sentido que el monarca con el mayor entusiasmo, y en todas las ciudades y campos se formaban confederaciones de gente armada, de que resultó un pacto general firmado por el rey y todos los nobles, que se ha hecho célebre en la historia con el nombre de covenant.
Sabido es como se frustaron los planes de Felipe. Conociendo que era imposible atacar de frente la Inglaterra, proyectó un desembarco en Escocia, y preparó el terreno por medio de agentes hábiles, la mayor parte de los cuales eran jesuitas. Los católicos escoceses entraron en correspondencia con el príncipe de Parma, que mandaba en los Países Bajos, en nombre de Felipe II; le ofrecieron poner la Escocia en manos de este soberano, mediante un socorro de 6,000 hombres; se comprometían á armar á sus vasallos y á facilitar á los españoles la entrada en Inglaterra por las fronteras escocesas. Francisco Stuar, nielo de Jacobo V, y que acababa de ser creado conde de Bothwell, entró en esta trama sin motivo alguno de religion, y solo por puro capricho. Todas las cartas de los conjurados fueron interceptadas en Inglaterra. Isabel reconvino á Jacobo por su lenidad con los católicos: mas él, aunque muy adicto á los nuevos errores, no quería chocar de frente con un partido que todavía tenia muchas raices en Inglaterra, y que podria hacerle mucho daño cuando llegase á ocupar aquel trono por muerte de Isabel. Guiado por estas consideraciones, se contentó con imponer un ligero castigo á los autores de la correspondencia interceptada. Ellos, sin embargo, alzaron fuerzas contra el rey en el Norte; pero sus vasallos peleaban de mala gana, y fueron dispersos por las tropas reales. Sus gefes cayeron otra vez en manos de la autoridad, y otra vez fueron castigados pro forma con un arresto de pocos dias.
Era ya tiempo de tratar del casamiento de Jacobo, que realizó con Ana, segunda hija de Federico II, rey de Dinamarca, venciendo los grandes obstáculos que Isabel oponia á este enlace, para lo cual no escaseó dinero, intrigas ni seducciones. El rey fué en persona á Noruega en busca de la princesa, y la ceremonia se celebró en un pueblo llamado Opso, de donde los novios pasaron á Copenhague, y allí residieron algunos meses. Durante su ausencia, la nación se mantuvo tranquila. Todas las clases del Estado rivalizaron en celo por conservar el orden: pero volvió a turbarse, á su regreso, por la escesiva indulgencia de su carácter y su notoria repugnancia á medidas estremas. Por espacio de muchos años no hubo mas que disputas implacables entre las grandes familias, asesinatos cometidos con audacia y acompañados de un refinamiento de crueldad indigno de pueblos cristianos. Entonces se sintieron en Escocia mas que nunca los vicios del sistema feudal aristocrático. Prevalecía la anarquía hasta el punto de conmover los cimientos de la sociedad. Jacobo, demasiado lento en castigar, demasiado débil para obrar con vigor, miraba tranquilo esta continuación de crímenes atroces y los dejaba impunes.
Para colmo de males, toda la atención del rey se fijó en el crimen de hechicería, que no pasaba como en el dia, por patraña ridícula en aquellos tiempos de profunda ignorancia, y en que la superstición tomaba todas 1as formas que le daba la fantasía. Muchas personas pertenecientes á clases distinguidas, fueron severamente castigadas por este supuesto crimen. Bothwell, acusado de haber empleado hechizos para saber la época de la muerte del rey, fué encerrado en un castillo. Pudo escaparse, entrar en Edimburgo é introducirse hasta la cámara del rey, quien por fortuna estaba ausente á la sazón. Entonces intentó incendiar el palacio; fué descubierto, y los ciudadanos de Edimburgo tomaron las armas. Bolhwell esquivó su persecución, gracias á las tinieblas de la noche y á la celeridad de su caballo. En Edimburgo hubo poco después una sublevación contra los ministros, y el rey, que no quiso abandonarlos, se refugió con ellos á Glasgow. Bolhwell tomó después otra empresa para apoderarse de la persona de Jacobo, y estuvo muy próximo á conseguirlo. A este atentado, siguió una vasta conspiración, cuyo objeto era facilitar un desembarco de tropas españolas. Los señores que entraban en ella, fueron descubiertos, y se retiraron á sus estados, donde levantaron tropas. Jacobo marchó contra ellos á la cabeza de su ejército, deshizo sus armamentos y los principales cayeron en sus manos: pero durante el proceso que se les hizo, los unos se escaparon, y los otros fueron puestos en libertad, bajo el pretesto de que no habia pruebas suficientes de su crimen. Después de una larga serie de revueltas, en que unas veces tomaba parte la nobleza y otras el pueblo, y que poco apoco iban minando la autoridad real, el parlamento, deseoso de poner término á este estado de cosas, concedió á Jacobo facultades estraordinarias, de que se valió para imponer algunos castigos severos, y para privar á la ciudad de Edimburgo de sus privilegios.
