sábado, enero 31, 2009

Viage ilustrado (Pág. 336)

Ruinas del castillo de Kenilworth

Se lo preguntamos á un hombre que hallamos, el cual esclamó: Estamos en Oxford.
Era un hombre de cincuenta años, de un aspecto profesoral: cara angulosa, nariz puntiaguda, labios delgados, ojos de gallo, é indicando astucia y perspicacia. Habia tomado asiento al lado nuestro en la estación, donde habíamos dejado á la izquierda el camino de Bristol, para tomar el que nos guiaba á Oxford.
—Estos españoles, son verdaderamente aturdidos, decia á su muger y á su hija en inglés; no dudan nada.
Luego volviéndose hacia nosotros:
—¿Cómo van vds. á componerse? Las escuelas están en vacaciones y no tengo á nadie á quien recomen dar á vds. Los guias de Oxford no hablan español, los habitantes de la ciudad tampoco; vd no es prudente y sino me hubiese vd. encontrado por casualidad, hubiera vd. vuelto sin haber visto nada.
Nosotros nos confundimos en cumplimientos.
—Yo no soy, prosiguió, enteramente dueño de mi tiempo, vamos para asuntos de importancia á Oxford, de donde saldré ésta noche. Sin embargo, vd. no puede ser abandonado de esa manera...
—Caballero, respondí, jamás me he desesperado; todo lo espero de vd. y esperamos llenos de confianza y tranquilidad.
—La fé en la Providencia es una virtud cuando esta no llega hasta la presunción. ¿Qué va vd. á ver en Oxford?
—La ínclita y venerable universidad.
—Curiosidad de artista, en una palabra. El colegio de la universidad... ¡Pero se cuentan veinte y dos! Oxford no es mas que un concilio de colegios.
El pensaba terrificarnos.
—¡Oh! esclamaba mi amigo, hemos hecho muy bien de venir aquí.
—Lo esencial para los estrangeros es visitar los mas bellos y los mas curiosos. Voy á conduciros á ellos sucesivamente.
He aqui un hombre como se encuentran pocos, y un inglés como se encuentran muchos, No bien echamos pie á tierra, nuestro benévolo cicerone, depositó su familia con su bagage en una casa, y sin perder el tiempo en vanas palabras, nos dijo que le siguiéramos. A pocos instantes, atravesando claustros estraños, bajo bóvedas góticas y pasages extravagantes, patios, jardines, cercados, completamos la vuelta á la ciudad, poblada con veinte y dos mil almas.
Entrevimos, á lo largo de éste camino fantástico milagros de arquitectura, perfiles admirables, ojivas, estatuas, palacios pertenecientes á todos los siglos, de Guillermo el Conquistador y de Carlos II. Mas estraño, mas suntuoso, mas improvisto que Bruges ó Nuremberg, Oxford es una de las maravillas de arte de la edad media.
Multiplicando las esplicaciones, nuestro protector examinaba su reloj á cada paso, repitiendo. —Estoy muy de prisa... Vamos, venid pronto otra vez por este lado... (y redoblaba su paso. Nosotres silbábamos como una locomotora). ¡Gran Dios! esclamaba; ¡nada mas que diez minutos! ¡Si faltase á la lección de arquitectura bizantina! ¡Qué pensaría el ilustre doctor Speaghulf!
Hubiera sido muy justo darle libertad; pero fuimos crueles; los buenos viageros lo inmolan todo á sus designios, y su contratiempo nos era demasiado útil,

jueves, enero 29, 2009

Viage ilustrado (Pág. 335)

comer sin inquietud, prometiendo venir á buscarme en el momento de la partida. Tuvo la atención hasta de reservarme un buen puesto al lado de un caballero que hablaba español. Pedid cumplimientos de este género á los empleados de diligencias españoles: llenos de importancia, se consideran autoridades con relacion al público...
Como habia sol, las inglesas habían llevado sus paraguas, y para garantirse del polvo, habían atado á sus sombreros pedazos de gasa verde, que les daba un falso aire de amazonas. Nosotros desdeñamos tales cuidados. Tuve una conversación muy tirada con el compañero que me tocó al lado, hasta que últimamente me dijo:
—Adiós, amigo, ánimo! Héte aqui que hemos llegado al ángulo del camino de Walthamstow.
El tiempo habia pasado muy pronto, merced á la estravagante fecundidad de mi compañero de casualidad. Su conversación contenia hechos singulares: yo los escribí abreviándolos, pero sin añadir nada.
El coche me habia depositado en un camino solitario rodeado de grandes olmos sacudidos por el viento; el terreno era arenoso, el pais semejante á la llanura del campo de Guardias de Madrid, sin mas sombras, y separado de Lóndres por la parte del Mediodía.
Aqui y alli se sucedían algunos establecimientos científicos, y yo ignoraba la situación de la posesión de Mad. F… que iba buscando. Tomé el partido de llamar á todas las verjas. Desde la primera reconocí mi error, viendo recorrer desde la entrada el personal de un pensionado de niñas. Mas lejos, otro boarding−scool; un cartero me sacó de mi incertidumbre, designándome la residencia porque yo preguntaba. Llamo y entro ¡nuevo pensionado!
Se sabe que las familias inglesas son muy numerosas, pues se contaban alli los chicos á docenas. Ahora bien, cuando un estrangero aparece, los niños vergonzosos y tímidos corren á esconderse, al paso que las niñas, provistas ya de la seguridad propia de su sexo en este pais, acuden curiosas á mirar al visitador. En una de estas pretendidas pensiones, tuve el tiempo de apercibir por una ventana baja, cuatro niñas alineadas de frente y dispuestas á marchar, con los codos unidos al cuerpo y la vista fija en un sargento instructor de infantería de la reina. Desde entonces me espliqué por qué los soldados me habían parecido marchar como las damas inglesas.
Me fué muy lisongero encontrar, en el colegio de Walthamstow, á una amable persona, que unia á la gravedad de las costumbres inglesas las gracias de la agudeza española. Casi acto continuo, vino el hijo de mi huéspeda á besarme como á un antiguo camarada. Esto me admiro bastante, pues habia visto lo contrario en otros puntos de Inglaterra. Es que en otras partes educan á los niños de otra manera. Las ayas o instructoras alejan á los niños de la influencia de sus padres: ella vive con ellos de dia y de noche. La madre asiste silenciosa á ciertas lecciones en el scol−room, y sube sola á su aposento. En las casas inglesas donde las costumbres acaban de amoldarse, la cueva pertenece á las cocinas y á la domesticidad. Impropiamente aqui designada, esta cueva, semejante á un cripto, está separada de la calle por un foso protegido por uña verja: por eso en las calles nuevas, entre las fachadas de las casas y la baldosa hay un espacio vacío de dos ó tres metros de longitud. La verja está interrumpida delante de la puerta de la habitación que sirve de entrada á los amos, y el servicio tiene su escalera particular.
Sobre la fachada posterior del edificio, se edifica generalmente un patio á la altura de las cocinas, y el piso bajo del lado de la calle llega á ser un primer piso, pues los amos entran, salen y reciben enteramente al abrigo de la curiosidad de los criados. El piso bajo contiene el comedor y los aposentos destinados á la infancia; el salon y la cámara de los amos ocupan el piso superior.
Pero este austero uso sonreia menos á Mad. F..., que adora á su hijo y posee bastante tacto para mimarle juiciosamente. Por eso contrasta de una manera ventajosa con la salvage cuadrilla de su cuñada. Los niños comen á parte y á otras horas que sus parientes.
Después de lo referido nada encontré que mereciera llamarme la atención, y de regreso á Lóndres, observé en el ángulo de Fleet−street la redacción del Sunday−Times, periódico del domingo y dedicado al pueblo, cuya redacción, cerrada la víspera, me habia escandalizado. El sábado sir Roberto Peel había sostenido contra lord Palmerston, á propósito de los asintos de Grecia, su última lucha. Temible, elocuente como siempre, habia recibido, sin embargo, una interpelación, y el Sunday−Times cubrió de oprobio este nombre respetable. No podemos formarnos una idea de esta grosera licencia. Bajo las rúbricas de TRIMPH, de SHOCKING ACCIDENT AT S. ROBERTO PEEL, este noble campeón de las ideas progresivas era tratado de renegado, de criminal, de cobarde, de traidor, de atroz y de insolente.
Ahora bien, á la hora misma en que yo descifraba estas indignidades, Roberto Peel, volviendo del palacio de Buckingam, y atravesando Saint−James−Park, era lanzado sobre la arena de Constitution−Hill, por su caballo, que cayendo sobre él, aplastaba el cuerpo del célebre orador. El Sunday−Times se apresuró al dia siguiente á llenarle de elogios; la multitud leía con ansia el boletín sanitario del enfermo; la consternación habia llegado á su colmo. Lóndres pasó tres días en una contínua y profunda agitación, y vi á muchas personas que iban cinco veces al dia á saber el estado del enfermo á la puerta de Roberto Peel. Propagóse la noticia de que el tribuno habia empeorado. Al volver á mi casa tristemente impresionado por este público dolor, tan honroso para el representante y para sus mandantarios, pasé por debajo de los balcones de la residencia de Peel. La noche era muy oscura, los grupos mudos y vueltos hacia la verja, separada por un pequeño jardín, veían brillar una luz débil.
Al cabo de algunos minutos, un agente se asomó por la verja, y todos se aproximaron á él sin ruido. Este dijo en inglés y con una voz muy calmosa:
—Ha muerto...
Saqué mi reloj que señalaba la diez y cinco minutos.
Una hora después, todo Lóndres sabia el fatal suceso.
A la mañana siguiente desperté á mi amigo.
—¿Dónde vamos, me preguntó frotándose los ojos?
—Partimos á Oxford.
El tren directo atravesó tan rápidamente las sesenta y tres millas que separan á Londres, de la ciudad de los escolares, que al cabo de hora y medía llegamos á Oxford.

