miércoles, enero 21, 2009

Viage ilustrado (Pág. 331)

jos del sitio en que Oxford Street pierde su nombre á la entrada de Holborn, cuartel asqueroso habitado por andrajosos irlandeses. En una calle estrecha, tortuosa y hedionda con casucas, cuyas puertas estrechas, bajas y siempre abiertas ofrecen la vista de los transeúntes el mas repugnante espectáculo: chiribitiles mas hondos que el piso de la calle en donde se ven bullir nidadas enteras de gentes miserables, enfermizas, cubiertas de arapos y un baño de mugre que se revuelcan sin distinción de sexos ni edades en el fango y los insectos. El ánimo esperimenta una mezcla de horror y compasión cuando contempla aquellas poblaciones de mendigos que salen de sus madrigueras solo para alargar la mano y perseguir con sus lúgubres clamores y súplicas al pasagero.
En otro tiempo este cuartel era una guarida en la que la policía dudaba entrar y á la que los transeúntes evitaban cuidadosamente aproximarse. Los que la poblaban eran gentes que formaban una tribu especial, costumbres distintas, y que se gobernaban por sus propias leyes, sin tener trato ni comunicación con el resto de los habitantes de Lóndres.
Posteriormente se abrieron calles que atraviesan esta sentina de corrupción, y se han dispersado estos gitanos del Norte refugiándose en los arrabales de la capital.
Sin detenerme á ser testigo de tanta infelicidad continué marchando hasta llegar al Museo, que es un edificio con bellos frontis y columnas jónicas. Debe aqui notarse de paso con respecto á museos, que ninguno de estos monumentos consagrados á las artes debe su construcción y formación al gobierno. La galería nacional se elevó á costa de Mr. Angerstein: la preciosa colección del colegio de Dulwich que contiene trescientos cincuenta y cinco cuadros es un legado de sir Francis; la de Lincoln's inn Fields se debe á un donativo de Mr. Soane, y en fin, el Museo británico debe su origen al celo y liberalidad de sir Hans Sloane que murió en 1753, concediendo al parlamento en una clausula de su testamento, la facultad de adquirir los tesoros de su galería á un precio muy ínfimo. Para colocarlos debidamente, Jorge II mandó comprar el palacio de Montagne, en donde acomodaron también otros donativos: los manuscritos de Roberto Cotton, la biblioteca del mayor Edwards, y los raros y magníficos códices del lord Harley, conde de Oxford. A la llegada de los monumentos egipcios en 1801, y después de la adquisición de los mármoles de Townley en 1805, aquel recinto era demasiado estrecho, y cuando se enriqueció el establecimiento en 1823 con la colección de Jorge III, que cedió voluntariamente Jorge IV, fué preciso construir el edificio tal como existe en el dia.
Es verdaderamente este un establecimiento de mucho valor y entidad, en lo tocante á historia natural, minerales y animales de toda clase; estas colecciones, las mas completas que se conocen, ocupan estensos salones y están bien colocados. Se sorprende el viagero al ver tal cúmulo de serpientes, monos, pájaros y mamíferos disecados y henchidos de paja, contando á cientos varias especies de que ni aun habia oido hablar. Pero la sala mas curiosa y digna de atención es en la que están colocados por orden los monstruos antidiluvianos, y entre los objetos mas raros deben contarse los colmillos del mastodonte, de siete á ocho pies de largo. El elefante se parece á este caudrúpedo como un gato comparado con una pantera. Dice Cuvier que el marfil antidiluviano conservado bajo los hielos de las regiones polares se emplea hoy dia para diferentes usos lo mismo que el ordinario; también se han encontrado en aquellos climas algunos de estos cadáveres enteros sepultados hace cinco, mil años en sus sepulcros cristalinos.
Empero el Leviatan de esta colección es sin disputa el megaterio, tan perfectamente conservado, que no le falta la mas pequeña astilla, y su enorme esqueleto de 25 pies de longitud está espuesto á la pública admiración en el centro de una vasta sala. No se parece á ninguna de las especies conocidas; Cuvier lo coloca en el género de los desdentados: la espina dorsal, maciza y dentellada, se asemeja á las almenas de un castillo: la cola, compuesta de una serie de cubos huesosos, articulados y medulosos, que los mas gruesos tienen cuando menos de 10 á 12 pulgadas, tiene mas de tres metros de largo, y pesa de 300 á 400 libras. En cuanto á las piernas son verdaderas columnas; los pies tan largos por delante como por atrás; y según la conformación con que están dispuestos para andar, da lugar á creer que este cuadrúpedo, cuando vivo, de un peso probablemente de diez á quince millares, podria trepar como un mono hasta la copa de los árboles ó a la cima de las rocas.
Al lado de estos prodigios de un mundo que ya no existe, se admiran en British−Museum las maravillas de una sociedad muerta; el piso bajo de este palacio encierra mármoles, granitos, sepulcros de basalto, restos preciosos de Siria, Lidia y Egipto; la bibloteca, compuesta de cerca de trescientos mil volúmenes, es preciosa, y las obras colocadas por orden de materias.
En otra estensa sala están las célebres estatuas de Parthenon, obras maestras de Fidias, sublimes reliquias del arte, que se han conservado para desesperación y envidia de la escultura moderna.
Después de haber recorrido detenidamente los salones de este rico museo, y habiendo determinado comer aquel dia en Greenwich, aproveché esta ocasión para visitar, pasando á la orilla izquierda, la famosa fábrica de cerveza de Mr. Perkins. Sus montruosos toneles son de un tamaño tan estraordinario, que puesto junto á ellos el de Heidelberg solo es un barril. En efecto, las cubas del cervecero inglés puestas en línea y derechas tienen de 30 á 40 pies de altura. Las calderas son proporcionadas al tamaño de los recipientes; una máquina de vapor de una fuerza prodiogiosa pone en movimiento los molinos para moler la cebada, y los almacenes para conservarla son unos patios cuadrilongos cerrados por todas partes con paredes de 40 pies de elevación. Algunos estaban llenos de grano hasta el techo.
La cervecería de Perkins emplea diariamente ciento cincuenta caballos, y jamás habia visto yo un establecimiento de tanta consideración: sus oficinas de cuenta y razón están tan bien montadas como las de una dirección general.
La víspera de la marcha de los espedicionarios tuvimos una espléndida comida en Trafalgar−Hotel, la fonda mas célebre del reino, costeada por la empresa de la espedicion, á la que, entre otras ventajas que ha proporcionado, debemos agradecerle la de haber enriquecido nuestra lengua con la voz: Espedicionario.
En Greenwich, hotel de los inválidos marinos, los aspirantes hacen sus primeros estudios bajo la inspec−

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