de la cual Gerónimo de Cevallos, que en ella publicó en 1623 su Arte Real para el buen gobierno de los reyes y príncipes, y sus vasallos, y era regidor de su ayuntamiento en el banco de los nobles, se lastimaba al verla «comprendida en el tórrenle que aun amenazaba convertir lodo el reino en monasterios, comprando ya los conventos las mas principales casas de la ciudad, aunque fuesen de mayorazgos, incorporándolas en el dominio de la iglesia, y solo Toledo manifiesta á V. M. las de sus antiguos solares convertidos en casas de religion, sin otras muchas que tienen con censos perpetuos.» En seguida inserta el catálogo de veinte y cinco de estas casas principales de caballeros y títulos, trasformadas en conventos, y añade á su final: «Y si se hubieran de referir otras casas particulares, se vería que habia pocas en Toledo que no sean de iglesias ó monasterios, ó sus tributarias de tributo perpetuo, de modo que el dominio directo está en la religion.»
Y ya que estamos examinando las ciudades de cuya prosperidad cuentan tantas maravillas nuestros escritores, no echemos en olvido la feria de Medina del Campo, de la que cuenta Luis Valle de la Cerda, que en 1573 se negociaron en letras de cambio, por valor de 155,000,000 escudos, que vienen á hacer en nuestra moneda actual 77.500,000 duros, habiendo aun sido mayor la negociación en los años anteriores. Según Capmani, no hay duda que hubo ferias de nombradla en aquella ciudad, las cuales se celebraban dos veces al año, una en mayo y otra en octubre. A ellas asistieron en 1430 el rey don Juan II y la reina á instancias de don Alvaro de Luna. Pero una cosa es una feria de nombradía, y otra un cambio de la enorme cantidad que hemos mencionado, muy superior á toda la circulación metálica del reino en la época de que se trata. Martinez de la Mata parece abundar en el sentido de Valle de la Cerda, cuando dice: «Medina del Campo, que eran mas de 5,000 sus vecinos, los cuales competían con los mas prósperos de España, no le han quedado 500, y estos pobres reducido su caudal á la cultura de viñas y tierras.» Todo esto es una pura exageración. Medina del Campo no tenia en 1530 mas de 3,872 vecinos pecheros, y en 1587 no pasaban de 3,000. Pero cualquiera que fuese la opulencia verdadera de aquella ciudad, debió desaparecer en gran parte desde el año de 1520, en que fué horrorosamente incendiada, y desde entonces quedó reducida á la triste condición de las otras poblaciones de Castilla, perdiendo la supremacía que le daba la circunstancia de ser el centro del comercio de lanas, único ramo importante de tráfico que habia entonces en la Península. No mejoró su suerte á fines del mismo siglo, pues en memorial presentado á Felipe II por Juan de Santillana en 1590, en nombre de los mercaderes de aquella villa, clamando por leyes suntuarias que reformasen el lujo de los trages, se leen estas palabras: «si los pocos hombres de negocios que van quedando, especialmente en Medina del Campo faltasen, se acabaría de perder de todo punto la miserable gente que por su causa se sustenta.» Coincide con estos testimonios la carta que en 20 de octubre de 1520 remitió la junta de Tordesillas á Carlos V, donde se hallan espresadas las miserias que afligieron á Medina del Campo de resultas de las hostilidades é incendios con que bárbaramente la maltrató Antonio de Fonseca. Quemáronse en esta ocasión, según espresiones de dicha carta, «de cuatrocientas a quinientas casas, las mejores y mas principales de toda la villa, con las haciendas que en ellas estaban, en la mejor y mas pública parte de toda la villa, donde era el aposentamiento de los mercaderes y tratantes, que á las ferias de dicha villa venían. Quemóse asimismo el monasterio de San Francisco de dicha villa, todo enteramente, que era uno de los mas insignes monasterios de la orden de San Francisco que en estos reinos de V. M. habia, y se quemaron infinitas mercaderías de mercaderes que allí dejaban de una feria para otra. Fué tanto el daño que en lo susodicho se hizo, que con 2.000,000 de ducados no se podría reparar, pagar ni satisfacer.» Luego si en 1520 las mejores y mas principales casas de Medina del Campo eran cuatrocientas ó quinientas, á cuyo número correspondería el de otros tantos vecinos, y su valor, asi como el de un insigne convento, fué incluido en los 2.000,000 de ducados que importaba el daño de la villa, ¿qué cantidad podría representar el precio de las mercaderías de la feria?
