de jabón; seis reales por cada quintal de barrilla, y tres por cada una de sosa, fuera de la alcabala que pagaban todos estos géneros. La renta llamada de la abuela cargaba sobre la cal, la teja y el ladrillo. El derecho de internación, que era la alcabala, pagada en alta mar; la renta de yerbas, que era otra alcabala de pastos; el papel sellado, que tuvo su origen en el reinado de Felipe IV; la regalía de aposento, ofrecida por la villa de Madrid para obtener la honra de ser la residencia del monarca, y las inmensas contribuciones que se arrancaban al clero, formaban con los impuestos ya nombrados, una masa confusa de cargas públicas, á que no habría podido resistir la nación mas opulenta, y que recayendo en una exhausta, en su población y capitales, por las guerras y los disturbios domésticos, no podian menos de agotar las fuerzas vitales del reino y sumergirlo en un abismo de males. Todas las rentas estaban arrendadas, y los arrendatarios no eran, como los fermiers gènèraux de Luis XIV, nacionales opulentos, establecidos en el pais, y ansiosos de adquirirse un buen lugar en la corte y una numerosa clientela en la nación, por medio de su generosidad, de sus espléndidos festines y la protección que daban á las artes, á las ciencias y á la literatura, sino aventureros oscuros, genoveses, alemanes y flamencos, que solo pensaban en enriquecerse á costa de los miserables pueblos, y en asegurar fuera del reino el fruto de sus rapiñas y exacciones. En fin, la dinastía austriaca se despidió con el reinado de Carlos II, «compendio y resumen, dice un escritor reciente, de las flaquezas y errores de una dinastía degenerada, destinada á llevar los apuros hasta la miseria, los defectos hasta la degradación y la severidad religiosa de Felipe II hasta los hechizamientos y brujerías.» Es imponderable el abatimiento en que cayó la nación en tiempo de aquel malaventurado monarca. Las mas pingües posesiones rústicas de Castilla y Andalucía quedaban sin cultivo y trasformadas en eriales; los puertos estaban vacíos; en el arzobispado de Toledo, los habitantes de las villas y aldeas abandonaban sus pobres moradas y se refugiaban en grandes poblaciones, á vivir en ellas de la caridad pública. Los ministros no sabían qué partido tomar para llenar las mas urgentes atenciones del Estado.

viernes, julio 23, 2010

Viage ilustrado (Pág. 490)

mezquindad, de rigor y de desconfianza, que obraba en abierta oposición con la holgura y la independencia de que toda industria necesita para vivir y desarrollarse. El gran objeto de los legisladores era cerrar la puerta á los productos estrangeros, sin considerar, que si por la escasez de nuestra población, los reyes tenian que alistar bajo sus banderas hombres de todas las naciones, para llevar adelante la guerra contra los moros, esa misma escasez, unida á la falta de capitales, impedia que la industria española produjese lo bastante para satisfacer las necesidades generales del consumo. No fué asi bajo el reinado de don Alfonso el Sabio, cuya legislación mercantil, consignada en el titulo VII de la partida V, parece dictada por el espíritu de libertad y franqueza que tanto fermenta en el día, gracias á los descubrimientos de los modernos economistas. Ni las cosas de los equipages del que entraba en el reino ó salía de él, ni las de su compaña, pagaban derecho alguno, ni lo pagaban las ferramientas ú otras cosas para labrar ome sus viñas, ó las otras heredades que oviere. Contra toda sospecha de ocultación, era válido el juramento de la persona sospechada. Se permitía la entrada de todo género estrangero, y la libre circulación de lo que se había introducido, sin registros de aduanas interiores, que entonces no existían, llegó á erigirse en base de la legislación económica, ratificada en los términos mas solemnes é inequívocos, á petición de las cortes de Burgos de 1301. Las prohibiciones en aquella época, en la cual comprendemos los siglos XIII, XIV y XV, pesaban sobre la esportacion sola, y lo que mas se prohibía esportar era pan, cebada, granos, metales preciosos, ganados, seda, moros de ambos sexos y conejos; principio errado sin duda, pero que se fundaba en la suma escasez que la nación padecía de todas las cosas necesarias y útiles al sustento y comodidad de la vida. En 1431 se promulgó el arancel general; en 1446 la ley de los puertos secos, y en 1450 la ordenanza de los puertos de mar, y en toda esta legislación se notaba el mismo espíritu de tolerancia y de humanidad. A todos los estrangeros se abrían las puertas de la hospitalidad española, todas sus mercancías eran admitidas en las aduanas, muchas de ellas exentas de derechos de importación. A nadie podía registrarse en caminos ó despoblados, ni podian detenerse los géneros que llevasen guias. A estas disposiciones eran muy semejantes las que acordaron en 1413 las cortes de Barcelona. En las leyes de aduanas de Cartagena, Granada y Murcia, espedidas en 1479 y 1503, bajo el reinado de los reyes católicos, no hay mas prohibiciones que las de esportacion, y aun por eso los principales empleados de las aduanas se llamaban alcaldes de sacas. En el mismo reinado se publicaron las ordenanzas reales de Castilla, recopiladas por Alonso Díaz de Montalvo, en cuyo título IX del libro VI, que trata de las cosas vedadas, se manda subsistir hasta nueva resolución, la prohibición de estraer plata de Castilla á la corona de Aragón. Pero por la ley XVIII del tiempo de los reyes Juan I y Enrique III, se había permitido la libre esportacion de los metales preciosos para todos los países, limitándola á los mercaderes, de quienes se exigia que introdujesen su importe en mercancías estrangeras, sin ninguna restricción, y ademas pagar de lo que introdujesen el diezmo que nos tenemos de haber. La ley XL de Juan II, descubre la razón por que se vedaba, no la importación de ninguna mercadería, sino la estraccion de comestibles, y era el temor de que fallasen para el mantenimiento de los castillos fronteros, y oviese menguamiento para la formación de la flota y guerra con los moros, motivo escusable en la decadencia de la agricultura y en la perpetuidad de las hostilidades. En las ordenanzas sobre obrajes de paños, hechas por don Fernando y doña Juana en Sevilla, á 1.° de junio de 1511, que forman el título XIII del libro VI de la Recopilación, se mandó por los artículos 117 y 118, que los paños estrangeros que se trajesen á vender á estos reinos fuesen de la ley, y cuenta, y tinte, y troques de los españoles; pero permitiéndose que sin incurrir en pena alguna, y á voluntad de los introductores, fuesen también traídos otros paños mas finos. El cumplimiento de estas pragmáticas fué lo que en 1520 pidió á Carlos I la junta de Tordesillas, en que había diputados de Segovia. La manía de retener el dinero en España, que, como se ve, es anterior al descubrimiento de América y ha durado hasta nuestros días, lo mas que pudo conseguir fué que los reyes católicos, desde Granada en 1491, desde Zaragoza en 1498, y desde Alcalá de Henares en 1500, mandasen lo que también dispuso después su sucesor á petición de las cortes de Madrid en 1534, á saber, no que fuese prohibida la introducción de las mercancías estrangeras, sino que los ingleses, ó franceses, ó cualesquiera otras naciones, fuesen obligadas á sacar el valor de las mercancías que vendiesen en frutos ó mercancías del reino, y no en oro, plata ni moneda amonedada.
Sin embargo de la sabia política adoptada por los reyes católicos acerca del comercio esterior, ya bajo su reinado empezó á iniciarse, aunque con incertidumbre y timidez á los principios, el sistema de las prohibiciones y de las trabas. Por pragmática de aquellos monarcas de 2 de setiembre de 1494, se intentó la prohibición de tejidos estrangeros, «permitiendo, empero, por reverencia é acatamiento á la iglesia, que para ornamento de ella se pudiesen meter brocados é otros paños de filo de oro é de plata,» de donde se colige que la industria nacional no estaba muy aventajada en estos ramos. En 1500 los reyes católicos en Granada, y tres veces después don Carlos I y doña Juana en Valladolid, Toledo y Segovia, prohibieron la introducción de seda en madeja, ó en hilos ó capullos, de Calabria, Nápoles, Calicut, Turquía y Berbería. Felipe III prohibió en 1623 la introducción de cosas hechas de seda, lana y otras especies, con escepcion de las tapicerías de Flandes. Ya desde entonces no tuvo freno la manía de reglamentar y oprimir al comercio, sin plan, sin sistema, sin proponerse un fin determinado, sino dejándose llevar por las circunstancias del momento, unas veces á petición de las cortes, otras á insinuación de un favorito, y siempre adhiriéndose al principio de la restricción, y predominados los reyes y sus ministros de la idea de que los estrangeros no venían ni enviaban sus mercancías á España, sino para estrujar su sustancia despojarla de su dinero. Ya en tiempo de Francisco Martinez de la Mata, que escribió por los años de 1657, se contaban doscientas veinte leyes sobre fabricación de tejidos de lana. ¡Cuántas se han añadido después en todos los ramos de industria, aun sin contar las ordenanzas gremiales! ¡Y que leyes! leyes en que se determinaba la época de la monta de las yeguas, el número de hilos que habían de tener los pábilos de las velas, cómo debían hacerse las herradu—

