sábado, octubre 29, 2011

Viage ilustrado (Pág. 597)

— Luego lo sabréis; por el momento lo que importa es que tengais entendido que la condesa ama aun á Sancho Sanchez.
— Me lo he figurado, replicó el de Arévelo, caprichos de chiquilla que el tiempo curará. Ademas el page está muy distante...
— Os equivocáis; Sancho está en el castillo y habla todas las noches con Leonor
— Mira lo que dices, villano. Necesito pruebas para creerte, ó de lo contrario...
— ¿Os bastará el mismo page?
— Me basta.
— ¿Cómo lo queréis? ¿muerto ó vivo?
— Muerto... no; vivo.
— Mañana lo tendréis.
— ¿Qué recompensa por ese servicio?
— Ninguna.
— ¿Pues que te obliga á prestarlo?
— El deseo de vengarme. Soy Martino Fernandez, el...
— Te comprendo: hasta mañana.
— Hasta mañana.
Serian las seis de la tarde del siguiente dia de la escena que acabamos de referir, cuando Leonor, que se entretenía en coger flores en su jardín, se halló casi sorprendida por el duque de Arévalo, á quien creía en compañía de su abuelo, que habia ido á una de sus heredades contiguas.
— No imaginaba que estuvieseis en el castillo, dijo la joven con naturalidad, y casi me habéis asustado.
— He dejado marchar solo al conde porque deseo hablaros otra vez; ayer me tratasteis cruelmente.
— No tal; os dije lo que siento, porque creo que es mejor ahora un desengaño que un engaño luego.
— Sois discreta en demasía y me haréis perder el juicio de amor.
— Lástima en verdad que esté tan mal empleado.
— Yo espero, sin embargo, que se han de mitigar vuestros rigores, gracias á cierto talisman...
— ¡Creéis en brujerías! .. Por Dios, tio, que no lo hubiera imaginado...
— Os lo voy á enseñar para que no dudéis de su eficacia.
Durante esta conversación, el tio y la sobrina habían seguido una calle de olmos opaca y sombría, á cuyo estremo habia una especie de pabellón del gusto de la época, pero entonces sin uso por hallarse deteriorado. Al concluir la última palabra estaban frente á la puerta del pabellón; el duque hizo una señal, la puerta se abrió, y Leonor dio un grito de espanto. Dentro del pabellón estaba Sancho Sanchez amarrado á un taburete, y Martino con un puñal levantado comenzaba á hundírselo en el pecho. La condesa volvió la vista alrededor de sí y vio que, sin duda por efecto de las disposiciones tomadas por el duque, se hablaba sola con él, su amante y el asesino. Todo esto pasó con la rapidez del relámpago. El de Arévalo cambiando bruscamente de tono y de modales...
— Ya veis, dijo á la condesa, mi talisman. O el consentimiento para la boda ó Sancho muere ahora mismo.
Leonor se quedó inmóvil sin pronunciar una palabra.
— ¡Martino! gritó el duque; ejecuta mis órdenes.
Martino levantó el brazo para herir.
— ¡Piedad! murmuró el page.
—Matadme á mí, esclamó Leonor arrojándose á los pies de su tio.
—A vos no, á aquel villano...
— ¡A ninguno! gritó una voz de trueno á espaldas de Leonor.
Era la del conde, y su nieta corrió á echarse en sus brazos.
— ¿Con qué derecho, prosiguió el de Benavente, os permitís semejantes demasías en mi propio castillo, señor duque de Arévalo?
— Ha sido una chanza, señor, para obligar á vuestra nieta á que consienta en darme la mano. Vos mismo aprobáis este enlace...
— Pero desapruebo los medios que empleáis para realizarlo, y aunque viejo y achacoso no estoy dispuesto á consentir que nadie me ultrage. Salid al punto de mi casa para no volver á ella mas, mientras yo viva.
— Obedezco por que no estáis en edad de que midamos nuestras armas; pero confio en que pronto he de volver al castillo.
El de Arévalo se retiró en efecto, y tres dias después murió el conde de Benavente, según unos, á consecuencia del sofoco, y por efecto de sus muchos años y achaques; según otros en virtud de unas yerbas preparadas de intento por cierto judío. De cualquiera manera que fuese, este acontecimiento puso á Leonor enteramente á merced del duque. El hijo mayor del conde, y heredero de su título, se hallaba ocupado en la guerra, y en tanto que venia, el de Arévalo, como pariente mas cercano, se hizo cargo de los bienes del conde y de la tutela de su nieta, mediante también disposición testamentaria de la madre de Leonor, que, preveyendo, sin duda, que el de Benavente no podía vivir mucho, encargaba que á su muerte, pasase la tutela á su hermano.
Escusado es decir, que dueño del campo, el duque insistiría en sus pretensiones, no ya tanto por amor á la joven, como por satisfacer su orgullo ofendido. Leonor comprendió que toda lucha era inútil, y se resignó al sacrificio, poniendo por única condición que no se hiciese daño alguno á Sancho Sanchez. Cumplido el luto se celebraron las bodas tan tristemente, que no parecia sino que se verificaba un entierro. Durante algunos meses, el duque se mostró obsequioso con su esposa, y esta parecia conforme con su suerte; solo se notaba en ella una palidez mortal y una tristeza reprimida, cuyo origen era sin duda la ignorancia en que estaba de la suerte que había cabido á su amante, de quien nada supo después de la escena del pabellón.
Martino habia entrado al servicio del de Arévalo, y era su criado y confidente favorito, circunstancia que no contribuía poco á mortificar á Leonor, que lo aborrecía de muerte, pero procuraba disimular para no dar motivo de queja á su marido. En una breve ausencia que éste hizo, Martino, que habia quedado como siempre, encargado de su custodia, y que alentado por la protección del duque, se permitía libertades muy agenas á sus obligaciones de criado, entró una tarde sin anunciarse en la estancia de la duquesa. Estaba esta sola sentada en un sillón contemplando las nubes que se apiñaban sobre el horizonte, cargadas de agua, con los ojos preñados de lágrimas, y no pudo menos de indignarse por el atrevimiento de su escudero. Iba á reprenderle agriamente, pero éste la previno diciéndole con tono humilde:


