martes, julio 06, 2010

Viage ilustrado (Pág. 484)

teología, no podemos menos de principiar encabezando el catálogo de los que la han profesado, con el nombre de San Isidoro, que ocupa un lugar elevado en estos como en otros mas variados estudios. Después hallamos en los siglos XIII y XIV á Pedro Alfonso, judío convertido en Huesca, y á Raimundo Martini, ambos profundos defensores de las verdades teológicas. En los siglos posteriores florecieron eminentes profesores en teología. El cardenal Jimenez de Cisneros merece citarse en primer término, aunque no fuere sino como protector de esta ciencia, y compilador de la primera Biblia políglota, y después al benedictino Arias Montano: á Francisco de Victoria, fraile dominicano, célebre profesor de la universidad de Salamanca; á Domingo de Soto, discípulo y sucesor de Victoria, que publicó á mediados del siglo XVI, trabajos de importancia en la materia; á Francisco Suarez, casi contemporáneo de los dos citados y autor de un tratado célebre titulado De legibus ac Deo legislature, y al padre Melchor Cano, de la orden de Santo Domingo, cuyas obras sirven hoy todavía de texto en nuestros seminarios. En los últimos tiempos y al finalizar el siglo XVIII, han descollado en este orden de estudios el Padre Scio, Torres Amat, autor de una historia de la Iglesia publicada en 1806, y traductor distinguido de la Biblia; Gonzalez Carbajal, Villanueva y otros,
En cuanto á la jurisprudencia, prescindiendo de nuestros códigos, señaladamente el Fuero Juzgo y las Siete Partidas, los cuales aun como obras científicas, no tienen rival fuera de España, atendida su época, debemos citar entre los jurisconsultos escritores á Gregorio Lopez, Asseo y de Manuel, Llamas y Molina, Hevia, Campomanes, Florida Blanca, Lardizabal, Marina Sempere, Salas y otros muchos que los límites de este escrito no nos permiten mencionar como quisiéramos.
La filosofía como ciencia ha sido uno de los ramos mas descuidados en España. Las inteligencias se dejaban absorber por otra clase de estudios, y ademas la preponderancia del clero ponia trabas á lodo lo que exigiese el libre vuelo al pensamiento. Asi es que hasta el siglo pasado, y si prescindimos de la filosofía puramente escolástica, apenas podemos citar mas que dos nombres de escritores verdaderamente filósofos, á saber, el de Raimundo Lulio y el de Luis Vives, hombre eminente el último, y cuyo saber fué en su tiempo la admiración de los estrangeros. En nuestro siglo ha escrito con mucho tino y buen juicio sobre filosofía el presbítero don Jaime Balmes y otros que no citamos.
Daremos término á este articulo diciendo algo del cultivo de las ciencias físicas y naturales en España. Respecto á la medicina, en que tan conocedores se mostraron los árabes, fué profesada especialmente después por los judíos, hasta que abiertas escuelas públicas de enseñanza, se generalizó mas este estudio. Entre los profesores célebres de ciencias médicas anteriores á nuestra época, deben mencionarse Luzuriaga, Lacaba, Hernandez, Lopez, Hurtado de Mendoza Vidal, Martinez Caballero y otros muchísimos. En nuestros dias cuentan las escuelas de medicina profesores muy distinguidos, cuyas obras dan honra á nuestro pais.
Finalmente, las ciencias físicas y matemáticas, si bien en algún tiempo han permanecido desdeñadas, cuentan hombres notables entre sus profesores, y en estos últimos años han recibido mucha animación y vida.
Estendernos en mayores detalles seria salimos del círculo en que debe girar un trabajo de la naturaleza del presente, por lo cual, y contando con que nuestros lectores sabrán comprenderlo asi, y podrán en cada caso especial recurrir á obras determinadas, damos fin aqui á la reseña histórica de la literatura española y pasamos á considerar la España bajo el punto de vista industrial y comercial.
Por su magnífica posición hidrográfica, entre el Océano y el Mediterráneo; por la abundancia y seguridad de sus puertos y radas; por la fecundidad de su terreno; por la suavidad de su clima, y por la inagotable variedad de sus productos, España parece haber recibido de la Providencia todas las condiciones necesarias para llegar á un altísimo grado de prosperidad mercantil, industrial y agrícola. Sus minas abundan en toda clase de metales; todas sus provincias se prestan admirablemente al cultivo de las plantas cereales y filamentosas, de la vid, del olivo y de las raices nutritivas; en sus regiones meridionales prosperan las plantas mas apreciadas de los países situados entre los trópicos; su ganado lanar ha obtenido por espacio de siglos una preferencia decidida en todos los mercados de Europa; sus frutos secos se apetecen en los puertos de las naciones del Norte. Si de los productos naturales pasamos á los que fabrica la mano del hombre, hallamos las mejores disposiciones en la destreza y en la constancia de los habitantes; una gran facilidad en imitar los modelos de mas adelantados países, y no menos aptitud de parte de los capitalistas á emplear sus fondos en toda clase de manufacturas.
Esa abundancia de frutos y esas escelentes prerrogativas de la periferia marítima, juntamente con los dos archipiélagos de las Canarias y las Baleares, abren un campo desmedido á nuestro comercio costanero y esterior, y esas mismas circunstancias, unidas á nuestras buenas maderas del Norte, y á los cáñamos de Granada, señalan á España un lugar distinguido entre las naciones marítimas. Sin embargo, por doloroso que sea confesarlo, esta agradable perspectiva de lo posible, se desvanece en gran parte ante el espectáculo de lo real. Mi la agricultura, ni la industria fabril, ni el comercio, ni la navegación han llegado en España al grado de importancia y desarrollo que tantas condiciones ventajosas le proporcionan. No necesitamos mas que acudir al testimonio de los sentidos, para convencernos de esta lamentable verdad. Nos falta población, siendo escasísima la que tenemos con respecto al vasto territorio que ocupamos; nos falta una legislación industrial acomodada á nuestras necesidades y análoga á las luces del siglo; nos falta un sistema fácil de comunicaciones, y no nombramos mas que estas causas de nuestra inferioridad con respecto á otras naciones, porque son las que influyen generalmente en los cuatro principales ramos productivos de que hemos hecho mención, reservándonos, al hablar de cada uno de ellos individualmente tratar de las causas que especial y separadamente los afectan.
Mucho se habla de la antigua prosperidad de España, de sus minas, de sus ganados y de sus manufacturas. Si estos encomios se refieren á los tiempos anteriores á la conquista de los romanos, confesamos francamente que carecemos de dalos para combatirlos, asi como estamos convencidos de que los que los pro—

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