miércoles, julio 21, 2010

Viage ilustrado (Pág. 489)

mientras que los bienes pertenecientes á dichas testamentarías, no producían anualmente arriba de 102,000 reales, de los cuales, deducidos los sueldos y gastos de contaduría, secretaría y pagaduría, solo podían aplicarse 40,000 al socorro de los acreedores, y en esta forma, según un autor contemporáneo, se necesitaban cinco siglos para la estincion de la deuda.
Si hay todavía quien dude de los acerbos males económicos que padeció España bajo los reinados de la casa de Hapsburgo, abra cualquiera de las obras de los muchos economistas que escribieron en aquellos tiempos. Vamos á citar algunos pasages que en ellos encontramos. En el Arte Real de Gerónimo de Cevallos, publicado en Toledo, año de 1623, y dedicado á Felipe IV, leemos: «todos los bienes raices que, por cada dia van saliendo del patrimonio real, incorporándose para siempre en el eclesiástico, enflaquecen y disminuyen la monarquía y derechos legales... y si no se trata de la medicina de estos daños, se ha de perder de todo punto esta monarquía, porque como el daño es secreto, andamos olvidados del remedio. Hágase la cuenta por los libros de V. M. de los juros que están incorporados en las religiones; véase por los libros de subsidio y escusado las heredades, tierras, casas, tributos y dehesas que poseen, y se hallará que es mucho mas lo que está fuera del comercio temporal, sin esperanza de volver á su principio, que no cuanto se posee por el estado seglar, con obligación de sustentar en paz y en guerra á los eclesiásticos. Bien se echa de ver que se va consumiendo y acabando esta monarquía de España, y que se van adelgazando los edificios que la sustentan y amenazando ruina. Ahora lo vemos todo trocado al revés, porque los eclesiásticos se llevan los diezmos, y mas las nueve partes de la hacienda temporal, y con la muerte de cada seglar, se llevan el quinto de la hacienda, y si no deja lujos, se lo llevan todo. De aquí nace la falta de gente y su pobreza, la baja de las alcabalas, que en muchas partes las han bajado al tercio de lo situado, y asi es fuerza que unos hayan de desamparar la tierra, otros hacer pleito de acreedores, en que consumen lo poco que les ha quedado. Consideremos ahora las personas, y veremos el grande número de hombres y mugeres que entran en las religiones, que siendo todas, desde su nacimiento, personas seglares y sujetase su rey con todos sus bienes, se van incorporando en lo eclesiástico, saliendo de la jurisdicción temporal. De aquí nace la falta de gente para el comercio público y para la guerra, la carestía de los jornales y salarios, la falta de hombres que labren las tierras y las cultiven, dejando todos sus oficios.»
Don Guillen Barbón y Castañeda, en sus Provechosos arbitrios al consumen del vellón, impresos en Madrid, año de 1628, dice, entre otras cosas muy notables: «el daño de los subidos precios y despoblación procede de los grandes tributos de millones, sisas y alcabalas, y sobre todo, á mi entender, de los montes y pastos, comunes baldíos que se han quitado á los pueblos y vendido por V. M. Cualquiera que haya conocido antes de esta venia á Castilla la Vieja, vería en ella grande y rica población, y en las mas pobres aldeas de este reino, labradores de 8 y 9,000 ducados de hacienda, y algunos de mas. De calos hombres ya no se ludia ninguno en villas ni ciudades, y aquellas ricas fábricas y edificios suntuosos, de alhajadas y bien puestas casas, de contentos suegros y alegres yernos, ya no se ven ellas mas que verdes yerbas y graznantes grajos.»
Francisco Martinez de la Mata en su famoso Memorial, presentado en 1620, dice: «Hoy se hallan en España los morales talados, perdidos y quemados por leña. Enmudezco y no hallo razones para pasar adelante en este discurso, viendo que ha llegado esto á estado que en el alcaí, cerca de Granada, Sevilla, Córdoba y las demás ciudades de España y de las Indias, con toda libertad se venden las sedas estrangeras, con tanto perjuicio del patrimonio real, que es el origen de la pobreza, despoblación, y esterilidad de España, y empeños de la real hacienda,» y mas adelante: «de tres partes de gente que hay en Toledo, las dos no tienen en que trabajar, y no usándose (sus productos) van olvidando los oficios y artes que solían ser tan primorosos en España y que no pueden tornar en sí, sino es dejando de gastar las mercaderías labradas fuera del reino.» Este era el lema favorito de los economistas de aquel tiempo. Con una población de 6 á 8.000,000 de habitantes; con los campos desiertos; con una alcabala de catorce por ciento sobre cada género manufacturado; con una carestía enorme de jornales, querían ser fabricantes y que la nación se bastase á sí misma, y elaborase todos los géneros de su consumo.
Terminaremos este catálogo de autoridades con la del obispo de Osma, don Juan de Palafox, en su curioso Juicio interior y secreto de la monarquía para mí solo. Se admira justamente que habiendo permanecido oirás monarquías largos siglos, la de los asirios 1,500 años; la de los modos 15,000; los persas mas de 2,000; los romanos 600, y aun la de los otomanos 800, la española apenas duró 30 años, desde su fundación hasta su conocida declinación, porque, cuando apenas había acabado de perfeccionarse en el año 1558, ya habia comenzado su ruina en 1590. En 1599, habia perdido ya parte de los Paises Bajos, y cinco ó seis provincias. En el de 1606, hizo treguas con los rebeldes holandeses con poca reputación. Desde el de 1620, fué perdiendo mas plazas en Flandes y algunas en Italia, y desde el de 1630, fué declinando con mas fuerza, hasta perder casi toda Cataluña, luego á Portugal, el Brasil, las Terceras, algunas plazas de Africa, y todo lo que tenia en la India Oriental, habiendo estado á pique de perderse á Nápoles, turbada Sicilia, inquieta Castilla en diversas partes. No hay quien dude que las guerras de Flandes han sido las que han influido la ruina de nuestra monarquía.»
Tal es el cuadro lamentable que nos hacen de la situación de España durante la dominación de la casa de Austria, escritores verídicos y piadosos, quienes, aunque podrían equivocarse en las causas de esta decadencia, no discordáis en la narración de los hechos. Y en verdad: porque sobraban circunstancias cuyo influjo debía sentirse de un modo doloroso, en la población, en el desgobierno, en la pobreza y en todos los otros males colaterales que afligían entonces á la nación. Una guerra tan larga y asoladora como la que sostuvo España contra sus invasores africanos, deja en pos de sí una cadena de infortunios, que solo pueden repararse con leyes sabias y generosas, adaptadas á las necesidades de los hombres y de los tiempos. Sucedió lodo lo contrario: se multiplicaron con inaudita profusion leyes y reglamentos, que afectaban todos los ramos del trabajo útil, y la mayor parte de estas disposiciones estaban dictadas por un espíritu de

