tólico, y no hay duda que fué siempre á menos hasta fin del siglo pasado. Las causas son notorias; la conquista de Granada, espulsion de los moros y judíos, su repoblación, el descubrimiento de la América, traslación del comercio, las empresas de Italia, Africa, Flandes y Alemania, todas fueron sostenidas á costa de la gente y dinero de las dos Castillas, que aun gimen bajo el duro peso y empeño que contrajeron con sus servicios, amor y lealtad á sus soberanos, en la adquisición y conservación de tan vastos dominios.» Los encomiadores de nuestra antigua opulencia se apoyan en la inmensa fabricación de seda en Sevilla á mediados del siglo XVII. En el año de 1655, los alcaldes del arte mayor de la seda en aquella ciudad, se lamentaban de que habiendo habido allí 3,000 telares, con los que se sustentaban mas de 30,000 personas, ya no le quedaban sesenta. En 1701, los gremios de reventas presentaron al ayuntamiento un memorial, en que hacían subir á 16,000 el número de telares que en tiempos anteriores había poseído aquella ciudad, y á 130,000 personas las de ambos sexos que sacaban su sustento de aquel arte. En el Apéndice á la educación popular, de Campomanes, se reduce el número de telares á 3,000. Estas tres divergencias de opiniones no prueban mucho en favor de la exactitud del hecho; pero lo peor de todo, como lo ha demostrado Vadillo, es que estos datos desacuerdan notablemente con el censo de población, tomando el cómputo mas alto, que es en el que mas insisten los apologistas de nuestras antiguas grandezas. Porque á las 130,000 personas que vivían del arte de la seda, hay que añadir los metedores, encubridores y cuadrillas de valentones, cuya ocupación, según el citado Apéndice, era surtir y cargar los naos fraudulentamente, embarcando géneros mas preciosos de los que la ley permitía, y entremetiéndolos entre los tejidos de lienzos y lana, y haciendo el contrabando de los cajones de plata que venían de las Indias. Estos oficios según el Apéndice, ocupaban 120,000 personas. Los otros que vivían del comercio de las Indias, como consignatarios, navieros, comerciantes por mayor, tenderos y corredores, no bajarían de 25,000. La agricultura, las artes y oficios, las profesiones sabias, tribunales, mayorazgos y empleos públicos, no ocuparían menos de 70,000, resultando de todo una suma de 345,000 almas, y aun reduciendo esta suma según los otros dos cálculos mas bajos, de los 3,000 y 16,000 telares de seda, siempre tendremos una población de 245,000. Pero según el censo de 1530, Sevilla contaba en sus muros 6,634 vecinos pecheros, que á razón de cinco personas por hogar, dan 33,170, y añadiendo 2,229 viudas, 66 menores, 74 pobres y 79 exentos, componen un total de 35,648 individuos. En 1594, fecha notable por ser la de la supuesta decadencia de nuestra industria, Sevilla tenia 18,000 vecinos, ó séase 90,000 almas, las mismas que tenia en 1646, todo lo cual demuestra que la época mas próspera de aquella población, fué la de su monopolio con las Indias. Pero en esta, poca ó ninguna debia ser su industria en sedas cuando no hace mención de ella el atento y observador Andrés Navajero, en su correspondencia con su amigo Ramusio, en la cual, que tuvo lugar por los años de 1525, le da cuenta y le hace una descripción minuciosa de todas las peculiaridades y producciones de la capital de Andalucía, sin mencionar la mas leve indicación de aquel género de industria.
Lo mismo puede decirse de Burgos. En el Apéndice ya citado se habla de un memorial presentado por Diego Megía de las Higueras, en que se lamenta de la decadencia de aquella ciudad, reducida á 600 vecinos, demás de 6,000 que tenia, sin los transeúntes y advenedizos. Es cierto que Burgos empezó á declinar desde que dejó de ser corte; pero ya se sabe lo que atrae la corte en torno de los focos del poder y del influjo; cortesanos, empleados, pretendientes y aventureros, gente improductiva, que no aumenta la mas pequeña cantidad á la riqueza pública. En 1530 tenia 2,214 vecinos; en 1589, tenia 2,665, y 1,881 en 1694. Hoy está calculado su vecindario en cerca de 4,000, de donde se deduce, en lugar de disminución, un considerable aumento en los tiempos modernos, aun con respecto á la época en que era la capital de la monarquía.
Con la misma autoridad de Megía de las Higueras, se habla de los 6,000 comerciantes, 20,000 telares y 600 buques que enriquecían á San Lucar de Barrameda, para venir á parar en 3,000 habitantes desnudos y hambrientos. Por este cálculo, San Lucar no podia bajar de 200,000 habitantes en los tiempos de aquella colosal prosperidad. Hoy su población se calcula en 18,000 personas no desnudas y hambrientas, sino bien mantenidas con el tráfico de los escelentes vinos que su magnífico terreno produce.