martes, enero 27, 2009

Viage ilustrado (Pág. 334)

tificacion fantástica y burlesca de Falstaff. Windsor está distante de Londres unas veinte leguas.
Las construcciones mas estrañas aparecen allí las unas sobre las otras, reunidas en este almacén demasiado lleno de curiosidades arquitectónicas.
Uno de los mas singulares y de los menos previstos de estos accesorios de Windsor, que por otra parte constituirían monumentos completos, es un claustro contemporáneo de Eduardo III, y cuyas ojivas situadas entre dos altas paredes yacen en la humedad y en el silencio de las sombras.
Alli dejamos á Windsor para dirigirnos á Ascot−heath, á donde llegamos.
¡Qué movimiento de carruages que rodaban en todas direcciones! Todos marchan hacia Ascot−heath para asistir á las carreras de caballos de Pentecostés. La ocasión era preciosa, única, el dia tibio y risueño; nos metimos en la imperial de un omnibus.
Ascot es un terreno desigual, montuoso, árido, un desierto, que llega á ser pintoresco á fuerza de su desolación. De pronto se oye una campana y sucede un gran movimiento, para que la arena, atestada de gente quede pronto vacía; todos toman su posición respectiva, todos afluyen contra las barreras, porque va á comenzar la carrera. Se redoblan los clamores y los gritos: once caballos van rasando la tierra con su vientre, alargando el cuello y las piernas semejantes á una nube de flechas.
Desde el momento que han desaparecido, la multitud invade nuevamente la arena, preguntan, hablan confusamente; la reserva británica ha desaparecido, el entusiasmo llega á su colmo; y cuando dos minutos después el proclamado vencedor recorre la arena, el caballo se ve rodeado y colmado de parabienes. En este momento no habla la pasión, sino el delirio, la embriaguez, el frenesí; los sombreros vuelan por el aire, y los clamores suben hasta las nubes; en fin, la multitud electrizada se entrega á los trasportes de una alegría loca.
Tal es el único y poderoso elemento, tal es el efecto de las pasiones publicas en este floreciente pais.
Después de una semana de trabajo, de actividad, de placeres y de fatiga, Lóndres sucumbe y queda tranquila en un reposo de veinte y cuatro horas. Desde el sábado por la noche la ciudad toma otro aspecto, cesa el movimiento, y á la mañana siguiente se levanta el sol sin despertar á la ciudad, cuyas calles quedan mudas y silenciosas.
El mal humor inherente á los ingleses exagera la severidad religiosa que preside á este dia de obligatoria recreación. Se cierran los establecimientos públicos el domingo: museos, galerías, teatros, y hasta las iglesias, escepto las horas de ceremonia. No es costumbre hacer visitas en este dia, consagrado á Dios y á la familia. El móvil de esta costumbre es la igualdad.
Los ingleses, entre nosotros, pasan por inhospilatalarios, y verdaderamente no sé porqué. Sin afirmar nada respecto á este particular, me limito á consignar mis propias esperiencias, porque yo no he encontrado mas que maneras agradables, y un humor servicial por todas partes y en todas las clases sin escepcion. Los españoles se creen también objeto de una reprobación completa porque se dejan crecer la barba, y es preciso confesar que esta moda es poco agradable en un pais donde el gusto por el rape se estiende hasta en las praderas.
Se trataba, pues, de descubrir á Wallhamstow; yo me encontraba en la Cité, las tiendas estaban cerradas, y confiaba en la bondad de los citadinos. Estaba escrito que haria sobre este particular esperiencias muy edificantes. He aquí cual fué mi Odisea.
Un vendedor de tabaco me aconsejó que fuese á Bishops−gate street, núm. 50, donde probablemente hallaría carruages. Esta calle estaba lejos y era de un acceso difícil; me fué necesario preguntar muchas veces en el camino, y la última vez que pregunté llegué á un barrio donde habia tres calles que tomaban una misma dirección. Nuevos contratiempos. Me tocaron en el hombro; era la última persona á quien había preguntado, la que preveyendo sin duda, había vuelto para seguirme sin que yo lo reparase por espacio de cerca de un cuarto de hora. Sonrióse por haberlo adivinado, designóme el camino que debia seguir, y se fué sin escuchar mis demostraciones de gratitud.
En Bishops−gate street, sucedió que mi primer guia se habia equivocado acerca del número. La casa indicada no me ofreció mas que una taberna entreabierta, donde habiendo penetrado me hallé en medio de unos cuantos bebedores, gentes del pueblo, de ojos borrachunos y pómulos salientes y encarnados. Se detuvieron los conversantes y yo me callé. En el mostrador habia un muchacho bastante limitado, del cual, me hice entender de mala manera, y á quien yo no comprendí nada absolutamente. Los prácticos intervinieron á porfía, pero todos pretendiendo hacerse escuchar, solo me atraian y tomaban posesión de mi persona. Al fin me fué indicada la oficina ni bien ni mal; fui á buscarla, y no habiendo encontrado nada regresé á la taberna. Nuevas esplicaciones; yo era inepto, y estas gentes, desoladas, se mostraban verdaderamente pacientes y buenas en su cordialidad familiar.
Uno de ellos tomó un gran partido echando una mirada enérgica sobre su vaso lleno, le vació á medias, me miró en seguida, y dejando la taberna con un suspiro murmuró: come here; cogió mi brazo y me llevó á la calle; la distancia era larga, me condujo hasta la puerta misma y me dejó.
La hora de la partida habia pasado, y yo debí renunciar á mi proyecto; pero curioso por conocer á fondo la paciencia de aquellas buenas gentes, volví á entrar por tercera vez en la taberna, donde mi aspecto produjo una especie de consternación. Sin embargo, ofrecieron conducirme otra vez; anuncié que habia encontrado la oficina, y para completar mis señas multipliqué las preguntas y la hora de las salidas, y hablé sobre la distancia y los medios de volver. Su benevolencia fué inagotable, su buen humor no terminó, y su cordialidad perfecta. La mayor parte de ellos estaban borrachos.
Ofrecí un vaso de rom al que habia molestado, y yo bebí á la salud de todos. Me correspondieron con un brindis ala salud de los españoles, di las gracias, de lo cual parece que quedaron encantados; solamente hubo uno que me dijo:
—Señor, viva el gobierno español. Pero al momento le reprendieron esta indiscreción.
Yo iba, pues á Walthamstow á la mañana siguiente á las diez. Llegando a la oficina un poco tarde y en ayunas, pregunté si tendría tiempo para almorzar, y para ello me informé de una taberna. Dejando su cajón bajo la custodia de otro cochero, el conductor del carruage me condujo, pidió mi desayuno y me dio de

domingo, enero 25, 2009

Viage ilustrado (Pág. 333)