jueves, julio 15, 2010

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de la cual Gerónimo de Cevallos, que en ella publicó en 1623 su Arte Real para el buen gobierno de los reyes y príncipes, y sus vasallos, y era regidor de su ayuntamiento en el banco de los nobles, se lastimaba al verla «comprendida en el tórrenle que aun amenazaba convertir lodo el reino en monasterios, comprando ya los conventos las mas principales casas de la ciudad, aunque fuesen de mayorazgos, incorporándolas en el dominio de la iglesia, y solo Toledo manifiesta á V. M. las de sus antiguos solares convertidos en casas de religion, sin otras muchas que tienen con censos perpetuos.» En seguida inserta el catálogo de veinte y cinco de estas casas principales de caballeros y títulos, trasformadas en conventos, y añade á su final: «Y si se hubieran de referir otras casas particulares, se vería que habia pocas en Toledo que no sean de iglesias ó monasterios, ó sus tributarias de tributo perpetuo, de modo que el dominio directo está en la religion.»
Y ya que estamos examinando las ciudades de cuya prosperidad cuentan tantas maravillas nuestros escritores, no echemos en olvido la feria de Medina del Campo, de la que cuenta Luis Valle de la Cerda, que en 1573 se negociaron en letras de cambio, por valor de 155,000,000 escudos, que vienen á hacer en nuestra moneda actual 77.500,000 duros, habiendo aun sido mayor la negociación en los años anteriores. Según Capmani, no hay duda que hubo ferias de nombradla en aquella ciudad, las cuales se celebraban dos veces al año, una en mayo y otra en octubre. A ellas asistieron en 1430 el rey don Juan II y la reina á instancias de don Alvaro de Luna. Pero una cosa es una feria de nombradía, y otra un cambio de la enorme cantidad que hemos mencionado, muy superior á toda la circulación metálica del reino en la época de que se trata. Martinez de la Mata parece abundar en el sentido de Valle de la Cerda, cuando dice: «Medina del Campo, que eran mas de 5,000 sus vecinos, los cuales competían con los mas prósperos de España, no le han quedado 500, y estos pobres reducido su caudal á la cultura de viñas y tierras.» Todo esto es una pura exageración. Medina del Campo no tenia en 1530 mas de 3,872 vecinos pecheros, y en 1587 no pasaban de 3,000. Pero cualquiera que fuese la opulencia verdadera de aquella ciudad, debió desaparecer en gran parte desde el año de 1520, en que fué horrorosamente incendiada, y desde entonces quedó reducida á la triste condición de las otras poblaciones de Castilla, perdiendo la supremacía que le daba la circunstancia de ser el centro del comercio de lanas, único ramo importante de tráfico que habia entonces en la Península. No mejoró su suerte á fines del mismo siglo, pues en memorial presentado á Felipe II por Juan de Santillana en 1590, en nombre de los mercaderes de aquella villa, clamando por leyes suntuarias que reformasen el lujo de los trages, se leen estas palabras: «si los pocos hombres de negocios que van quedando, especialmente en Medina del Campo faltasen, se acabaría de perder de todo punto la miserable gente que por su causa se sustenta.» Coincide con estos testimonios la carta que en 20 de octubre de 1520 remitió la junta de Tordesillas á Carlos V, donde se hallan espresadas las miserias que afligieron á Medina del Campo de resultas de las hostilidades é incendios con que bárbaramente la maltrató Antonio de Fonseca. Quemáronse en esta ocasión, según espresiones de dicha carta, «de cuatrocientas a quinientas casas, las mejores y mas principales de toda la villa, con las haciendas que en ellas estaban, en la mejor y mas pública parte de toda la villa, donde era el aposentamiento de los mercaderes y tratantes, que á las ferias de dicha villa venían. Quemóse asimismo el monasterio de San Francisco de dicha villa, todo enteramente, que era uno de los mas insignes monasterios de la orden de San Francisco que en estos reinos de V. M. habia, y se quemaron infinitas mercaderías de mercaderes que allí dejaban de una feria para otra. Fué tanto el daño que en lo susodicho se hizo, que con 2.000,000 de ducados no se podría reparar, pagar ni satisfacer.» Luego si en 1520 las mejores y mas principales casas de Medina del Campo eran cuatrocientas ó quinientas, á cuyo número correspondería el de otros tantos vecinos, y su valor, asi como el de un insigne convento, fué incluido en los 2.000,000 de ducados que importaba el daño de la villa, ¿qué cantidad podría representar el precio de las mercaderías de la feria?
Y si queremos nuevos testimonios del desorden, de la penuria, del desquiciamiento de la riqueza pública en España, especialmente desde la union de las coronas, bástenos saber las privaciones y ahogos que los monarcas mismos padecían en sus negocios domésticos, de lo que hartos ejemplos nos suministra la Instaría. Es sabido que Isabel la Católica tuvo que vender sus joyas y preseas para habilitar la espedicion de Cristóbal Colon á la mayor empresa que han admirado los siglos. El historiador Carrillo, á pesar del espíritu intolerante y perseguidor que predominaba en aquellos tiempos, dice que se estrañó mucho la persecución de los judíos en 1492 por estar los reyes católicos muy necesitados y pobres, tanto que para sus guerras tuvieron que echar mano de la plata de las iglesias, y estaban faltos de gente, por la mucha que perdieron en la toma de Granada. Los criados de Felipe I pidieron cuando el rey murió, que se vendiesen sus ropas para cubrir los atrasos de sueldos que se les debían. Felipe II escribía á su secretario Francisco de Garnica que no se veia un dia con lo que habia de vivirse en palacio al siguiente «ni sabia con lo que habia sustentarse lo que tanto era menester, y asi creed que quiero me diesen forma para salir de cambios y deudas que lo consumen todo y aun la vida.» Asi se esplicaba el dueño de los inmensos tesoros de las Americas, el heredero de uno de los mayores y mas ricos imperios del mundo; ese monarca afamado que todavía nos presentan como modelo de prudencia y sana política los sectarios de una escuela que creíamos aniquilada en el siglo de las luces y del saber, y que esta resucitando una moda nacida en las estravagantes ilusiones de los escritores alemanes, y que nos ha trasmitido una nación vecina, de la que copiamos malamente todo lo que influye en la literatura, en las instituciones; y aun en las prácticas y usos de la sociedad privada.
Los sucesores de Felipe II no mejoraron la condición de sus negocios domésticos. A Felipe III, dijo el Consejo que comia de prestado. Estos apuros iban creciendo de dia en dia. En 1689 fué preciso restringir los gastos del servicio de Carlos II, y sujetarlos á una cuota harto mezquina por cierto. En la liquidación que por real cédula de 23 de marzo de 1760 se hizo délas testamentarías de los reyes de la dinastía austríaca, subían las deudas á 22.000,000 de reales,