Y si queremos nuevos testimonios del desorden, de la penuria, del desquiciamiento de la riqueza pública en España, especialmente desde la union de las coronas, bástenos saber las privaciones y ahogos que los monarcas mismos padecían en sus negocios domésticos, de lo que hartos ejemplos nos suministra la Instaría. Es sabido que Isabel la Católica tuvo que vender sus joyas y preseas para habilitar la espedicion de Cristóbal Colon á la mayor empresa que han admirado los siglos. El historiador Carrillo, á pesar del espíritu intolerante y perseguidor que predominaba en aquellos tiempos, dice que se estrañó mucho la persecución de los judíos en 1492 por estar los reyes católicos muy necesitados y pobres, tanto que para sus guerras tuvieron que echar mano de la plata de las iglesias, y estaban faltos de gente, por la mucha que perdieron en la toma de Granada. Los criados de Felipe I pidieron cuando el rey murió, que se vendiesen sus ropas para cubrir los atrasos de sueldos que se les debían. Felipe II escribía á su secretario Francisco de Garnica que no se veia un dia con lo que habia de vivirse en palacio al siguiente «ni sabia con lo que habia sustentarse lo que tanto era menester, y asi creed que quiero me diesen forma para salir de cambios y deudas que lo consumen todo y aun la vida.» Asi se esplicaba el dueño de los inmensos tesoros de las Americas, el heredero de uno de los mayores y mas ricos imperios del mundo; ese monarca afamado que todavía nos presentan como modelo de prudencia y sana política los sectarios de una escuela que creíamos aniquilada en el siglo de las luces y del saber, y que esta resucitando una moda nacida en las estravagantes ilusiones de los escritores alemanes, y que nos ha trasmitido una nación vecina, de la que copiamos malamente todo lo que influye en la literatura, en las instituciones; y aun en las prácticas y usos de la sociedad privada.
Los sucesores de Felipe II no mejoraron la condición de sus negocios domésticos. A Felipe III, dijo el Consejo que comia de prestado. Estos apuros iban creciendo de dia en dia. En 1689 fué preciso restringir los gastos del servicio de Carlos II, y sujetarlos á una cuota harto mezquina por cierto. En la liquidación que por real cédula de 23 de marzo de 1760 se hizo délas testamentarías de los reyes de la dinastía austríaca, subían las deudas á 22.000,000 de reales,
Y ya que estamos examinando las ciudades de cuya prosperidad cuentan tantas maravillas nuestros escritores, no echemos en olvido la feria de Medina del Campo, de la que cuenta Luis Valle de la Cerda, que en 1573 se negociaron en letras de cambio, por valor de 155,000,000 escudos, que vienen á hacer en nuestra moneda actual 77.500,000 duros, habiendo aun sido mayor la negociación en los años anteriores. Según Capmani, no hay duda que hubo ferias de nombradla en aquella ciudad, las cuales se celebraban dos veces al año, una en mayo y otra en octubre. A ellas asistieron en 1430 el rey don Juan II y la reina á instancias de don Alvaro de Luna. Pero una cosa es una feria de nombradía, y otra un cambio de la enorme cantidad que hemos mencionado, muy superior á toda la circulación metálica del reino en la época de que se trata. Martinez de la Mata parece abundar en el sentido de Valle de la Cerda, cuando dice: «Medina del Campo, que eran mas de 5,000 sus vecinos, los cuales competían con los mas prósperos de España, no le han quedado 500, y estos pobres reducido su caudal á la cultura de viñas y tierras.» Todo esto es una pura exageración. Medina del Campo no tenia en 1530 mas de 3,872 vecinos pecheros, y en 1587 no pasaban de 3,000. Pero cualquiera que fuese la opulencia verdadera de aquella ciudad, debió desaparecer en gran parte desde el año de 1520, en que fué horrorosamente incendiada, y desde entonces quedó reducida á la triste condición de las otras poblaciones de Castilla, perdiendo la supremacía que le daba la circunstancia de ser el centro del comercio de lanas, único ramo importante de tráfico que habia entonces en la Península. No mejoró su suerte á fines del mismo siglo, pues en memorial presentado á Felipe II por Juan de Santillana