Inválidos de Greenwich
de que la primera noche me estraviara al buscar mi domicilio. Un agente de policía, á quien supliqué me enseñara, me hizo señas para que le siguiera. Al fin de la calle me confió á otro agente, á quien no dijo mas que estas dos palabras: Manchester−Buildings. Este me escoltó doscientos pasos y me entregó á otro, que me pasó á otro, y este último á otro, de los cuales conté hasta doce, igualmente silenciosos hasta el momento en que el último me indicó con el dedo una puerta que ya yo conocía.
Saqué una llave que la posadera me habia dado, y abrí sin incomodar á nadie; encendí una bugía, eché los cerrojos y tendí contra la puerta una cadena de hierro, cuyo último anillo se ajustaba perfectamente sobre una especie de escarpia terminada en espiral, á fin de que no pudiera ser fraudulentamente levantada. Durante mi tránsito, yo habia observado á algunos hombres que parecían ocupados en revisar las cerraduras de las casas, y no se apartaban hasta que tenían una completa seguridad de que estaban herméticamente cerradas. Es una ocupación nocturna de los agentes escalonados en todas las calles, y encargados de proteger el domicilio de los ciudadanos, cerrando sus puertas si por casualidad ellos se han descuidado en hacerlo. Esta escelente y paternal institución ha suprimido el robo en esta ciudad, donde tanto y tanto abundan los rateros. Pero las costumbres públicas no contribuyen menos á hacer respetar el domicilio, cuya inviolabilidad es consagrada por el uso y por las leyes. Nada mas noble que esta protección moral, que saca su origen del sentimiento profundo de la libertad. Es llevada algunas veces hasta el esceso, y citaré un ejemplo entre otros muchos.
Durante la estación del invierno, cuando los estanques de los parques y Serpentine−River están helados, no bien está cristalizada la superficie del agua, cuando los ingleses se apresuran á patinar sobre estos frágiles espejos. El primero que traza un surco sobre el hielo flexible y débil todavía, es digno del mayor aplauso; esta imprudencia se convierte en un mérito. Entre nosotros, la autoridad obstaculizaria estos peligrosos placeres; en Lóndres, donde cada cual obra como le conviene, con tal que no se atente á la independencia de otro, la policía respeta el capricho de los patinadores y rinde homenage á su libertad, mirando ahogarse á los patinadores sin conmoverse por eso. ¡Qué crueldad! dirán algunos. ¡Que barbarie! Nada, esta indolencia redunda en provecho de la humanidad, pues las industrias, siendo libres como los individuos, se han establecido sobre los canales espectadores suministradores de aparatos de salvación, que unen á los pies de los patinadores imprudentes, los vigilan de cerca, y comparten con ellos sus peligros con una adhesion que no se determinaría á prescribir la ley, dispuestos á coger las víctimas, á salvarlas, haciéndoles pagar caro tan precioso servicio. De aqui resulta que se llega á ser sabio y juicioso por economía, y que la locura es castigada con una multa, provechosa á los que la pagan como á los que la reciben.
Ser protegido por la sociedad es descender de su rango; esta humillación pertenece solo á los animales: existen sociedades proteccionistas en provecho de los animales; se procede jurídicamente contra aquellos que los maltratan, y hasta se corre menos peligro dando de palos á su muger que dándole un puntapié á un perro.
Ciudadanos a su manera, los cuadrúpedos poseen derechos con garantías, no aparecen sombríos, y circulan por entre la multitud en completa seguridad. Jamás es castigado un caballo inglés; el mas flacucho y de peor estampa se mezcla con el gitano en el tumulto popular: se le toca, se le acaricia, se le habla, y el animal aprueba y escucha con filosofía. En las grandes carreras de Ascot−heath, admira esta cordial costumbre, y no es mas que uno de los menores detalles de este espectáculo, el mas singular de todos cuantos se presentan en Inglaterra.
Un jueves, poco después de Pasqua de Pentecostés, fui con dos amigos á la célebre Bruyere d'Ascot, después de haber hecho una estación en Windsor, de que hablaré antes, aunque someramente, para proceder con orden.
Situado sobre una altura, á veinte millas de Lóndres, el castillo de Windsor pasa con justo motivo por la maravilla de la Inglaterra. Este monumento constituye la mas completa y la mas larga historia que se ha escrito en piedra. Todos los siglos han dejado allí su huella, todos los poderes desvanecidos, su recuerdo. Windsor es una ciudadela, un castillo gótico, una abadía, una ciudad, una prisión, un palacio; reúne en sí los anales de la monarquía británica.
La ciudad entera no parece justificada mas que por un pretesto, edificada por casualidad. En el seno mismo de la vida y del movimiento, Windsor parece á veces un desierto.
El Támesis serpentea allí como una cinta azul, cubierto acá y allá de árboles seculares, mas antiguos que las casas de la ciudad, encorvados bajo el peso de los años y dejando arrastrar hasta la tierra sus ramas contemporáneas de las épocas feudales. Entre, estos olmos venerables, los hay célebres que tienen su leyenda escrita en los versos de Pope, Shakspeare; tal es, en el ángulo del camino, la encina de Hern, Hernes−oak, al pie de la cual el autor de las Gozosas comadres de Windsor, ha colocado el teatro de la mis-

viernes, enero 23, 2009

Viage ilustrado (Pág. 332)

