sábado, febrero 28, 2009

Viage ilustrado (Pág. 362)

memorial, y destinados por su situación á formar una de las mas ricas y poderosa naciones de la tierra.
Daremos fin á la historia de Escocia, con el catálogo de los reyes de este pais, con las fechas de sus advenimientos y fin de sus respectivos reinados.
Malcolm III, (el primero de los que constan en la historia) 1057, y 16 de noviembre de 1093.
Donaldo VI, usurpador, noviembre 1043, y depuesto en 1098.
Duncano II, usurpador; interrumpió el reinado de su predecesor, desde 1094 hasta fines de 1095,
Edgar 1098 y 8 de enero de 1107.
Alejandro I, 8 de enero de 1107 y 27 de abril de 1124.
David I, 27 de abril de 1124 y 24 de mayo de 1153.
Malcolm IV, 24 de mayo de 1153 v 9 de diciembre de 1165.
Guillermo I, (el Leon), 9 de diciembre de 1165 y 4 de diciembre de 1214.
Alejandro II, 4 de diciembre de 1214 y 8 de julio de 1249.
Alejandro III, 8 de julio de 1249 y 16 de marzo de 1286.
Margarita, 16 de marzo de 1280 y fines de julio de 1296.
Interregno desde 10 de julio de 1296 hasta 25 de marzo de 1306.
Roberto I, (Bruce), 25 de marzo de 1306 y 7 de junio de 1329.
David II, 7 de junio de 1329. Eduardo Baliol lo desposeyó y fué coronado en 24 de setiembre de 1332. Hugo de Escocia, en diciembre del mismo año. David II murió en 22 de febrero de 1371.
Roberto II, (primero de los Estuardos), 22 de febrero de 1371 y 19 de abril de 1390.
Roberto III, 19 de abril de 1390 y 4 de abril de 1406.
Jacobo I, 4 de abril de 1406 y 2$ de febrero de 1437.
Jacobo II, 20 de febrero de 1437 y 3 de agosto de 1460.
Jacobo III, 3 de agosto de 1460 y 11 de junio de 1488.
Jacobo IV, 11 de junio de 1488 y 9 de setiembre de 1513.
Jacobo V, 9 de setiembre de 1513 y 14 de di-- ciembre de 1542.
María, 14 de diciembre de 1542 y 24 de julio de 1567.
Jacobo VI, (primero de Inglaterra), 24 de julio de 1567 y 27 de marzo de 1625.
Completaremos nuestro trabajo, haciendo algunas observaciones acerca de la historia de la filosofía escocesa.
A fines del siglo pasado, el estudio de la filosofía se hallaba sumamente descuidado. Había mas que descuido en este abandono de una ciencia que, desde los tiempos mas remotos de la antigüedad índica y griega, habia sido cultivada por los genios mas distinguidos que ha producido la humanidad: habia repugnancia y miedo. La repugnancia se fundaba en la incertidumbre á que habia quedado reducida la filosofía, después de tantas disputas, de tantas escuelas, de tantos trabajos ilustres y de tantos escritos voluminosos. Toda esta laboriosa efervescencia no habia producido un descubrimiento satisfactorio; una sola doctrina que el sentido común pudiera abrazar con entera confianza y sin tener en contra formidables argumentos que la pulverizasen El miedo provenia de la tendencia peligrosa de las doctrinas propagadas por los filósofos que mas reputación habían adquirido en los últimos tiempos, y que habian logrado destronar el escolasticismo, dueño por espacio de tantos siglos de las escuelas y de la opinion. Estos dos hombres eran Hobbes y Locke. El primero habia deslumbrado á los aficionados al saber con la audacia de sus opiniones y con la inimitable precision y claridad de su estilo. Su teoría de la inteligencia, que es lo que nos cumple examinar en este articulo, prescindiendo de sus estravíos morales y políticos, es el sensualismo llevado á su mayor desarrollo y erigido en principio único y absoluto de la inteligencia. El hecho general de esta facultad es la concepción ó la noción de un objeto esterior, calidad ó accidente corporal. Toda concepción es en su origen sensación ó impresión sensible, nulla enim est animi conceptio quœ non fuerat ante genita in aliquo sensuum. Toda sensación proviene de un movimiento y queda en estado de sensación, en tanto que el movimiento dura: pero cuando este cesa, la sensación llega á ser imaginación, que es una sensación debilitada y á medio borrar, sensio deficiens sire phantasma dilutum et evanidum. La memoria no es mas que una especie de imaginación, con la diferencia que encierra en sí la noción do un espacio de tiempo trascurrido. En la imaginacion no hay mas que sensación debilitada; en la memoria hay ademas conciencia de esta debilidad, de modo que, según el autor, puede ser considerada como un sesto sentido, aunque no esterno como los otros. La memoria desarrollada llega á ser experiencia, y la experiencia meditada es un principio de ciencia, que después elevada por medio de la generalización filosófica, constituye la ciencia ó la sabiduría. Todo este sistema viene á parar en una especie de egoísmo metafísico, como lo indica con harta claridad este pasage de una de sus obras: «Las imágenes ó fantasmas que se despiertan en el entendimiento, no prueban la existencia de los objetos esteriores. Si nos fiamos únicamente al testimonio de los sentidos sin acudir al raciocinio, tendremos motivos de dudar si hay algo que escitar fuera de nosotros.» Y en otro lugar, a los objetos á los cuales referimos el color ó la imagen, no son los que vemos: no hay realmente fuera de nosotros nada de lo que llamamos imagen ó color; toda imagen ó color no es mas que una apariencia del movimiento del agente ó del cambio que el objeto produce en el cerebro. Todos los accidentes ó cualidades que nuestros sentidos nos descubren como existentes en el mundo, no están en él realmente, y no deben ser considerados sino como apariencias. La única realidad que hay en el mundo es el movimiento por el cual estas apariencias se producen.» No hablamos de la moral de la física ni de la política de Hobbes, porque no tienen relación con el asunto de este artículo, y solamente observaremos que el ruido que hicieron en el mundo sus paradojas sobre aquellos tres ramos, y la destreza con que las ilustró, contribuyeron en gran manera al crédito que adquirieron sus doctrinas metafísicas y psicológicas.
Locke es mucho mas modesto y racional en las innovaciones con que quiso perfeccionar el estudio de la filosofía. Una casualidad lo indujo á dedicarse á esta clase de investigaciones. Hallándose en una reu–

jueves, febrero 26, 2009

Viage ilustrado (Pág. 361)

