En seguida se le hizo causa, y salió condenado á 10,000 libras de multa y á permanecer encerrado durante el tiempo de la voluntad de la reina. Alli vivió muchos años, y nunca volvió á entrar a favor. Los temores y los celos de Isabel habían costado la vida á la reina de Escocia; el deseo de paliar este crímen fué la causa de la desgracia de Davison. Isabel, para justificar su conducta y lavar la mancha de su atentado, no tuvo escrúpulo en sacrificar el honor y la reputación del hombre mas hábil y honrado de su corte.
Esta mal representada comedia, que es el nombre que le corresponde, suministró á Isabel medios aparentes para justificarse á los ojos del rey de Escocia. Jacobo, á vista del peligro que amenazaba á su madre, sintió todas las penas y todas las inquietudes que puede inspirar la ternura filial. La noticia de su muerte lo penetró de dolor y de rabia. Sus súbditos estaban indignados de la afrenta que se hacia al rey y á la nación. Isabel, para apaciguarlos, envió a Escocia un personage, á quien no se permitió entrar en el reino, y costó mucho trabajo que el rey admitiese una memoria en que la reina se justificaba con la fábula inventada para acriminar á Divisón. Esta escusa no pareció suficiente, antes bien se tomó por nuevo insulto. El rey y la mayor parte de los nobles no respiraban mas que venganza. Isabel tenia mucho interés en apaciguar esta tormenta, y no careció de medios para lograrlo. Muchos nobles ingleses, y entre ellos el famoso Leicester, que conocían personalmente al rey, y le habían hecho grandes servicios, le escribieron haciéndole ver los peligros á que se esponia, si con los pocos recursos de que podía disponer, osaba hostilizar una nación tan fuerte y poderosa. Estas razones y otras no menos eficaces, presentadas con astucia y elocuencia, hicieron profunda impresión en el ánimo del rey, y lo obligaron á reprimir sus sentimientos. En su consecuencia, fingió quedar satisfecho con el castigo de Davison, y conservó las apariencias de la buena amistad con la córte de Inglaterra. La muerte de María no tuvo mas consecuencias que las de un reo ordinario; ningún príncipe de Europa pensó en vengarla, y la reina de Inglaterra no sintió otro inconveniente de su crimen que la infamia de haberlo cometido. Gray, favorito del rey de Escocia, fué el que mas padeció de resultas de aquel suceso. Se habia hecho odioso á la nación, como todos los que suben al favor sin mérito, y lo usan sin discreción. No era para nadie un secreto el papel de traidor que habia hecho en su última embajada. El rey lo supo al fin, y quedó horrorizado. Los cortesanos empezaron á conocer que el favorito decaia visiblemente en el ánimo del monarca, y sus enemigos se aprovecharon de esta ocasión para perderlo. Guillermo Stuart buscaba una oportunidad de vengar á su hermano Jacobo, antes conde de Arran, cuya pérdida era únicamente debida á las traiciones de Gray. Lo acusó ante la asamblea de los nobles y ante el publico de haber contribuido eficazmente á la muerte de la reina, y de mantener correspondencia con algunos monarcas papistas, con el objeto de destruir la religion dominante. Se defendió débilmente, y fué condenado á destierro perpetuo: ¡castigo demasiado suave comparado con la enormidad de sus crímenes!
Antes que el parlamento se reuniese aquel año, Jacobo concibió un proyecto verdaderamente digno de un rey. Las enemistades irreconciliables que subsistían entre la mayor parte de las grandes familias, y que se trasmitían de una generación á otra, disminuían considerablemente las fuerzas del Estado; contribuían mas que todo á mantener entre los nobles un espíritu de barbarie y de ferocidad, y producían catástrofes igualmente funestas á los nobles y á la patria. El rey, después de haber preparado la ejecución de su designio por medio de algunas negociaciones, convidó á todos los nobles que mantenían entre sí odios hereditarios á un festín regio en su palacio. Habló á los unos con autoridad, empleó con otros las súplicas, y todos le prometieron sepultar sus agravios en el olvido. De palacio los llevo en procesión por las calles de Edimburgo, de dos en dos, dando cada uno la mano á su antiguo enemigo, á un sitio llamado la cruz pública, donde estaba preparado un suntuoso banquete. Allí brindaron unos por otros, ratificando sus promesas de paz y conciliación. El pueblo, en quien hizo mucha impresión este espectáculo, prorumpió en aplausos concibiendo la esperanza de ver estinguidas las luchas domésticas que por espacio de tantos siglos habian agitado á la nación entera. Por desgracia, las consecuencias que mas tarde se desarrollaron no correspondieron á las buenas intenciones del monarca. Reunióse después el parlamento, y se ocupó mucho en los negocios de la iglesia. Sancionáronse también las leyes encaminadas á disminuir los abusos del sistema feudal, algunas de las cuales no fueron ejecutadas.