Esqueleto de un megaterio, en el Museo británico
cion de sus antiguos antepasados militares. Estos ancianos que han dispersado sus miembros á través de los mares de la India, y vestidos á la usanza del siglo pasado, con el bastón en la mano y peinados á lo Luis XIV, se deleitan viendo las maniobras de aquellos hijos del Océano. Tal es el imperio de las costumbres entre estos soldados. Un museo marítimo, adornado con los retratos de los navegantes y de los almirantes mas ilustres, decora este magnífico establecimiento edificado por Carlos II. Este edificio es imponente con sus trofeos belicosos, sus cuadros guerreros y sus paredes decoradas por Thornhill. Una sala particular está consagrada á la vida de Nelson, del cual se conservan, como reliquias, los vestidos destrozados, agujereados y manchados de sangre.
En tanto que recorríamos los salones de Greenvich, un caballero de una edad madura y de una elegante austeridad, condecorado con muchas órdenes, solicitando ver la enfermería solicitaba ganar partidarios dara su designio. Pero nadie se manifestaba curioso para ver á los enfermos, aun cuando este caballero se contentase solamente con preguntar el estado sanitario, por el cual tomaba el mas vivo interés.
—La cercanía del mar y la humedad del clima, decía en buen tono inglés, debe desarrollar aqui las afecciones linfáticas y los males cutáneos. ¿Poseéis la tiña?
—No señor.
—¿Ni la plica?
—No conozco esa enfermedad.
El que preguntaba suspiró tristemente.
—Por lo demás, añadió (y después de otro suspiro), ¿los tumores blancos no son sin duda raros?...
—Al contrario, caballero, nuestros hombres tienen un temperamento seco, y son por lo general muy sanos, respondió el guardian; pero si queréis informaros mejor, alli está el médico en gefe…
—Es inútil seguir preguntando á este hombre, porque nada me enseñará.
¿Cómo no desdeñar á un doctor que tiene tan pocos enfermos? A la hora de comer, este hombre estravagante se colocó á mi izquierda. Le observé por la primera vez, y no sabiendo si pertenecía á la espedicion, pregunté á mi inmediato.
—Es de los nuestros, me dijo; es el famoso doctor X..., autor de un tratado sobre las enfermedades estrañas y complicadas. Nosotros no le vemos mas que por la noche y por la mañana, pues pasa su tiempo en los hospicios y en los barrios pobres, estudiando asuntos útiles á sus observaciones. Dice que ha descubierto enfermedades desconocidas...
—¿Las ha curado?
—Las ha descrito.
—Esta ciudad ofrece menos interés del que yo me esperaba, me dijo al final de la comida este doctor, con el que no habia ligado conversación; enfermedades vulgares, mal desarrolladas... En este momento me entrego á indagaciones acerca de la lepra...
—Yo creía que esta enfermedad habia desaparecido hacia ya muchos siglos.
—Tengo miedo de que asi sea efectivamente, porque me impide que la analice con perfección... Sin embargo, hay gérmenes momentáneamente estériles qué llegan á fecundar; aqui todo es oscuro.
Y al mismo tiempo que comia el doctor X..., miraba perspicazmente la epidermis facial de los convidados.
El dia después de la comida en Greenwich, mientras que mis companeros se embarcaban en el Támesis, pasé á Westminster, y detenido cerca del puente en Manchester−Buildings, pequeña calle, habité en un primer piso de una casa particular, en la que me llevaban doce chelines por semana. La posadera se llamaba miss Ruth. Este cambio de barrio, fué causa

miércoles, enero 21, 2009

Viage ilustrado (Pág. 331)

jos del sitio en que Oxford Street pierde su nombre á la entrada de Holborn, cuartel asqueroso habitado por andrajosos irlandeses. En una calle estrecha, tortuosa y hedionda con casucas, cuyas puertas estrechas, bajas y siempre abiertas ofrecen la vista de los transeúntes el mas repugnante espectáculo: chiribitiles mas hondos que el piso de la calle en donde se ven bullir nidadas enteras de gentes miserables, enfermizas, cubiertas de arapos y un baño de mugre que se revuelcan sin distinción de sexos ni edades en el fango y los insectos. El ánimo esperimenta una mezcla de horror y compasión cuando contempla aquellas poblaciones de mendigos que salen de sus madrigueras solo para alargar la mano y perseguir con sus lúgubres clamores y súplicas al pasagero.
En otro tiempo este cuartel era una guarida en la que la policía dudaba entrar y á la que los transeúntes evitaban cuidadosamente aproximarse. Los que la poblaban eran gentes que formaban una tribu especial, costumbres distintas, y que se gobernaban por sus propias leyes, sin tener trato ni comunicación con el resto de los habitantes de Lóndres.
Posteriormente se abrieron calles que atraviesan esta sentina de corrupción, y se han dispersado estos gitanos del Norte refugiándose en los arrabales de la capital.
Sin detenerme á ser testigo de tanta infelicidad continué marchando hasta llegar al Museo, que es un edificio con bellos frontis y columnas jónicas. Debe aqui notarse de paso con respecto á museos, que ninguno de estos monumentos consagrados á las artes debe su construcción y formación al gobierno. La galería nacional se elevó á costa de Mr. Angerstein: la preciosa colección del colegio de Dulwich que contiene trescientos cincuenta y cinco cuadros es un legado de sir Francis; la de Lincoln's inn Fields se debe á un donativo de Mr. Soane, y en fin, el Museo británico debe su origen al celo y liberalidad de sir Hans Sloane que murió en 1753, concediendo al parlamento en una clausula de su testamento, la facultad de adquirir los tesoros de su galería á un precio muy ínfimo. Para colocarlos debidamente, Jorge II mandó comprar el palacio de Montagne, en donde acomodaron también otros donativos: los manuscritos de Roberto Cotton, la biblioteca del mayor Edwards, y los raros y magníficos códices del lord Harley, conde de Oxford. A la llegada de los monumentos egipcios en 1801, y después de la adquisición de los mármoles de Townley en 1805, aquel recinto era demasiado estrecho, y cuando se enriqueció el establecimiento en 1823 con la colección de Jorge III, que cedió voluntariamente Jorge IV, fué preciso construir el edificio tal como existe en el dia.
Es verdaderamente este un establecimiento de mucho valor y entidad, en lo tocante á historia natural, minerales y animales de toda clase; estas colecciones, las mas completas que se conocen, ocupan estensos salones y están bien colocados. Se sorprende el viagero al ver tal cúmulo de serpientes, monos, pájaros y mamíferos disecados y henchidos de paja, contando á cientos varias especies de que ni aun habia oido hablar. Pero la sala mas curiosa y digna de atención es en la que están colocados por orden los monstruos antidiluvianos, y entre los objetos mas raros deben contarse los colmillos del mastodonte, de siete á ocho pies de largo. El elefante se parece á este caudrúpedo como un gato comparado con una pantera. Dice Cuvier que el marfil antidiluviano conservado bajo los hielos de las regiones polares se emplea hoy dia para diferentes usos lo mismo que el ordinario; también se han encontrado en aquellos climas algunos de estos cadáveres enteros sepultados hace cinco, mil años en sus sepulcros cristalinos.
Empero el Leviatan de esta colección es sin disputa el megaterio, tan perfectamente conservado, que no le falta la mas pequeña astilla, y su enorme esqueleto de 25 pies de longitud está espuesto á la pública admiración en el centro de una vasta sala. No se parece á ninguna de las especies conocidas; Cuvier lo coloca en el género de los desdentados: la espina dorsal, maciza y dentellada, se asemeja á las almenas de un castillo: la cola, compuesta de una serie de cubos huesosos, articulados y medulosos, que los mas gruesos tienen cuando menos de 10 á 12 pulgadas, tiene mas de tres metros de largo, y pesa de 300 á 400 libras. En cuanto á las piernas son verdaderas columnas; los pies tan largos por delante como por atrás; y según la conformación con que están dispuestos para andar, da lugar á creer que este cuadrúpedo, cuando vivo, de un peso probablemente de diez á quince millares, podria trepar como un mono hasta la copa de los árboles ó a la cima de las rocas.
Al lado de estos prodigios de un mundo que ya no existe, se admiran en British−Museum las maravillas de una sociedad muerta; el piso bajo de este palacio encierra mármoles, granitos, sepulcros de basalto, restos preciosos de Siria, Lidia y Egipto; la bibloteca, compuesta de cerca de trescientos mil volúmenes, es preciosa, y las obras colocadas por orden de materias.
En otra estensa sala están las célebres estatuas de Parthenon, obras maestras de Fidias, sublimes reliquias del arte, que se han conservado para desesperación y envidia de la escultura moderna.
Después de haber recorrido detenidamente los salones de este rico museo, y habiendo determinado comer aquel dia en Greenwich, aproveché esta ocasión para visitar, pasando á la orilla izquierda, la famosa fábrica de cerveza de Mr. Perkins. Sus montruosos toneles son de un tamaño tan estraordinario, que puesto junto á ellos el de Heidelberg solo es un barril. En efecto, las cubas del cervecero inglés puestas en línea y derechas tienen de 30 á 40 pies de altura. Las calderas son proporcionadas al tamaño de los recipientes; una máquina de vapor de una fuerza prodiogiosa pone en movimiento los molinos para moler la cebada, y los almacenes para conservarla son unos patios cuadrilongos cerrados por todas partes con paredes de 40 pies de elevación. Algunos estaban llenos de grano hasta el techo.
La cervecería de Perkins emplea diariamente ciento cincuenta caballos, y jamás habia visto yo un establecimiento de tanta consideración: sus oficinas de cuenta y razón están tan bien montadas como las de una dirección general.
La víspera de la marcha de los espedicionarios tuvimos una espléndida comida en Trafalgar−Hotel, la fonda mas célebre del reino, costeada por la empresa de la espedicion, á la que, entre otras ventajas que ha proporcionado, debemos agradecerle la de haber enriquecido nuestra lengua con la voz: Espedicionario.
En Greenwich, hotel de los inválidos marinos, los aspirantes hacen sus primeros estudios bajo la inspec−

