corona de Inglaterra, restableció al hijo del conde en los honores del padre, rehabilitó a todos los que habían tenido parte en la conspiración, y les dio pruebas distinguidas de benevolencia.
A medida que Isabel avanzaba en años, las miradas de los ingleses se fijaban cada vez mas en Escocia, Jacobo no cesaba de recibir cartas de todos los condados del reino, con ofertas de auxilio y protestas de fidelidad. El mismo Cecil entró en correspondencia con él, aunque, como hombre precavido, lo hizo con la mayor reserva y empleando medios seguros. Jacobo, contando ya con un hombre poderoso, de quien habia temido una fuerte oposición, aguardó tranquilo el curso de los sucesos; pero le costaba trabajo reprimir la impaciencia de sus partidarios ingleses.
Entretanto, á pesar de todos los sacudimientos de que habia sido teatro Escocia por espacio de tantos años, se hallaba á la sazón en una época de perfecta tranquilidad. Jacobo se aprovechó de este intervalo para civilizar á los montañeses y á los habitantes de las islas, enteramente abandonados por los reyes sus predecesores. Aquellos hombres conservaban su primitiva ferocidad. Enemigos del trabajo, acostumbrados á la rapiña y al salteo, fatigaban á sus vecinos mas laboriosos con incesantes escursiones. Todos los grandes señores y gefes de tribus, recibieron orden de no permitir en sus tierras sino á los que pudiesen dar fianzas de buena conducta. Todas las otras medidas tomadas con el mismo objeto fueron muy acertabas, y produjeron buenos resultados. En las islas se establecieron colonias de familias industriosas y morigeradas, y si no pudo ejecutarse en toda su estension el plan concebido por el rey, las circunstancias de la época tuvieron la culpa, y no por eso son menos dignas de elogio sus intenciones.
Isabel, que habia gozado constantemente de buena salud, empezó á manifestar síntomas de decadencia. Hizo un viage de Westminster á Richmond, y llegó sumamente débil y abatida. No tenia fiebre, pero habia perdido el sueño y el apetito. No quería ver la luz y siempre queria estar sola, y muchas veces sus damas la sorprendieron anegada en llanto. Apenas corrió esta noticia, gentes de todas clases y condiciones acudían á Escocia, y las que no podian hacer el viage escribían al rey con encarecidas protestas de amor y fidelidad. El mal de la reina progresaba, y la negra melancolía que la devoraba parecía incurable.
Nadie dudaba que la verdadera causa de la enfermedad era la catástrofe del conde de Essex. Poco tiempo antes de su llegada á Richmond, un suceso estraordinario renovó sus dolores y su arrepentimiento. La condesa de Nottingham, estando en el lecho de la muerte, quiso ver á la reina. Dijo que guardaba un secreto importante, y que no podia morir en paz sin comunicárselo. La reina entra en el cuarto de la moribunda, y ésta le dice, que cuando se intimó á Essex la sentencia de muerte, el desgraciado resolvió pedir perdón á la reina implorando su clemencia del modo que S. M. misma lo habia prescrito, enviándole un anillo que la reina le habia dado en el tiempo de su favor, diciéndole que si alguna vez se hallase en algún gran peligro, la restitución del anillo le daría nuevos derechos á su protección; que lady Scroop era la persona designada por el conde para entregar el anillo á la reina; pero que, por una equivocación inesplícable habia venido á parar á sus manos (de lady Nottingham): que su intención habia sido desempeñar el encargo, pero que su marido, enemigo de Essex, se había opuesto á ello con la mayor tenacidad. Después de haber hecho esta narración, lady Nottingham pidió perdón á la reina de aquella infidelidad, cuyas consecuencias habian sido tan terribles: Isabel, descubriendo entonces toda la perversidad de los enemigos del conde, y cuán injustamente lo habia sospechado de una culpable obstinación, se levantó y dijo á la condesa: «Dios podrá perdonaros; yo jamás,» y salió precipitadamente de la cámara, en un indecible estado de agitación. Desde aquel momento se notó en ella una alteración que no podia acabar en bien. Raras veces tomaba alimento: rehusába las medicinas que le prescribían los facultativos; decia que la vida le era insoportable, y que no deseaba mas que morir. No fué posible reducirla a meterse en cama, porque le habian profetizado que en cama habia de morir. Pasó los diez últimos dias de su vida recostada en unos almohadones, envuelta en un sombrío silencio, absorta en una profunda distracción, con un dedo continuamente en la boca, para evitar que se le saliese el alma, y con los ojos abiertos y fijos siempre en la tierra. De cuando en cuando rezaba con el arzobispo de Cantorbery, y lo hacia con gran fervor. Cayó, en fin, en una completa postración, tanto por una larga abstinencia, como por el tormento roedor que devoraba su alma, y murió sin agonía el jueves 21 de marzo de 1601, á los 70 años de edad, y después de haber reinado cuarenta y cinco.