corona de Inglaterra, restableció al hijo del conde en los honores del padre, rehabilitó a todos los que habían tenido parte en la conspiración, y les dio pruebas distinguidas de benevolencia.
A medida que Isabel avanzaba en años, las miradas de los ingleses se fijaban cada vez mas en Escocia, Jacobo no cesaba de recibir cartas de todos los condados del reino, con ofertas de auxilio y protestas de fidelidad. El mismo Cecil entró en correspondencia con él, aunque, como hombre precavido, lo hizo con la mayor reserva y empleando medios seguros. Jacobo, contando ya con un hombre poderoso, de quien habia temido una fuerte oposición, aguardó tranquilo el curso de los sucesos; pero le costaba trabajo reprimir la impaciencia de sus partidarios ingleses.
Entretanto, á pesar de todos los sacudimientos de que habia sido teatro Escocia por espacio de tantos años, se hallaba á la sazón en una época de perfecta tranquilidad. Jacobo se aprovechó de este intervalo para civilizar á los montañeses y á los habitantes de las islas, enteramente abandonados por los reyes sus predecesores. Aquellos hombres conservaban su primitiva ferocidad. Enemigos del trabajo, acostumbrados á la rapiña y al salteo, fatigaban á sus vecinos mas laboriosos con incesantes escursiones. Todos los grandes señores y gefes de tribus, recibieron orden de no permitir en sus tierras sino á los que pudiesen dar fianzas de buena conducta. Todas las otras medidas tomadas con el mismo objeto fueron muy acertabas, y produjeron buenos resultados. En las islas se establecieron colonias de familias industriosas y morigeradas, y si no pudo ejecutarse en toda su estension el plan concebido por el rey, las circunstancias de la época tuvieron la culpa, y no por eso son menos dignas de elogio sus intenciones.
Isabel, que habia gozado constantemente de buena salud, empezó á manifestar síntomas de decadencia. Hizo un viage de Westminster á Richmond, y llegó sumamente débil y abatida. No tenia fiebre, pero habia perdido el sueño y el apetito. No quería ver la luz y siempre queria estar sola, y muchas veces sus damas la sorprendieron anegada en llanto. Apenas corrió esta noticia, gentes de todas clases y condiciones acudían á Escocia, y las que no podian hacer el viage escribían al rey con encarecidas protestas de amor y fidelidad. El mal de la reina progresaba, y la negra melancolía que la devoraba parecía incurable.
Nadie dudaba que la verdadera causa de la enfermedad era la catástrofe del conde de Essex. Poco tiempo antes de su llegada á Richmond, un suceso estraordinario renovó sus dolores y su arrepentimiento. La condesa de Nottingham, estando en el lecho de la muerte, quiso ver á la reina. Dijo que guardaba un secreto importante, y que no podia morir en paz sin comunicárselo. La reina entra en el cuarto de la moribunda, y ésta le dice, que cuando se intimó á Essex la sentencia de muerte, el desgraciado resolvió pedir perdón á la reina implorando su clemencia del modo que S. M. misma lo habia prescrito, enviándole un anillo que la reina le habia dado en el tiempo de su favor, diciéndole que si alguna vez se hallase en algún gran peligro, la restitución del anillo le daría nuevos derechos á su protección; que lady Scroop era la persona designada por el conde para entregar el anillo á la reina; pero que, por una equivocación inesplícable habia venido á parar á sus manos (de lady Nottingham): que su intención habia sido desempeñar el encargo, pero que su marido, enemigo de Essex, se había opuesto á ello con la mayor tenacidad. Después de haber hecho esta narración, lady Nottingham pidió perdón á la reina de aquella infidelidad, cuyas consecuencias habian sido tan terribles: Isabel, descubriendo entonces toda la perversidad de los enemigos del conde, y cuán injustamente lo habia sospechado de una culpable obstinación, se levantó y dijo á la condesa: «Dios podrá perdonaros; yo jamás,» y salió precipitadamente de la cámara, en un indecible estado de agitación. Desde aquel momento se notó en ella una alteración que no podia acabar en bien. Raras veces tomaba alimento: rehusába las medicinas que le prescribían los facultativos; decia que la vida le era insoportable, y que no deseaba mas que morir. No fué posible reducirla a meterse en cama, porque le habian profetizado que en cama habia de morir. Pasó los diez últimos dias de su vida recostada en unos almohadones, envuelta en un sombrío silencio, absorta en una profunda distracción, con un dedo continuamente en la boca, para evitar que se le saliese el alma, y con los ojos abiertos y fijos siempre en la tierra. De cuando en cuando rezaba con el arzobispo de Cantorbery, y lo hacia con gran fervor. Cayó, en fin, en una completa postración, tanto por una larga abstinencia, como por el tormento roedor que devoraba su alma, y murió sin agonía el jueves 21 de marzo de 1601, á los 70 años de edad, y después de haber reinado cuarenta y cinco.
Pocos meses antes de morir, rompió el obstinado silencio que habia guardado sobre la sucesión al trono de Inglaterra, diciendo á Cecil y al lord almirante: «Mi trono es del rey; no puedo tener otro sucesor que mi primo el rey de Escocia.» Confirmó esta declaración en los últimos momentos de su vida, é inmediatamente que hubo lanzado el último suspiro, los lores del consejo privado proclamaron á Jacobo rey de Inglaterra. Los nobles y el pueblo, olvidando sus antiguas animosidades contra Escocia, manifestaron su satisfacción con las mas estrepitosas aclamaciones. Sir Cárlos Percy, y sir Tomás Sommerset, fueron enviados á Escocia con una carta dirigida á Jacobo, y firmada por los principales personages del reino. El rey ya sabia la noticia por un amigo suyo que salió precipitadamente de Lóndres al punto de espirar la reina. El rey no salió del palacio hasta la llegada de los dos diputados; entonces se proclamaron sus títulos con toda solemnidad, en medio de los aplausos del pueblo de Edimburgo. Mandó hacer aceleradamente los preparativos de su viage, dejando en Escocia á la reina, que deberia seguirlo al cabo de pocas semanas. Confió el gobierno del reino á su consejo privado, y dejó sus hijos á cargo de varias personas de alte categoría. El domingo siguiente asistió á la iglesia de San Gil, donde después de los oficios divinos, arengó al pueblo, con grandes promesas de continuar velando por su prosperidad. El pueblo respondió con lágrimas do ternura.
El 15 de abril el rey se puso en camino con corto acompañamiento, y al dia siguiente llegó á Berwick, ya territorio inglés. Por todos los puntos de su tránsito acudian las gentes á bendecirlo, y los magnates de los condados á ofrecerle sus servicios, y facultades. El 7 de mayo hizo su entrada en Lóndres, y subió tranquilamente al trono de Inglaterra. Asi fué como se reunieron estos dos reinos, separados desde tiempo in–

martes, febrero 24, 2009

Viage ilustrado (Pág. 360)