lunes, enero 19, 2009

sábado, enero 17, 2009

Viage ilustrado (Pág. 326)

mo precio, los que habia separado eran de inferior calidad: los reemplazó con otros y me entregó todo el surtido. Ya me habia alejado cuando me llamó para darme el ramillete de rosas que habia dejado olvidado encima del mostrador; lo cogí y ofrecí á su hija, que me dio las gracias en francés; el padre hizo lo mismo, y cuando estaba en el umbral de la puerta se levantó para saludarme afectuosísimamente.
Habia adquirido un conocimiento; desde entonces aquel almacén fué el centro de mis correrías por aquel cuartel; entré dos ó tres veces en él sin que comprase cosa alguna. Cuando llegaba, el buen hombre gritaba: ¡Amelia, Amelia! y la linda joven salía á recibirme.
Estas buenas gentes nunca me hicieron la menor pregunta, aunque yo en calidad de estrangero que desea instruirse, procuré me informasen de cuanto deseaba saber, y siempre era la señorita Amelia la que contestaba. En aquel pais el hablar es trabajo grave, y las jóvenes toman á su cargó aliviar de él á sus ancíanos padres. Cuando hice mi visita de despedida, la señorita Amelia me dijo:
—Vos, caballero, sabéis mi nombre, y yo desaria saber el vuestro para poder nombraros cuando hable de vos con mi padre después de que os hayáis ausentado.
He aqui la única vez que se me hizo semejante pregunta; mas fué con una intención tan delicada, espresada con un acento tan dulce, tan natural y sencillo, que tuvo todo el encanto, toda la gracia de la amable verdad.
Me dio el adiós postrero, yo le estreché la mano diciéndola mi apellido; me desearon un viage feliz, habiéndome dicho antes con mucho agrado que para conocer bien á Londres se necesitaba visitarlo mas de una vez.
Tal es el proceder y modo de conducirse estos honrados y sencillos vecinos de la Cité, que en otro tiempo tuvieron por cuna á la amable Flandes.
En las diferentes tiendas y almacenes que recorrí, probé á regatear el precio de los objetos que queria comprar; en semejante caso el mercader al principio no comprende lo que esto significa, y cree que se ha equivocado en el numero de la contraseña; pero luego que ha comprendido vuestra idea su sorpresa se manifiesta, y con el ademan de hombre caballeroso que se ve humillado por no haberse conocido su honradez, ó que por equivocación se sospecha que trata de engañaros, os hace entender con lisura, mas de un modo indulgente y cortés, que siendo el comercio demasiado honrado y cabal en sus tráficos para subir los precios mas de lo justo, no hay motivo para rebajarlos. Todo esto dicho con un gesto, una sonrisa y un tono de voz tan claramente espresado, que solo un necio seta capaz de insistir.
Alejándome de la Cité, me dirigia á Chancery−lane, cuando recibiendo un golpe en la espalda me vi asaltado por diez pares de botas... pintadas en una tabla que andaba sola. Asi me pareció en un principio, pero luego vi detrás á un hombre que la paseaba para enseñar a las gentes aquel colosal cartel. Yo escapé, y atravesando el soportal de los abogados, monumento gótico moderno muy caprichoso y de aspecto algo chinesco, me encontré en Lincolus in fields, uno de los mas estensos squares y el mas poblado de altos árboles. Estando alli me acordé que tenia una esquela para poder visitar et museo Soane, y dejando á mí espalda el colegio de Cirugía me dirigí á él. Mediante la tarjeta que presenté me franquearon la entrada en esta casa demasiado angosta, en donde está depositada la colección de antigüedades, objetos raros y curiosos y cuadros colocados con cierta elegancia que el distinguido aficionado Mr. John Soane, legó á su país. Se encuentran en este recinto consagrado á las artes, mármoles griegos y romanos, con fragmentes de la época bizantina; dibujos originales, vasos, camafeos, vidrieras pintadas y algunos cuadros interesantes, entre los cuales citaré una copia en pequeño del ex-voto que pintó fray Bartolomé para la familia de Carondelet, cuyo original pertenece al cabildo de Besanzon. Éste cuadro se conoce con el nombre de San Sebastian, solo con la diferencia de que en este en vez del fundador se ve á una muger pintada puesta de rodillas. Se encuentran también alli la Ripa dei sciavoni en Venecia, pintura de Canaletto, una de las dos mas admirables que existen. Pero lo mas interesante de esta colección, y que encargo vean con detención los viageros, son las obras del profesor William Hogarth, tan raras como originales en su clase. En este museo están sus diez mas interesantes lienzos, divididos en dos series: la una consta de cuatro cuadros en que se representan los incidentes que ocurren en un pueblo cohechado en tiempo de las elecciones para la cámara de los Comunes. Estos cuadros gozan de una celebridad muy justa: el buril los ha reproducido: se habla de ellos en todas las biografías, y muchos viageros vuelven de Londres sin haberlos visto por ignorar su paradero. Jamás en obra alguna se han llevado tan lejos ni espresado con tan vivos colores como en estos lienzos la vida, el movimiento, la jovialidad y el talento crítico. Componen una pintura de las costumbres tan atractiva, tan clara y tan completa, que jamás escritor crítico podrá bosquejar en el papel; no es solo una representación, una pintura, es la realidad, la verdad misma. El observador asiste á la junta, y es tan curiosa la escena que la estaria contemplando horas enteras. La lucha de los dos candidatos, la animación de sus partidarios, la seduccion en la taberna, los electores impedidos ó moribundos que traen casi arrastrando al escrutinio, los speeches al aire libre, los hurras al vencedor, las cencerradas y silbidos al vencido, los toneles sin tapa y vacíos, las pendencias y alborotos, los secretos sobornos, las ventas vergonzosas, todo esto se mezcla, se confunde y está en movimiento; cada uno grita y se resiste: la escena está en todas partes, los semblantes, las fisonomías hablan. Solo la naturaleza es capaz de distribuir y coordinar con claridad una serie de ademanes y caricaturas tan variadas y diferentes en medio de una baraunda que bulle y se agita hasta tal punto. Una descripción minuciosa y bien coordinada de estos cuatro asuntos compondrian un romance satírico tan completo como divertido.
La segunda serie de los cuadros de W. Hograth se llama: El aldeano pervertido y de ellos se ha tomado el argumento de la novela y el drama francés de este nombre; pero la escrita por el pintor en sus lienzos es mas dramática, mas espantosa y cómica, á un mismo tiempo. Se recorre con la vista los seis cuadros, que son otros tantos actos de una composición teatral filosóficamente combinada. Iba ya á desposarse un lugareño con una hermosa jovencita de su pueblo cuando hereda un rico patrimonio. Vedlo ya á vueltas con mayordomos, administradores, y abogados. Deslum−

jueves, enero 15, 2009

Viage ilustrado (Pág. 325)