miércoles, julio 14, 2010

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tólico, y no hay duda que fué siempre á menos hasta fin del siglo pasado. Las causas son notorias; la conquista de Granada, espulsion de los moros y judíos, su repoblación, el descubrimiento de la América, traslación del comercio, las empresas de Italia, Africa, Flandes y Alemania, todas fueron sostenidas á costa de la gente y dinero de las dos Castillas, que aun gimen bajo el duro peso y empeño que contrajeron con sus servicios, amor y lealtad á sus soberanos, en la adquisición y conservación de tan vastos dominios.» Los encomiadores de nuestra antigua opulencia se apoyan en la inmensa fabricación de seda en Sevilla á mediados del siglo XVII. En el año de 1655, los alcaldes del arte mayor de la seda en aquella ciudad, se lamentaban de que habiendo habido allí 3,000 telares, con los que se sustentaban mas de 30,000 personas, ya no le quedaban sesenta. En 1701, los gremios de reventas presentaron al ayuntamiento un memorial, en que hacían subir á 16,000 el número de telares que en tiempos anteriores había poseído aquella ciudad, y á 130,000 personas las de ambos sexos que sacaban su sustento de aquel arte. En el Apéndice á la educación popular, de Campomanes, se reduce el número de telares á 3,000. Estas tres divergencias de opiniones no prueban mucho en favor de la exactitud del hecho; pero lo peor de todo, como lo ha demostrado Vadillo, es que estos datos desacuerdan notablemente con el censo de población, tomando el cómputo mas alto, que es en el que mas insisten los apologistas de nuestras antiguas grandezas. Porque á las 130,000 personas que vivían del arte de la seda, hay que añadir los metedores, encubridores y cuadrillas de valentones, cuya ocupación, según el citado Apéndice, era surtir y cargar los naos fraudulentamente, embarcando géneros mas preciosos de los que la ley permitía, y entremetiéndolos entre los tejidos de lienzos y lana, y haciendo el contrabando de los cajones de plata que venían de las Indias. Estos oficios según el Apéndice, ocupaban 120,000 personas. Los otros que vivían del comercio de las Indias, como consignatarios, navieros, comerciantes por mayor, tenderos y corredores, no bajarían de 25,000. La agricultura, las artes y oficios, las profesiones sabias, tribunales, mayorazgos y empleos públicos, no ocuparían menos de 70,000, resultando de todo una suma de 345,000 almas, y aun reduciendo esta suma según los otros dos cálculos mas bajos, de los 3,000 y 16,000 telares de seda, siempre tendremos una población de 245,000. Pero según el censo de 1530, Sevilla contaba en sus muros 6,634 vecinos pecheros, que á razón de cinco personas por hogar, dan 33,170, y añadiendo 2,229 viudas, 66 menores, 74 pobres y 79 exentos, componen un total de 35,648 individuos. En 1594, fecha notable por ser la de la supuesta decadencia de nuestra industria, Sevilla tenia 18,000 vecinos, ó séase 90,000 almas, las mismas que tenia en 1646, todo lo cual demuestra que la época mas próspera de aquella población, fué la de su monopolio con las Indias. Pero en esta, poca ó ninguna debia ser su industria en sedas cuando no hace mención de ella el atento y observador Andrés Navajero, en su correspondencia con su amigo Ramusio, en la cual, que tuvo lugar por los años de 1525, le da cuenta y le hace una descripción minuciosa de todas las peculiaridades y producciones de la capital de Andalucía, sin mencionar la mas leve indicación de aquel género de industria.
Lo mismo puede decirse de Burgos. En el Apéndice ya citado se habla de un memorial presentado por Diego Megía de las Higueras, en que se lamenta de la decadencia de aquella ciudad, reducida á 600 vecinos, demás de 6,000 que tenia, sin los transeúntes y advenedizos. Es cierto que Burgos empezó á declinar desde que dejó de ser corte; pero ya se sabe lo que atrae la corte en torno de los focos del poder y del influjo; cortesanos, empleados, pretendientes y aventureros, gente improductiva, que no aumenta la mas pequeña cantidad á la riqueza pública. En 1530 tenia 2,214 vecinos; en 1589, tenia 2,665, y 1,881 en 1694. Hoy está calculado su vecindario en cerca de 4,000, de donde se deduce, en lugar de disminución, un considerable aumento en los tiempos modernos, aun con respecto á la época en que era la capital de la monarquía.
Con la misma autoridad de Megía de las Higueras, se habla de los 6,000 comerciantes, 20,000 telares y 600 buques que enriquecían á San Lucar de Barrameda, para venir á parar en 3,000 habitantes desnudos y hambrientos. Por este cálculo, San Lucar no podia bajar de 200,000 habitantes en los tiempos de aquella colosal prosperidad. Hoy su población se calcula en 18,000 personas no desnudas y hambrientas, sino bien mantenidas con el tráfico de los escelentes vinos que su magnífico terreno produce.
De Toledo escribía Damián de Olivares, comparando aquella ciudad á una piña de oro, que solo en la parroquia de San Miguel había 698 vecinos, todos maestros de oficios, y á pocos años quedó reducida aquella población á 289, entre ellos 133 viudas, y faltando de toda la ciudad 38,484 operarios, que murieron en consecuencia de la introducción de mercancías estrangeras, enfermedad por cierto que no se halla clasificada en ningún libro de medicina. Escribía este autor por los años de 1620, y hablando de aquella catástrofe como de una cosa recientemente ocurrida, no se concibe cómo en tan breve tiempo pudo hacer la nueva peste tan horrorosos estragos. No hay duda que la población de Toledo en 1571 pasaba de 10,000 vecinos; pero es conocido el motivo. Era entonces la residencia de la corte, que no se fijó en Madrid hasta el año de 1607, y por tanto, á medida que fué creciendo esta población, debieron disminuir las de Toledo y Valladolid. Campomanes cita el Socorro del clero al Estado, que á principios del reinado de Felipe IV escribió Fr. Angel Martinez, obispo de Badajoz, en el que atribuye la despoblación de Burgos y otras ciudades á la multitud de conventos y adquisiciones de manos muertas, que según sus cálculos habían ya, por los años de 1624, época en que escribía, tresdoblado los conventos, y disminuido nada menos que en siete décimas partes de cincuenta años á aquella fecha, el vecindario de muchas ciudades antes populosas. Estas quejas sobre el abuso de conventos y de amortización eclesiástica, venían reproduciéndose desde el reinado de Felipe II por muchos sabios y piadosos varones. Jovellanos, refiriéndose á esta cita de Campomanes, pregunta en su Informe sobre ley Agraria: «¿Qué es lo que ha quedado de aquella antigua gloria, sino es los esqueletos de sus ciudades antes populosas y llenas de fabricas y talleres, de almacenes y tiendas, y hoy solo pobladas de iglesias, conventos y hospitales, que sobreviven á la miseria que han causado?» En ninguna parte se nota mas la justicia de estas quejas que en Toledo,

lunes, julio 12, 2010

Viage ilustrado (Pág. 486)