eran peligro la vida del rey. Dos hermanos nobles, llamados Ruthven, cuyo padre había sido decapitado en la menor edad de Jacobo, lograron atraerlo a una de sus casas de campo, y separándolo de su escolta, bajo el pretesto de revelarle una conspiración, lo llevaron á un cuarto, donde uno de ellos, poniéndole un puñal al pecho, le intimó que se entregase preso. El rey luchó largo tiempo con aquel malvado, á cuyo ruido, los nobles que lo habían acompañado acudieron á su socorro, y dieron muerte al Ruthven que había cometido aquel desacato. Su hermano acudió con gentes armadas y murió también en la refriega. Este suceso produjo una gran sensación en el público, pero su verdadero origen quedó envuelto en la mas profunda oscuridad. Tres criados de los hermanos perdieron la vida en el cadalso, sin haber hecho ninguna revelación importante. Años después se descubrieron algunas ramificaciones, pero los que resultaban cómplices habían dejado de existir.
Gravísimos fueron los sucesos, que sobrevinieron poco después en Inglaterra. La corte se hallaba a la sazón dividida en dos partidos, capitaneado el uno por el conde de Essex, y el otro por Roberto Cecil, hijo del gran tesorero Burleigh. El conde era un caballero cumplido; bravo, generoso, de gallarda presencia, ardiente en sus afectos, y arrojado en sus designios. La reina lo habia distinguido desde su juventud colmándolo de honores y dignidades. Cecil era disimulado, astuto, modesto en apariencia. El conde despreciaba los artificios de su rival: este censuraba como locura la magnificencia de aquel. El conde tenia de su parte á todo el ejército: Cecil tenia mas partido entre los cortesanos. Esta rivalidad iba en aumento á medida que la reina avanzaba en años. Essex se había atraido la amistad del rey de Escocia; correspondia con él, y se declaraba sostenedor de sus derechos. Cecil, consagrado á la reina, ganaba cada dia nuevos honores, por su constancia en hacerle la corte, y por los servicios con que señalaba su celo. El espíritu altanero del conde atrajo reprensiones severas de parte de la reina la cual le profesaba particular afecto, pero era mujer que no podia sufrir la contradicion. Essex la fatigaba continuamente con demandas importunas. Los enemigos del conde lisonjeaban astutamente su desmesurada ambición, y no pensaba mas que en alejarlo de la córte. Con este objeto le proporcionaron el mando del ejército de Irlanda, con el cargo de lord teniente y poderes ilimitados. El conde no salió airoso de aquella expedición, frustró las esperanzas de la reina, y no cumplió nada de lo que habia prometido. Isabel, picada de este contratiempo y aguijoneada por los enemigos del conde, le escribió una carta llena de ágrias reconvenciones. El primer impulso del conde al recibirla fué proyectar un paso temerario, cual seria entrar en Inglaterra con la mitad de sus tropas, dirigirse á Lóndres, arrojar de la córte á sus enemigos y apoderarse por fuerza de su antiguo poderío. Pero despues de haberse calmado su primer enojo, resolvió ir solo y presentarse á la reina, cuya amistad creia fácil reconquistar. Isabel lo recibió muy friamente, pero sin apariencias de querer hostilizarlo. Fácil le habria sido volver á entrar en la gracia de su soberana, confesando francamente sus faltas, é implorando su indulgencia: mas su orgullo no le permitía someterse á tanta humillación. Isabel por su parte estaba resuelta á doblar la altivez de aquel hombre presuntuoso. Después de haberlo obligado, á fuerza de aspereza y malos tratos, á escribirle cartas llenas de sumisión y humildad, mandó formarle causa, tanto por su conducta en Irlanda, como por haber salido de aquel reino sin licencia del gobierno. La sentencia fué la pérdida de todos sus empleos, menos el de general de caballería, y el encarcelamiento, durante el tiempo que S. M. determinase. La reina no quiso que se publicase la sentencia, y lo puso muy pronto en libertad. Durante todo este negocio, Essex vacilaba entre su fidelidad á la reina y el deseo de vengarse: en un momento en que este último sentimiento prevaleció, escribió al rey de Escocia, estimulándolo á asegurar su derecho á la corona de Inglaterra, por la fuerza de las armas, y ofreciéndoles 5,000 hombres del ejército de Irlanda que estaban á su disposición. El rey deshechó este descabellado designio, y Essex observó una conducta mas moderada. Mas esta aparente moderación, hija del despecho, no duró mucho. Pidió que se le renovase una pension de que gozaba antes, y la reina se la rebusó y ni aun quiso admitirlo en su presencia. Este nuevo desaire lo arrebató de furor. Sus amigos lejos de calmarlo, fomentaron el tumulto de sus pasiones, y lo escitaron á obrar á cara descubierta. Escribió á Jacobo que la facción que dominaba entonces en la córte trabajaba en favor de las pretensiones de la infanta de España; que las plazas principales del reino estaban en poder de los enemigos de Escocia, y que si no exigia inmediatamente una declaración esplícita en su favor, firmada por la reina, se esponia á ver frustradas todas sus esperanzas. Jacobo no quiso dar un paso que sabia era tan agradable á Isabel, y Essex, perdiendo enteramente el respeto á las consideraciones mas sagradas, formó el insensato proyecto de conmover con 300 hombres el trono mas bien afianzado de Europa. Sale de su casa con aquella pequeña fuerza, procura sublevar la plebe de Londres, y se encamina á palacio sin que se le agregase un solo individuo, á pesar de la inmensa popularidad de que gozaba. Desanimado por estas señales de indiferencia, y abandonado por una parte de sus amigos, mientras se apresuraban numerosas tropas á rechazarlo, se retiró á su casa y se entregó sin resistencia en manos de sus enemigos. Instruido de estas ocurrencias Jacobo, envió dos embajadores a Lóndres, con el designio aparente de interceder por la vida de Essex, y con la comisión secreta de indagar si aquel partido era bastante numeroso, y si convendría que el mismo rey se pusiese á su cabeza y reclamase por la fuerza de las armas el reconocimiento de su derecho. Pero antes que los embajadores llegasen, el conde habia pagado la pena de su delito. El anuncio de la llegada de los embajadores contribuyó á precipitar el momento de su muerte. Isabel habia vacilado en mil incertidumbres antes de resolver su destino. No podia determinarse á poner en manos del verdugo á un hombre a quien habia prodigado los favores. Su alma agitada entre el resentimiento y un afecto arraigado, era presa de agudos tormentos. Por último, molestada por sus ministros que no cesaban de manifestarle la necesidad de un escarmiento, y persuadida de que el conde, en la última estremidad imploraría su clemencia, dio la orden de la ejecución. No bien habia pronunciado aquel terrible fallo, se arrepintió de su precipitacion y se sintió penetrada del mas agudo dolor. Jacobo consideró siempre al conde como un hombre que se habia sacrificado por su causa, y cuando ciñó la

sábado, febrero 21, 2009

Viage ilustrado (Pág. 359)

