lunes, octubre 24, 2011

Viage ilustrado (Pág. 596)

— Es que yo quisiera que fuese hoy mismo.
— Sea como tú lo quieres Y dio la orden para despedir al criado.
— Sois un ángel, murmuró el muchacho cayendo á sus pies, y besando la punta de la cola de su vestido. Al siguiente dia Sancho Sanchez era el page mas lindo de Castilla, y en el palacio no se hablaba mas que de la súbita trasformacion del chico de la caballeriza. Los demás pages envidiosos de su repentina elevación, dieron en insultarle hasta el estremo de tirarle piedras ó hacerle mal cuando pasaba por su lado; pero todos fueron despedidos sucesivamente, en castigo de estas demasías. La joven condesita lo había tomado bajo su protección, y llegó bien pronto á ser tan respetado como si perteneciera á la ilustre familia de los Pimentel.
En breves dias se habituó Leonor de tal modo á jugar en el jardín con su pobre page, que el conde gozaba al verla tan contenta, cuando antes siempre estaba triste y taciturna. La compasión y la gratitud dicen que son dos virtudes precursoras del amor: si esto no es siempre cierto, en la ocasión actual al menos se cumplió puntualmente. A medida que fueron creciendo en edad, Sancho amó á Leonor, y ésta se enamoró de su page. Pero su amor inocente y puro como sus almas, fué un secreto para todos, y aun para ellos mismos, hasta que una circunstancia imprevista vino á revelárselo.
Habia cumplido Leonor diez y seis años, cuando el duque de Arévalo, hermano de su madre, y por consiguiente tio carnal suyo, pidió al conde su mano, que este le otorgó sin vacilar y sin imaginarse siquiera, que por parte de la joven hubiese la menor resistencia. — Tengo que darte una buena noticia, hija mia, le dijo el anciano El duque de Arévalo se quiere casar contigo, y yo, que apruebo este enlace como útil á la familia y conveniente para tí, he dado mi consentimiento.
Leonor se quedó inmóvil y como herida de un rayo.
— ¿No me contestas? prosiguió el conde todavia sin sospechar la causa del silencio. Tu tio es aun bastante joven, y ocupa en la corte una posición brillante; te llevará en su compañía...
— Padre, eso no puede ser; yo no me puedo casar con el duque.
— ¡Que no puedes casarle con el duque! ¿y por qué causa? preguntó el conde sorprendido.
— Porque á quien amo es á mi page Sancho Sanchez, y no quiero separarme de él, replicó la joven con el mayor candor.
El conde soltó una carcajada.
— ¿De qué os reis, señor, con tantas ganas? preguntó el de Arévalo que entraba al mismo tiempo en la estancia.
— De una ocurrencia donosa de Leonor. Acabo de anunciarle vuestro proyecto de matrimonio, y me dice con toda formalidad que no puede ser vuestra esposa, porque ama á su page Sancho.
— ¿Al que fué criado de los mozos de cuadra?... dijo el duque con aire burlón.
— Al mismo, amigo mio, al que dio de latigazos Martino.
Y ambos á dos, el conde y el duque, se dieron á reir de todas veras. Leonor humillada y herida en lo mas vivo de su corazón, se retiró sin hablar ni una sola palabra, y se encerró en su cuarto.
Al dia siguiente el page Sancho habia sido despedido del castillo, y la condesita sin manifestar ni pena ni estrañeza por este incidente, y como si nada hubiera ocurrido se entregó á sus tareas y diversiones ordinarias. Una semana después nadie se acordaba ya de Sancho Sanchez, inclusos el abuelo y el tio de Leonor, que atendidos los pocos años de esta, supusieron que lo del pase habia sido un capricho infantil tan pronto olvidado como combatido. No era asi sin embargo: Sancho no habia marchado, sino que permanecía oculto en el castillo bajo la protección de una de las criadas de la joven, y de su padre, escudero y servidor antiquísimo de los condes. Todas los noches se hablaban los dos amantes por la ventana de la habitación de Leonor, que daba al jardín; pero como la distancia era mucha, sus coloquios no podían ser demasiado largos. La condesa procuraba en ellos fortalecer el amor de Sancho, asegurándole que no daria su mano al duque, y prometiéndose mucho del cariño que el conde la profesaba. Asi pasaron dos meses; al cabo de este tiempo el de Arévalo, que no habia vuelto á hablar de sus proyectos de boda, desde la escena ocurrida en la estancia del conde que produjo la despedida del page, se acercó una tarde á Leonor y en tono cariñoso la dijo, que habiéndose recibido ya las dispensas, de acuerdo con su abuelo habían fijado el domingo inmediato para celebrar el casamiento.
— Siento, dijo Leonor, con una serenidad y una firmeza increíble en su edad, que os hayáis tomado semejante trabajo sin consultarme, porque os advierto, tio, que ha sido un trabajo inútil.
— ¡Inútil!... ¿Con que rehusáis mi mano?
— La rehuso.
— Es decir que me aborrecéis.
— No tal; os estimo como á un pariente, pero no os amo.
— Me amareis cuando seáis mi esposa; el tiempo, el trato, mi cariño...
— ¡Imposible! eso no puede ser...
— ¿Será que todavía conserváis en la memoria al page?...
— ¿Y qué os importa en último estremo que sea eso ú otra cosa cualquiera? Con saber que no os amo y que no seré vuestra esposa nunca, tenéis bastante.
— ¡ Nunca!... ¡Mirad bien lo que decís!
— Ya está dicho: nunca, primero el convento; antes la muerte.
El duque hizo un movimiento de despecho y se alejó sin hablar una palabra. Al entrar en su cuarto el criado le dijo que un hombre pobremente vestido, y al parecer disfrazado, lo habia ido á buscar dos veces porque tenia mucho interés en hablarle.
— Que venga ese hombre, contestó el duque de mal humor.
El hombre se presentó envuelto en una larga capa y cubierto con un sombrero de alas enormes.
— ¿Qué me queréis decir? preguntó con tono altanero el de Arévalo.
— Necesito hablaros á solas.
— Despejad, dijo el duque.
Los criados se retiraron, y el desconocido entonces se descubrió.
— Vos, señor duque, dijo, queréis casaros con Leonor y ella no quiere ser vuestra esposa... Yo tengo en mi mano el medio de hacerla consentir.
— ¡Tú! ¿Y quién eres?... ¿Qué interés te mueve á tomar parte en este asunto?

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