Pocos meses antes de morir, rompió el obstinado silencio que habia guardado sobre la sucesión al trono de Inglaterra, diciendo á Cecil y al lord almirante: «Mi trono es del rey; no puedo tener otro sucesor que mi primo el rey de Escocia.» Confirmó esta declaración en los últimos momentos de su vida, é inmediatamente que hubo lanzado el último suspiro, los lores del consejo privado proclamaron á Jacobo rey de Inglaterra. Los nobles y el pueblo, olvidando sus antiguas animosidades contra Escocia, manifestaron su satisfacción con las mas estrepitosas aclamaciones. Sir Cárlos Percy, y sir Tomás Sommerset, fueron enviados á Escocia con una carta dirigida á Jacobo, y firmada por los principales personages del reino. El rey ya sabia la noticia por un amigo suyo que salió precipitadamente de Lóndres al punto de espirar la reina. El rey no salió del palacio hasta la llegada de los dos diputados; entonces se proclamaron sus títulos con toda solemnidad, en medio de los aplausos del pueblo de Edimburgo. Mandó hacer aceleradamente los preparativos de su viage, dejando en Escocia á la reina, que deberia seguirlo al cabo de pocas semanas. Confió el gobierno del reino á su consejo privado, y dejó sus hijos á cargo de varias personas de alte categoría. El domingo siguiente asistió á la iglesia de San Gil, donde después de los oficios divinos, arengó al pueblo, con grandes promesas de continuar velando por su prosperidad. El pueblo respondió con lágrimas do ternura.
El 15 de abril el rey se puso en camino con corto acompañamiento, y al dia siguiente llegó á Berwick, ya territorio inglés. Por todos los puntos de su tránsito acudian las gentes á bendecirlo, y los magnates de los condados á ofrecerle sus servicios, y facultades. El 7 de mayo hizo su entrada en Lóndres, y subió tranquilamente al trono de Inglaterra. Asi fué como se reunieron estos dos reinos, separados desde tiempo in–
A medida que Isabel avanzaba en años, las miradas de los ingleses se fijaban cada vez mas en Escocia, Jacobo no cesaba de recibir cartas de todos los condados del reino, con ofertas de auxilio y protestas de fidelidad. El mismo Cecil entró en correspondencia con él, aunque, como hombre precavido, lo hizo con la mayor reserva y empleando medios seguros. Jacobo, contando ya con un hombre poderoso, de quien habia temido una fuerte oposición, aguardó tranquilo el curso de los sucesos; pero le costaba trabajo reprimir la impaciencia de sus partidarios ingleses.
Entretanto, á pesar de todos los sacudimientos de que habia sido teatro Escocia por espacio de tantos años, se hallaba á la sazón en una época de perfecta tranquilidad. Jacobo se aprovechó de este intervalo para civilizar á los montañeses y á los habitantes de las islas, enteramente abandonados por los reyes sus predecesores. Aquellos hombres conservaban su primitiva ferocidad. Enemigos del trabajo, acostumbrados á la rapiña y al salteo, fatigaban á sus vecinos mas laboriosos con incesantes escursiones. Todos los grandes señores y gefes de tribus, recibieron orden de no permitir en sus tierras sino á los que pudiesen dar fianzas de buena conducta. Todas las otras medidas tomadas con el mismo objeto fueron muy acertabas, y produjeron buenos resultados. En las islas se establecieron colonias de familias industriosas y morigeradas, y si no pudo ejecutarse en toda su estension el plan concebido por el rey, las circunstancias de la época tuvieron la culpa, y no por eso son menos dignas de elogio sus intenciones.
Isabel, que habia gozado constantemente de buena salud, empezó á manifestar síntomas de decadencia. Hizo un viage de Westminster á Richmond, y llegó sumamente débil y abatida. No tenia fiebre, pero habia perdido el sueño y el apetito. No quería ver la luz y siempre queria estar sola, y muchas veces sus damas la sorprendieron anegada en llanto. Apenas corrió esta noticia, gentes de todas clases y condiciones acudían á Escocia, y las que no podian hacer el viage escribían al rey con encarecidas protestas de amor y fidelidad. El mal de la reina progresaba, y la negra melancolía que la devoraba parecía incurable.
