sábado, diciembre 09, 2006

El Cristo de Altube


Desde hace muchos años he tenido una costumbre, que aún hoy día la mantengo, de recortar alguna noticia que me ha llamado la atención en la prensa escrita. El recorte, tras leerlo, suelo guardarlo en algún libro que aborde el tema tratado, otras veces lo he guardado en alguna carpeta y en otras, simplemente al cabo de tiempo, ha ido a la basura. Hace unos días, estando en la casa de mis padres encontré una de estas carpetas llena de estos trozos de periódico. Entre uno de ellos apareció éste que pongo más abajo.
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DIARIO VASCO 29-VII-1980
Fruto de la sensibilidad de un vecino de Rentería
Cristo de gran valor, rescatado entre las ruinas de un molino

No considero novedoso, afirmar que la villa de Rentería goza de mala prensa, o expresado de forma suave, que Errenderi últimamente aparece en los papeles unas pocas ve­ces para dar cuenta de alguna actividad cultural como Muni­kaste o la exposición de etnografía y otras muchas, con la reseña de manifestaciones, algaradas, barricadas y situaciones de violencia.
Deseo con este reportaje, contribuir a cambiar la deterio­rada imagen de este vapuleado pueblo guipuzcoano, donde numerosos ciudadanos me honran con su amistad y hospitali­dad.
Lo voy a hacer con una noticia de pequeña monta, nada espectacular, pero a todas luces positiva, ya que demuestra que en este mundo, contracultural y destructivo, todavía exis­ten ciudadanos amables (el odio jamás construyó nada) sensi­bilizados por el arte y fieles a las creencias supraterrenales.
Una llamada
Inesperadamente, me llamaron de Errenderi para que en la pri­mera oportunidad pasase por el domicilio de un lector y por lo tanto amigo, aunque desco­nocido o quizá desdibujado con el paso de los años.
Al otro lado del hilo telefó­nico, era Juan Mari Altube, me­cánico de profesión, quien de­seaba mostrarme un Cristo res­catado por él mismo, de entre los cascotes y ruinas de un viejo molino ubicado en el cer­cano y precioso valle de Oyar­zun.
Por supuesto, la talla se en­contraba muy estropeada por el paso del tiempo y su permanen­cia a la intemperie, aunque me­nos de lo que a primera vista se esperaba.
Las sucesivas capas de pin­tura dadas al icono con mas buena voluntad que acierto salvaron su policromía original, retundida por el concienzudo y veterano restaurador donostiarra don Pepe Corandio.
El Cristo de Altube
Me permito bautizar esta talla errenderitar con el nombre de Cristo de Altube aunque tam­bién pudiera denominarse Cristo de Iztieta, populosa barriada donde se venera en privado.
A mi modesto entender, es una auténtica obra de arte co­rrespondiente a la segunda mi­tad del siglo XVI, que en imagi­nería y arquitectura religiosa, fue la centuria privilegiada de Guipúzcoa.
Cristo musculoso, de fuerte complexión, un tanto miguelangelesco, siguiendo el gusto ro­manista del momento. Por el ensortijado del cabello, el trata­miento de su poblada barba ne­gra, la finura de la nariz y ras­gos faciales, aventuraría que, este Cristo (de los catalogados de sacristía) es obra menor del inmortal imaginero azpeitiano Joanes de Anchieta o en su de­fecto, tallado en su propio taller por alguno de sus aventajados discípulos.
De unos noventa centímetros, guarda similitud con el famoso Cristo venerado en un retablo lateral de la catedral de Pam­plona
Centro del hogar
Esta obra de arte creada hace 400 años, es la pieza más pre­ciada, el epicentro de la vida fa­miliar de los Altube, dominando desde su preferente rincón la pequeña vivienda del descubri­dor.
Juan Mari, ha tenido ocasio­nes para vender el icono a co­leccionistas extranjeros, pero no hay cuidado de que caiga en esa trampa. Se siente orgulloso de su Cristo, como obra de arte y por lo que representa para un creyente.
En ocasión de haberse fugado de su cautiverio el canario de casa que demoró en varios días su aventura, el matrimonio Al­tube encontró a su pequeña hija postrada de rodillas ante el crucificado invocándole cando­rosa:
—¡Sálvale a Kikin! —
Y Kikin, sano y cantarín, re­gresó a la jaula de sus alpistes.
Enseña que algo queda
Juan Mari, cursó bachillerato hace una treintena de años en el colegio navarro de Lekaroz, donde tuvo un profesor capu­chino llamado Padre Crisanto, que impartía nociones de arte, llevándoles en alguna ocasión a Madrid y Toledo a conocer mu­seos.
Aquella semilla, germinó en Altube que, desde entonces, vive sensibilizado para todo ese mundo tan sugestivo, culto y bello, cual es el mundo del arte.
El ex-alumno de Lekaroz, úni­camente cederá el Cristo el feliz día que Rentería disponga de un museo local.
Mientras tanto, lo venerará en la paz e intimidad de su casa.
Iñaki LINAZASORO