lunes, octubre 24, 2011

Viage ilustrado (Pág. 596)

— Es que yo quisiera que fuese hoy mismo.
— Sea como tú lo quieres Y dio la orden para despedir al criado.
— Sois un ángel, murmuró el muchacho cayendo á sus pies, y besando la punta de la cola de su vestido. Al siguiente dia Sancho Sanchez era el page mas lindo de Castilla, y en el palacio no se hablaba mas que de la súbita trasformacion del chico de la caballeriza. Los demás pages envidiosos de su repentina elevación, dieron en insultarle hasta el estremo de tirarle piedras ó hacerle mal cuando pasaba por su lado; pero todos fueron despedidos sucesivamente, en castigo de estas demasías. La joven condesita lo había tomado bajo su protección, y llegó bien pronto á ser tan respetado como si perteneciera á la ilustre familia de los Pimentel.
En breves dias se habituó Leonor de tal modo á jugar en el jardín con su pobre page, que el conde gozaba al verla tan contenta, cuando antes siempre estaba triste y taciturna. La compasión y la gratitud dicen que son dos virtudes precursoras del amor: si esto no es siempre cierto, en la ocasión actual al menos se cumplió puntualmente. A medida que fueron creciendo en edad, Sancho amó á Leonor, y ésta se enamoró de su page. Pero su amor inocente y puro como sus almas, fué un secreto para todos, y aun para ellos mismos, hasta que una circunstancia imprevista vino á revelárselo.
Habia cumplido Leonor diez y seis años, cuando el duque de Arévalo, hermano de su madre, y por consiguiente tio carnal suyo, pidió al conde su mano, que este le otorgó sin vacilar y sin imaginarse siquiera, que por parte de la joven hubiese la menor resistencia. — Tengo que darte una buena noticia, hija mia, le dijo el anciano El duque de Arévalo se quiere casar contigo, y yo, que apruebo este enlace como útil á la familia y conveniente para tí, he dado mi consentimiento.
Leonor se quedó inmóvil y como herida de un rayo.
— ¿No me contestas? prosiguió el conde todavia sin sospechar la causa del silencio. Tu tio es aun bastante joven, y ocupa en la corte una posición brillante; te llevará en su compañía...
— Padre, eso no puede ser; yo no me puedo casar con el duque.
— ¡Que no puedes casarle con el duque! ¿y por qué causa? preguntó el conde sorprendido.
— Porque á quien amo es á mi page Sancho Sanchez, y no quiero separarme de él, replicó la joven con el mayor candor.
El conde soltó una carcajada.
— ¿De qué os reis, señor, con tantas ganas? preguntó el de Arévalo que entraba al mismo tiempo en la estancia.
— De una ocurrencia donosa de Leonor. Acabo de anunciarle vuestro proyecto de matrimonio, y me dice con toda formalidad que no puede ser vuestra esposa, porque ama á su page Sancho.
— ¿Al que fué criado de los mozos de cuadra?... dijo el duque con aire burlón.
— Al mismo, amigo mio, al que dio de latigazos Martino.
Y ambos á dos, el conde y el duque, se dieron á reir de todas veras. Leonor humillada y herida en lo mas vivo de su corazón, se retiró sin hablar ni una sola palabra, y se encerró en su cuarto.
Al dia siguiente el page Sancho habia sido despedido del castillo, y la condesita sin manifestar ni pena ni estrañeza por este incidente, y como si nada hubiera ocurrido se entregó á sus tareas y diversiones ordinarias. Una semana después nadie se acordaba ya de Sancho Sanchez, inclusos el abuelo y el tio de Leonor, que atendidos los pocos años de esta, supusieron que lo del pase habia sido un capricho infantil tan pronto olvidado como combatido. No era asi sin embargo: Sancho no habia marchado, sino que permanecía oculto en el castillo bajo la protección de una de las criadas de la joven, y de su padre, escudero y servidor antiquísimo de los condes. Todas los noches se hablaban los dos amantes por la ventana de la habitación de Leonor, que daba al jardín; pero como la distancia era mucha, sus coloquios no podían ser demasiado largos. La condesa procuraba en ellos fortalecer el amor de Sancho, asegurándole que no daria su mano al duque, y prometiéndose mucho del cariño que el conde la profesaba. Asi pasaron dos meses; al cabo de este tiempo el de Arévalo, que no habia vuelto á hablar de sus proyectos de boda, desde la escena ocurrida en la estancia del conde que produjo la despedida del page, se acercó una tarde á Leonor y en tono cariñoso la dijo, que habiéndose recibido ya las dispensas, de acuerdo con su abuelo habían fijado el domingo inmediato para celebrar el casamiento.
— Siento, dijo Leonor, con una serenidad y una firmeza increíble en su edad, que os hayáis tomado semejante trabajo sin consultarme, porque os advierto, tio, que ha sido un trabajo inútil.
— ¡Inútil!... ¿Con que rehusáis mi mano?
— La rehuso.
— Es decir que me aborrecéis.
— No tal; os estimo como á un pariente, pero no os amo.
— Me amareis cuando seáis mi esposa; el tiempo, el trato, mi cariño...
— ¡Imposible! eso no puede ser...
— ¿Será que todavía conserváis en la memoria al page?...
— ¿Y qué os importa en último estremo que sea eso ú otra cosa cualquiera? Con saber que no os amo y que no seré vuestra esposa nunca, tenéis bastante.
— ¡ Nunca!... ¡Mirad bien lo que decís!
— Ya está dicho: nunca, primero el convento; antes la muerte.
El duque hizo un movimiento de despecho y se alejó sin hablar una palabra. Al entrar en su cuarto el criado le dijo que un hombre pobremente vestido, y al parecer disfrazado, lo habia ido á buscar dos veces porque tenia mucho interés en hablarle.
— Que venga ese hombre, contestó el duque de mal humor.
El hombre se presentó envuelto en una larga capa y cubierto con un sombrero de alas enormes.
— ¿Qué me queréis decir? preguntó con tono altanero el de Arévalo.
— Necesito hablaros á solas.
— Despejad, dijo el duque.
Los criados se retiraron, y el desconocido entonces se descubrió.
— Vos, señor duque, dijo, queréis casaros con Leonor y ella no quiere ser vuestra esposa... Yo tengo en mi mano el medio de hacerla consentir.
— ¡Tú! ¿Y quién eres?... ¿Qué interés te mueve á tomar parte en este asunto?

