mientras que los bienes pertenecientes á dichas testamentarías, no producían anualmente arriba de 102,000 reales, de los cuales, deducidos los sueldos y gastos de contaduría, secretaría y pagaduría, solo podían aplicarse 40,000 al socorro de los acreedores, y en esta forma, según un autor contemporáneo, se necesitaban cinco siglos para la estincion de la deuda.
Si hay todavía quien dude de los acerbos males económicos que padeció España bajo los reinados de la casa de Hapsburgo, abra cualquiera de las obras de los muchos economistas que escribieron en aquellos tiempos. Vamos á citar algunos pasages que en ellos encontramos. En el Arte Real de Gerónimo de Cevallos, publicado en Toledo, año de 1623, y dedicado á Felipe IV, leemos: «todos los bienes raices que, por cada dia van saliendo del patrimonio real, incorporándose para siempre en el eclesiástico, enflaquecen y disminuyen la monarquía y derechos legales... y si no se trata de la medicina de estos daños, se ha de perder de todo punto esta monarquía, porque como el daño es secreto, andamos olvidados del remedio. Hágase la cuenta por los libros de V. M. de los juros que están incorporados en las religiones; véase por los libros de subsidio y escusado las heredades, tierras, casas, tributos y dehesas que poseen, y se hallará que es mucho mas lo que está fuera del comercio temporal, sin esperanza de volver á su principio, que no cuanto se posee por el estado seglar, con obligación de sustentar en paz y en guerra á los eclesiásticos. Bien se echa de ver que se va consumiendo y acabando esta monarquía de España, y que se van adelgazando los edificios que la sustentan y amenazando ruina. Ahora lo vemos todo trocado al revés, porque los eclesiásticos se llevan los diezmos, y mas las nueve partes de la hacienda temporal, y con la muerte de cada seglar, se llevan el quinto de la hacienda, y si no deja lujos, se lo llevan todo. De aquí nace la falta de gente y su pobreza, la baja de las alcabalas, que en muchas partes las han bajado al tercio de lo situado, y asi es fuerza que unos hayan de desamparar la tierra, otros hacer pleito de acreedores, en que consumen lo poco que les ha quedado. Consideremos ahora las personas, y veremos el grande número de hombres y mugeres que entran en las religiones, que siendo todas, desde su nacimiento, personas seglares y sujetase su rey con todos sus bienes, se van incorporando en lo eclesiástico, saliendo de la jurisdicción temporal. De aquí nace la falta de gente para el comercio público y para la guerra, la carestía de los jornales y salarios, la falta de hombres que labren las tierras y las cultiven, dejando todos sus oficios.»
Don Guillen Barbón y Castañeda, en sus Provechosos arbitrios al consumen del vellón, impresos en Madrid, año de 1628, dice, entre otras cosas muy notables: «el daño de los subidos precios y despoblación procede de los grandes tributos de millones, sisas y alcabalas, y sobre todo, á mi entender, de los montes y pastos, comunes baldíos que se han quitado á los pueblos y vendido por V. M. Cualquiera que haya conocido antes de esta venia á Castilla la Vieja, vería en ella grande y rica población, y en las mas pobres aldeas de este reino, labradores de 8 y 9,000 ducados de hacienda, y algunos de mas. De calos hombres ya no se ludia ninguno en villas ni ciudades, y aquellas ricas fábricas y edificios suntuosos, de alhajadas y bien puestas casas, de contentos suegros y alegres yernos, ya no se ven ellas mas que verdes yerbas y graznantes grajos.»
Francisco Martinez de la Mata en su famoso Memorial, presentado en 1620, dice: «Hoy se hallan en España los morales talados, perdidos y quemados por leña. Enmudezco y no hallo razones para pasar adelante en este discurso, viendo que ha llegado esto á estado que en el alcaí, cerca de Granada, Sevilla, Córdoba y las demás ciudades de España y de las Indias, con toda libertad se venden las sedas estrangeras, con tanto perjuicio del patrimonio real, que es el origen de la pobreza, despoblación, y esterilidad de España, y empeños de la real hacienda,» y mas adelante: «de tres partes de gente que hay en Toledo, las dos no tienen en que trabajar, y no usándose (sus productos) van olvidando los oficios y artes que solían ser tan primorosos en España y que no pueden tornar en sí, sino es dejando de gastar las mercaderías labradas fuera del reino.» Este era el lema favorito de los economistas de aquel tiempo. Con una población de 6 á 8.000,000 de habitantes; con los campos desiertos; con una alcabala de catorce por ciento sobre cada género manufacturado; con una carestía enorme de jornales, querían ser fabricantes y que la nación se bastase á sí misma, y elaborase todos los géneros de su consumo.