De Toledo escribía Damián de Olivares, comparando aquella ciudad á una piña de oro, que solo en la parroquia de San Miguel había 698 vecinos, todos maestros de oficios, y á pocos años quedó reducida aquella población á 289, entre ellos 133 viudas, y faltando de toda la ciudad 38,484 operarios, que murieron en consecuencia de la introducción de mercancías estrangeras, enfermedad por cierto que no se halla clasificada en ningún libro de medicina. Escribía este autor por los años de 1620, y hablando de aquella catástrofe como de una cosa recientemente ocurrida, no se concibe cómo en tan breve tiempo pudo hacer la nueva peste tan horrorosos estragos. No hay duda que la población de Toledo en 1571 pasaba de 10,000 vecinos; pero es conocido el motivo. Era entonces la residencia de la corte, que no se fijó en Madrid hasta el año de 1607, y por tanto, á medida que fué creciendo esta población, debieron disminuir las de Toledo y Valladolid. Campomanes cita el Socorro del clero al Estado, que á principios del reinado de Felipe IV escribió Fr. Angel Martinez, obispo de Badajoz, en el que atribuye la despoblación de Burgos y otras ciudades á la multitud de conventos y adquisiciones de manos muertas, que según sus cálculos habían ya, por los años de 1624, época en que escribía, tresdoblado los conventos, y disminuido nada menos que en siete décimas partes de cincuenta años á aquella fecha, el vecindario de muchas ciudades antes populosas. Estas quejas sobre el abuso de conventos y de amortización eclesiástica, venían reproduciéndose desde el reinado de Felipe II por muchos sabios y piadosos varones. Jovellanos, refiriéndose á esta cita de Campomanes, pregunta en su Informe sobre ley Agraria: «¿Qué es lo que ha quedado de aquella antigua gloria, sino es los esqueletos de sus ciudades antes populosas y llenas de fabricas y talleres, de almacenes y tiendas, y hoy solo pobladas de iglesias, conventos y hospitales, que sobreviven á la miseria que han causado?» En ninguna parte se nota mas la justicia de estas quejas que en Toledo,
Lo mismo puede decirse de Burgos. En el Apéndice ya citado se habla de un memorial presentado por Diego Megía de las Higueras, en que se lamenta de la decadencia de aquella ciudad, reducida á 600 vecinos, demás de 6,000 que tenia, sin los transeúntes y advenedizos. Es cierto que Burgos empezó á declinar desde que dejó de ser corte; pero ya se sabe lo que atrae la corte en torno de los focos del poder y del influjo; cortesanos, empleados, pretendientes y aventureros, gente improductiva, que no aumenta la mas pequeña cantidad á la riqueza pública. En 1530 tenia 2,214 vecinos; en 1589, tenia 2,665, y 1,881 en 1694. Hoy está calculado su vecindario en cerca de 4,000, de donde se deduce, en lugar de disminución, un considerable aumento en los tiempos modernos, aun con respecto á la época en que era la capital de la monarquía.
Con la misma autoridad de Megía de las Higueras, se habla de los 6,000 comerciantes, 20,000 telares y 600 buques que enriquecían á San Lucar de Barrameda, para venir á parar en 3,000 habitantes desnudos y hambrientos. Por este cálculo, San Lucar no podia bajar de 200,000 habitantes en los tiempos de aquella colosal prosperidad. Hoy su población se calcula en 18,000 personas no desnudas y hambrientas, sino bien mantenidas con el tráfico de los escelentes vinos que su magnífico terreno produce.
De Toledo escribía Damián de Olivares, comparando aquella ciudad á una piña de oro, que solo en la parroquia de San Miguel había 698 vecinos, todos maestros de oficios, y á pocos años quedó reducida aquella población á 289, entre ellos 133 viudas, y faltando de toda la ciudad 38,484 operarios, que murieron en consecuencia de la introducción de mercancías estrangeras, enfermedad por cierto que no se halla clasificada en ningún libro de medicina. Escribía este autor por los años de 1620, y hablando de aquella catástrofe como de una cosa recientemente ocurrida, no se concibe cómo en tan breve tiempo pudo hacer la nueva peste tan horrorosos estragos. No hay duda que la población de Toledo en 1571 pasaba de 10,000 vecinos; pero es conocido el motivo. Era entonces la residencia de la corte, que no se fijó en Madrid hasta el año de 1607, y por tanto, á medida que fué creciendo esta población, debieron disminuir las de Toledo y Valladolid. Campomanes cita el Socorro del clero al Estado, que á principios del reinado de Felipe IV escribió Fr. Angel Martinez, obispo de Badajoz, en el que atribuye la despoblación de Burgos y otras ciudades á la multitud de conventos y adquisiciones de manos muertas, que según sus cálculos habían ya, por los años de 1624, época en que escribía, tresdoblado los conventos, y disminuido nada menos que en siete décimas partes de cincuenta años á aquella fecha, el vecindario de muchas ciudades antes populosas. Estas quejas sobre el abuso de conventos y de amortización eclesiástica, venían reproduciéndose desde el reinado de Felipe II por muchos sabios y piadosos varones. Jovellanos, refiriéndose á esta cita de Campomanes, pregunta en su Informe sobre ley Agraria: «¿Qué es lo que ha quedado de aquella antigua gloria, sino es los esqueletos de sus ciudades antes populosas y llenas de fabricas y talleres, de almacenes y tiendas, y hoy solo pobladas de iglesias, conventos y hospitales, que sobreviven á la miseria que han causado?» En ninguna parte se nota mas la justicia de estas quejas que en Toledo,
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