miércoles, octubre 19, 2011

Viage ilustrado (Pág. 595)

rescos y salvages paisages del Cebrero, y en fin, la célebre Lucus-Augusta, la Lugo de hoy, que aun ostenta como vivos recuerdos de sus grandezas pasadas, sus fuertes murallas de la época de Augusto, y su bella catedral, en la que, desde el tiempo en que era corte de los reyes suevos, está el Sacramento de manifiesto noche y día. Aun después de la Gudiña se encuentran las aldeas de Cañizo, Pereiro, Villa–Vieja y la Canda, pertenecientes todas á Galicia. Poco después de la salida de esta última, se sube la porcilla ó monte del mismo nombre, en cuya cumbre está el mojón que señala los lindes de los dos antiguos y celebrados reinos, de Galicia y de Leon.
Conforme al plan que nos hemos propuesto de recorrer á España según su antigua division en reinos para dar á nuestro viage cierta unidad histórica, desde la Puebla de Sanabria, plaza de armas fronteriza á Portugal, pasaremos á Benavente, villa antigua y en buena posición, que conserva vestigios de un castillo feudal de sus condes, completamente arruinado por un incendio en la guerra de la independencia.
Un escritor ha dicho que si los sótanos hablaran se podria exhumar una galería de mártires, y asi es la verdad; pero de cuantos sucesos se cuentan mas ó menos ciertos, mas ó menos vecosímiles, ninguno iguala al que vamos á referir. El año 1458, reinando en Castilla Enrique IV, era conde de Benavente don Rodrigo Alonso Pimentel, anciano ya y achacoso, pero tan bueno y afable que por donde quiera que iba todos le saludaban como á su bienhechor, porque el conde, contra la costumbre de aquella época, era mas bien el padre que el señor de sus vasallos.
En una de las mas alegres tardes de primavera del año que queda citado, y pocas horas antes de oscurecer, el conde se hallaba sentado en un primoroso sillón de terciopelo recamado de oro, hablando con una hermosa niña de cabellos y ojos negros que lo escuchaba estática desde el cogin en que yacia á sus pies. Contábale el buen conde las glorias de su familia y las victorias que habían alcanzado contra los moros, con toda la naturalidad de su alma bondadosa, y referíala con cierto orgullo cuándo y de qué modo tomó juramento á don Juan II de Castilla; cómo ajustó la paz entre este rey y el de Portugal, don Alonso V el Africano; cómo trajo de aquel reino á la infanta doña Blanca para casarla con el rey Enrique IV; cuánto tiempo fué embajador de don Juan II en la córte de Carlos VI de Francia, y otras mil cosas por el estilo, que aunque no todas comprensibles para la niña, la tenían de tal modo absorta y distraída, que no oyó como su abuelo, porque el conde era abuelo suyo, los desaforados gritos quedaban en el patio del castillo.
— ¿A dónde vas, dijo la joven á don Rodrigo, viendo que éste se alzaba trabajosamente de su sillón?
— ¿No escuchas esos gritos y esa algazara?... Voy á ver la causa que los produce, la replicó andando apresuradamente.
Leonor le siguió. Al asomarse á la ventana hallaron que toda la bulla provenía de los golpes que daban á un pobre chico á quien rodeaba una turba de palafreneros y mozos de cuadra que se reian de los gestos y lamentos que le arrancaba el dolor producido por los latigazos.
—¿Qué hacéis á ese infeliz, Martino? gritó el conde con voz colérica.
Entonces todos se volvieron á la ventana, se descubrieron con respeto y Martino, que era el que azotaba al joven, respondió humildemente :
—Señor, le estoy dando una felpa por abandonado. Lo mantenemos para que lleve los caballos á beber al rio todos los días á las doce, y el bribonzuelo, después de almorzar bien esta mañana no ha parecido hasta ahora á cumplir con su obligación.
El pobre chico, como de unos trece años de edad, tendido en el suelo por los golpes que le sacudieran y sin dejar de sollozar, alzo sus ojos á la ventana, y con una espresion tan suplicante, que conmovió á la pobre niña.
— Tengo á mi madre enferma, dijo, y el llanto ahogó de nuevo su voz.
— Dejarle, gritó Leonor.
— Dejarle, repitió el conde y cuidado que semejantes escenas se reproduzcan en mi casa.
A este mandato todos se separaron y quedó solo el joven regando el suelo con sus lágrimas.
— Padre, dijo la niña, manda subir á ese infeliz.
— ¿Y para qué, querida mía?
— Porque me da mucha lastima.
— Mejor será que le echemos algunas monedas…
— Eso no basta, padre mio, para consolarlo; yo quiero hacer algo por él… ¡Pobrecillo, castigarlo tan cruelmente por una falta tan leve, y cuando la ha cometido por asistir á su madre!...
— Hágase, pues, tu voluntad, replicó el anciano; yo no quiero tampoco contrariar tus buenas inclinaciones. Y mandó subir al chico.
Cuando éste se presentó en la lujosa cámara, aun iba enjugándose las lágrimas. Era hermoso: cabellos rubios ensortijados naturalmente, cutis blanquísimo, ojos azules y megillas de rosa. A pesar de su pobre trage hecho girones y manchado, y á pesar de sus ojos enrojecidos, y su rostro descompuesto, el joven interesó tanto á Leonor, que se le acercó visiblemente afligida.
— ¿Cómo te llamas? le preguntó.
— Sancho Sanchez, tartamudeó el joven asombrado de verse en una sala tan ricamente adornada y delante del poderoso conde.
Pues bien, Sancho Sanchez, desde hoy eres mi page, dijo la niña.
— ¿Cómo tu pase? repuso el anciano.
— Mi page, padre mio, si tu lo permites.
El anciano que adoraba á su nieta, y que solamente deseaba darla gusto, se encogió de hombres significando con un gesto su asentimiento, y el chico se estremeció al aspecto de tanta dicha.
— Y no es este solo el favor que tengo que pedirte, añadió Leonor, dirigiéndose á su abuelo: quiero que ahora mismo des la orden para que despidan á Martino.
— ¡Muchacha!... ¿estás loca? dijo el anciano con tono bondadoso... Martino es un buen servidor.
— No puede ser bueno quien se complace en hacer daño á los demás. ¿No veías aquella risa infernal con que contestaba á los lamentos de esta pobre criatura?... ¡Oh! Martino tiene por fuerza un corazón de hiena, y no debes conservar ese hombre á tu servicio, ¡tú que eres tan bueno y tan bondadoso!... Si no lo quieres despedir mándalo á alguna de tus tierras donde yo no lo vea, porque su presencia me hace mucho daño.
— Se despedirá á Martino, dijo el conde como convencido y sin manifestar el menor interés en conservar en su casa al palafrenero.

viernes, octubre 14, 2011

Viage ilustrado (Pág. 594)