Terminaremos este catálogo de autoridades con la del obispo de Osma, don Juan de Palafox, en su curioso Juicio interior y secreto de la monarquía para mí solo. Se admira justamente que habiendo permanecido oirás monarquías largos siglos, la de los asirios 1,500 años; la de los modos 15,000; los persas mas de 2,000; los romanos 600, y aun la de los otomanos 800, la española apenas duró 30 años, desde su fundación hasta su conocida declinación, porque, cuando apenas había acabado de perfeccionarse en el año 1558, ya habia comenzado su ruina en 1590. En 1599, habia perdido ya parte de los Paises Bajos, y cinco ó seis provincias. En el de 1606, hizo treguas con los rebeldes holandeses con poca reputación. Desde el de 1620, fué perdiendo mas plazas en Flandes y algunas en Italia, y desde el de 1630, fué declinando con mas fuerza, hasta perder casi toda Cataluña, luego á Portugal, el Brasil, las Terceras, algunas plazas de Africa, y todo lo que tenia en la India Oriental, habiendo estado á pique de perderse á Nápoles, turbada Sicilia, inquieta Castilla en diversas partes. No hay quien dude que las guerras de Flandes han sido las que han influido la ruina de nuestra monarquía.»
Tal es el cuadro lamentable que nos hacen de la situación de España durante la dominación de la casa de Austria, escritores verídicos y piadosos, quienes, aunque podrían equivocarse en las causas de esta decadencia, no discordáis en la narración de los hechos. Y en verdad: porque sobraban circunstancias cuyo influjo debía sentirse de un modo doloroso, en la población, en el desgobierno, en la pobreza y en todos los otros males colaterales que afligían entonces á la nación. Una guerra tan larga y asoladora como la que sostuvo España contra sus invasores africanos, deja en pos de sí una cadena de infortunios, que solo pueden repararse con leyes sabias y generosas, adaptadas á las necesidades de los hombres y de los tiempos. Sucedió lodo lo contrario: se multiplicaron con inaudita profusion leyes y reglamentos, que afectaban todos los ramos del trabajo útil, y la mayor parte de estas disposiciones estaban dictadas por un espíritu de
Si hay todavía quien dude de los acerbos males económicos que padeció España bajo los reinados de la casa de Hapsburgo, abra cualquiera de las obras de los muchos economistas que escribieron en aquellos tiempos. Vamos á citar algunos pasages que en ellos encontramos. En el Arte Real de Gerónimo de Cevallos, publicado en Toledo, año de 1623, y dedicado á Felipe IV, leemos: «todos los bienes raices que, por cada dia van saliendo del patrimonio real, incorporándose para siempre en el eclesiástico, enflaquecen y disminuyen la monarquía y derechos legales... y si no se trata de la medicina de estos daños, se ha de perder de todo punto esta monarquía, porque como el daño es secreto, andamos olvidados del remedio. Hágase la cuenta por los libros de V. M. de los juros que están incorporados en las religiones; véase por los libros de subsidio y escusado las heredades, tierras, casas, tributos y dehesas que poseen, y se hallará que es mucho mas lo que está fuera del comercio temporal, sin esperanza de volver á su principio, que no cuanto se posee por el estado seglar, con obligación de sustentar en paz y en guerra á los eclesiásticos. Bien se echa de ver que se va consumiendo y acabando esta monarquía de España, y que se van adelgazando los edificios que la sustentan y amenazando ruina. Ahora lo vemos todo trocado al revés, porque los eclesiásticos se llevan los diezmos, y mas las nueve partes de la hacienda temporal, y con la muerte de cada seglar, se llevan el quinto de la hacienda, y si no deja lujos, se lo llevan todo. De aquí nace la falta de gente y su pobreza, la baja de las alcabalas, que en muchas partes las han bajado al tercio de lo situado, y asi es fuerza que unos hayan de desamparar la tierra, otros hacer pleito de acreedores, en que consumen lo poco que les ha quedado. Consideremos ahora las personas, y veremos el grande número de hombres y mugeres que entran en las religiones, que siendo todas, desde su nacimiento, personas seglares y sujetase su rey con todos sus bienes, se van incorporando en lo eclesiástico, saliendo de la jurisdicción temporal. De aquí nace la falta de gente para el comercio público y para la guerra, la carestía de los jornales y salarios, la falta de hombres que labren las tierras y las cultiven, dejando todos sus oficios.»