La situación de Europa á principios de 1588, se presentaba bajo formidables auspicios, y anunciaba tremendas convulsiones. En Francia se aguardaba por instantes una revolución. Grandes eran los progresos de la liga, capitaneada por el intrépido y ambicioso Guisa, y estimulada por la imbecilidad de Enrique III, Guisa forzó al rey á salir de la capital, y quedó revestido de vastos poderes, que el rey sancionó en un tratado; pero antes de un año Guisa fué sacrificado á los justos temores y á la seguridad del rey. Felipe II hacía gigantescos esfuerzos y empleaba todos los tesoros del Nuevo Mundo en preparativos de guerra. La gran armada estaba lista á dar la vela en la embocadura del Tajo. Isabel socorría á los Países Bajos con tropas y dinero. Su favorito Leicester mandaba el ejército rebelde. Las naves inglesas habian insultado las costas de España, interceptado los galeones de Méjico y amenazado las colonias. Felipe intentaba, no solo invadir, sino conquistar un reino, al que se creía con derechos, ya como heredero de la casa de Lancaster, ya por la donación del papa Pio V.
Isabel miraba sin sobresalto todos estos preparativos, y empezó á disponerse al conflicto con grande intrepidez. Trató de asegurarse del rey de Escocia, á quien Felipe queria atraer á su partido. Se introdujeron muchos sacerdotes españoles en Escocia, y convirtieron algunos grandes al catolicismo. Se formó una facción que se declaró abiertamente por la política española. Lord Maxwell, que acababa de llegar de España, armó á sus vasallos, y se dispuso á juntarse con los españoles cuando desembarcasen. Las intrigas, las ofertas y el influjo de Isabel disiparon este nublado. Jacobo desechó las proposiciones de Felipe II; desterró á muchos clérigos católicos; deshizo el armamento de Maxwel, y lo hizo prisionero: declaró solemnemente su resolución de mantenerse fiel á la liga con Inglaterra; puso el reino en estado de defensa, y levantó tropas para la seguridad de su territorio y de la fé protestante. El pueblo se pronunció en el mismo
Esta mal representada comedia, que es el nombre que le corresponde, suministró á Isabel medios aparentes para justificarse á los ojos del rey de Escocia. Jacobo, á vista del peligro que amenazaba á su madre, sintió todas las penas y todas las inquietudes que puede inspirar la ternura filial. La noticia de su muerte lo penetró de dolor y de rabia. Sus súbditos estaban indignados de la afrenta que se hacia al rey y á la nación. Isabel, para apaciguarlos, envió a Escocia un personage, á quien no se permitió entrar en el reino, y costó mucho trabajo que el rey admitiese una memoria en que la reina se justificaba con la fábula inventada para acriminar á Divisón. Esta escusa no pareció suficiente, antes bien se tomó por nuevo insulto. El rey y la mayor parte de los nobles no respiraban mas que venganza. Isabel tenia mucho interés en apaciguar esta tormenta, y no careció de medios para lograrlo. Muchos nobles ingleses, y entre ellos el famoso Leicester, que conocían personalmente al rey, y le habían hecho grandes servicios, le escribieron haciéndole ver los peligros á que se esponia, si con los pocos recursos de que podía disponer, osaba hostilizar una nación tan fuerte y poderosa. Estas razones y otras no menos eficaces, presentadas con astucia y elocuencia, hicieron profunda impresión en el ánimo del rey, y lo obligaron á reprimir sus sentimientos. En su consecuencia, fingió quedar satisfecho con el castigo de Davison, y conservó las apariencias de la buena amistad con la córte de Inglaterra. La muerte de María no tuvo mas consecuencias que las de un reo ordinario; ningún príncipe de Europa pensó en vengarla, y la reina de Inglaterra no sintió otro inconveniente de su crimen que la infamia de haberlo cometido. Gray, favorito del rey de Escocia, fué el que mas padeció de resultas de aquel suceso. Se habia hecho odioso á la nación, como todos los que suben al favor sin mérito, y lo usan sin discreción. No era para nadie un secreto el papel de traidor que habia hecho en su última embajada. El rey lo supo al fin, y quedó horrorizado. Los cortesanos empezaron á conocer que el favorito decaia visiblemente en el ánimo del monarca, y sus enemigos se aprovecharon de esta ocasión para perderlo. Guillermo Stuart buscaba una oportunidad de vengar á su hermano Jacobo, antes conde de Arran, cuya pérdida era únicamente debida á las traiciones de Gray. Lo acusó ante la asamblea de los nobles y ante el publico de haber contribuido eficazmente á la muerte de la reina, y de mantener correspondencia con algunos monarcas papistas, con el objeto de destruir la religion dominante. Se defendió débilmente, y fué condenado á destierro perpetuo: ¡castigo demasiado suave comparado con la enormidad de sus crímenes!