puesto por los griegos, tiene un recuerdo histórico muy notable, que deberemos consignar. El año 619 de Roma (antes de Cristo 132), Junio Bruto, con objeto de terminar la conquista de Galicia, salió de Braga al frente de sus legiones. Al llegar á la ribera de este rio, sus soldados, que tenían muy presente el rio Lethes que rodeaba los Campos Elíseos, sobrecogidos de un terror pánico, se detuvieron rehusando pasarlo creyendo perder la vida, ó al menos la memoria, si lo verificaban. En este momento, Junio Bruto, qué comprendió la causa de tan repentino desaliento, cogió el águila de una legion, se arrojó al rio, llegó á la opuesta ribera, y desde alli llamó a sus soldados, haciéndoles ver lo pueril de sus temores, pues él no perdiera ni la vida ni la memoria, pues no se olvidaba de sus legiones. Asi logró que estas le siguiesen sin repugnancia. También no muy lejos de este rio está el monte llamado Cabeza de Medo (1), al que se refugiaron los gallegos perseguidos por los generales romanos Cajo Antistio y Publio Firmicio. No podiendo estos arrancarlos de aquellas fragosidades, cercaron el monte con un ancho foso de quince millas de circuito, y los valerosos galaicos prefirieron, antes que rendirse, darse la muerte unos á otros, ya con el hierro, ya con el veneno sacado del tejo.
Guinzo de Limia, capital del valle de este nombre, dista dos leguas de Allariz, y cinco de Orense Se compone de mas de doscientas casas, tiene una parroquia con la advocación de Santa Marina, y dos ermitas. Es cabeza de ayuntamiento y partido judicial, y tiene 1,065 habitantes. Ocupa esta villa el lugar que una antigua ciudad llamada Antioquía, patria que fué de Santa Marina, que nació el año ciento veinte y tres de Cristo. Su padre era Teudio, gobernador, según dicen, de este pais, en tiempo que imperaba en Roma el español Adriano. Sucedió á Teudio un tirano llamado Olibrio, que hizo martirizar á Marina en la fortaleza de Armea, cuyos vestigios aun se descubren en el valle de Rabeda, no lejos de Guinzo. También estaba cercana á esta población la antigua ciudad de Lemis ó de los Limicos, habiéndose descubierto algunas lápidas con inscripciones y otros vestigios. Tan cierto es lo que ya repetimos otras veces, que en Asturias y Galicia no puede darse un paso sin tropezar con un recuerdo histórico ó un monumento de la antigüedad.
Siguiendo la carretera de Castilla se encuentra el valle de Monterey, muy celebrado por su fertilidad y escelentes vinos, y que ocupa la parte meridional de la provincia en el confin con Portugal Está regado por el rio Tamaga, y se divide en dos partes denominadas valle alto y valle bajo. La primera tiene once parroquias, y la segunda doce. Aunque el pueblo de Verin, situado á diez leguas de Orense, capital del partido judicial de su nombre, ofrece mas comodidades á los viajeros que Monterey. El origen de la villa es desconocido y olvidado por su mucha antigüedad. Alfonso VII, llamado el emperador, la repobló en 1150, imponiéndola la denominación que conserva, aludiendo á su situación montuosa. Pedro el Cruel llegó á Monterey en 1365, cuando desairado por el rey de Portugal, á quien fuera á pedir auxilios contra su hermano Enrique, se entró en Galicia. Aqui se le reunieron don Fernando de Castro y otros caballeros poderosos del pais, aconsejándole probase fortuna con las armas, para lo que le ofrecieron quinientos ginetes y dos mil peones: mas don Pedro prefirió