sentido que el monarca con el mayor entusiasmo, y en todas las ciudades y campos se formaban confederaciones de gente armada, de que resultó un pacto general firmado por el rey y todos los nobles, que se ha hecho célebre en la historia con el nombre de covenant.
Sabido es como se frustaron los planes de Felipe. Conociendo que era imposible atacar de frente la Inglaterra, proyectó un desembarco en Escocia, y preparó el terreno por medio de agentes hábiles, la mayor parte de los cuales eran jesuitas. Los católicos escoceses entraron en correspondencia con el príncipe de Parma, que mandaba en los Países Bajos, en nombre de Felipe II; le ofrecieron poner la Escocia en manos de este soberano, mediante un socorro de 6,000 hombres; se comprometían á armar á sus vasallos y á facilitar á los españoles la entrada en Inglaterra por las fronteras escocesas. Francisco Stuar, nielo de Jacobo V, y que acababa de ser creado conde de Bothwell, entró en esta trama sin motivo alguno de religion, y solo por puro capricho. Todas las cartas de los conjurados fueron interceptadas en Inglaterra. Isabel reconvino á Jacobo por su lenidad con los católicos: mas él, aunque muy adicto á los nuevos errores, no quería chocar de frente con un partido que todavía tenia muchas raices en Inglaterra, y que podria hacerle mucho daño cuando llegase á ocupar aquel trono por muerte de Isabel. Guiado por estas consideraciones, se contentó con imponer un ligero castigo á los autores de la correspondencia interceptada. Ellos, sin embargo, alzaron fuerzas contra el rey en el Norte; pero sus vasallos peleaban de mala gana, y fueron dispersos por las tropas reales. Sus gefes cayeron otra vez en manos de la autoridad, y otra vez fueron castigados pro forma con un arresto de pocos dias.
Era ya tiempo de tratar del casamiento de Jacobo, que realizó con Ana, segunda hija de Federico II, rey de Dinamarca, venciendo los grandes obstáculos que Isabel oponia á este enlace, para lo cual no escaseó dinero, intrigas ni seducciones. El rey fué en persona á Noruega en busca de la princesa, y la ceremonia se celebró en un pueblo llamado Opso, de donde los novios pasaron á Copenhague, y allí residieron algunos meses. Durante su ausencia, la nación se mantuvo tranquila. Todas las clases del Estado rivalizaron en celo por conservar el orden: pero volvió a turbarse, á su regreso, por la escesiva indulgencia de su carácter y su notoria repugnancia á medidas estremas. Por espacio de muchos años no hubo mas que disputas implacables entre las grandes familias, asesinatos cometidos con audacia y acompañados de un refinamiento de crueldad indigno de pueblos cristianos. Entonces se sintieron en Escocia mas que nunca los vicios del sistema feudal aristocrático. Prevalecía la anarquía hasta el punto de conmover los cimientos de la sociedad. Jacobo, demasiado lento en castigar, demasiado débil para obrar con vigor, miraba tranquilo esta continuación de crímenes atroces y los dejaba impunes.
Para colmo de males, toda la atención del rey se fijó en el crimen de hechicería, que no pasaba como en el dia, por patraña ridícula en aquellos tiempos de profunda ignorancia, y en que la superstición tomaba todas 1as formas que le daba la fantasía. Muchas personas pertenecientes á clases distinguidas, fueron severamente castigadas por este supuesto crimen. Bothwell, acusado de haber empleado hechizos para saber la época de la muerte del rey, fué encerrado en un castillo. Pudo escaparse, entrar en Edimburgo é introducirse hasta la cámara del rey, quien por fortuna estaba ausente á la sazón. Entonces intentó incendiar el palacio; fué descubierto, y los ciudadanos de Edimburgo tomaron las armas. Bolhwell esquivó su persecución, gracias á las tinieblas de la noche y á la celeridad de su caballo. En Edimburgo hubo poco después una sublevación contra los ministros, y el rey, que no quiso abandonarlos, se refugió con ellos á Glasgow. Bolhwell tomó después otra empresa para apoderarse de la persona de Jacobo, y estuvo muy próximo á conseguirlo. A este atentado, siguió una vasta conspiración, cuyo objeto era facilitar un desembarco de tropas españolas. Los señores que entraban en ella, fueron descubiertos, y se retiraron á sus estados, donde levantaron tropas. Jacobo marchó contra ellos á la cabeza de su ejército, deshizo sus armamentos y los principales cayeron en sus manos: pero durante el proceso que se les hizo, los unos se escaparon, y los otros fueron puestos en libertad, bajo el pretesto de que no habia pruebas suficientes de su crimen. Después de una larga serie de revueltas, en que unas veces tomaba parte la nobleza y otras el pueblo, y que poco apoco iban minando la autoridad real, el parlamento, deseoso de poner término á este estado de cosas, concedió á Jacobo facultades estraordinarias, de que se valió para imponer algunos castigos severos, y para privar á la ciudad de Edimburgo de sus privilegios.
Restablecida algún tanto la calma, Jacobo pensó en su próxima elevación al trono de Inglaterra, y en asegurar los medios de que se verificase, sin obstáculos ni desórdenes. Con este objeto, entabló varias negociaciones en Alemania, á fin de que, en caso de sobrevenir dificultades, se le suministrasen fuerzas que lo sostuviesen. Los príncipes alemanes reconocieron la legitimidad de sus derechos, y en cuanto á ofertas, se manifestaron cautos y frios. Bruce, embajador de Escocia en Inglaterra, instaba á Isabel para que declarase en un acto público el nombre de su legítimo sucesor, y evitase á los ingleses las revueltas; que traen consigo las sucesiones litigiosas: pero la edad no habia hecho mas que fortificar en ella las pasiones que la habían inducido hasta entonces á dejar esta cuestión envuelta en dudas y oscuridades. Frustrada esta negociación, Bruce, hombre de gran penetración y reserva, se puso en comunicación secreta con los mas altos personages del reino, quienes se ofrecieron á sostener los derechos de Jacobo con todo su influjo y todo su poder. Escribiéronse folletos en contra; otros salieron contradiciéndolos. Pero lo que aumentó considerablemente el partido del rey, fué una obra escrita por él mismo con el título de Basilicon Doron, en que, bajo el pretesto de dar consejos á su hijo, esponia escelentes máximas de gobierno, y revelaba un corazón recto, inspirado por los mas vivos deseos de hacer á sus pueblos felices. Isabel no tenia tan buen concepto de aquel monarca, creyéndolo secretamente adicto á la religion católica. Era cierto que Jacobo se ocupaba en grangearse la amistad de los príncipes católicos y la del papa; pero el verdadero motivo que lo guiaba en estas medidas era puramente político. Quería conciliarse los ánimos de los muchos católicos que habia entonces en Escocia, y que se negaban á reconocer su legitimidad.
Ocurrió por este tiempo un suceso que puso en

miércoles, febrero 18, 2009

Viage ilustrado (Pág. 358)