Antes que el parlamento se reuniese aquel año, Jacobo concibió un proyecto verdaderamente digno de un rey. Las enemistades irreconciliables que subsistían entre la mayor parte de las grandes familias, y que se trasmitían de una generación á otra, disminuían considerablemente las fuerzas del Estado; contribuían mas que todo á mantener entre los nobles un espíritu de barbarie y de ferocidad, y producían catástrofes igualmente funestas á los nobles y á la patria. El rey, después de haber preparado la ejecución de su designio por medio de algunas negociaciones, convidó á todos los nobles que mantenían entre sí odios hereditarios á un festín regio en su palacio. Habló á los unos con autoridad, empleó con otros las súplicas, y todos le prometieron sepultar sus agravios en el olvido. De palacio los llevo en procesión por las calles de Edimburgo, de dos en dos, dando cada uno la mano á su antiguo enemigo, á un sitio llamado la cruz pública, donde estaba preparado un suntuoso banquete. Allí brindaron unos por otros, ratificando sus promesas de paz y conciliación. El pueblo, en quien hizo mucha impresión este espectáculo, prorumpió en aplausos concibiendo la esperanza de ver estinguidas las luchas domésticas que por espacio de tantos siglos habian agitado á la nación entera. Por desgracia, las consecuencias que mas tarde se desarrollaron no correspondieron á las buenas intenciones del monarca. Reunióse después el parlamento, y se ocupó mucho en los negocios de la iglesia. Sancionáronse también las leyes encaminadas á disminuir los abusos del sistema feudal, algunas de las cuales no fueron ejecutadas.
La situación de Europa á principios de 1588, se presentaba bajo formidables auspicios, y anunciaba tremendas convulsiones. En Francia se aguardaba por instantes una revolución. Grandes eran los progresos de la liga, capitaneada por el intrépido y ambicioso Guisa, y estimulada por la imbecilidad de Enrique III, Guisa forzó al rey á salir de la capital, y quedó revestido de vastos poderes, que el rey sancionó en un tratado; pero antes de un año Guisa fué sacrificado á los justos temores y á la seguridad del rey. Felipe II hacía gigantescos esfuerzos y empleaba todos los tesoros del Nuevo Mundo en preparativos de guerra. La gran armada estaba lista á dar la vela en la embocadura del Tajo. Isabel socorría á los Países Bajos con tropas y dinero. Su favorito Leicester mandaba el ejército rebelde. Las naves inglesas habian insultado las costas de España, interceptado los galeones de Méjico y amenazado las colonias. Felipe intentaba, no solo invadir, sino conquistar un reino, al que se creía con derechos, ya como heredero de la casa de Lancaster, ya por la donación del papa Pio V.
Isabel miraba sin sobresalto todos estos preparativos, y empezó á disponerse al conflicto con grande intrepidez. Trató de asegurarse del rey de Escocia, á quien Felipe queria atraer á su partido. Se introdujeron muchos sacerdotes españoles en Escocia, y convirtieron algunos grandes al catolicismo. Se formó una facción que se declaró abiertamente por la política española. Lord Maxwell, que acababa de llegar de España, armó á sus vasallos, y se dispuso á juntarse con los españoles cuando desembarcasen. Las intrigas, las ofertas y el influjo de Isabel disiparon este nublado. Jacobo desechó las proposiciones de Felipe II; desterró á muchos clérigos católicos; deshizo el armamento de Maxwel, y lo hizo prisionero: declaró solemnemente su resolución de mantenerse fiel á la liga con Inglaterra; puso el reino en estado de defensa, y levantó tropas para la seguridad de su territorio y de la fé protestante. El pueblo se pronunció en el mismo
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