gar, al obispo de Coria, fecha en Madrid, 1413, en que hace una triste pintura de las «muertes, robos, quemas, injurias, asonadas, desafíos, fuerzas, juntamientos de gentes, roturas que cada dia se facen abundantes en diversas partes del reino, é son por nuestros pecados, de tan mala calidad, é tantas en cantidad, que Trogo Pompeo ternia asaz que facer en recontar solamente las acaecidas en un mes.» En muchas de aquellas interesantes cartas se repiten estas mismas quejas, con amplios pormenores sobre los escesos que cometian y el poder que habían usurpado los grandes señores de Castilla, á quienes el mismo autor llama monstruos con fauces de lobo, cuya insolencia y poderío llegó á tal estremo, que ya no se da la voz del soberano, ahogada por las demasías de las instituciones feudales, cuya preponderancia en nuestro pais niegan con tesón algunos escritores optimistas de nuestros dias. Tan urgente y grave era esta calamidad, que dio origen en 1476 á la institución de la Santa Hermandad, como único medio de que en aquellos tiempos podía hecharse mano, para asegurar las vidas y las propiedades de los subditos.
«Siendo tal la situación de España, dice el erudito Vadillo, que aun a principios del siglo XVI subsistía la fiereza antigua, que, si bien algo mitigada, todavía se esplicaba por el preferente imperio de la lanza, que no podia menos de ser obedecido, y que ocasionó grandes sinsabores al rey en sus últimos años; ¿qué pábulo, ni qué elementos podían tener las fábricas y el comercio, que tanto se espantan y huyen y naturalmente deben espantarse y huir del pillage y del merodeo? Careciéndose de protección y hasta de seguridad en las vidas y en las propiedades ¿cómo ha de medrar la parte mas delicada y afanosa de estas, lo que es mas susceptible de robos, de asaltos y destrucción? ¿Pues qué diremos si atendemos al periodo que inmediatamente siguió á la muerte del rey católico, que fué el de la guerra de las comunidades y germanías, á causa de las quejas de los pueblos? Porque los flamencos con su avaricia habían dejado sin oro la España, y con su gobierno pesado y rigoroso tenían oprimida la libertad del reino y quebrantadas las leyes y los fueros, dándose los gobiernos y oficios dé la casa del rey á los estrangeros, y vendiendo Jevres (que á su antojo manejaba al rey) cuanto podia, mercedes, oficios y obispados, de manera que faltábala justicia y sobrábala avaricia, y solo era poderoso el dinero, el oro fino y plata acendrada de las Indias; ¿serian estas las circunstancias en que pudieron crecer esas manufacturas nuestras tan ponderadas y realzadas?»
En efecto, después de la muerte de Fernando el Católico, el impulso que se había dado á la industria en todos sus ramos, durante el reinado de aquel monarca con la inmortal Isabel, aunque no habia producido los portentosos resultados que algunos historiadores refieren, decayó de tal modo, que las cortes de 1594 se esplicaban en estos términos : «En los lugares de obrages donde se solian labrar veinte ó treinta mil arrobas, no se labran hoy seis, y donde había señores de ganados en grandísima cantidad, han disminuido en la misma y mayor proporción, acaeciendo lo mismo en todas las otras cosas del comercio universal y particular. Lo cual hace que no haya ciudad de las principales destos reinos, ni lugar ninguno, de donde no falte notable vecindad, como se echa bien de ver en la muchedumbre de casas que están cerradas y despobladas, y en la baja que han dado los arrendamientos de las pocas que se arriendan y habitan.»
Aunque no estamos en el caso de calificar el influjo que pudo tener en esta lamentable decadencia la política de los reyes católicos, no hay duda que una de sus medidas debió producir un inmenso vacío en la población y en la riqueza del reino. Tal fué la espulsion de los judíos, por cuyo medio salieron del territorio español cerca de 400,000 individuos, aunque no faltan escritores, y entre ellos el erudito Llorente, que calculan en 800,000 las personas espulsadas. Pero en esta materia, no importa tanto el número como la calidad de los que fueron víctimas de tan imprudente medida, porque la población hebrea era á la sazón la que habia monopolizado la industria, el dinero y el crédito de la nación. Asi es, que la España entera se resintió de este golpe dado á su prosperidad, y muchos campos quedaron incultos, muchas fábricas suprimidas, muchos establecimientos cerrados, y muchos grandes señores á quienes aquellos especuladores activos é inteligentes prestaban gruesas sumas, tuvieron que reducir sus gastos, y se vieron condenados á amargas privaciones.
Campomanes asegura que al medio del reinado de Carlos I fué la mayor opulencia y feliz situación esterna de España, que sobre ser dueña de toda la masa efectiva de dinero, tenia las manufacturas y frutos que necesitaba, y aun sobrantes para el estrangero, y que la catástrofe mercantil y agrícola empezó con Felipe II, En otro lugar, asienta que la España no introducía manufacturas de afuera hasta los principios del reinado de Felipe III y fines del de Felipe II, porque todas se fabricaban en el reino. No hay pruebas históricas que justifiquen tan aventurados asertos. Consta que con Carlos vino á España el torrente de flamencos, que inundaron todo el territorio con sus manufacturas; consta que desde la conquista de Sevilla, los estrangeros domiciliados en aquella ciudad, estuvieron haciendo un gran comercio ostensible y disimulado, al que daba todo el impulso que podia apetecer el estanco de la casa de contratación á Indias; consta que, por estos medios, la mayor parle de los tesoros que venian entonces de América pasaban á Flandes y á Genova. El mismo Campomanes confiesa que la abundancia de oro y plata que á los principios venia de Indias, fué la que encareció los precios de los jornales, y hacia escasear los géneros de consumo en lo interior de España, como las Cortes mismas lo afirmaron á Carlos I, viniendo de aquí la preferencia que se daba á las mercancías estrangeras, y el contrabando de Indias, pudiendo vender mas barato el comerciante estrangero que el español. Pero tenemos una autoridad respetable que hace ver el estado de nuestra industria en el período á que nos referimos. En el espediente sobre concordia de la Mesta, se leen estas palabras: «Desde la época de la conquista y población de Granada, descubrimiento de Indias, y empresas de Italia y Flandes, todo el comercio, industria y fábricas de Castilla decayeron precipitadamente, porque aquel, en lo que quedó, se pasó á la Andalucía, tierra fecundísima, y se estancó en uno de sus puertos, y estas, con la falta de manos y subida de jornales, no pudieron sostenerse. La general despoblación y pobreza de las dos Castillas, con escepcion de sus costas, es notoria; viene declamada por los autores, desde los tiempos del señor rey ca—

jueves, julio 08, 2010

Viage ilustrado (Pág. 485)