Vista del palacio de Hampton-Court
establecimiento sin desplegar los labios, lo que le pareció sin duda la cosa mas natural del mundo.
En otra tienda hice que me enseñasen basta veinte bastones, y conforme los iba viendo me dio el deseo de comprar agujas: en su consecuencia di las gracias al mercader con una inclinacion de cabeza: él me saludó con la mayor política, de lo que quedé pasmado.
Un cuchillero estaba muy cerca de aquella tienda: me presentó las agujas que le pedí, y entonces me apeteció comprar un cuchillo; él fabricante me enseñó uno, uno solo: yo queria muchos; él puso una carrera de ellos sobre el mostrador, me dijo el precio de cada uno y me dejó. Examinados á placer me senté, y mirando al techo con aire distraído principié á tararear lo primero que me ocurrió; el artesano volvió á tomar la lima y continuó trabajando. Al cabo de algunos minutos me dijo:
—Hace mucho calor.
Y yo respondí muy á propósito:
Yes.
Enredando y jugueteando con los cuchillos escogí uno; el fabricante lo examinó y me dijo:
—Este no es bueno.
Lo dejó sobre la mesa y volvió á su obra.
Presumiendo que seria oportuno reparar mi ignorancia, puse mayor cuidado en mi elección; le presenté otro, y entonces el cuchillero á su vez pronunció:
Yes.
Necesitaba también un cortaplumas, y le pedí uno que fuese escelente. El vendedor abrió un armario, fué buscando, y al fin escogió uno solo; me lo presentó, y diciéndole que sacase mas, me dijo:
—Este es very-good, very-good.
Sin negarse a lo que le pedia se estaba plantado sin moverse, atormentándome con su eterno very-good. Al fin se lo compré: el mango estaba trabajado con mucho esmero, el acero supongo qué es muy fino y bien templado; pero... no corta bien.
Al salir del taller se acercó á mí una ramilletera andrajosa, que por dos pences me daba un manojo de rosas sin olor, pero de una frescura admirable. En primavera está Lóndres, cubierto de esta clase de rosas; las muchachas pobres las llevan á brazadas. Dos artículos son baratísimos en aquel pais: las flores y los gorros de algodón.
Pude hacer esta observación un dia comprando guantes en un almacén en donde solo os enseñan uno ó dos dedos á la vez. Aunque estaba surtido con infinita cantidad de artículos de gusto y de capricho, es inútil decir que los encargados de su despacho se guardaron muy bien de elogiar su bondad y baratura. En las tiendas de mayor consideración el dueño recibe el dinero como lo haria un demandante de la caridad, y os entrega el género que habéis comprado con una sonrisa grave y cortés como si os lo regalase.
Sucede muchas veces que los mercaderes ingleses, se manifiestan tan poco solícitos en poner de muestra y presentar á la vista las baratijas, que por prudencia se abstiene el comprador de pedirlas temiendo privar dé ellas al vendedor.
Esto es cabalmente lo que me sucedió con un lonjista de mercería cuyo almacén estaba abundantemente surtido de agujas, carteritas, cajas de carton y de marfil, estuches, etc., aunque él lo disimulaba lo mejor que podia. Tenia este buen hombre una hija encantadora, precioso auxiliar en otros países cuando se trata de atraer parroquianos. Luego que entré, la jovencita hizo ademan de retirarse, pero yo la detuve dirigiendo directamente á ella la palabra.
Después de haber elegido algunos artículos y como unos cuarenta paquetes de agujas, los enseñó al padre, que calándose las gafas leyó atentamente la contraseña pegada en cada paquete: puso algunos aparte, y me hizo observar que aunque todos eran á un mis–

lunes, enero 12, 2009

Viage ilustrado (Pág. 324)

te, de manera que el cochero tenia todo el aire de un gentleman que llevaba á paseo á un artesano con el vestido de trabajar.
—¿Quién es ese hombre? prégunté á mi vecino.
—Es, me contestó, el mas rico carnicero de Lóndres: vuelve del matadero y se dirige á su causa en su carruaje. Sus abuelos ejercieron el mismo oficio, su padre lo ha dejado habiendo reunido un capital de mas de dos millones, y él por modestia continúa con la profesión de su padre, costumbre antigua muy hon­rosa, porque este caballero carnicero posee en el día cuatro millones.
Admiré la modestia de este hombre que por piedad filial se ha resignado á ganar humildemente 2.000,000 y que se presenta con tanta ostentación y orgullo ple­beyo.
—Estas costumbres patriarcales, observó mi adlátere, son desconocidas en España; los padres no quie­ren que sus hijos ejerzan su oficio ó profesión, desean sacarles de su esfera y condición...
—No es general, me apresuré á contestarle; precisamente hay infinitas familias en que de padres á hijos se trasmite el arte que profesaron sus abuelos des­de la cuarta generación.
—Y es el único modo de adelantar, me contestó muy satisfecho.
Habíamos llegado á Chancery–lane, y mi hombre echó pie á tierra: sea distracción, ó bien que ignora­ba el sitio en que se, hallaba, lo cierto es que no sabia por donde habia de dirigirse; yo se lo indiqué, y quedó sorprendido; me estrechó la mano y no se separo de mí sin encargarme mucho que tuviese cuidado de mis faltriqueras y que desconfiase de los infinitos rateros diestros en el oficio que tanto abunda en Londres: todo inglés os aconseja lo mismo con un celo verdaderamente hospitalario. Todavía le vi parado en la esquina de la calle como dudando si realmente se encontraba en el parage á dónde iba.
No es estraño: me acuerdo que en cierta ocasión tenia que andar mucho y tome un cab. Diciendo á donde quería ir, el cochero me rogó con la mayor sencillez le indicase el camino, y hube de servir de cicerone. Nada mas natural que tener que preguntar cuando se atreviesa por las calles de esta ciudad, cuatro veces mas grandes que París: indicar las señas es la principal ocupación de los policemen, siempre atentos y solícitos en servir al público: las mas de las veces el constable interrogado consulta con sus compañeros antes de dar las señas que se le piden.
Cualquiera sabe dirigirse al parage que desea, mas hay pocos que sepan distinguir las calles unas de otras, y nadie conoce bien á Londres, encontrándose en él aun los naturales como si fuesen estrangeros.
En todos los cuarteles hay calles que tienen un mismo nombre: veinte se encuentra por lo menos que llevan el de Prince–street, de Quem–street, de Yorh–street, etc. Ademas de estas calles, unas se llaman lane, otra road, place, terrace, hill, gate, etc. Asi tenéis á Portland–estreet, Portland–place, Portland–road, Portland–square, y otro tanto sucede con las voces Grosvenor, Hanover, Saint–James, Waterloo, Warwich, Westminster, Surrey y otras ciento. Estas calles de un mismo nombre están repartidas en todos los cuarteles de la ciudad. ¿Cómo, pues, es posible adivinar dónde está la que se necesita? Se ve obligado el estrangero á designar el nombre de la calle, el cuartel ó bien nombrar otra muy conocida inmediata á la que se busca. A veces también en un mismo cuartel hay dos calles del mismo nombre, tocándose una á otra. Frecuentemente sucede que las calles no tienen azulejos que indiquen su nombre, y si otras inscripciones qué solo sirven para embrollar y confundir al viagero. Asi sucedió á un amigo mío, que se equivocó, y su desgracia divirtió mucho á los ingleses. Es necesario tener presente que en uno de los ángulos del azulejo en que está escrito el nombre de la calle ó square, la autoridad manda poner estas palabras: Commit no nuisance, no cometáis delito alguno, esto es, no hagáis cosa que ofenda á la decencia ó perjudique á la salubridad.
El recien venido, que deseaba recorrer la ciudad y encontrar después su posada sin dificultad, saca su cartera y anota lo que está escrito én el ángulo de la lápida de Leicester–square. Vedlo ya muy tranquilo:
corretea todo el dia, se pierde, se estravía... no hay que temer; llega la noche y se lanza dentro de un cab. Hecho esto, con la satisfacción y la misma seguridad que si conociese las calles como las de su pueblo, dice al cochero:
Commit no nuisance.
El auriga echó á reír.
—¡Maldita pronunciación! esclamó incomodado el estrangero, no me ha entendido.
Y muy satisfecho y alegre saca de la faltriquera la cartera y le muestra las señas; vistas por el cochero prorumpe en tan estrepitosas carcajadas que casi lo sofocan. El viagero se encoleriza: llama para testigos de la demasía á los pasageros; pero estos, graves y mesurados en un principio, luego que ven la causa de la queja imitan al conductor riéndose hasta reventar.
La cólera de mi amigo llega á su colmo, maldice, patea, á cuyos estremos se agrupan las gentes; todos van decididos á ponerse de parte de éste, pero enterados del negocio, cada úneme á cual mas. Llegan agentes de policía, mas ¡ah! desaparece todo vislumbre de esperanza: sus risotadas reaniman las del gentío. En fin, se presenta un grave gentleman: ¡oh! es un sugeto muy puesto en razon: habla en español á la víctima, se entera de todo, y… da al traste con su gravedad y circunspección. Por último, entran las esplicaciones aunque no sin trabajo, y entonces mi amigo suelta la carcajada, que es la señal para que principie de nuevo el coro general.
A veces se le pone al hombre en la cabeza alguna niñería que luego se convierte en asunto grave. En Lóndres todos van armados con su bastón, y vedme ya determinado á comprar uno, pero no podia encontrarlo á mi gusto. Hice parar mi carruage en Fleet–street, en la Cité, y fui pasando revista por todos los fajos de bastones puestos á la puerta de las tiendas; entré en una y mandé me enseñasen un bambú que me pareció muy bonito; pero visto de cerca no me agradó. Articulé el monosílabo no, y esperé que me sacasen otro.
Pero con grande sorpresa mia vi que el mercader volvió a ocuparse en otra cosa: di varias vueltas por el almacén sin que llamase su atención, y me salí sin que él hiciese la menor gestión, para detenerme. En Lóndres nada se articula. Quise asegurarme todavía mas: entré en otra tienda, y por espacio de diez minutos anduve registrándolo todo, tocando cuanto veía sin pedir nada. Ni una palabra, ninguna pregunta, ningún ofrecimiento por parte del dueño. Me salí del