En seguida se le hizo causa, y salió condenado á 10,000 libras de multa y á permanecer encerrado durante el tiempo de la voluntad de la reina. Alli vivió muchos años, y nunca volvió á entrar a favor. Los temores y los celos de Isabel habían costado la vida á la reina de Escocia; el deseo de paliar este crímen fué la causa de la desgracia de Davison. Isabel, para justificar su conducta y lavar la mancha de su atentado, no tuvo escrúpulo en sacrificar el honor y la reputación del hombre mas hábil y honrado de su corte.
Esta mal representada comedia, que es el nombre que le corresponde, suministró á Isabel medios aparentes para justificarse á los ojos del rey de Escocia. Jacobo, á vista del peligro que amenazaba á su madre, sintió todas las penas y todas las inquietudes que puede inspirar la ternura filial. La noticia de su muerte lo penetró de dolor y de rabia. Sus súbditos estaban indignados de la afrenta que se hacia al rey y á la nación. Isabel, para apaciguarlos, envió a Escocia un personage, á quien no se permitió entrar en el reino, y costó mucho trabajo que el rey admitiese una memoria en que la reina se justificaba con la fábula inventada para acriminar á Divisón. Esta escusa no pareció suficiente, antes bien se tomó por nuevo insulto. El rey y la mayor parte de los nobles no respiraban mas que venganza. Isabel tenia mucho interés en apaciguar esta tormenta, y no careció de medios para lograrlo. Muchos nobles ingleses, y entre ellos el famoso Leicester, que conocían personalmente al rey, y le habían hecho grandes servicios, le escribieron haciéndole ver los peligros á que se esponia, si con los pocos recursos de que podía disponer, osaba hostilizar una nación tan fuerte y poderosa. Estas razones y otras no menos eficaces, presentadas con astucia y elocuencia, hicieron profunda impresión en el ánimo del rey, y lo obligaron á reprimir sus sentimientos. En su consecuencia, fingió quedar satisfecho con el castigo de Davison, y conservó las apariencias de la buena amistad con la córte de Inglaterra. La muerte de María no tuvo mas consecuencias que las de un reo ordinario; ningún príncipe de Europa pensó en vengarla, y la reina de Inglaterra no sintió otro inconveniente de su crimen que la infamia de haberlo cometido. Gray, favorito del rey de Escocia, fué el que mas padeció de resultas de aquel suceso. Se habia hecho odioso á la nación, como todos los que suben al favor sin mérito, y lo usan sin discreción. No era para nadie un secreto el papel de traidor que habia hecho en su última embajada. El rey lo supo al fin, y quedó horrorizado. Los cortesanos empezaron á conocer que el favorito decaia visiblemente en el ánimo del monarca, y sus enemigos se aprovecharon de esta ocasión para perderlo. Guillermo Stuart buscaba una oportunidad de vengar á su hermano Jacobo, antes conde de Arran, cuya pérdida era únicamente debida á las traiciones de Gray. Lo acusó ante la asamblea de los nobles y ante el publico de haber contribuido eficazmente á la muerte de la reina, y de mantener correspondencia con algunos monarcas papistas, con el objeto de destruir la religion dominante. Se defendió débilmente, y fué condenado á destierro perpetuo: ¡castigo demasiado suave comparado con la enormidad de sus crímenes!
Antes que el parlamento se reuniese aquel año, Jacobo concibió un proyecto verdaderamente digno de un rey. Las enemistades irreconciliables que subsistían entre la mayor parte de las grandes familias, y que se trasmitían de una generación á otra, disminuían considerablemente las fuerzas del Estado; contribuían mas que todo á mantener entre los nobles un espíritu de barbarie y de ferocidad, y producían catástrofes igualmente funestas á los nobles y á la patria. El rey, después de haber preparado la ejecución de su designio por medio de algunas negociaciones, convidó á todos los nobles que mantenían entre sí odios hereditarios á un festín regio en su palacio. Habló á los unos con autoridad, empleó con otros las súplicas, y todos le prometieron sepultar sus agravios en el olvido. De palacio los llevo en procesión por las calles de Edimburgo, de dos en dos, dando cada uno la mano á su antiguo enemigo, á un sitio llamado la cruz pública, donde estaba preparado un suntuoso banquete. Allí brindaron unos por otros, ratificando sus promesas de paz y conciliación. El pueblo, en quien hizo mucha impresión este espectáculo, prorumpió en aplausos concibiendo la esperanza de ver estinguidas las luchas domésticas que por espacio de tantos siglos habian agitado á la nación entera. Por desgracia, las consecuencias que mas tarde se desarrollaron no correspondieron á las buenas intenciones del monarca. Reunióse después el parlamento, y se ocupó mucho en los negocios de la iglesia. Sancionáronse también las leyes encaminadas á disminuir los abusos del sistema feudal, algunas de las cuales no fueron ejecutadas.
La situación de Europa á principios de 1588, se presentaba bajo formidables auspicios, y anunciaba tremendas convulsiones. En Francia se aguardaba por instantes una revolución. Grandes eran los progresos de la liga, capitaneada por el intrépido y ambicioso Guisa, y estimulada por la imbecilidad de Enrique III, Guisa forzó al rey á salir de la capital, y quedó revestido de vastos poderes, que el rey sancionó en un tratado; pero antes de un año Guisa fué sacrificado á los justos temores y á la seguridad del rey. Felipe II hacía gigantescos esfuerzos y empleaba todos los tesoros del Nuevo Mundo en preparativos de guerra. La gran armada estaba lista á dar la vela en la embocadura del Tajo. Isabel socorría á los Países Bajos con tropas y dinero. Su favorito Leicester mandaba el ejército rebelde. Las naves inglesas habian insultado las costas de España, interceptado los galeones de Méjico y amenazado las colonias. Felipe intentaba, no solo invadir, sino conquistar un reino, al que se creía con derechos, ya como heredero de la casa de Lancaster, ya por la donación del papa Pio V.
Isabel miraba sin sobresalto todos estos preparativos, y empezó á disponerse al conflicto con grande intrepidez. Trató de asegurarse del rey de Escocia, á quien Felipe queria atraer á su partido. Se introdujeron muchos sacerdotes españoles en Escocia, y convirtieron algunos grandes al catolicismo. Se formó una facción que se declaró abiertamente por la política española. Lord Maxwell, que acababa de llegar de España, armó á sus vasallos, y se dispuso á juntarse con los españoles cuando desembarcasen. Las intrigas, las ofertas y el influjo de Isabel disiparon este nublado. Jacobo desechó las proposiciones de Felipe II; desterró á muchos clérigos católicos; deshizo el armamento de Maxwel, y lo hizo prisionero: declaró solemnemente su resolución de mantenerse fiel á la liga con Inglaterra; puso el reino en estado de defensa, y levantó tropas para la seguridad de su territorio y de la fé protestante. El pueblo se pronunció en el mismo

lunes, febrero 16, 2009

Viage ilustrado (Pág. 357)

pensamientos. Entonces el dean de Peterborough comenzó un discurso piadoso. María le declaro que su religion no le permitia darle oidos, y puesta de rodillas recitó muchas veces una oración en latín. Cuando hubo acabado el dean, la reina alzó la voz, y hablando en inglés encomendó á Dios las aflicciones de la Iglesia; rogó por la prosperidad de su hijo, y deseo á Isabel larga vida y tranquilo reinado. Declaro que ponía toda su esperanza en la muerte de Jesucristo, pronta á derramar su sangre, en presencia de la imagen del Salvador. Alzó el crucifijo, lo besó y pronunció estas palabras: «Asi como tus brazos, ¡oh Jesús! están abiertos en la cruz, recíbeme con los brazos abiertos de tu misericordia, y perdóname mis pecados.» Preparóse en seguida á ponerse en el rollo, quitándose el velo y la ropa esterior. Uno de los verdugos quisó ayudarla con ademan grosero: ella lo contuvo con gesto magestuoso y suave, diciéndole que no estaba acostumbrada á desnudarse en público ni con semejantes ayudas de cámara. Estendió el cuello sobre el rollo con la mas perfecta tranquilidad y la mas admirable intrepidez; y mientras un verdugo le tenia las manos, otro le dividió el cuello de dos golpes. El verdugo cogió la cabeza, y al levantarla para que la viesen los espectadores, el dean dijo: «Asi perezcan todos los enemigos de Isabel.» El conde de Kent fué el único que respondió: amen. Todos los otros testigos de esta horrible escena estaban inundados de lagrimas, no podiendo abrigar en aquel instante otros sentimientos que la piedad y la admiración.
Tal fué la muerte trágica de Maria Estuardo, reina de Escocia á la edad de 44 años y 2 meses después de diez y nueve años de cautiverio, durante los cuales no hubo un solo monarca católico en Europa que tomase con calor su causa, tan identificada con la de la religion y con la de la dignidad del poder monárquico. Los partidos políticos que se formaron en Escocia durante su reinado, han subsistido hasta ahora bajo diferentes nombres. Su primitiva animosidad se ha trasmitido de una á otra generación. En vano se buscará el verdadero carácter de María en los historiadores dominados por aquellas pasiones. Los unos le dan todas las virtudes y todas las cualidades amables; los otros le atribuyen todos los vicios de que es susceptible nuestra naturaleza. María, en realidad, no merecía ni los loores escesivos que algunos le han prodigado, ni la censura indiscreta que otros han hecho de sus costumbres y de su conducta. Unia á todos los atractivos de la hermosura, al esterior mas seductor y agradable, un conjunto de todas las habilidades y perfecciones que arrancan los aplausos de las gentes bien educadas. Era cortes, afable, fogosa hasta la precipitación, arrebatada en sus afectos, viva en sus pasiones, y llena de candor y buena fé. Hablaba y escribia con tanta soltura como dignidad y corrección. Gustaba de la lisonja, y no era insensible al placer que sienten las mugeres cuando perciben el efecto que hace su hermosura. No podia sufrir la contradicion, porque desde niña habia sido tratada como reina. Un gran fuego de imaginación, una viveza de temple, no bastantes neutralizadas por la prudencia ni contenidas en los límites de la moderación, la indugeron á cometer faltas que sus mas parciales amigos no pueden abstenerse de calificar de graves. No es fácil saber hasta qué punto tomó parte en el asesinato de Darnly, y si tuvo alguna, las costumbres de su siglo no justifican pero esplican la poca importancia que daban á crímenes de esta clase los personages mas altamente colocados. Pero lo que desarma el mas severo de los censores en el juicio que forme de esta célebre muger, es la acerbidad y la duración de sus infortunios. En lugar de acusarla, no hay corazón recto y noble que no deplore su suerte. Las desgracias de Maria sobrepujan en mucho las ficciones trágicas que inventa la imaginación para conmover todas las fibras del corazón humano. Cuando recorremos esa larga serie de desventuras de la reina de Escocia, nos hallamos dispuestos á disculpar sus flaquezas, notamos sus faltas con menos indignación, y nos felicitamos de las lágrimas que nos hace derramar, como si se vertiesen por una persona de irreprensible virtud.
No se permitió á las criadas de la reina de Escocia que conservasen su cadáver; Se llevó á la pieza contigua á la de la ejecución, y alli estuvo algunos dias cubierto con un pedazo de paño viejo arrancado á una mesa de billar. El rollo, el cadalso, los delantales de los verdugos, y todo lo que estaba manchado con la sangre de María, fué entregado á las llamas. Algún tiempo después, Isabel mandó que se enterrase con pompa regia en la catedral de Peterborough. Pero este trivial paliativo, esta vana ostentación, le fueron inútiles. Cuando Jacobo subió al trono de la Gran Bretaña, mandó trasferir el cadáver de su madre á la célebre abadía de Westminster, donde está colocado entre los restos de los reyes de Inglaterra. Isabel afectó una gran sorpresa y una vehemente pesadumbre cuando le anunciaron la muerte de María. Para dar á esta ficción el aspecto de la realidad, no escusó lágrimas, sollozos ni desmayos. Todo este aparato y el luto rigoroso que vistió, no podían hechar un velo sobre su conducta, marcada en todas su partes con el sello de la perfidia, del rencor y del artificio. Quiso persuadir á todo el mundo que María habia sido conducida al cadalso contra su voluntad y sin su conocimiento. Su ministro Davison fué el instrumento que eligió para representar aquella escena de refinada falsía, y aquel fiel servidor, que no sospechaba las intenciones de la reina, ni las asechanzas que le apercibía, fué víctima de las arterías de su ama.
Davison no habia hecho mas que cumplir con su deber de secretario de Estado, al presentar á la firma de la reina la orden para la ejecución, y por mandato suyo, la llevó á la oficina del gran sello. Sin embargo, la reina aseguraba que le habia mandado guardar el mayor silencio sobre el negocio, y no desprenderse del papel sin una orden verbal suya; que despreciando este precepto, el ministro, no solamente habia revelado el secreto á sus colegas, sino que de acuerdo con ellos habia reunido el consejo privado, el cual, sin conocimiento de la reina, habia publicado la orden y cometido su ejecución á los dos condes. Davison negaba todos estos hechos, y con circunstancias y pormenores que no dejaban la menor duda sobre su veracidad, referia el suceso en términos de hechar toda la culpabilidad sobre la reina. En efecto, era imposible atribuir una conducta tan imprudente á unos hombres envejecidos en el servicio, poseedores de toda su confianza y que conocian demasiado todo lo crítico de las circunstancias para resolver por sí mismos un negocio de tanta magnitud. Sin embargo, Isabel, penetrada en apariencia de pesadumbre y de furor, exageró el disimulo hasta alejar de su presencia á la mayor parte de los ministros. Davison fué privado de sus empleos y enviado á la torre de Lóndres.