fieren, no tienen á su disposición hechos auténticos en que apoyarlos. Bajo el dominio de los romanos, si hemos de dar crédito á Estrabon, Plinio y Polibio, España era un pais próspero y opulento: sin embargo, es de observar que aquellos autores insisten mas en la fecundidad de su suelo y en la bondad de sus producciones, que en la riqueza verdadera, activa, circulante y bien repartida. Sobre esta cuestión se esplica en los términos siguientes el erudito don Antonio Capmani. «Según la tradición vulgar de los que creen sin reflexion en las prosperidades pasadas, contaba España en tiempo de Julio César 50.000,000 de habitantes, y algunos le dan 75. Pregunto yo ahora, por no dejar sin reparo este desatino, ¿en qué registro ó censo auténtico consta este general empadronamiento de hace diez y nueve siglos? ¿Cómo cabian de pies sobre el suelo de esta península, tantos millones de personas, que apenas pueden subsistir hoy en la mitad de la Europa civilizada? ¿De qué se mantenían sin el auxilio de fábricas, industria y comercio? ¿Qué nuevas causas físicas ó políticas podian haber influido tan poderosamente para este tan enorme é increíble grado de población? Es cierto que no seria el género de vida de sus habitantes, su próvida policía, la sabiduría de sus leyes, ni la humanidad de sus costumbres. El retrato que de ellas hace Estrabon, escepto cuando describe la fecundidad y opulencia de algunas comarcas de la Bética, no hace mucho honor á la agricultura, al orden social, ni por consiguiente á la población que se nos ha querido encarecer. Me abstengo de referir estensa y literalmente los pasages de este autor, que alcanzó los tiempos de César y los de otros escritores griegos y latinos contemporáneos, porque no quisiera, para desengañar á los crédulos é ignorantes, trasladarles con las autoridades, el dolor y el rubor de leerlas.» Por otra parte, si se considera que la conquista de España costó á los romanos doscientos años de una guerra cruel y destructora, una de cuyas campañas dejó aniquiladas ciento cincuenta ciudades; que todas sus provincias fueron sucesivamente saqueadas, que durante la ocupación continuó la guerra unas veces con Cartago, otras con las provincias rebeldes, otras entre los romanos mismos, como fué la de Pompeyo, y por último, que los pocos años en que esta nación gozó de algún reposo, bajo aquel dominio, no fueron suficientes para cerrar tantas heridas ni reparar tantos estragos, ningún hombre de mediano criterio podrá admitir tan ridículas exageraciones.
Pero hubiese ó no en España esa decantada prosperidad, debió desaparecer enteramente con la irrupción de las naciones del Norte, que no podian vivir sino del saqueo y desolación; que odiaban la vida sedentaria y las ocupaciones lucrativas, y que convirtieron en desierto las dos terceras partes del territorio violentamente adquirido, para dar pasto á los numerosos rebaños que constituían su principal y favorita riqueza. ¿Qué mayor prueba de la miseria general á que fué reducida la nación, que el canon del tercer concilio de Toledo, celebrado en 589, contra la atrocidad de los padres, que impulsados por la desesperación y la indigencia, daban muerte á sus hijos para evitarles los tormentos de una existencia amargada por toda clase de infortunios? A los calamitosos reinados de Egica y Witiza sucedieron mas de siete siglos de incesante y sangrienta lucha con los sarracenos. «Mas de cuatro mil batallas, dice Conde, sin contar las escaramuzas casi diarias, ni los frecuentes combates que entre sí solían tener los mismos príncipes cristianos, de que resultaban los estragos horribles de las algaras y lides, á cuya perspectiva cruel admira que no quedase yerma y despoblada la tierra, y el desastroso feudalismo que se fué desplegando á la par de la gloriosa restauración de la monarquía, no pueden dejar duda de cuál seria entonces la menguada suerte de la España cristiana.» En nada contradice esta opinion lo que en la crónica del santo rey don Fernando III, cuenta el arzobispo don Rodrigo, de la gran muchedumbre de maestros, oficiales y aprendices de todas artes que tenia aquel monarca en su campamento; ni el repartimiento que hizo después de ganada Sevilla, de pingües heredamientos, tanto a aquellos artesanos, como á la noble caballería. Todo lo que esto prueba es que habia tierras que repartir y personas en quienes distribuirlas, y que el santo rey, como hombre entendido y prudente, quiso galardonar generosamente á sus buenos servidores, y promover la agricultura y la propiedad territorial como base de toda riqueza pública. Tan escasa de españoles estaba entonces España, que en este repartimiento tomaron parte muchos estrangeros, como se ve en este pasage de los anales de Sevilla, por Ortiz de Zúñiga. «En el repartimiento de Sevilla constan las subdivisiones que se hicieron de las parroquias á que llamaron barrios, como el de los Francos y el de los Ginoveses, que tuvieron propios partidos unos y otros en la parroquia de la santa Iglesia. El barrio de Francos, cuyo nombre dura todavía en su principal calle, llamado asi por sus franquezas, no por ser habitación de franceses, fué muy privilegiado en los fueros que dio San Fernando á Sevilla, dando honra de caballeros á sus vecinos en las funciones de guerra, con cargo de que sustentasen caballos, que comunicó el rey después á los francos de Jerez de la Frontera. Fué asimismo muy privilegiado el barrio de Ginoveses, llamado hoy calle de Genova, porque era grande el comercio con aquella república, y muchos de los hijos de ella que aqui comerciaban de asiento, de cuya patria fueron don Niculoso y Misero Caxizo, mencionados en el repartimiento, y al segundo dio San Fernando en arrendamiento vitalicio los molinos de la acequia del Guadaira. Distribuyeron los reyes por diversos sitios de Sevilla las naciones que en ella quedaron de la guerra, á que vinieron auxiliares, ó entraron después á la fama de su población, no solo estrangeros, pero aun separando los de las provincias de España, de que tomaron distinción los barrios que hoy se llaman calles de Plateros, Castellanos, Gallegos, Catalanes, de Bayona, y otros que se han olvidado y mudado.» Los mismos hechos confirma el citado Capmani, y tan cierto es que los estrangeros se creian entonces necesarios aun para la guerra contra los moros, por la escasez de la población indígena, que cuando las cortes de Toledo de 1406 ponían reparo á las grandes demandas de subsidios que hacia Enrique III para la guerra de Granada, el infante don Fernando, hermano del rey, contestaba á nombre de éste, que no debia contarse con el dinero del tesoro de Segovia, «porque seria menester para los estrangeros que viniesen á servir en esta guerra, y en otras cosas muy del servicio del rey.»
Abundaban documentos históricos que prueban el miserable estado en que estaba sumida la nación en la época del advenimiento de los reyes católicos, y entre otros podemos citar la carta de Hernando del Pul—

martes, julio 06, 2010

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teología, no podemos menos de principiar encabezando el catálogo de los que la han profesado, con el nombre de San Isidoro, que ocupa un lugar elevado en estos como en otros mas variados estudios. Después hallamos en los siglos XIII y XIV á Pedro Alfonso, judío convertido en Huesca, y á Raimundo Martini, ambos profundos defensores de las verdades teológicas. En los siglos posteriores florecieron eminentes profesores en teología. El cardenal Jimenez de Cisneros merece citarse en primer término, aunque no fuere sino como protector de esta ciencia, y compilador de la primera Biblia políglota, y después al benedictino Arias Montano: á Francisco de Victoria, fraile dominicano, célebre profesor de la universidad de Salamanca; á Domingo de Soto, discípulo y sucesor de Victoria, que publicó á mediados del siglo XVI, trabajos de importancia en la materia; á Francisco Suarez, casi contemporáneo de los dos citados y autor de un tratado célebre titulado De legibus ac Deo legislature, y al padre Melchor Cano, de la orden de Santo Domingo, cuyas obras sirven hoy todavía de texto en nuestros seminarios. En los últimos tiempos y al finalizar el siglo XVIII, han descollado en este orden de estudios el Padre Scio, Torres Amat, autor de una historia de la Iglesia publicada en 1806, y traductor distinguido de la Biblia; Gonzalez Carbajal, Villanueva y otros,
En cuanto á la jurisprudencia, prescindiendo de nuestros códigos, señaladamente el Fuero Juzgo y las Siete Partidas, los cuales aun como obras científicas, no tienen rival fuera de España, atendida su época, debemos citar entre los jurisconsultos escritores á Gregorio Lopez, Asseo y de Manuel, Llamas y Molina, Hevia, Campomanes, Florida Blanca, Lardizabal, Marina Sempere, Salas y otros muchos que los límites de este escrito no nos permiten mencionar como quisiéramos.
La filosofía como ciencia ha sido uno de los ramos mas descuidados en España. Las inteligencias se dejaban absorber por otra clase de estudios, y ademas la preponderancia del clero ponia trabas á lodo lo que exigiese el libre vuelo al pensamiento. Asi es que hasta el siglo pasado, y si prescindimos de la filosofía puramente escolástica, apenas podemos citar mas que dos nombres de escritores verdaderamente filósofos, á saber, el de Raimundo Lulio y el de Luis Vives, hombre eminente el último, y cuyo saber fué en su tiempo la admiración de los estrangeros. En nuestro siglo ha escrito con mucho tino y buen juicio sobre filosofía el presbítero don Jaime Balmes y otros que no citamos.
Daremos término á este articulo diciendo algo del cultivo de las ciencias físicas y naturales en España. Respecto á la medicina, en que tan conocedores se mostraron los árabes, fué profesada especialmente después por los judíos, hasta que abiertas escuelas públicas de enseñanza, se generalizó mas este estudio. Entre los profesores célebres de ciencias médicas anteriores á nuestra época, deben mencionarse Luzuriaga, Lacaba, Hernandez, Lopez, Hurtado de Mendoza Vidal, Martinez Caballero y otros muchísimos. En nuestros dias cuentan las escuelas de medicina profesores muy distinguidos, cuyas obras dan honra á nuestro pais.
Finalmente, las ciencias físicas y matemáticas, si bien en algún tiempo han permanecido desdeñadas, cuentan hombres notables entre sus profesores, y en estos últimos años han recibido mucha animación y vida.
Estendernos en mayores detalles seria salimos del círculo en que debe girar un trabajo de la naturaleza del presente, por lo cual, y contando con que nuestros lectores sabrán comprenderlo asi, y podrán en cada caso especial recurrir á obras determinadas, damos fin aqui á la reseña histórica de la literatura española y pasamos á considerar la España bajo el punto de vista industrial y comercial.
Por su magnífica posición hidrográfica, entre el Océano y el Mediterráneo; por la abundancia y seguridad de sus puertos y radas; por la fecundidad de su terreno; por la suavidad de su clima, y por la inagotable variedad de sus productos, España parece haber recibido de la Providencia todas las condiciones necesarias para llegar á un altísimo grado de prosperidad mercantil, industrial y agrícola. Sus minas abundan en toda clase de metales; todas sus provincias se prestan admirablemente al cultivo de las plantas cereales y filamentosas, de la vid, del olivo y de las raices nutritivas; en sus regiones meridionales prosperan las plantas mas apreciadas de los países situados entre los trópicos; su ganado lanar ha obtenido por espacio de siglos una preferencia decidida en todos los mercados de Europa; sus frutos secos se apetecen en los puertos de las naciones del Norte. Si de los productos naturales pasamos á los que fabrica la mano del hombre, hallamos las mejores disposiciones en la destreza y en la constancia de los habitantes; una gran facilidad en imitar los modelos de mas adelantados países, y no menos aptitud de parte de los capitalistas á emplear sus fondos en toda clase de manufacturas.
Esa abundancia de frutos y esas escelentes prerrogativas de la periferia marítima, juntamente con los dos archipiélagos de las Canarias y las Baleares, abren un campo desmedido á nuestro comercio costanero y esterior, y esas mismas circunstancias, unidas á nuestras buenas maderas del Norte, y á los cáñamos de Granada, señalan á España un lugar distinguido entre las naciones marítimas. Sin embargo, por doloroso que sea confesarlo, esta agradable perspectiva de lo posible, se desvanece en gran parte ante el espectáculo de lo real. Mi la agricultura, ni la industria fabril, ni el comercio, ni la navegación han llegado en España al grado de importancia y desarrollo que tantas condiciones ventajosas le proporcionan. No necesitamos mas que acudir al testimonio de los sentidos, para convencernos de esta lamentable verdad. Nos falta población, siendo escasísima la que tenemos con respecto al vasto territorio que ocupamos; nos falta una legislación industrial acomodada á nuestras necesidades y análoga á las luces del siglo; nos falta un sistema fácil de comunicaciones, y no nombramos mas que estas causas de nuestra inferioridad con respecto á otras naciones, porque son las que influyen generalmente en los cuatro principales ramos productivos de que hemos hecho mención, reservándonos, al hablar de cada uno de ellos individualmente tratar de las causas que especial y separadamente los afectan.
Mucho se habla de la antigua prosperidad de España, de sus minas, de sus ganados y de sus manufacturas. Si estos encomios se refieren á los tiempos anteriores á la conquista de los romanos, confesamos francamente que carecemos de dalos para combatirlos, asi como estamos convencidos de que los que los pro—