sábado, enero 10, 2009

Viage ilustrado (Pág. 323)

gado y oyó pronunciar su sentencia de muerte. Ciertamente no son muy alegres los recuerdos históricos de aquel pais, y esta es la razón por que la posteridad los olvida con tanto gusto. Se representa en la imaginación este tribunal, agrupado en un rincón del inmenso salón atestado de pueblo, y en las tinieblas de la noche ver el brillo de algunas espadas desnudas; y un pelotón de soldados que traen como arrastrando en medio de las oleadas de un gentío obcecado á aquel príncipe ton su ondeante cabellera flotando por la espalda, y dulce mirada, sufriendo mil ultrajes, resonando en su oido el grito de muerte y limitándose á decir:
—Pobres gentes, lo mismo gritarían contra sus gefes por un shelin...
Cárlos I previene el ánimo de todo viagero que visita á Londres: se encuentra en todas partes, y su mirada le persigue sin cesar. ¿Y cómo permanecer indiferente al recuerdo de un infortunado que Van–Dych ha perpetuado en sesenta retratos que son su mas patética elegia? Este esclarecido artista ha creado un espectro sangriento de esta cabeza que tanto amaba, engalanándola con todas las gracias de la belleza de su rostro que cayó á tierra á impulso del hacha del verdugo.
En torno de Westminster–Hall se encuentran diseminados tribunales en donde se pleitea, se litiga y se sentencia, revestidos los jueces con su gran peluca empolvada como las que usaban en Francia durante la minoria de Luis XV. Nada mas atrasado, mas inmudable que las costumbres de un pueblo que tanto progresa y adelanta en órden á empresas especulativas. Dichos tribunales son muy numerosos y divididos para determinados asuntos; y aun podría señalarse en ellos algunos restos de jurisdicción feudal. La Cité goza de algunas franquicias: su magistrado particular, Marshasea–Court, institución judicial dependiente de Witte–Hall, ejerce sus funciones en un radio de cuatro leguas alrededor de este cuartel, esceptuando la Cité de Lóndres.
Doctors Commons ó tribunal eclesiástico, junta clerical en la que se depositan los testamentos, preside á su apertura, y guarda las causas relativas á sucesiones y entiende en la administración de las herencias. También se estiende su autoridad á juzgar criminalmente en los delitos contra la religión.
Alli se reúne la Cámara de los comunes en un chiribitil provisional. La de los lores se ha instalado ya en el nuevo edificio del parlamento. Cuando las sesiones de los lores, por lo general están recostados en sus asientos apoyando la espalda contra el respaldo, de modo que tienen mas altos los pies que la cabeza, y hablan desde su asiento porque no hay tribuna. Las galerías para el publico, son cómodas, descubiertas y casi al nivel de los bancos de la cámara. En cuanto al trono de la reina, simboliza á las mil maravillas la soberanía constitucional, porque se asemeja á una jaula dorada.
Los nuevos edificios del parlamento destinados para reunir en ellos los tribunales y las dos cámaras, están todavía sin concluir, en Inglaterra se consideran como la maravilla arquitectónica del siglo y que deben reemplazar al antiguo parlamento que se quemó en 1834. Este caprichoso edificio es de estilo gótico del tiempo de Enrique VII. La parte que da al rio presenta una fachada de 1,000 pies de longitud, coronada con seis grandes torres, y la principal, la de Victoria, tendrá 400 pies de elevación; dicha fachada con almenas dentelladas, está ademas adornada con cimbanillos sin cuento, figurando arbolitos de piedra y recargada de arabescos, follages, figurillas y escudaos de armas. Sin embargo, la parte esterior del edificio, á mi entender, no presenta toda la seriedad y austeridad artística que exige el objeto á que se destina; es el más inmenso juguete arquitectónico que hay en el universo, y bajo este concepto merece grandes elogios. Cuando se mira de lejos tiene animación, seduce la vista y halaga los sentidos. Fácilmente se comprende que debe haber costado una locura, y esto es precisamente lo que más envanece á los ingleses, que voluntariamente acompañan á los viageros que van á visitar a San Pablo solo por poder decir:
—Hemos gastado en esta obra treinta y siete millones y medio.
Westminster y el Parlamento me habían interesado, pero fué espectáculo muy pesado y enojoso la visita que hicimos después á las caballerizas de la reina.
Pueden considerarse como un colegio de caballos con palafraneros pedantes por profesores; á modo de biblioteca se recorren varias salas llenas de arreos de caballo: hay, sin embargo, una docena de estos de color isabela, cuyo pelo se asameja á la seda mas fina mezclada con una delicada pelusilla de oro, de un matiz y brillo casi increíble. Están destinados para tiro dé la carroza regia en las grandes solemnidades y dias de ceremonia. Cada uno tiene escrito su nombre encima del pesebre; uno se llama Cromwell, otro Voltaire, el tercero Orleans, etc., y yo pienso se les ha dado estos nombres para honrar á dichos sugetos, porque en Lóndres con el mayor gusto se pondría á los caballos el nombre de los parientes mas inmediatos de su dueño.
Cansado ya de tantas ceremonias y deseando verme solo en esta ciudad donde cada uno vive para sí mismo, y donde la soledad es un placer, abandoné á mis compañeros con intención de ir al Strand, observar y hacer algunas compras.
En un ómnibus que venia de Pimlico había aun mi asiento desocupado en la imperial, y me encaramé guapamente ayudado por un caballero, que conociendo que era estrangero, me prodigó todas les atenciones y obsequios de que no participa el bello sexo en este singular pais. Se apresuró á decirme que hablaba el español, y se ponía á mis órdenes, mas como vio que yo le contestaba en su idioma y que conocía bastante bien las calles, quedó muy satisfecho no siendo de estos entremetidos que verían con mucho gusto que os apaleaban por tener el placer de salir á vuestra defensa. Nuestra plática cesó con los ofrecimientos, pues es muy propia del carácter inglés la discreción.Después de cinco ó seis minutos de silencio, juzgando conveniente volver á mi vecino el agasajo, le dirigí algunas palabras, tomando por pretesto un carruage que pasaba junto al maestro: era una calesa muy ostentosa, aunque poco elegante, tirada por dos caballos arrogantes. Sobre el pescante, muy adornado con bellas franjas, iba sentado un cochero vestido de negro, corbata blanca y guantes del mismo color, limpios como el armiño: en el fondo del vehículo iba recostado negligentemente sobre muelles almohadones un hombre sin frac ni levita, las mangas de la camisa arremangadas hasta encima del codo, sirviéndole de cinturon las puntas del delantal levantadas por delan–