Don Guillen Barbón y Castañeda, en sus Provechosos arbitrios al consumen del vellón, impresos en Madrid, año de 1628, dice, entre otras cosas muy notables: «el daño de los subidos precios y despoblación procede de los grandes tributos de millones, sisas y alcabalas, y sobre todo, á mi entender, de los montes y pastos, comunes baldíos que se han quitado á los pueblos y vendido por V. M. Cualquiera que haya conocido antes de esta venia á Castilla la Vieja, vería en ella grande y rica población, y en las mas pobres aldeas de este reino, labradores de 8 y 9,000 ducados de hacienda, y algunos de mas. De calos hombres ya no se ludia ninguno en villas ni ciudades, y aquellas ricas fábricas y edificios suntuosos, de alhajadas y bien puestas casas, de contentos suegros y alegres yernos, ya no se ven ellas mas que verdes yerbas y graznantes grajos.»
Francisco Martinez de la Mata en su famoso Memorial, presentado en 1620, dice: «Hoy se hallan en España los morales talados, perdidos y quemados por leña. Enmudezco y no hallo razones para pasar adelante en este discurso, viendo que ha llegado esto á estado que en el alcaí, cerca de Granada, Sevilla, Córdoba y las demás ciudades de España y de las Indias, con toda libertad se venden las sedas estrangeras, con tanto perjuicio del patrimonio real, que es el origen de la pobreza, despoblación, y esterilidad de España, y empeños de la real hacienda,» y mas adelante: «de tres partes de gente que hay en Toledo, las dos no tienen en que trabajar, y no usándose (sus productos) van olvidando los oficios y artes que solían ser tan primorosos en España y que no pueden tornar en sí, sino es dejando de gastar las mercaderías labradas fuera del reino.» Este era el lema favorito de los economistas de aquel tiempo. Con una población de 6 á 8.000,000 de habitantes; con los campos desiertos; con una alcabala de catorce por ciento sobre cada género manufacturado; con una carestía enorme de jornales, querían ser fabricantes y que la nación se bastase á sí misma, y elaborase todos los géneros de su consumo.
Terminaremos este catálogo de autoridades con la del obispo de Osma, don Juan de Palafox, en su curioso Juicio interior y secreto de la monarquía para mí solo. Se admira justamente que habiendo permanecido oirás monarquías largos siglos, la de los asirios 1,500 años; la de los modos 15,000; los persas mas de 2,000; los romanos 600, y aun la de los otomanos 800, la española apenas duró 30 años, desde su fundación hasta su conocida declinación, porque, cuando apenas había acabado de perfeccionarse en el año 1558, ya habia comenzado su ruina en 1590. En 1599, habia perdido ya parte de los Paises Bajos, y cinco ó seis provincias. En el de 1606, hizo treguas con los rebeldes holandeses con poca reputación. Desde el de 1620, fué perdiendo mas plazas en Flandes y algunas en Italia, y desde el de 1630, fué declinando con mas fuerza, hasta perder casi toda Cataluña, luego á Portugal, el Brasil, las Terceras, algunas plazas de Africa, y todo lo que tenia en la India Oriental, habiendo estado á pique de perderse á Nápoles, turbada Sicilia, inquieta Castilla en diversas partes. No hay quien dude que las guerras de Flandes han sido las que han influido la ruina de nuestra monarquía.»
Tal es el cuadro lamentable que nos hacen de la situación de España durante la dominación de la casa de Austria, escritores verídicos y piadosos, quienes, aunque podrían equivocarse en las causas de esta decadencia, no discordáis en la narración de los hechos. Y en verdad: porque sobraban circunstancias cuyo influjo debía sentirse de un modo doloroso, en la población, en el desgobierno, en la pobreza y en todos los otros males colaterales que afligían entonces á la nación. Una guerra tan larga y asoladora como la que sostuvo España contra sus invasores africanos, deja en pos de sí una cadena de infortunios, que solo pueden repararse con leyes sabias y generosas, adaptadas á las necesidades de los hombres y de los tiempos. Sucedió lodo lo contrario: se multiplicaron con inaudita profusion leyes y reglamentos, que afectaban todos los ramos del trabajo útil, y la mayor parte de estas disposiciones estaban dictadas por un espíritu de
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