trasladarse á Inglaterra, embarcándose en la Coruña. A su paso por Santiago fué cuando hizo justicia á los caballeros Turrichaos, permitiéndoles diesen muerte á su enemigo el arzobispo don Suero, como referimos en otro lugar. En 1391, don Alonso, conde de Gijon, hizo conducir á Monterrey al arzobispo de Toledo, á quien tenia preso, encomendando su custodia al maestre de Santiago. El rey don Enrique IV concedió esta villa y su territorio con título de condado á don Sancho Sanchez de Ulloa, y á su muger doña Teresa de Zúñiga y Viedma, que ya poseian el señorio de la villa. El actual conde de Monterey es el duque de Alba. Compónese la población de cincuenta y seis casas, entre las que se cuenta el antiguo palacio de sus condes, con un alto terreon con almenas y ladroneras, la municipal, la cárcel y un hospital de peregrinos fundado por los condes. La iglesia parroquial esta dedicada á Santa María de Gracia. Hubo también un convento de franciscanos, y hasta hace muy pocos años Monterey estuvo considerada como plaza fuerte, y tenia gobernador de la clase de capitán. Haciia frente á la plaza portuguesa de Chaves. Celebra una feria el 16 de cada mes, y contiene 244 habitantes. Desde Monterey el pais va á cada paso perdiendo en fertilidad y belleza; en el Campo de Becerros, aldea que dista tres leguas de Monterey, ya no se ve sino un terreno escabroso, estéril, despojado de árboles, de rios y de poesía. Gudiña se compone de sesenta y cuatro casas que forman una sola calle, de la que una acera pertenece al obispado de Orense, y la otra al de Astorga, y hay por consiguiente, dos iglesias parroquiales ademas de una ermita, es capital de un ayuntamiento, y tiene, por consiguiente, casa municipal y cárcel. En cuanto á etimología, historia, recuerdos, etc., este pueblo es poco antiguo; su origen habia sido una venta ó taberna, edificada por una muger llamada de sobrenombre la Agudiña (como si dijéramos en castellano perspicaz, ingeniosa y discreta), la que lo comunicó primero á la venta que fundara, y luego á la reunion de casucas que se fueron edificando. Armonizan en la Gudiña su estéril y pedregosa campiña, la fealdad de sus pobres chozas, y lo humilde y plebeyo de sus anales. Ha sido patria de un grande hombre, de un héroe cristiano, de San Sebastián Aparicio, en fin. Nos dirigiremos ahora á los renombrados codos de Lorouco, restos de una via militar trazada en tiempo de Trajano, y que tienen por objeto hacer menos sensible la aspereza del monte del mismo nombre (2) y que aun están en uso; el famoso Monte–Furado, especie de Tunnel ó canal subterráneo (3), obra atrevida del mismo emperador, para dar, como dio, un nuevo cauce al Sil, y descubrir por este medio el criadero del oro que en tanta abundancia arrastran aun sus aguas, como el Pactolo de la fábula; el fértil y riquísimo valle de Valdorras, celebre, no solo por sus esquisitos vinos, sino por sus minas de oro esplotadas por los romanos, que le dieron el nombre de Villa–Aurea; los pinto–

(1) Llamábanle los romanos Medulius–Mons. Su cima está siempre cubierta de nieve.
(2) Llamáse en tiempo de los romanos Ladicus Mons.
(3) Tiene este canal 450 varas de longitud, 18 en su menor latitud, y 12 de altura. El Sil lo recorre silenciosamente. Aun arrastra este célebre rio granos de finísimo oro en abundancia, y es inmenso el valor de los que se encuentran mezclados en la arena. Sobre este monte perforado pasan tres caminos.