Nadie dudaba que la verdadera causa de la enfermedad era la catástrofe del conde de Essex. Poco tiempo antes de su llegada á Richmond, un suceso estraordinario renovó sus dolores y su arrepentimiento. La condesa de Nottingham, estando en el lecho de la muerte, quiso ver á la reina. Dijo que guardaba un secreto importante, y que no podia morir en paz sin comunicárselo. La reina entra en el cuarto de la moribunda, y ésta le dice, que cuando se intimó á Essex la sentencia de muerte, el desgraciado resolvió pedir perdón á la reina implorando su clemencia del modo que S. M. misma lo habia prescrito, enviándole un anillo que la reina le habia dado en el tiempo de su favor, diciéndole que si alguna vez se hallase en algún gran peligro, la restitución del anillo le daría nuevos derechos á su protección; que lady Scroop era la persona designada por el conde para entregar el anillo á la reina; pero que, por una equivocación inesplícable habia venido á parar á sus manos (de lady Nottingham): que su intención habia sido desempeñar el encargo, pero que su marido, enemigo de Essex, se había opuesto á ello con la mayor tenacidad. Después de haber hecho esta narración, lady Nottingham pidió perdón á la reina de aquella infidelidad, cuyas consecuencias habian sido tan terribles: Isabel, descubriendo entonces toda la perversidad de los enemigos del conde, y cuán injustamente lo habia sospechado de una culpable obstinación, se levantó y dijo á la condesa: «Dios podrá perdonaros; yo jamás,» y salió precipitadamente de la cámara, en un indecible estado de agitación. Desde aquel momento se notó en ella una alteración que no podia acabar en bien. Raras veces tomaba alimento: rehusába las medicinas que le prescribían los facultativos; decia que la vida le era insoportable, y que no deseaba mas que morir. No fué posible reducirla a meterse en cama, porque le habian profetizado que en cama habia de morir. Pasó los diez últimos dias de su vida recostada en unos almohadones, envuelta en un sombrío silencio, absorta en una profunda distracción, con un dedo continuamente en la boca, para evitar que se le saliese el alma, y con los ojos abiertos y fijos siempre en la tierra. De cuando en cuando rezaba con el arzobispo de Cantorbery, y lo hacia con gran fervor. Cayó, en fin, en una completa postración, tanto por una larga abstinencia, como por el tormento roedor que devoraba su alma, y murió sin agonía el jueves 21 de marzo de 1601, á los 70 años de edad, y después de haber reinado cuarenta y cinco.
Pocos meses antes de morir, rompió el obstinado silencio que habia guardado sobre la sucesión al trono de Inglaterra, diciendo á Cecil y al lord almirante: «Mi trono es del rey; no puedo tener otro sucesor que mi primo el rey de Escocia.» Confirmó esta declaración en los últimos momentos de su vida, é inmediatamente que hubo lanzado el último suspiro, los lores del consejo privado proclamaron á Jacobo rey de Inglaterra. Los nobles y el pueblo, olvidando sus antiguas animosidades contra Escocia, manifestaron su satisfacción con las mas estrepitosas aclamaciones. Sir Cárlos Percy, y sir Tomás Sommerset, fueron enviados á Escocia con una carta dirigida á Jacobo, y firmada por los principales personages del reino. El rey ya sabia la noticia por un amigo suyo que salió precipitadamente de Lóndres al punto de espirar la reina. El rey no salió del palacio hasta la llegada de los dos diputados; entonces se proclamaron sus títulos con toda solemnidad, en medio de los aplausos del pueblo de Edimburgo. Mandó hacer aceleradamente los preparativos de su viage, dejando en Escocia á la reina, que deberia seguirlo al cabo de pocas semanas. Confió el gobierno del reino á su consejo privado, y dejó sus hijos á cargo de varias personas de alte categoría. El domingo siguiente asistió á la iglesia de San Gil, donde después de los oficios divinos, arengó al pueblo, con grandes promesas de continuar velando por su prosperidad. El pueblo respondió con lágrimas do ternura.
El 15 de abril el rey se puso en camino con corto acompañamiento, y al dia siguiente llegó á Berwick, ya territorio inglés. Por todos los puntos de su tránsito acudian las gentes á bendecirlo, y los magnates de los condados á ofrecerle sus servicios, y facultades. El 7 de mayo hizo su entrada en Lóndres, y subió tranquilamente al trono de Inglaterra. Asi fué como se reunieron estos dos reinos, separados desde tiempo in–
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