en 1590, en nombre de los mercaderes de aquella villa, clamando por leyes suntuarias que reformasen el lujo de los trages, se leen estas palabras: «si los pocos hombres de negocios que van quedando, especialmente en Medina del Campo faltasen, se acabaría de perder de todo punto la miserable gente que por su causa se sustenta.» Coincide con estos testimonios la carta que en 20 de octubre de 1520 remitió la junta de Tordesillas á Carlos V, donde se hallan espresadas las miserias que afligieron á Medina del Campo de resultas de las hostilidades é incendios con que bárbaramente la maltrató Antonio de Fonseca. Quemáronse en esta ocasión, según espresiones de dicha carta, «de cuatrocientas a quinientas casas, las mejores y mas principales de toda la villa, con las haciendas que en ellas estaban, en la mejor y mas pública parte de toda la villa, donde era el aposentamiento de los mercaderes y tratantes, que á las ferias de dicha villa venían. Quemóse asimismo el monasterio de San Francisco de dicha villa, todo enteramente, que era uno de los mas insignes monasterios de la orden de San Francisco que en estos reinos de V. M. habia, y se quemaron infinitas mercaderías de mercaderes que allí dejaban de una feria para otra. Fué tanto el daño que en lo susodicho se hizo, que con 2.000,000 de ducados no se podría reparar, pagar ni satisfacer.» Luego si en 1520 las mejores y mas principales casas de Medina del Campo eran cuatrocientas ó quinientas, á cuyo número correspondería el de otros tantos vecinos, y su valor, asi como el de un insigne convento, fué incluido en los 2.000,000 de ducados que importaba el daño de la villa, ¿qué cantidad podría representar el precio de las mercaderías de la feria?
Y si queremos nuevos testimonios del desorden, de la penuria, del desquiciamiento de la riqueza pública en España, especialmente desde la union de las coronas, bástenos saber las privaciones y ahogos que los monarcas mismos padecían en sus negocios domésticos, de lo que hartos ejemplos nos suministra la Instaría. Es sabido que Isabel la Católica tuvo que vender sus joyas y preseas para habilitar la espedicion de Cristóbal Colon á la mayor empresa que han admirado los siglos. El historiador Carrillo, á pesar del espíritu intolerante y perseguidor que predominaba en aquellos tiempos, dice que se estrañó mucho la persecución de los judíos en 1492 por estar los reyes católicos muy necesitados y pobres, tanto que para sus guerras tuvieron que echar mano de la plata de las iglesias, y estaban faltos de gente, por la mucha que perdieron en la toma de Granada. Los criados de Felipe I pidieron cuando el rey murió, que se vendiesen sus ropas para cubrir los atrasos de sueldos que se les debían. Felipe II escribía á su secretario Francisco de Garnica que no se veia un dia con lo que habia de vivirse en palacio al siguiente «ni sabia con lo que habia sustentarse lo que tanto era menester, y asi creed que quiero me diesen forma para salir de cambios y deudas que lo consumen todo y aun la vida.» Asi se esplicaba el dueño de los inmensos tesoros de las Americas, el heredero de uno de los mayores y mas ricos imperios del mundo; ese monarca afamado que todavía nos presentan como modelo de prudencia y sana política los sectarios de una escuela que creíamos aniquilada en el siglo de las luces y del saber, y que esta resucitando una moda nacida en las estravagantes ilusiones de los escritores alemanes, y que nos ha trasmitido una nación vecina, de la que copiamos malamente todo lo que influye en la literatura, en las instituciones; y aun en las prácticas y usos de la sociedad privada.
Los sucesores de Felipe II no mejoraron la condición de sus negocios domésticos. A Felipe III, dijo el Consejo que comia de prestado. Estos apuros iban creciendo de dia en dia. En 1689 fué preciso restringir los gastos del servicio de Carlos II, y sujetarlos á una cuota harto mezquina por cierto. En la liquidación que por real cédula de 23 de marzo de 1760 se hizo délas testamentarías de los reyes de la dinastía austríaca, subían las deudas á 22.000,000 de reales,
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