sábado, febrero 14, 2009

miércoles, febrero 11, 2009

Viage ilustrado (Pág. 340)

Conquista de Inglaterra, por Guillermo.

conde de Huntigdon, hermano de Malcolm IV y de Guillermo.
Tal es la segunda época de la historia de Escocia. La tercera acaba en la muerte de Jacobo V, y la cuarta en el advenimiento de Jacobo VI al trono de Inglaterra. Vamos á referir, con la estension que nuestros límites nos permitan, los sucesos que llenaron estos interesantes periodos.
Por muerte de Alejandro III, se presentaron dos aspirantes al reino de Escocia: Juan Baliol y Roberto Bruce, ambos nietos de David, conde de Huntigdon, el primero hijo de Margarita, su hija mayor, y el segundo de su hija menor Isabel. Las leyes de sucesión no estaban á la sazon bien determinadas en el derecho público de Europa; los dos príncipes tenían muchos y poderosos partidarios, y después de un confuso interregno, que duró algunos años, los nobles, deseosos de poner término á tantas tubulencias, decidieron nombrar por árbitro y someterse á la decision de Eduardo I de Inglaterra, el príncipe mas político, mas astuto y mas ambicioso de su tiempo. Eduardo aceptó con tanto mas anhelo este encargo, cuanto que hacia mucho tiempo que habia fijado sus codiciosas miradas en el reino vecino. Lo primero que hizo fué

lunes, febrero 09, 2009

Viage ilustrado (Pág. 339)