Restablecida algún tanto la calma, Jacobo pensó en su próxima elevación al trono de Inglaterra, y en asegurar los medios de que se verificase, sin obstáculos ni desórdenes. Con este objeto, entabló varias negociaciones en Alemania, á fin de que, en caso de sobrevenir dificultades, se le suministrasen fuerzas que lo sostuviesen. Los príncipes alemanes reconocieron la legitimidad de sus derechos, y en cuanto á ofertas, se manifestaron cautos y frios. Bruce, embajador de Escocia en Inglaterra, instaba á Isabel para que declarase en un acto público el nombre de su legítimo sucesor, y evitase á los ingleses las revueltas; que traen consigo las sucesiones litigiosas: pero la edad no habia hecho mas que fortificar en ella las pasiones que la habían inducido hasta entonces á dejar esta cuestión envuelta en dudas y oscuridades. Frustrada esta negociación, Bruce, hombre de gran penetración y reserva, se puso en comunicación secreta con los mas altos personages del reino, quienes se ofrecieron á sostener los derechos de Jacobo con todo su influjo y todo su poder. Escribiéronse folletos en contra; otros salieron contradiciéndolos. Pero lo que aumentó considerablemente el partido del rey, fué una obra escrita por él mismo con el título de Basilicon Doron, en que, bajo el pretesto de dar consejos á su hijo, esponia escelentes máximas de gobierno, y revelaba un corazón recto, inspirado por los mas vivos deseos de hacer á sus pueblos felices. Isabel no tenia tan buen concepto de aquel monarca, creyéndolo secretamente adicto á la religion católica. Era cierto que Jacobo se ocupaba en grangearse la amistad de los príncipes católicos y la del papa; pero el verdadero motivo que lo guiaba en estas medidas era puramente político. Quería conciliarse los ánimos de los muchos católicos que habia entonces en Escocia, y que se negaban á reconocer su legitimidad.
Ocurrió por este tiempo un suceso que puso en
Sabido es como se frustaron los planes de Felipe. Conociendo que era imposible atacar de frente la Inglaterra, proyectó un desembarco en Escocia, y preparó el terreno por medio de agentes hábiles, la mayor parte de los cuales eran jesuitas. Los católicos escoceses entraron en correspondencia con el príncipe de Parma, que mandaba en los Países Bajos, en nombre de Felipe II; le ofrecieron poner la Escocia en manos de este soberano, mediante un socorro de 6,000 hombres; se comprometían á armar á sus vasallos y á facilitar á los españoles la entrada en Inglaterra por las fronteras escocesas. Francisco Stuar, nielo de Jacobo V, y que acababa de ser creado conde de Bothwell, entró en esta trama sin motivo alguno de religion, y solo por puro capricho. Todas las cartas de los conjurados fueron interceptadas en Inglaterra. Isabel reconvino á Jacobo por su lenidad con los católicos: mas él, aunque muy adicto á los nuevos errores, no quería chocar de frente con un partido que todavía tenia muchas raices en Inglaterra, y que podria hacerle mucho daño cuando llegase á ocupar aquel trono por muerte de Isabel. Guiado por estas consideraciones, se contentó con imponer un ligero castigo á los autores de la correspondencia interceptada. Ellos, sin embargo, alzaron fuerzas contra el rey en el Norte; pero sus vasallos peleaban de mala gana, y fueron dispersos por las tropas reales. Sus gefes cayeron otra vez en manos de la autoridad, y otra vez fueron castigados pro forma con un arresto de pocos dias.