domingo, julio 04, 2010

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Pero entre todos descuella el padre Juan de Mariana, el primero que se atrevió á escribir una historia general de España, y cuyo sobresaliente mérito exige una especial mención. Mariana, que nació en 1586 y falleció en 1623, consagró su dilatada vida de ochenta y tres años á estudios graves, filosóficos é históricos, Mariana escribió su famoso tratado De rege el regis institutione que fué quemado por el parlamento de París: ademas un tratado sobre la alteración de la moneda, y algunas otras obras; pero la que levantó mas alto su nombre es la Historia general de España. Escribió este libro primitivamente en latin y lo tradujo después al castellano, por temor, como él dice, de que la traducción se hiciese por personas poco versadas. No juzgaremos este trabajo filosóficamente, porque Mariana lo hizo con arreglo al espíritu de su época: diremos únicamente que su estilo es sencillo y magestuoso á un tiempo mismo, y su dicción tiene propiedad y vigor. Sin embargo, peca de falta de exactitud en las descripciones, de difuso en la pintura de los caracteres, y de prolijidad y afectación en las arengas que pone en boca de los personages. Como quiera, y á pesar de sus defectos, lo colosal de la obra que acometió y llevó á cabo, le eleva por encima de todo y justifica el título que mereció de príncipe de los historiadores. Pero aunque en menor escala y en empresas de menos aliento que la de Mariana, florecieron historiadores de mérito quizás superior; tales son don Francisco Manuel de Melo, autor de la Historia de los movimientos, separación y guerra de Cataluña en tiempo de Felipe IV; don Diego Hurtado de Mendoza, autor de la Historia de la guerra contra los moriscos de Granada, y don Francisco de Moncada, que escribió la Espedicion de catalanes y aragoneses contra turcos y griegos. Sentimos que no nos sea dado detenernos á juzgar á estos escritores como su mérito lo exige: diremos, sin embargo, que bajo el punto de vista del estilo, no tienen rival en su tiempo, habidas en cuenta las dotes que distinguen á cada una. Después de estos merecen ser nombrados don Antonio Solis, autor de la Historia de la conquista, población y progresos de la América Septentrional, conocida con el nombre de Nueva España, obra que se señala por su lenguaje florido, y por las galas de imaginación. Verdad es que aun en este concepto tiene faltas; pero debemos admirar que no sean mas en número, si atendemos á que Solís la escribió en el reinado de Carlos II, época de completa degeneración literaria. Citaremos, por último, á Pedro Megia, á Carlos Coloma, á Diego Perez de Hita, á Sandoval por su Historia de Carlos V; á Gil Gonzalez Davila, por la de Felipe III, á Gonzalo Céspedes y Meneses, por la de Felipe IV, escusándonos de añadir mas nombres á esta lista, que podríamos prolongar mucho. Todos estos escritores florecieron en los siglos XVI y XVII, tan célebres para España bajo todos aspectos. En el siglo XVIII, siglo de sin igual atonía literaria, cultivaron, sin embargo, la prosa con mas ó menos buen éxito, varios escritores, entre los cuales nos haremos cargo de los mas importantes. El marqués de San Felipe escribió sus Comentarios de la guerra de sucesión. Esta obra se lee con gusto por la animación y vida con que se refieren los hechos, y aunque tiene defectos de estilo y es bastante incorrecta, agrada y entretiene. Don Diego Torres de Villaroel, escribió sus Sueños, alcanzaron gran boga en su tiempo, pero cuyo mal gusto les condenó al olvido muy pronto. El monge benedictino fray Benito Gerónimo Feijóo, fué un escritor muy laborioso é instruido, y en su Teatro crítico como en sus Cartas eruditas, se elevó sobre las preocupaciones de su época. Sus escritos, que entonces admiraban por la novedad, y que indudablemente poseían un mérito relativo, no tienen hoy valor á nuestros ojos ni por el fondo ni por la forma. El jesuita José Francisco de Isla, escritor satírico, publicó varios escritos, contándose principalmente entre ellos la novela titulada Fray Gerundio de Campazas, obra escrita con gracia y chiste, aunque algo pesada. Finalmente, se distinguieron entre los progresistas del siglo XVIII don José Cadalso con sus Eruditos á la violeta; don Gregorio Mayans y Sisear: Forner con su Oración apológica por la España; el padre Flores por su España sagrada; Campomanes, Cabarrus, Jovellanos y otros por varios escritos muy estimables. En lo que llevamos del presente siglo, han aparecido buenas obras en prosa: nos limitaremos á citar Los varones de Castilla, por Quintana; Hernan Perez del Pulgar, por Martinez de la Rosa; la Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, por Toreno, absteniéndose de mencionar otros por los motivos que indicamos en otro lugar.
Después de la precedente reseña de nuestra literatura estética en verso y prosa, debemos añadir para terminar este cuadro breves indicaciones sobre el cultivo de los varios ramos del saber, ó sea sobre la literatura científica. Fuerza es confesar, que si la España puede presentar modelos de literatura que sostengan el paralelo con los demas pueblos de Europa y que hasta eclipsen á la mayor parte de ellos, no sucede asi en orden á las ciencias, las cuales por causas que sería muy prolijo aducir, merecieron menos atención de nuestros talentos. Prescindiendo de la época goda, en la que floreció San Isidoro y otros eclesiásticos distinguidos por su saber, asi como de la época de la reconquista, en la que si bien los árabes cultivaron las ciencias y artes, los españoles ocuparon la mayor parte de su vitalidad en el trabajo de la reconquista, nos fijaremos en los tiempos en que ya llevados de vencida los árabes, pudo España con mas sosiego crear sus establecimientos de enseñanza científica.
En el ramo de la filología poseemos menos notables que otros pueblos, porque como dejamos dicho atrás, conservaron nuestros mayores tal apego al latin, como lengua científica, que embarazó el desenvolvimiento de nuestro idioma patrio. Entre los sabios que se distinguieron en el siglo XVI en este ramo, se encuentran Antonio de Nebrija, conocedor profundo de las lenguas antiguas: Luis Vives, muerto en 1540, autor de importantísimas obras, y entro ellas de una colección muy erudita, titulada De disciplina, Libri XX, y Agustín de Zaragoza, obispo de Tarragona. En los siglos sucesivos se distinguen el padre Sanchez, catedrático de Salamanca; el jesuita La Cerda, los cuales hicieron utilísimos estudios en las lenguas, y sobre todo en la latina. Después Azara, Campomanes, Casiri, Velazquez, Castro, Valbuena y otros. En el siglo presente han tomado mucho vuelo estos estudios, y los nombres de Salvá, Hermosilla, Quintana, Gayangos y otros mas modernos que pudiéramos citar, son una prueba de los últimos adelantos.
Los ramos del saber mas cultivados en España han sido la teología y la jurisprudencia. En cuanto á la

