ciendo muchas obras del arte é infinidad de objetos úsiles y agradables. Muchos de los aconteciementos que han tenido origen en esta ciudad, han influido grandemente en los destinos de la humanidad; ademas, se han celebrado en Ausburgo muchas dietas importantes del imperio; aqui fué donde en 1530 hicieron los protestantes su profesion de fé delante del emperador y de los estados germánicos, y donde en 1555 se firmó el famoso tratado de paz que concede á la Alemania la libertad de cultos. La mayor parte de las casas de esta ciudad son viejas y de mala arquitectura, pero la parte moderna tiene edificios muy bellos. Ademas de los corredores y agentes de negocios, los grabadores, los escultores y los pintores forman la mayor parte de la clase que vive de su trabajo; sus producciones, como los juguetes de Nuremberg, van á todas partes. Hay entre ellos algunos hombres de genio; mas son tan raros los pedidos que de sus artículos se hacen, que muy á menudo se ven obligados para vivir á fabricar santos, de manera que ellos surten toda la Alemania de pinturas para los devocionarios, y de estampas para las casas de las aldeas.
«Un cuadro de las costumbres y del carácter de los bávaros, hecho por Hogarth dice Riesbeck, será muy interesante. En general los bávaros son fuertes, musculosos y robustos, sus megillas son menos coloradas que las de los suabos, diferencia que proviene sin duda de que los bávaros beben cerveza y los otros vino. Lo que distingue á primera vista á un bávaro es una cabeza muy redonda, una barba puntiaguda, un vientre grueso y un color pálido; sus pies son cortos y abultados, sus espaldas estrechas, su cuello corto y su andar lento y pesado. No sucede lo mismo en las mujeres; en general son muy bellas, un poco gruesas, es verdad, pero esto mismo las hace encantadoras.
» En la capital, tanto los hombres como las mugeres, visten, ó creen vestir, á la francesa; los hombres son muy aficionados á los colgajos y colorines; las gentes del campo se visten con muy mal gusto. Lo principal del trage de los hombres consiste en una casaca ancha y larga, estrañamente bordada, por debajo de la cual asoma un calzon muy ancho. Las mugeres se adornan ó se disfrazan con una especie de corpiño que les cubre el pecho y la espalda y todo el cuello; esta coraza está cubierta de lentejuelas y cadenas de plata. En muchas partes, la dueña de la casa lleva pendientes de su cintura un manojo de llaves y un cuchillo, que casi tocan en el suelo.
»En cuanto á las costumbres y al carácter bávaro, los habitantes de la capital se diferencian mucho de los del campo. El carácter de los habitantes de Munich adolece de indecision.
»Los campesinos son en estremo desaseados. A algunas millas de la capital apenas se puede creer que sus chozas sean habitaciones. Muchas veces hay grandes cenagueros delante de sus puertas, lo que les obliga á entrar por encima de tablas colocadas al efecto. Los techos de retama de nuestros campesinos en muchos puntos de Europa tienen mejor apariencia que las miserables barracas de los bávaros, aunque estas, cubiertas de piedras, están menos espuestas á ser arrancadas por el viento.»
«Un cuadro de las costumbres y del carácter de los bávaros, hecho por Hogarth dice Riesbeck, será muy interesante. En general los bávaros son fuertes, musculosos y robustos, sus megillas son menos coloradas que las de los suabos, diferencia que proviene sin duda de que los bávaros beben cerveza y los otros vino. Lo que distingue á primera vista á un bávaro es una cabeza muy redonda, una barba puntiaguda, un vientre grueso y un color pálido; sus pies son cortos y abultados, sus espaldas estrechas, su cuello corto y su andar lento y pesado. No sucede lo mismo en las mujeres; en general son muy bellas, un poco gruesas, es verdad, pero esto mismo las hace encantadoras.
» En la capital, tanto los hombres como las mugeres, visten, ó creen vestir, á la francesa; los hombres son muy aficionados á los colgajos y colorines; las gentes del campo se visten con muy mal gusto. Lo principal del trage de los hombres consiste en una casaca ancha y larga, estrañamente bordada, por debajo de la cual asoma un calzon muy ancho. Las mugeres se adornan ó se disfrazan con una especie de corpiño que les cubre el pecho y la espalda y todo el cuello; esta coraza está cubierta de lentejuelas y cadenas de plata. En muchas partes, la dueña de la casa lleva pendientes de su cintura un manojo de llaves y un cuchillo, que casi tocan en el suelo.
