viernes, julio 30, 2010

Viage ilustrado (Pág. 493)

y de tan decisivas esperiencias, y aunque se ha hecho poco en el camino de la reforma, se ha hecho lo bastante para demostrar por los resultados, la inmensa latitud que pueden tomar y que innegablemente tomarán algún día todos nuestros ramos productivos, cuando se les apliquen en gran escala las máximas de aquellos distinguidos escritores.
Como quiera que sea, la situación económica de España es en la actualidad muy diferente de lo que ha sido en los siglos anteriores. Nosotros vamos á entrar en el cuadro de sus pormenores, distribuyéndolo en las cuatro grandes ramificaciones de la riqueza pública, que son: agricultura, minería, industria fabril y comercio, incluyendo la navegación en este último departamento.
Agricultura. «En una nación, dice el erudito y sensato señor Caveda, donde se produce sin esfuerzo la seda de Valencia, Talavera y Murcia: el lino y el cáñamo de Leon y Granada; el corcho de Gerona, Huelva y Cuenca; el dátil de Elche; la naranja y el limón de Murcia y de las Baleares; el alazor y el azafrán de la Mancha; la rubia de Castilla; la cochinilla de Canarias y de las Andalucías; la uva de Jerez, Málaga, Medina y Toro; la aceituna de las Andalucías; la miel de la Alcarria, y las regaladas frutas de Asturias, Aragón y Galicia; donde se aclimata el tabaco del Asia y de la América; el algodón de Egipto, la caña de azúcar de las Antillas; el nopal de Méjico, donde quedan los restos de aquellas razas de caballos que dieron nombradía á Córdoba y la Cartuja, asi como las merinas, que produjeron las celebradas de Sajonia, nunca el retraso de la industria agrícola podrá atribuirse ni á la escasez ni á la falta de variedad de las primeras materias para su mejora y desarrollo.» No hay la menor exageración en este cuadro trazado por una mano diestra. El suelo de nuestra España produce todo cuanto satisface las necesidades del hombre y contribuye al engrandecimiento de su bienestar. Ademas de esas riquezas que enumera el párrafo que hemos citado, las plantas filamentosas se dan perfectamente en Granada y Galicia; los prados naturales abundan en Galicia y Asturias; los artificiales podrían abundar donde quiera que el riego los fecundase. Las dehesas de Estremadura y las selvas de las provincias del Norte, revelan cuanto se acomodan nuestro suelo y nuestro clima al crecimiento de los árboles mas copudos y robustos. En una palabra, España tiene señalado su puesto á la cabeza de todas las naciones que fundan su prosperidad en el cultivo de la tierra.
Es cierto que al completo desarrollo de todas las riquezas que la tierra podria suministrarnos, se opone un gran obstáculo, debido en parte á la naturaleza y en parte al hombre. Tal es la falla de agua, efecto necesario del clima que cubre la parte central y la meridional de la Península y del descuido con que hemos tratado esta fatalidad omitiendo los medios de proporcionar aguas de riego, por algunos de los muchos artificios que han inventado la ciencia y la industria. En la mayor parte de las provincias llueve poco, en algunas de ellas se pasan años enteros sin que llueva nada. Para suplir esta falta, los hombres han hecho poco, y con la escepcion de las vegas de Murcia, Valencia y Granada, donde los árabes dejaron un escelente sistema de irrigación, la sequedad del suelo, y la consiguiente escasez de producciones están acusando nuestra imprevisión y nuestra negligencia. No solo no se saca partido de los numerosos rios que bajan de los sistemas de cordilleras que cruzan en todo sentido nuestro territorio; no solo se ha hecho un escasísimo uso de los pantanos; no solo no se aprovechan los ángulos que hacen las colinas, para formar en ellos depósitos de aguas, por medio de paredones que cierren el triángulo, como se hace en el Piamonte; no solo no se han introducido los pozos artesianos, de tan fácil construcción, y hoy tan comunes en toda Europa, sino que, despojando las alturas de la espesa vegetación que las cubría en tiempo de los árabes, hemos destruido aquellos eficaces puntos de atracción de la humedad atmosférica. Por mas que los gobiernos han hecho para estimular el plantío de árboles, nada se ha conseguido. Parece inestinguible la antipatía que contra los árboles alimenta el labrador español, y esto en un pais donde, aunque no fuera mas que por el alivio que presta su sombra en nuestros ardientes estíos, deberían ser altamente apreciados. De esta falta de vegetación alta en las colinas que encajonan los valles, resulta otro gravísimo inconveniente. No sujeta la tierra por la raigambre del árbol, y por la yerba que crece á su sombra, se deja arrastrar por la lluvia, y se precipita en los lechos de los rios, donde forma alzamientos que obstruyen su curso, y enriqueciendo súbitamente sus aguas, los convierten en torrentes destructores de ganados, plantíos y pueblos. Con esta sequedad, la agricultura no puede hacer grandes progresos, porque todos los agrónomos desde Calón hasta los de nuestros dias, han convenido en que la ganadería es la base indispensable de la agricultura; ella bonifica la tierra con el estiércol; ella proporciona leche y carne para el alimento del hombre; ella multiplica los medios de conducción y facilita las operaciones de la labranza. Pero ¿cómo ha de fomentarse la cria de ganados, donde no hay que darles de comer, y donde muchas veces, y particularmente en los meses del estío, no se encuentra un abrevadero en un área de muchas leguas?
Y sin embargo, la agricultura no está tan generalmente atrasada en España como se pondera. Donde quiera que las circunstancias favorecen los esfuerzos del labrador, éste se muestra inteligente, activo y deseoso de mejoras y adelantos. Verdad es esta en que convienen los estrangeros que han visitado nuestro pais, sin preocupación, y con deseo desapasionado de estudiar la verdad de los hechos. Otro obstáculo: grande á la perfección del cultivo de la tierra, es la dificultad de esportar sus frutos. ¿De qué aprovecha el aumento de las cosechas y de las vendimias, si han de acumularse en graneros y bodegas, un año tras otro, sin que haya medios de darles salida? Es cosa sabida que en muchas localidades de la Peninsula se mira como un azote una cosecha abundante, porque trae consigo los gastos de la recolección y de la conduccion, y solo sirven para que sus productos se almacenen con los de los años anteriores; ademas como de todas las plantas que sirven al alimento del hombre, las que de menos riego necesitan son las cereales, estas son las que forman la mayor parte de nuestra producción agrícola, de modo que en muchas provincias no se conoce esa variedad de frutos, tan necesaria para la renovación de los jugos de la tierra, como grata para el consumo y para la economía doméstica. Mas este cultivo casi esclusivo de los granos exige imperiosamente el sistema de barbechos, que condena á la ociosidad vastos espacios de tierra fe—

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