jueves, enero 08, 2009

martes, enero 06, 2009

Viage ilustrado (Pág. 318)

en nuestras casas de comercio á los cajeros y sus doblones: alli en mesas bajas accesibles á todo el que llega, sin redes de hierro ni rejillas se pesa el oro y se maneja con paletas de confitero, del mismo é idéntico modo que se pesa la sal ó el clavo de especia en los almacenes de comestibles. En una sala en que había barras de oro me presentaron una que pesaba ocho libras para que satisfaciese mi curiosidad: esto pasaba á la puerta que daba salida á un corredor. Uno que estaba junto á mí la tomó después de haberla yo examinado: éste la entregó á otro, y asi fué pasando de mano en mano hasta que desapareció á lo último del corredor que daba á la calle. El empleado, sin parar atención, habló de otra cosa, y cuando volvió á aparecer la recibió sin manifestar contento alguno, y como una cosa en la que habia dejado ya dé pensar.
Sobre el friso de este banco leí una inscripción que reasume perfectamente la máxima y doctrina religiosa del pais: he aqui la traducción: «Señor, dirigid nuestras operaciones: la fortuna para mi, el honor para Dios.»
Antes de abandonar la Cité, diré algo del lord maire: reúne en sí las atribuciones de un corregidor, un gobernador civil y un juez de paz: su ministerio dura un año: en 29 de setiembre lo eligen y nombran los free-citizens ó ciudadanos libres de la Cité. Los vecinos exentos de pechos son los propietarios mas atendidos y considerados: tienen ademas la comisión y facultades para elegir también los aldermans, entre los que se escoge el lord corregidor. La ciudad está dividida en veinte y seis cuarteles que cada uno nombra un representante, y estos veinte y seis mandatarios reunidos con los aldermans con presencia de dos sherifs, oficiales públicos, y presididos por el lord corregidor componen el ayuntamiento ó cuerpo municipal de la ciudad. Este administra, dispone de los fondos del comun, publica decretos y da diferentes empleos.
El oficial primero del lord corregidor, es el juez, asesor (the acorder) y su empleo, que da el mismo lord, es de por vida. Es el que administra justicia en Guild–hall asistido de otros oficiales públicos. Nada hay que sea mas gótico, mas antiguo y respetado que las facultades y privilegios del lord corregidor, de este representante secular de la soberanía del pueblo. Tiene sitio señalado y preferente en las solemnidades públicas: su instalación en el empleo es el objeto de un ceremonial estraño: tiene á sus órdenes una numerosa cáfila de oficiales de honor: su librea escede en esplendor á la de un príncipe, su grande uniforme bordado en oro por todas las costuras, es de una hechura rancia y antigua, al que da realce y brillo un gran manto de pieles veros. Su poder es ilimitado, y cuando el trono está vacante, él es el que preside el consejo de Estado hasta la proclamación del nuevo soberano.
En los días comunes el lord corregidor administra justicia bajo el pórtico de su palacio, pero en la sala gótica de Guild–hall es donde toma posesion de las insignias de su cargo.
El ayuntamiento municipal le libra 8,000 libras, cerca de 800,000 rs, para sostener su representación; pero él gasta de su bolsillo otro tanto, cuando menos, por lo que rara vez consiente en ser reelegido, á no ser que sea estraordinariamente rico.
En otro tiempo, el vasto recinto de la Cité estaba cerrado con barreras, puentes, rejas y cadenas. De todos estos cerramientos, solo queda en pie la puerta de Temple–Bar, construida en 1670, al estremo del Strand por Cristóbal Wren. Consiste en un arco abovedado, y rebajado del ancho de la calle, arrimado y apoyado sobre dos puertas de figura circular, del ancho de las aceras, superado todo por un pequeño aposento suspendido, cubierto con un ático y adornado con cuatro nichos que contienen los del lado de la Cité las estatuas de Isabel y de Jacob VI de Escocia, y los otros dos las de Cárlos I y Cárlos II, vestidas á la antigua y muy feas: toda esta máquina negra como boca de horno. Esta puerta tan concurrida como la de San Dionisio en París, perpetúa uno de los mas estraños y singulares privilegios de la municipalidad de Lóndres.
Las dos hojas de la puerta abiertas constantemente solo se cierran ante un personage, ante el rey. Cuando S. M. intenta atravesar por la ciudad, su correo da golpes en la puerta y solicita de la buena voluntad del lord corregidor el permiso para pasar. Concedido este, las puertas se abren de par en par, y S. M. se interna en la Cité. Por lo general en este caso particular el dignatario se presenta á la puertecilla del estribo, y entrega al rey su espada, que la devuelve éste inmediatamente acompañada con un gracioso saludo. Antigüamente en esta puerta se colgaban de un garfio las cabezas de los que decapitaban por delitos políticos, y nunca faltaban en abundancia. Lo cierto es que esta puerta no deja de tener un aspecto siniestro y de mal agüero.
La Torre de Londres es un edificio rodeado de un foso y asentado sobre un cerro desde el que domina de lejos el Támesis: á la otra parte del foso se eleva una gruesa y maciza muralla construida en 1097 por Guillermo el Rojo, que da vuelta todo alrededor del torreón que fundó Guillermo el Conquistador en 1078, y es el que constituye la Torre propiamente dicha. Es esta una mole sólida y pesada de dos altos y coronada con cuatro torrecillas; las paredes tienen 14 pies de grueso. Las reparaciones esteriores del edificio hechas posteriormente en diferentes épocas, asi como un terraplén, son causa de que á primera vista no pueda formarse una idea de la antigüedad de esta masa conocida con el nombre de la Torre Blanca.
En el recinto de la Torre hay muchos torreones, dos capillas, un cuartel, un parque de artillería, los antiguos archivos de Inglaterra, una armería, curiosidades pertenecientes á la guerra y el tesoro de las joyas de la corona. Se entra dentro del recinto por cuatro poternas sucesivas practidas al Oeste de la Torre: todas las mañanas se abren al amanecer con tanta ceremonia y precaución como si el enemigo emboscado en los alrededores estuviese aguardando una ocasión para atacarlas. Estas fortificaciones se fueron aumentando en diversas épocas: en 1190 por el obispo Longchamps, y después por Enrique III, Eduardo I......, etc.
La Torre de Lóndres, es la antigua habitación feudal de los reyes de Inglaterra, lo mismo que la Consergería de París, lo era de los de Francia.
Se penetra en ella por una especie de pasadizo angosto y bajo, abierto en la parte interior de la muralla: la primera torre á la derecha es la de la Campana, de forma redonda. Sirvió de prisión á la reina, Isabel, que debió pasar dias bien crueles y amargos con el recuerdo de su madre, Ana Bolena, como también atormentada con la memoria de Juana Grey,

domingo, enero 04, 2009