»En cuanto á las costumbres y al carácter bávaro, los habitantes de la capital se diferencian mucho de los del campo. El carácter de los habitantes de Munich adolece de indecision.
»Los campesinos son en estremo desaseados. A algunas millas de la capital apenas se puede creer que sus chozas sean habitaciones. Muchas veces hay grandes cenagueros delante de sus puertas, lo que les obliga á entrar por encima de tablas colocadas al efecto. Los techos de retama de nuestros campesinos en muchos puntos de Europa tienen mejor apariencia que las miserables barracas de los bávaros, aunque estas, cubiertas de piedras, están menos espuestas á ser arrancadas por el viento.»
PRUSIA.
Al lado del antiguo imperio de Alemania el genio de un hombre superior ha levantado una potencia rival que podria disputarle la supremacía; Federico el Grande creó la Prusia, que por su asociacion aduanera, destruyendo los limites de todos los pequeños estados de la Alemania, convirtió á este vasto pais en una sola patria para el comercio y la industria, preparando por este medio mas que por la política la gran unidad que tarde ó temprano destruirá las divisiones feudales y formará de todos los hijos de la verdadera raza germánica una sola é inmensa nacion.
Los antiguos pruthos ó prusianos pertenecen á la misma raza que los lituanios. Salidos como ellos de las tribus indo—caucasianas que trajeron al Norte de Europa su lenguaje y sus tradiciones orientales, conservaron hasta el siglo X su independencia y sus supersticiones. En esta época los polacos, cristianos ya, y los caballeros de la órden Teutónica, habiendo émprendido varias piadosas cruzadas contra los prusianos, echaron sobre estos el yugo de hierro de la guerra misionaria, destruyendo los ídolos y alzando la cruz sobre sus pedestales, haciéndose Mariemhurgo el cuartel general y la capital de la órden Teutónica. Pero estos caballeros no introdujeron entre los prusianos mas que la letra del Evangelio y el despotismo que sobre ellos ejercian les obligó por último á buscar un refugio junto á los reyes de Polonia. De aqui las guerras sangrientas que terminaron con la ruina y estincion de dicha órden. En 1525 Alberto de Brandebourg, su gran maestre, se hizo reconocer por un tratado duque hereditario de la Prusia, donde introdujo el luteranismo y fundó la universidad de Koenigsberg. En 1618 el elector Joaquin Federico aseguró á la casa de Brandebourg el mismo ducado de Prusia, del cual Federico I hizo un reino y Federico II una potencia.
Un viagero que saliese de Francia por Sarregueminas y siguiere el Sarra, se encontraria inmediatamente en la parte meridional de los estados prusianos, que podríamos llamar muy bien sus conquistas diplomáticas, y que se designan ordinariamente con el nombre de provincias rinianas. El Mosela y el Rhin las atraviesan efectivamente de S. E. á N. O. Al Este descansan estas provincias en las mas pequeñas divisiones de la Confederacion Germánica, al Oeste costean el ducado de Luxemburgo, la Bélgica y la Holanda, y al Norte terminan en las fronteras de Hannover.
Mucho sentimos que las proporciones que nos hemos impuesto en esta obra no nos permitan pintar con la detencion que merecen estas hermosas provincias, tan notables por su cultura, por sus recuerdos históricos, por sus antiguos castillos llenos todavia de tradiciones, y por las nobles ciudades que esmaltan la ribera de aquel gran rio ó de sus tributarios. Tréveris, donde Constantino residió despues de otros emperadores, y que fué llamada la segunda Roma, y arruinada sucesivamente por los romanos, hunos, godos, vándalos y francos, ha sabido renacer de sus propias cenizas y adquirir de nuevo su brillo; Bacharah (ara Bachi, altar de Baco), célebre por sus vinos, que rivalizan dignamente con los de Johannisberg y Tokai; Coblenza, que sirvió de asilo á los Borbones y á los emigrados franceses durante las terribles convulsiones políticas de Francia; Bonna, donde construyó Druso un puente sobre el Rin; Aquisgran, patria de Carlo—Magno, que fué por largo tiempo asiento de su poderío, y cuyos restos se conservan todavía. ¡Cuántos emperadores ha visto coronar su catedral, sobre la silla de mármol blanco en que acostumbraban á sen—
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