martes, octubre 11, 2011

Viage ilustrado (Pág. 593)



Parroquia de la Trinidad de Orense


ocupa parte del antiguo colegio de los jesuítas, y tiene una biblioteca regular y museo de pinturas. El teatro es bastante bonito y de propiedad particular. Los paseos como es de suponer, en una tan deliciosa campiña, son amenos y agradables, pero la mano del hombre nada hizo para completar la obra de la naturaleza y están muy descuidados. La población de la ciudad sube á 4,840 almas. Como capital de su provincia es residencia de todas las autoridades y sus respectivas oficinas. El obispado comprende seiscientas treinta y nueve feligresías, y el partido judicial noventa y tres, distribuidas en once ayuntamientos. La ciudad celebra un mercado los jueves y feria el 7 de cada mes.
Después de andar tres leguas y pasar por las aldeas de Sejalbo, Calvos y Taboadela, en que nada hay de particular, se llega á la villa de Allariz. Es esta una villa notable por todos conceptos. Situada á la orilla del Artoya, ocupa el solar de la antiquísima ciudad de Araduca, y en 1663 se encontró en ella un sepulcro con inscripción muy estraña; que el P. M. Gándara, cronista de Galicia, intenta demostrar es el del renombrado rey Witiza. Perteneció Allariz, desde largo tiempo, al señorío del marqués de Malpica, y conserva un antiguo castillo, pues fué una de las plazas mejor fortificadas de Galicia. También sirvió de residencia esta población á muchos antiguos y esclarecidos linages del pais, conservándose aun los Amociros, Soto–Altamiranos, Gándaras, en cuya casa nació el conocido escritor de que antes hemos hablado, y se educó el célebre P. Feijóo, que nacido en Melias, vino á esta villa en sus primeros años en compañía de algunos de sus parientes. Las armas consisten en una cifra de las letras A. y T. con corona al timbre. Tiene la villa tres parroquias, la de Santiago, que es de fundación inmemorial, y de arquitectura gótica, la le San Esteban, que no le cede en antigüedad, y la de San Pedro; varias otras iglesias y capillas, y un suntuoso convento dedicado á Santa Clara, de religiosas franciscanas. Este edificio estenso y construido de piedra de sillería, y cuya arquitectura pertenece al orden toscazo, fue fundado en el siglo XIII como acredita esta inscripción que se conserva bajo un escudo de las armas reales:


Es de patronazgo real:
Fundólo la reina doña Violante y su hijo
El rey don Sancho, en la era MCCCXXIV.


Corresponde al año de 1286. La primera abadesa fué doña Sancha, hija de la fundadora. La iglesia es bastante regular, y tiene cinco altares. Allariz es cabeza de ayuntamiento y partido judicial, y cuenta de población 1,752 habitantes. Poco después de Allariz se encuentra el estenso y fértil territorrio ó valle de la Limia (cuyo nombre deriva, según algunos, del limo que produce en este terreno la mucha humedad), que tiene cuatro leguas de largo y tres de ancho. A pesar de estar cultivada solo una pequeña parte de él, es tal su feracidad, que se llama comunmente á la Limia el granero de Galicia. Sus producciones son muchas y variadas, abundando mas que otras el trigo, centeno y lino. La parte no cultivada contiene escelenles pastos, y en ella se ven retozar inmensa muchedumbre de ganados de toda clase, en especial del lanar y cabrío que tiene mucha fama en todas partes. La estensa é insalubre laguna llamada Antela, que tiene de diámetro legua y cuarto, y presenta un aspecto desagradable por sus aguas verdosas, espesos jarales y sus vapores fétidos, abunda en aves acuáticas, y produce las mejores sanguijuelas que se conocen en España, de las que hacen los franceses un lucrativo comercio, habiendo establecido alli una especie de factoría para su acopio y esportacion á Francia, con perjuicio de los habitantes. El rio Limia, que atraviesa este gran valle, y del que toma el nombre, nace en la parte occidental, se forma de la reunion de los llamados Antela y Guinzo, y muy luego penetra en Portugal. Hasta 1832 era su cauce muy angosto y tortuoso; pero en el referido año, por dirección del benéfico comisario general de Cruzada don Manuel Fernandez Varela, el corregidor de Guinzo, don Julian Teubes, le dio uno nuevo de doce varas de ancho y dos y media de profundidad. Este rio, cuyo antiguo nombre era Lethes, im–

viernes, octubre 07, 2011

Viage ilustrado (Pág. 592)