sociedad de ambos sexos. Los hombres se echan al agua completamente desnudos, de lo cual me quedé sorprendido conociendo la rigidez de las costumbres inglesas.
Respecto á este particular; los españoles no pueden menos de sorprenderse, pues la decencia del pais no es mas que una pueril conveniencia; el cinismo está en el fondo de las costumbres; el que haya vivido en Lóndres lo afirmará, pues me repugna probarlo.
De Brighton, un camino de hierro conduce hasta Hanstings: en la mitad del camino hay un parage llamado Pevensey, célebre por un poético y viejo castillo, que construyó Guillermo el Conquistador, la primera vez que la isla fué invadida, por uno de los grandes vasallos de la dinastía cautiva. Mas tarde bajo el reinado de Felipe Augusto, Luis Corazón de Leon, padre de San Luis, tomó tierra cerca de Douvres, se apoderó de Lóndres, y allí fué coronado rey de Inglaterra.
Después de la precedente relación, nos queda que recorrer otra parte de la isla británica. Nos referimos, pues, á la Escocia, de la cual, antes de considerada geográficamente, la consideraremos por lo que hace relación á su historia, la que no dejará de prestar grande interés á nuestros lectores.
Los escoceses cuentan en sus épocas históricas; períodos remotísimos, en que la imaginación, impulsada por la vanidad nacional, desarrolla su fuerza creadora, poblando aquellas tinieblas de hechos maravillosos y personages fantásticos. Estas ficciones no tienen apoyo ni en monumentos, ni en tradicciones auténticas, ni siquiera en cantos populares, las primeras noticias algo correctas que posee la literatura sobre los habitantes de aquella apartada region, son las que nos han trasmitido los romanos. Los conquistadores del mundo, después de haberse apoderado de la parte de la isla llamada propiamente Inglaterra, quisieron penetrar hacía el Norte, y bajo el mando de Agricola emprendieron la invasion vigorosamente resistida por los caledonianos. Estos eran á la sazón los dominadores y pobladores de Escocia. Rechazados los romanos con grave pérdida, y viendo que, ademas de ser invencibles aquellos hombres, el pais, frio, nebuloso, cubierto de bosques y pantanos, no ofrecía grandes alicientes á su codicia, resolvieron abandonarlo y separarlo de sus posesiones británicas, por medio de una gran muralla que mandó construir Agrícola, y de que se conservan todavía algunos restos. Adriano, sucesor de Agrícola, no satisfecho con aquella defensa, concentro sus fuerzas en el Sur, y alzó otra muralla entre las dos ciudades modernas Newcastle y Carlisle. El terreno que separaba las dos murallas, fué sucesivamente ocupado y perdido por las dos naciones beligerantes, y sirvió de escena sangrienta á muchos y muy empeñados conflictos. La invasion del imperio por los godos, obligó á los romanos á abandonar aquellas regiones boreales, y después de su total retirada, Escocia se nos presenta en la historia ocupada por los escotos ó escoceses, y por los pictos. Estos eran una rama de los bretones, á quienes la invasion de Julio César habia obligado á buscar un asilo en el Norte la isla. Los escotos eran una tribu de celtas, que se habian apoderado algunos años antes de Irlanda, de donde pasaron á la costa opuesta de Escocia, bajo el mando del rey Kenneth II, el cual, segun las leyes de su nación, era el sesenta y nueve de su raza, y que habiendo derrotado un ejército de pictos, se apoderó de todo el pais, y formó una sola monarquía, cuyo territorio se estendia desde la muralla de Adriano hasta el mar del Norte. A fines del siglo XIII, el rey de Inglaterra, Eduardo I, pretendió tener derechos á la corona de Escocia, y para realizar con éxito su designio, halló medios de destruir los archivos que contenían los documentos justificativos de la independencia de aquel reino: pero el celo dé algunos patriotas pudo conservar innegables testimonios que destruian las pretensiones del monarca inglés, y con este incidente termina el primer periodo de la historia escocesa. El segundo comprende el tiempo trascurrido desde la muerte de Kennet hasta la de Alejandro III. Los pocos hechos verdaderamente históricos, relativos á esta época, de que se tiene noticia, están mezclados con tantas fábulas que es difícil sacar de esta mezcla de verdad y mentira algunos pocos sucesos instructivos y dignos de atención. Sabemos que los escoceses mantuvieron denodadamente su independencia contra las repetidas incursiones de los reyes sajones y daneses, que sucesivamente ocuparon el trono de Inglaterra. El rey Malcolm II introdujo el derecho feudal, que posteriormente se arraigó en Escocia, mas tenazmente quizás que en ningún otro pais de Europa. Su hijo Malcolm III, comunmente llamado Canmore, de dos palabras gaélicas que significan cabeza grande, quizás por su grande capacidad mental, subió al trono de Escocia en 1057. Su nombre ha adquirido eterna celebridad en la sublime tragedia de Shakespeare, intitulada Macbeth. Fué un príncipe sabio y magnánimo, y no inferior en grandes prendas á su contemporáneo Guillermo de Normandía, él conquistador de Inglaterra, con el cual sostuvo muchos severos conflictos. Casó con Margarita, hija de Eduardo el Proscripto, y nieta de Edmundo, apellidado Costado de hierro. Por muerte de su hermano Edgar Atheling, el derecho de la raza sajona al trono de Inglaterra, recaía en aquella princesa, una de las mas célebres de su tiempo, tanto por su hermosura, como por sus virtudes, Su hija Matilde casó con Enrique I de Inglaterra. Malcolm, después de un reinado fecundo en sucesos prósperos y adversos, fué muerto á traición, como uno de sus hijos, en el sitio de Alnwick. Sucedióle su hermano Donaldo VII, destronado por Duncano II, de cuya legitimidad habia muchas dudas. Reinaron después sucesivamente Edgar, hijo de Malcolm III, príncipe valiente y sabio; Alejandro I, de quien nada notable se refiere; y por último David I, uno de los monarcas mas perfectos de aquel siglo, ya se le considere como hombre, ya como guerrero, ya como legislador. A él debió la corona de Inglaterra Enrique II, uno de los príncipes mas poderosos de su tiempo, y las posesiones de David en Inglaterra, unidas á todo el territorio de Escocia, colocaron su poder en la Gran Bretaña, casi al nivel del de los reyes de Inglaterra. Las leyes que promulgó hacen eterno honor á su memoria. Las compilaron los hombres doctos que atrajo de todos los reinos de Europa, y á quienes hospedó en su magnífica abadía de Melross. Sus sucesores fueron Malcolm IV, Guillermo, apellidado el Leon, y los dos Alejandros II y III. Casó este último en primeras nupcias con Margarita, hija de Enrique III de Inglaterra, en quien tuvo tres hijos, á saber: Alejandro, quien casó con la hija de un conde de Flandes; David y Margarita, que fué después reina de Noruega, y madre de la famosa doncella noruega. En estos tres príncipes terminó la descendencia de Guillermo, y la corona volvió á la de David,

miércoles, febrero 04, 2009

Viage ilustrado (Pág. 338)

que se habia casado en Inglaterra y que habitaba en Rucby, pequeña ciudad situada en aquellas cercanías. A la puerta de Kenilworth, esta pequeña hada nos tendió la mano, nos deseó muchas felicidades y desapareció como una centella. Mi compañero la miró huir cantando:

El solitario,
Lo sabe todo;
Todo lo vé
Y en todas partes está, etc.

Kenilworth está casi arruinado: es el palacio del Tiempo; en todas partes están grabadas sus armas; destructor, poético y caprichoso, ha completado el esplendor de estos lugares llenos del recuerdo de Leicester, de Enrique de Lancastre, de Simon de Monfort, de Mortimer, de Isabel, y de aquella Amy Robsart, que Walter Scott ha colocado alli, y cuyo fantástico recuerdo se venera mas que las tradiciones de las crónicas.
Elevado sobre un montículo, en la estremidad de una aldea situada en una llanura verde regada por un bonito riachuelo azul terminado por un lago, y sembrada de grandes árboles, Kenilworth, rodeado de un foso profundo, deja ver sus vestigios amontonados sobre una alfombra de yerbas espesas. La mas vieja de estas torres, cuyas proporciones son inmensas y los muros de una prodigiosa profundidad, tiene en su recinto un bosque de encinas entre rocas, estatuas mutiladas y cornisas. Esta torre cuadrada, llena de agujeros, con galerías, escaleras colgantes, donde las aves de rapiña hacen sus nidos, con puertas, este torreón, en fin, se llama la torre de César. Es probable que habitase alli este rey sajón de Mercia, aquel Kenelph de las leyendas, que ha legado su nombre al antiguo castillo.
Mas allá se sube ó se baja á través de muchos escombros; se atraviesa por salones, por salas góticas que reciben la luz del cielo, y cuyas ventanas ojivales son alumbradas en lo interior, en ver de trasmitir la luz. En medio de esta ruinosa antigüedad se ven bóvedas, y se encuentran otras salas subterránas, del pavimento de las cuales salen ramages crecidos y verdes; de este modo la naturaleza ha tomado posesión de su dominio.
Los edificios elevados por Roberto Dadley, conde de Leicester, son mas modernos y de una singular elevación. Se sufre alli una espantosa tiniebla, se respira la humedad de las cavernas, y se escurre el viagero observador sobre este terreno mojado, donde el gusano en su marcha silenciosa señala incesantemente sus tristes geroglíficos. Levantad la cabeza: contra estas paredes sombrías, con claraboyas acá y allá, se verán los cuerpos de mampostería destruidos á estas horas; se verán las chimeneas con las armas pintadas ó en relieve; los frisos de los aposentos, los crampones donde se suspendían las armaduras, y hasta vestigios de pinturas, cubiertas por el musgo verde, césped sepulcral de las murallas. Generaciones guerreras han pasado sobre nuestras cabezas, y duermen donde nosotros descenderemos á nuestra vez.
En la cima de una inútil escalera que ya casi no existe, la vista recorre sin obstáculo aquellas llanuras, en otro tiempo sombreadas por el bosque de Arden, donde justaron en 1286, en presencia de Eduardo I y de las damas, los cien caballeros, que discípulos siempre de las novelas de caballería, celebraron en Kenilworth la asamblea de la Tabla Redonda. La guerra, el amor y la muerte reasumen los anales de este edificio venerando, ora prisión, ora ciudadela, que sirvió de teatro á las luchas feudales sostenidas contra Enrique III por Monfort y Hastings. El antiguo barrio del tiempo del feudalismo, pereció con la era antigua y cayó bajo el hierro de los soldados de Cromwell con los últimos vestigios de las épocas caballerescas.
Tales son las fases de la larga vida de estos monumentos: los reyes reunen alli soldados que los conservan a espensas de los reyes. Después penetró alli el pueblo a su vez, abre las puertas á los árboles de los bosques, y los árboles atraen alli ruiseñores y poetas. Kenilworth, descrito, llenaría muchas páginas: su historia está en las crónicas é idealizada por las leyendas de otros tiempos. Hemos espresado aquí lo que hemos visto y sentido, y no traducir lo que hemos leído. El viagero ha cogido una flor en su tránsito, respira su perfume, y nos la presenta disecada.
Después de un desayuno poco suculento, y obtenido con dificultad, volvimos á emprender nuestra marcha hasta Lecmington. Este viage de dos minutos, nos trasladó de Kenilworth á Warwick, cabeza de partido del condado. Este lugar parece que está consagrado á la antigua caballería de Inglaterra. De estos dos castillos, el tiempo ha respetado el mas ilustre y el mas estraño. Warwick parece que está situado en el fondo de un laberinto sobre el cual se cree que esta sostenido, viéndole innaccesible y fantástico, como uno de los castillos encantados de la Armórica.
Preocupado por la áspera melancolía de estos lugares de misterio y de capricho, me detuve solo en la estremidad de una doble y ancha calle de cedros enormes que oscurecerían mas la noche por su aspecto espeso y sombrío. Luego pasé á la galería de cuadros donde reina todo el interés que puede prestar este sitio. Hay sobre doscientas obras maestras dispersas en estos brillantes salones, que contienen veinte retratos de Van−Dyck.
Los últimos dias de mi residencia los empleé en escursiones. Tenia curiosidad de comparar á Lóndres con las provincias, y de observar la fisonomía particular de las ciudades en los condados inmediatos. La legislación y las costumbres religiosas lo han nivelado todo; el inglés es el mismo en todas partes; los antiguos usos van desapareciendo; lo mismo se vive en Birmingham ó en Bristol que en Lóndres, y se vive en el país de York como en el Devonshire. Escepto la Irlanda y la Escocia, donde yo no he estado, el viage á través de las llanuras de la antigua Inglaterra no suministra otro elemento de variedad que los sitios y los monumentos. La ciudad, que tiene la monotonía por apogeo, ha nivelado los condados, como nivelará nuestras antiguas provincias.
En Brighton, donde he estado dos dias, se vive con harto fastidio. Durante el verano, es una ciudad para los baños de mar, y en el invierno una ciudad para baños de agua templada. Abrigado hacia el Norte por una cordillera de montañas, Brighton, el Pontpeller de la Gran Bretaña, es una ciudad nueva parecida á Lóndres, con palacios y suntuosos hoteles. Los enfermos acuden alli á la aproximación de Navidad, y el difunto rey Guillermo IV, se hizo construir alli un palacio á la turquesca, aun cuando este soberano nada tuvo de turco. En la buena estación, se bañan en la mar, delante del muelle, que sirve de paseo á la

