lunes, febrero 02, 2009

Viage ilustrado (Pág. 337)

El conde de Leicester

Reflexionando en ello aplaudia interiormente esta firmeza estoica.—Es, decia, que el doctor esplica hoy una lección de arqueología en la catedral sobre este mismo monumento, y ya comprendereis…
—Que será muy interesante, sin duda.
—¡Cuánto desearía poderos conducir allí! Pero es necesario ser conocido, presentado, invitado, y á semejante hora no tengo tiempo para prevenirle, y ademas...
No continuó; enjugo el sudor que corría por su frente y echó á correr.
—¡Pobre hombre! murmuró mi camarada; nosotros llevamos la prudencia hasta la ferocidad.
El origen de Oxford se pierde en la noche de los tiempos; la ciudad era ya antigua en 729, cuando el noble Didano, habiendo perdido á su muger Safrida, fundó una iglesia y un convento cuya dirección dio á su hija Friedeswide, que habiendo sido después canonesa, llegó á ser la patrona de la catedral, donde todavía existe su sepulcro.
El colegio de Oxford es uno de los mas vastos y de los mas suntuosos. El colegio de la Universidad, propiamente dicho, tiene un aspecto muy estraño con sus dos claustros góticos. La universidad existia ya en el siglo IX bajo Alfredo el Grande, á la cual concedía la octava parte de sus rentas. Poco después, es decir, en el siglo XIII, Mateo Páris señalaba á Oxford la presencia de tres mil estudiantes, y esta universidad no habia sido aun enriquecida con los donativos de Guillermo Durham ni de Isabel de Montaiga, que la elevaron almas alto esplendor.
Pero ¿cómo describir las maravillas de Oxford? Seria necesario un tomo y centenares de grabados para dar una idea de ella. La juventud de Oxford, dicen que es pedante y gastadora; Oxford es un lugar de estudio y de placeres costosos. Nada mas singular que ver circular por las calles antiguos escolares ricamente ataviados.
Oxford es un monumento único, maravilloso y muy poco visitado.
Después de haber recorrido esta población de los tiempos medios pasamos al camino de hierro, que tardó cinco horas en hacernos recorrer la distancia atravesada por la mañana en hora y media. Los trenes ordinarios se cargan de mercancías, y se detienen mas de media hora en las estaciones para depositar los efectos que llevan. Estas estaciones son tan numerosas que triplican la longitud del tránsito, y si se apercibe de lejos á un viagero retardado, se le espera con una paciencia digna de los cocheros que circulan con sus carruages por Madrid.
Esta lentitud, estos enojos son soportados con una resignación estoica por los ingleses, cuya situación normal es estar viajando. Los ingleses tienen un proverbio que dice: «La vida es un viage
Una tarde que yo comia con mi amigo W... cerca de Burlington−Arcade, con su hermano, vinieron los dos hijos de este último, jóvenes, el uno de diez y seis y el otro de diez y siete años. Durante la comida hablamos de Alemania, de las orillas del Rhin, de la Holanda... Los niños escuchaban con una atención estraordinaria; tan jóvenes todavía, se preparaban á recorrerlos países. Recibieron de mí algunas indicaciones, y me rogaron que les trazara un buen itinerario, lo que hice al punto y con gusto. Después de los postres nos levantamos.
—Creo que ya es hora, dijo Mr. W..., no os hagáis esperar.
Después de haberse escusado por dejarme tan pronto, los jóvenes pasaron á la antecámara, tomaron un saco de noche y sus gorras.
—¿Van al campo? pregunté.
—Van al Tirol, á Dresde, á Berlin, á Colonia, á Amsterdam, y se alejan por seis meses, tan poco conmovidos como si fueran sencillamente al teatro. Por parte de los pacientes no hubo ninguna clase de estremos. El tio les apretó la mano diciendo: ¡God evennig! el padre les deseó tiernamente un buen viage y les dio la mano sin abrazarlos.
Nos volvimos á sentar y hablamos otras cosas. Mr. W.. me convidó para que le acompañara á un sarao del cual no podia dispensarse, y como yo me disculpaba por no estar vestido de etiqueta,
—Yo haré, me dijo, que pase vd. por un hombre estravagante.
No quise aceptar. Me recomendó mucho que visitara los castillos feudales de Warwick y de Kenilworlh, situados á cien millas de Londres, en el centro mismo de Inglaterra, y respondí:
—Iré mañana.
Aquella noche esperaba encontrar á mi amigo de viage cenando en el restaurant francés. Mi proposición se ofrecia en momento oportuno, pues Kenilworth y Warwick habian sido elogiados aquel mismo día por un amigo nuestro, pintor distinguido y el primer cuarelista de este pais. Las cuarelas son cuadros variados y justamente admirados.
Nos fuimos muy temprano con las señas que nos dio este honrado artista, y nuestra buena estrella nos unió al guia que nos faltaba. Era una joven española, muy vivaracha y atenta.
—¡Compatriotas! esclamó; rara y buena casualidad para una desterrada.
Pronto se hizo el conocimiento: bajó con nosotros y nos condujo por senderos conocidos á las ruinas de Kenilworlh. Al mismo tiempo que andábamos nos dijo

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