Puente de Orense sobre el Miño

Desde luego debemos hablar de las tres referidas maravillas que la dan tanta nombradía, y que seguramente son muy notables. Para ver la primera, esto es, el Santo Cristo, ha de visitarse la catedral, que es donde se encuentra. Ocupa este estenso edificio el centro de la ciudad, y tiene de longitud doscientos ochenta y dos pies, y de latitud ciento cuarenta y siete. Es de arquitectura gótica, pero sus fachadas presentan un todo heterogéneo é irregular, á consecuencia de sus sucesivas ruinas y restauraciones que sufrió en distintas épocas. Hay dos torres desiguales y de escaso mérito, en una de las que está el reloj que tiene cuerda para ocho dias. En el centro de la iglesia está el coro con buena sillería de nogal, bien trabajada, y dos grandes órganos. El altar mayor es un grandioso retablo del género gótico, dedicado á San Martin Furonense, y que fue consagrado en 1194. Al lado del Evangelio, y dentro del recinto de la capilla mayor, está el magnífico túmulo de mármol, que contiene los restos del cardenal don Pedro Quevedo y Quintana, obispo de esta diócesis, que murió en opinion de santidad en el presente siglo: Este monumento suntuoso fué construido en Roma por el escultor español don Antonio Solá, y costeado por el comisario de Cruzada, Varela. En el altar colateral del lado del Evangelio, están los cuerpos de los santos mártires, Facundo y Primitivo, y en el de la Epístola el de Santa Eufemia en una caja de plata. La capilla del Santo Cristo es sin duda la mas notable de la catedral, y tiene un órgano. La efigie, que es de gran veneración en todo Galicia, es de macho mérito artístico: se dice hecha por Nicodemus, y fué traída de Finisterre en el siglo XIV, por el obispo de Orense Vasco Perez Mariño, cuyo sepulcro se ve á pocos pasos del altar del Santo Cristo. Pertenece al conde de Taboada el patronato de esta capilla. Hay ademas en la catedral otras diez y nueve. El cabildo que sirve este antiguo templo se compone del obispo, diez dignidades, ocho canónigos cardenales, y quince llamados díaconales. Hay ademas ocho racioneros, doce capellanes y varios acólitos y otros sirvientes. Unida y dependiente de la catedral está la Iglesia de Santa María la Madre, que algunos creen sirvió en lo anticuo de sede, la cual es de arquitectura elegante. El puente que cruza el Miño, y cuya obra se atribuye á Trajano, es santuoso y uno de los mejores de España; tiene mil trescientos diez y nueve pies de longitud y diez y ocho de latitud. Consta de siete ojos, entre los que es el mas notable el del centro, que tiene ciento cincuenta y seis pies de claro de pilar á pilar, y ciento treinta y cinco de elevación, desde la clave á la superficie del agua, años ostentaba en su entrada por la cidad un torreón que fué demolido. El obispo de Orense, don Lorenzo, restauró esta magnifica fabrica en 1211, y la aumentó con calzadas y arcos á su entrada y salida. Las tres Burgas ó fuentes calientes de Orenses, son conocidas desde las mas antiguas y oscuras épocas. Sus nombre son: Burga de arriba, Burga de abajo y Surtidero, estando encañadas en cantería (según se cree fundadamente, por mano de los romanos), las dos primeras. La Barga de arriba, crece y mengua periódicamente cada diez y seis ó diez y ocho segundos, la de abajo, cae en un gran pilón que sirve de lavadero, y el Surtidero en otro mas pequeño. La temperatura de los manantiales es siempre de cincuenta y cuatro grados de Reaumur, y son muy abundantes. Los vecinos de Orense sacan de estas aguas hirvientes grandes utilidades, pues ademas de sus propiedades medicinales, sirven para multitud de faenas domésticas, como para cocer la comida, colar la ropa, pelar patas de buey, desplumar aves, etc, etc. Para esta última operación basta una sola inmersion. Hay en la ciudad dos parroquias, subdivididas en otras dos, llamadas de Santa Eufemia del Centro, cuya iglesia fué de los jesuítas y, es de bastante mérito, Santa Eufemia del Norte, que ocupa la del convento de dominicos, y la de la Trinidad, denominada de arriba y de abajo. Hubo dos conventos de religiosos franciscos y dominicos. El primero (cuya iglesia está abierta al culto), sirve de cuartel, un seminario conciliar con titulo de San Fernando, un hospital de pobres, palacio episcopal, cárcel cómoda y segura, de nueva planta, y una buena casa consistorial. Esta ocupa uno de los frentes de la plaza Mayor, que es casi cuadrada, y tiene soportales embaldosados. El instituto de segunda enseñanza