viernes, julio 02, 2010

Viage ilustrado (Pág. 482)

diez años ó sea hasta 1615, pocos meses, antes de su muerte. Ningún libro de su género ha alcanzado mas general y duradera fama que el Quijote. Otras obras merecieron aplausos en su tiempo para ser después condenadas al olvido: el Quijote, como espresion de lo que hay permante y fijo en la naturaleza del hombre y de la sociedad, como todas las obras artísticas fundadas sobre la verdad invariable, no ha desmerecido de su crédito á través de los años y de las geneciones, porque Cervantes ni fué imitador, ni se dejó influir por el espíritu pasagero de su época, sino que consultando á la naturaleza y cediendo á su propia inspiración, espresó la verdad y la belleza en si mismas. Por eso en su libro se encuentra manejada la fábula en todas sus variedades, desde lo mas quimérico hasta lo mas positivo y vulgar: en él se encuentran puestas en juego todas las pasiones: en él se hallan los mas altos principios de moral y de filosofía; en él se retratan todas las clases y todos los géneros de vida. Por eso no hay nadie que no encuentre pábulo en su lectura. En cuanto á la intención de la obra, asunto de que tanto se han ocupado los críticos, no aceptaremos la que muchos exagerados entusiastas han atribuido á su autor; porque sabemos que el genio obra por impulso mas que por conciencia reflexiva, y que acaso sin saberlo formula y espresa las necesidades de la sociedad. El estilo del Quijote es admirable, y sin sus encantos no hubiera podido este libro conservar siempre vivo el entusiasmo con que se lee. A pesar de ser tan vulgarmente conocido, citaremos algún trozo como muestra.
Tomemos el de la aventura de los carneros.
«En estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vió don Quijote que por el camino que iban venia hacia ellos una grande y espesa polvareda, y en viéndola se volvió á Sancho y le dijo: este es el dia, oh Sancho, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte: este es el dia, digo, en que se ha de mostrar tanto como en otro alguno el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la fama por lodos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que alli se levanta, Sancho? pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército de diversas é innumerables gentes que alli vienen marchando. —A esa cuenta dos deben de ser, dijo Sancho, porque de esta parte contraria se levanta asi mesmo otra semejante polvareda. Volvió á mirarlo don Quijote y vio que asi era la verdad, y alegrándose sobre manera, pensó sin duda alguna que eran dos ejércitos que venian á embestirle... Y con tanto ahinco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino á creer y á decirle:—Señor , ¿pues qué hemos de hacer nosotros?—¿Qué? dijo don Quijote, favorecer y ayudar á los menesterosos y desvalidos: y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestro frente, le conduce y guia el grande emperador Alifanfarron, señor de la grande isla Trapobana: este otro que á mis espaldas marcha, es el de su enemigo, el rey de los garamantas, Pentapolin, etc.»
Ademas del Quijote escribió Cervantes su Viage al Parnaso, Persiles y Segismunda, Galatea, que ya hemos mencionado, las Semanas del jardin, El Bernardo, y las Novelas ejemplares. A propósito de estas, dice el señor Gil de Zarate en la obra que antes citamos, lo siguiente: «Cervantes, durante el discurso de su azarosa vida, había observado las costumbres de los diferentes paises á donde la suerte le condujo y presenciado una infinidad de sucesos que inflamaban su fantasía: su pluma, aunque tanto tiempo ociosa, no lo estuvo á tal punto que no trasladase al papel pinturas fieles de aquellas costumbres, rápidos bosquejos de las aventuras que presenciaba, ó de las invenciones que los sucesos le inspiraban. Ya en avanzada edad reunió estos materiales y dio á luz con ellos doce novelas que llamó ejemplares, las primeras de su género que se publicaron en España originales, y que son todavía las mejores, á pesar de haber sido imitadas por grandes escritores como Lope, Montalvan, Tirso, Solorzano y otros. Con efecto, las novelas son de lo mas bello que ha salido de la pluma de Cervantes; invención, interés, caracteres bien diseñados, descripciones magníficas, crítica amena, variedad suma, lenguaje inimitable, todo se encuentra en ellas; ya en La gitanilla de Madrid presenta un cuadro animado de esta raza particular y que tanto ha abundado en España: ya en Rinconete y Cortadillo describe las costumbres de los ladrones de Sevilla; ya en los perros Cipion y Berganza critica los engaños y arterías de las brujas y hechiceras; ya en El licenciado Vidriera se burla de otras preocupaciones de diferentes especies; ya, en fin, remontándose mas, refiere interesantes sucesos de amores en El amante liberal, La fuerza de la sangre y La española inglesa. A pesar de que muchas de estas historias han perdido la novedad que al tiempo de su publicación tendrían, se leen con placer, debiendo su principal atractivo á los encantos del estilo.»
Basta del género novelesco. Y para concluir este cuadro de la literatura estética haremos mérito rápidamente de los principales escritores en diferentes géneros. La naturaleza de este artículo nos forzará á limitarnos á una brevísima reseña de los mas notables. Como escritores moralistas y críticos antes del siglo XVIII, debemos mencionar á Palacios Rubios, Fernán Perez de Oliva, Francisco Cervantes de Salazar, Fray don Antonio de Guevara; Pedro de Rhua, que fué conocido con el nombre del bachiller Rhua; Luis Megia, y Francisco de Villalobos; y en mas elevada escala á Antonio Perez, el secretario de Felipe II, famoso ya como político, aunque no lo fuese como escritor, al mismo Quevedo, de quien hemos hablado repetidas veces: á don Diego de Saavedra Fajardo, tan conocido por sus Empresas políticas y por su República literaria; al venerable maestro don Juan de Avila, escritor sagrado de conciencia y de verdad; á Fray Luis de Granada, príncipe de la elocuencia religiosa, y cuyas Meditaciones son una obra de relevante mérito: á Fray Luis de Leon, que no solo cultivó el verso sino también la prosa, como se ve en los Nombres de Cristo y otras obras; á San Juan de la Cruz: al padre Malón de Chaide; á Santa Teresa de Jesús, no menos admirable como escritora que como muger, y cuyas obras: El discurso de la vida, El camino de perfección, El Libro de las fundaciones y El castillo interior revelan su alma ardiente y elevada: y á Fray Diego de Estella, escritor erudito, aunque difuso á veces, autor de la Vanidad del mundo y de algunos otros trabajos, absteniéndonos de citar á otros muchísimos. Como escritores notables por su estilo en el género histórico, han florecido entre otros, Ambrosio de Morales, Flavian de Ocampo, Esteban de Garibay, Gerónimo Zurita, autor de los Anales históricos de la corona de Aragón,