sábado, enero 10, 2009

Viage ilustrado (Pág. 323)

gado y oyó pronunciar su sentencia de muerte. Ciertamente no son muy alegres los recuerdos históricos de aquel pais, y esta es la razón por que la posteridad los olvida con tanto gusto. Se representa en la imaginación este tribunal, agrupado en un rincón del inmenso salón atestado de pueblo, y en las tinieblas de la noche ver el brillo de algunas espadas desnudas; y un pelotón de soldados que traen como arrastrando en medio de las oleadas de un gentío obcecado á aquel príncipe ton su ondeante cabellera flotando por la espalda, y dulce mirada, sufriendo mil ultrajes, resonando en su oido el grito de muerte y limitándose á decir:
—Pobres gentes, lo mismo gritarían contra sus gefes por un shelin...
Cárlos I previene el ánimo de todo viagero que visita á Londres: se encuentra en todas partes, y su mirada le persigue sin cesar. ¿Y cómo permanecer indiferente al recuerdo de un infortunado que Van–Dych ha perpetuado en sesenta retratos que son su mas patética elegia? Este esclarecido artista ha creado un espectro sangriento de esta cabeza que tanto amaba, engalanándola con todas las gracias de la belleza de su rostro que cayó á tierra á impulso del hacha del verdugo.
En torno de Westminster–Hall se encuentran diseminados tribunales en donde se pleitea, se litiga y se sentencia, revestidos los jueces con su gran peluca empolvada como las que usaban en Francia durante la minoria de Luis XV. Nada mas atrasado, mas inmudable que las costumbres de un pueblo que tanto progresa y adelanta en órden á empresas especulativas. Dichos tribunales son muy numerosos y divididos para determinados asuntos; y aun podría señalarse en ellos algunos restos de jurisdicción feudal. La Cité goza de algunas franquicias: su magistrado particular, Marshasea–Court, institución judicial dependiente de Witte–Hall, ejerce sus funciones en un radio de cuatro leguas alrededor de este cuartel, esceptuando la Cité de Lóndres.
Doctors Commons ó tribunal eclesiástico, junta clerical en la que se depositan los testamentos, preside á su apertura, y guarda las causas relativas á sucesiones y entiende en la administración de las herencias. También se estiende su autoridad á juzgar criminalmente en los delitos contra la religión.
Alli se reúne la Cámara de los comunes en un chiribitil provisional. La de los lores se ha instalado ya en el nuevo edificio del parlamento. Cuando las sesiones de los lores, por lo general están recostados en sus asientos apoyando la espalda contra el respaldo, de modo que tienen mas altos los pies que la cabeza, y hablan desde su asiento porque no hay tribuna. Las galerías para el publico, son cómodas, descubiertas y casi al nivel de los bancos de la cámara. En cuanto al trono de la reina, simboliza á las mil maravillas la soberanía constitucional, porque se asemeja á una jaula dorada.
Los nuevos edificios del parlamento destinados para reunir en ellos los tribunales y las dos cámaras, están todavía sin concluir, en Inglaterra se consideran como la maravilla arquitectónica del siglo y que deben reemplazar al antiguo parlamento que se quemó en 1834. Este caprichoso edificio es de estilo gótico del tiempo de Enrique VII. La parte que da al rio presenta una fachada de 1,000 pies de longitud, coronada con seis grandes torres, y la principal, la de Victoria, tendrá 400 pies de elevación; dicha fachada con almenas dentelladas, está ademas adornada con cimbanillos sin cuento, figurando arbolitos de piedra y recargada de arabescos, follages, figurillas y escudaos de armas. Sin embargo, la parte esterior del edificio, á mi entender, no presenta toda la seriedad y austeridad artística que exige el objeto á que se destina; es el más inmenso juguete arquitectónico que hay en el universo, y bajo este concepto merece grandes elogios. Cuando se mira de lejos tiene animación, seduce la vista y halaga los sentidos. Fácilmente se comprende que debe haber costado una locura, y esto es precisamente lo que más envanece á los ingleses, que voluntariamente acompañan á los viageros que van á visitar a San Pablo solo por poder decir:
—Hemos gastado en esta obra treinta y siete millones y medio.
Westminster y el Parlamento me habían interesado, pero fué espectáculo muy pesado y enojoso la visita que hicimos después á las caballerizas de la reina.
Pueden considerarse como un colegio de caballos con palafraneros pedantes por profesores; á modo de biblioteca se recorren varias salas llenas de arreos de caballo: hay, sin embargo, una docena de estos de color isabela, cuyo pelo se asameja á la seda mas fina mezclada con una delicada pelusilla de oro, de un matiz y brillo casi increíble. Están destinados para tiro dé la carroza regia en las grandes solemnidades y dias de ceremonia. Cada uno tiene escrito su nombre encima del pesebre; uno se llama Cromwell, otro Voltaire, el tercero Orleans, etc., y yo pienso se les ha dado estos nombres para honrar á dichos sugetos, porque en Lóndres con el mayor gusto se pondría á los caballos el nombre de los parientes mas inmediatos de su dueño.
Cansado ya de tantas ceremonias y deseando verme solo en esta ciudad donde cada uno vive para sí mismo, y donde la soledad es un placer, abandoné á mis compañeros con intención de ir al Strand, observar y hacer algunas compras.
En un ómnibus que venia de Pimlico había aun mi asiento desocupado en la imperial, y me encaramé guapamente ayudado por un caballero, que conociendo que era estrangero, me prodigó todas les atenciones y obsequios de que no participa el bello sexo en este singular pais. Se apresuró á decirme que hablaba el español, y se ponía á mis órdenes, mas como vio que yo le contestaba en su idioma y que conocía bastante bien las calles, quedó muy satisfecho no siendo de estos entremetidos que verían con mucho gusto que os apaleaban por tener el placer de salir á vuestra defensa. Nuestra plática cesó con los ofrecimientos, pues es muy propia del carácter inglés la discreción.Después de cinco ó seis minutos de silencio, juzgando conveniente volver á mi vecino el agasajo, le dirigí algunas palabras, tomando por pretesto un carruage que pasaba junto al maestro: era una calesa muy ostentosa, aunque poco elegante, tirada por dos caballos arrogantes. Sobre el pescante, muy adornado con bellas franjas, iba sentado un cochero vestido de negro, corbata blanca y guantes del mismo color, limpios como el armiño: en el fondo del vehículo iba recostado negligentemente sobre muelles almohadones un hombre sin frac ni levita, las mangas de la camisa arremangadas hasta encima del codo, sirviéndole de cinturon las puntas del delantal levantadas por delan–

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