Era ya tiempo de tratar del casamiento de Jacobo, que realizó con Ana, segunda hija de Federico II, rey de Dinamarca, venciendo los grandes obstáculos que Isabel oponia á este enlace, para lo cual no escaseó dinero, intrigas ni seducciones. El rey fué en persona á Noruega en busca de la princesa, y la ceremonia se celebró en un pueblo llamado Opso, de donde los novios pasaron á Copenhague, y allí residieron algunos meses. Durante su ausencia, la nación se mantuvo tranquila. Todas las clases del Estado rivalizaron en celo por conservar el orden: pero volvió a turbarse, á su regreso, por la escesiva indulgencia de su carácter y su notoria repugnancia á medidas estremas. Por espacio de muchos años no hubo mas que disputas implacables entre las grandes familias, asesinatos cometidos con audacia y acompañados de un refinamiento de crueldad indigno de pueblos cristianos. Entonces se sintieron en Escocia mas que nunca los vicios del sistema feudal aristocrático. Prevalecía la anarquía hasta el punto de conmover los cimientos de la sociedad. Jacobo, demasiado lento en castigar, demasiado débil para obrar con vigor, miraba tranquilo esta continuación de crímenes atroces y los dejaba impunes.
Para colmo de males, toda la atención del rey se fijó en el crimen de hechicería, que no pasaba como en el dia, por patraña ridícula en aquellos tiempos de profunda ignorancia, y en que la superstición tomaba todas 1as formas que le daba la fantasía. Muchas personas pertenecientes á clases distinguidas, fueron severamente castigadas por este supuesto crimen. Bothwell, acusado de haber empleado hechizos para saber la época de la muerte del rey, fué encerrado en un castillo. Pudo escaparse, entrar en Edimburgo é introducirse hasta la cámara del rey, quien por fortuna estaba ausente á la sazón. Entonces intentó incendiar el palacio; fué descubierto, y los ciudadanos de Edimburgo tomaron las armas. Bolhwell esquivó su persecución, gracias á las tinieblas de la noche y á la celeridad de su caballo. En Edimburgo hubo poco después una sublevación contra los ministros, y el rey, que no quiso abandonarlos, se refugió con ellos á Glasgow. Bolhwell tomó después otra empresa para apoderarse de la persona de Jacobo, y estuvo muy próximo á conseguirlo. A este atentado, siguió una vasta conspiración, cuyo objeto era facilitar un desembarco de tropas españolas. Los señores que entraban en ella, fueron descubiertos, y se retiraron á sus estados, donde levantaron tropas. Jacobo marchó contra ellos á la cabeza de su ejército, deshizo sus armamentos y los principales cayeron en sus manos: pero durante el proceso que se les hizo, los unos se escaparon, y los otros fueron puestos en libertad, bajo el pretesto de que no habia pruebas suficientes de su crimen. Después de una larga serie de revueltas, en que unas veces tomaba parte la nobleza y otras el pueblo, y que poco apoco iban minando la autoridad real, el parlamento, deseoso de poner término á este estado de cosas, concedió á Jacobo facultades estraordinarias, de que se valió para imponer algunos castigos severos, y para privar á la ciudad de Edimburgo de sus privilegios.
Restablecida algún tanto la calma, Jacobo pensó en su próxima elevación al trono de Inglaterra, y en asegurar los medios de que se verificase, sin obstáculos ni desórdenes. Con este objeto, entabló varias negociaciones en Alemania, á fin de que, en caso de sobrevenir dificultades, se le suministrasen fuerzas que lo sostuviesen. Los príncipes alemanes reconocieron la legitimidad de sus derechos, y en cuanto á ofertas, se manifestaron cautos y frios. Bruce, embajador de Escocia en Inglaterra, instaba á Isabel para que declarase en un acto público el nombre de su legítimo sucesor, y evitase á los ingleses las revueltas; que traen consigo las sucesiones litigiosas: pero la edad no habia hecho mas que fortificar en ella las pasiones que la habían inducido hasta entonces á dejar esta cuestión envuelta en dudas y oscuridades. Frustrada esta negociación, Bruce, hombre de gran penetración y reserva, se puso en comunicación secreta con los mas altos personages del reino, quienes se ofrecieron á sostener los derechos de Jacobo con todo su influjo y todo su poder. Escribiéronse folletos en contra; otros salieron contradiciéndolos. Pero lo que aumentó considerablemente el partido del rey, fué una obra escrita por él mismo con el título de Basilicon Doron, en que, bajo el pretesto de dar consejos á su hijo, esponia escelentes máximas de gobierno, y revelaba un corazón recto, inspirado por los mas vivos deseos de hacer á sus pueblos felices. Isabel no tenia tan buen concepto de aquel monarca, creyéndolo secretamente adicto á la religion católica. Era cierto que Jacobo se ocupaba en grangearse la amistad de los príncipes católicos y la del papa; pero el verdadero motivo que lo guiaba en estas medidas era puramente político. Quería conciliarse los ánimos de los muchos católicos que habia entonces en Escocia, y que se negaban á reconocer su legitimidad.
Ocurrió por este tiempo un suceso que puso en
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