lunes, febrero 02, 2009

Viage ilustrado (Pág. 337)

El conde de Leicester

Reflexionando en ello aplaudia interiormente esta firmeza estoica.—Es, decia, que el doctor esplica hoy una lección de arqueología en la catedral sobre este mismo monumento, y ya comprendereis…
—Que será muy interesante, sin duda.
—¡Cuánto desearía poderos conducir allí! Pero es necesario ser conocido, presentado, invitado, y á semejante hora no tengo tiempo para prevenirle, y ademas...
No continuó; enjugo el sudor que corría por su frente y echó á correr.
—¡Pobre hombre! murmuró mi camarada; nosotros llevamos la prudencia hasta la ferocidad.
El origen de Oxford se pierde en la noche de los tiempos; la ciudad era ya antigua en 729, cuando el noble Didano, habiendo perdido á su muger Safrida, fundó una iglesia y un convento cuya dirección dio á su hija Friedeswide, que habiendo sido después canonesa, llegó á ser la patrona de la catedral, donde todavía existe su sepulcro.
El colegio de Oxford es uno de los mas vastos y de los mas suntuosos. El colegio de la Universidad, propiamente dicho, tiene un aspecto muy estraño con sus dos claustros góticos. La universidad existia ya en el siglo IX bajo Alfredo el Grande, á la cual concedía la octava parte de sus rentas. Poco después, es decir, en el siglo XIII, Mateo Páris señalaba á Oxford la presencia de tres mil estudiantes, y esta universidad no habia sido aun enriquecida con los donativos de Guillermo Durham ni de Isabel de Montaiga, que la elevaron almas alto esplendor.
Pero ¿cómo describir las maravillas de Oxford? Seria necesario un tomo y centenares de grabados para dar una idea de ella. La juventud de Oxford, dicen que es pedante y gastadora; Oxford es un lugar de estudio y de placeres costosos. Nada mas singular que ver circular por las calles antiguos escolares ricamente ataviados.
Oxford es un monumento único, maravilloso y muy poco visitado.
Después de haber recorrido esta población de los tiempos medios pasamos al camino de hierro, que tardó cinco horas en hacernos recorrer la distancia atravesada por la mañana en hora y media. Los trenes ordinarios se cargan de mercancías, y se detienen mas de media hora en las estaciones para depositar los efectos que llevan. Estas estaciones son tan numerosas que triplican la longitud del tránsito, y si se apercibe de lejos á un viagero retardado, se le espera con una paciencia digna de los cocheros que circulan con sus carruages por Madrid.
Esta lentitud, estos enojos son soportados con una resignación estoica por los ingleses, cuya situación normal es estar viajando. Los ingleses tienen un proverbio que dice: «La vida es un viage
Una tarde que yo comia con mi amigo W... cerca de Burlington−Arcade, con su hermano, vinieron los dos hijos de este último, jóvenes, el uno de diez y seis y el otro de diez y siete años. Durante la comida hablamos de Alemania, de las orillas del Rhin, de la Holanda... Los niños escuchaban con una atención estraordinaria; tan jóvenes todavía, se preparaban á recorrerlos países. Recibieron de mí algunas indicaciones, y me rogaron que les trazara un buen itinerario, lo que hice al punto y con gusto. Después de los postres nos levantamos.
—Creo que ya es hora, dijo Mr. W..., no os hagáis esperar.
Después de haberse escusado por dejarme tan pronto, los jóvenes pasaron á la antecámara, tomaron un saco de noche y sus gorras.
—¿Van al campo? pregunté.
—Van al Tirol, á Dresde, á Berlin, á Colonia, á Amsterdam, y se alejan por seis meses, tan poco conmovidos como si fueran sencillamente al teatro. Por parte de los pacientes no hubo ninguna clase de estremos. El tio les apretó la mano diciendo: ¡God evennig! el padre les deseó tiernamente un buen viage y les dio la mano sin abrazarlos.
Nos volvimos á sentar y hablamos otras cosas. Mr. W.. me convidó para que le acompañara á un sarao del cual no podia dispensarse, y como yo me disculpaba por no estar vestido de etiqueta,
—Yo haré, me dijo, que pase vd. por un hombre estravagante.
No quise aceptar. Me recomendó mucho que visitara los castillos feudales de Warwick y de Kenilworlh, situados á cien millas de Londres, en el centro mismo de Inglaterra, y respondí:
—Iré mañana.
Aquella noche esperaba encontrar á mi amigo de viage cenando en el restaurant francés. Mi proposición se ofrecia en momento oportuno, pues Kenilworth y Warwick habian sido elogiados aquel mismo día por un amigo nuestro, pintor distinguido y el primer cuarelista de este pais. Las cuarelas son cuadros variados y justamente admirados.
Nos fuimos muy temprano con las señas que nos dio este honrado artista, y nuestra buena estrella nos unió al guia que nos faltaba. Era una joven española, muy vivaracha y atenta.
—¡Compatriotas! esclamó; rara y buena casualidad para una desterrada.
Pronto se hizo el conocimiento: bajó con nosotros y nos condujo por senderos conocidos á las ruinas de Kenilworlh. Al mismo tiempo que andábamos nos dijo