martes, octubre 04, 2011

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se tanto contra mi pobre perro, si nada tuviese que temer. Diciendo estas palabras tiró de la espada, la introdujo con trabajo en la tierra por bajo del arcon, y la sacó cubierta de moho y podredumbre, entonces esclamó: «Aqui hay sin duda un cuerpo muerto, tal vez el del marqués,» (pues recordó entonces las palabras de la tabernera). En tanto se habían llegado á la bodega algunos soldados y vecinos atraídos por el ruido de la disputa. Entre estos últimos se hallaba el alcalde, honrado labrador, á quien ya conocía el sargento por haberle hablado á su entrada en el pueblo, y desde luego fué requerido por éste, para que hiciera reconocer el suelo que cubría la hucha. Resistióse al pronto el agreste funcionario, pues no solo era colono de la marquesa, sino tambien su vasallo, nombrado alcalde por ella, como señora del pueblo y no se atrevía á ejecutar lo que le parecía un gravísimo desacato; mas hubo de ceder á la energía del digno sargento. Apartóse, pues, el arcon de su lugar, y quitando una ligera capa de tierra apareció el cuerpo del marques bastante bien conservado por la frescura del terreno, envuelto en su propia sábana, y con el dogal al cuello con que le arrastraron hasta allí. Todos los circunstantes le reconocieron al punto, y Alonso dio un grito y cayó desmayado. La marquesa aparentó también afligirse y admirarse de que el cuerpo de su amado esposo estuviese en su propia casa, pero fué presa en el momento con su cómplice y todos los criados. Conducida después de orden de las autoridades superiores á la cárcel pública de la Coruña, esta muger infernal manifestó el mayor valor y energía hasta en la terrible prueba del tormento, negando siempre haber tenido parte en la muerte de su marido. No asi el pusilánime Alonso, pues á la primera vuelta (como dice el proceso original) confesó todo el hecho y sus menores circunstancias, y atrajo, como era justo, el rigor de la ley sobre él y su alevosa ama. La audiencia de Galicia condenó a ambos reos á la pena de los parricidas, esto es, á ser arrastrados, ahorcados, descuartizados y encubados, pero solo pudo verificarse en el desdichado Alonso, á quien condujeron casi muerto al patíbulo, pues al entrar el verdugo, los hermanos de la caridad y la escolta, en el cuarto capilla de la marquesa, la encontraron muerta. Después llegó á averiguarse judicialmente, que sus parientes la envenenaron en la última comida, para libertarla de la afrenta de un público suplicio. La habitación que le sirvió de prision, aun es conocida en la cárcel de la Coruña por el cuarto de la marquesa.
La provincia de Orense, es de suelo muy variado, pues en ella se encuentran grandes montañas, frondosos bosques y risueños valles, presentando en sus producciones la misma variedad. En cuanto á árboles los hay de todas las especies indígenas de Europa, asi como las de yerbas. Abunda mucho el ganado vacuno, caballar, mular y de cerda, y la caza mayor y menor. Entre las aves se encuentra una muy rara llamada gayo, que es muy semejante al loro, y que como este, imita la voz humana y otros sonidos. Entre los muchos rios que fertilizan esta hermosa y rica provincia, debemos mencionar el magestuoso Miño, de que ya hemos hablado, y cuyas orillas íbamos recorriendo: el Sil, célebre por sus arenas de oro, y que se reúne al anterior, en el lugar de Lospeares, y que aunque de mayor caudal que el Miño, pierde su nombre y toma el de éste, por lo que dicen en esta provincia:


El Sil lleva el agua
Y el Miño la fama.


El Navea, el Avia, célebre por la belleza y rara fertilidad de sus riberas, y el Limia, nombrado en la historia antigua. Los orensanos son robustos, de buena estatura y muy ágiles. Entre sus cualidades morales, sobresalen la gravedad, la honradez y la modestia. Las mugeres son hermosas, prudentes y laboriosas. Comprende la provincia una ciudad, veinte y cuatro villas y ochocientas ochenta y tres feligresías repartidas en noventa y cinco ayuntamientos y once partidos judiciales, llevando su población á 380.000 almas.
La ciudad de Orense esta situada á la orilla izquierda del Miño, y en la vertiente occidental de Monte-alegre. Como la mayor parte délos pueblos de Galicia, presenta una antigüedad remotísima. Varios eruditos anticuarios dicen se llamó Amphiloguia, del nombre de su fundador Amphilogo, uno de los héroes de la guerra de Troya. Los romanos (de cuyo tiempo se hallan en esta ciudad muchas inscripciones), la llamaron Aobrigense y Aquæ Orígenes en alusión á sus famosas fuentes termales, llamadas las Burgas. Los suevos, que la dominaron, le dieron el nombre germano de Warmsee, que significa lago Caliente, del que ó del de Orígenes, pudo derivarse sin violencia el actual. El origen de su obispado se pierde en la antigüedad, no faltando quien lo atribuyera á los suevos, y en especial á su rey Teodomiro, el cual se convirtió al catolicismo, por haber alcanzado por intercesión de San Martin, la salud de su hijo moribundo, y edificó la catedral con la advocación del mismo santo, la cual conserva hoy. Arrasada Orense por los árabes en 738, fué restaurada en 742 por Alfonso el Católico. Habiéndose rebelado en Mérida el moro Mahamut contra su señor el emir de Cordoba Abdelrahaman, se refugió con muchísimos de sus partidarios á Galicia, y Alfonso II el Casto que reinaba á la sazón, no solo le acogió benignamente, sino que le dio el gobierno de la ciudad de Orense y su territorio; pero pagando aquel traidor las mercedes referidas con la mas negra ingratitud, y deseando reconciliarse con el emir de Córdoba, ofreció á este entregar el pais que gobernaba, si le enviaba los socorros necesarios. Hízolo asi Abdelrahaman, mas la hueste del infame traidor fue derrotada por Alfonso el Casto, no lejos de Lugo, y el pagó con la vida su perfidia. El duque de Alencastre ó Lancaster, cuando pretendía la corona de Castilla, ocupó á Orense con sus tropas, y se hallaba aun en esta ciudad, cuando se entablaron las negociaciones para aquella guerra en 1386. Finalmente, Orense figuró mucho en las turbulencias que tuvieron lugar en Galicia en 1480, pero fué pronto reducida á la obediencia del rey. Es patria de Santa Eufemia, que padeció martirio en ella, del licenciado Fernando Boan, del escultor don Francisco Moure, de don Manuel Ruiz de Medrano, obispo de Tortosa, y de otros muchos personages. Las armas de la ciudad consisten en un puente con castillo, y un león encima de las almenas con espada en mano. Hay en Galicia un proverbio que dice:


Tres cosas hay en Orense
Que no las hay en España,
El Santo-Cristo, la Puente
Y la Burga hirviendo el agua.