sábado, septiembre 08, 2007

Viage ilustrado (Pág. 62)

ga el domingo, que es el primer dia de carnaval, á medio dia están abiertos los katchelis (1): mil banderolas, flámulas y gallardetes ondean por el aire osten­tando sus caprichosos colores: las orquestas de las barracas comienzan sus sinfonías, que algunas son muy buenas: los vendedores de golosinas están en sus puestos: unos venden avellanas y pan de especia: otros hacen bliniers, especie de soplillos recios y pesados á los que se acomodan á las mil maravillas los estómagos rusos: éste, como el proveedor de Gostinoï—­dvor ofrece á los aficionados platos muy variados. Despues vienen los que preparan el té, sin el que nun­ca habria fiesta pública en Rusia que fuese completa, como en Paris sin vendedores de cocos.
Se han inaugurado las montañas de hielo: ved aquí los moujiks cubiertos por encima de sus calientes vestidos, con el ancho caftan ó túnica azul, ceñi­da con un cinturon encarnado, y su cabeza adornada con el casquete de paño, ó birrete puntiagudo, que se adelantan llevando un pequeño trineo debajo del brazo, y suben la ancha escalera practicada á espal­da de la montaña. La construccion de estos trineos, que pueden tener de 50 á 60 céntimos de largo, es en estremo sencilla: consiste en una pequeña tablita asegurada sobre dos patines de acero. Este ligero vehículo se coloca sobre el borde del terrazo: su dueño toma asiento despues de haber levantado cuidadosa­mente su ancho ropage: estiende hácia adelante las piernas, inclina un poco el cuerpo que se vuelve brus­camente hácia atrás en el momento en que empuja el trineo por la cuesta de hielo. La sensacion que se esperimenta en este momento es inexplicable, falta sú­bitamente la respiracion y se siente cierta opresion es­traña y deliciosa. Sin embargo, el trineo sigue lan­zado como una flecha, llega al plano horizontal, cruza con la velocidad del rayo los trineos que llegan de la opuesta montaña, al pie de la cual va á terminar muy pronto su quimerica carrera.
No vaya á creerse por eso que estos carritos escurridizos solo necesitan ser empujados para seguir su camino: al contrario, se necesita dirigirlos con una destreza y habilidad excesiva. El conductor con los brazos colgados hácia atrás, ya sea por solo el balan­ceo del cuerpo ó bien por el imperceptible roce de la mano sobre el hielo, debe sostenerse siempre siguiendo línea recta: el aprendizage es penoso y algunas veces arriesgado, porque separándose bruscamente el trineo de su inesperto conductor, le deja caer redondo por la pendiente helada, al pie de la que no po­drá llegar sino despues de haberse dado crueles encontrones contra los pretiles, y por consiguiente, todo acardenalado y contuso, y aun dichoso él si no ha su­frido el choque de algun otro trineo, precipitado de­trás de él. Estos encuentros pueden ocasionar que el paciente se rompa la cabeza, se quiebre una costilla, se rompa una pierna, ó quedar muerto en el acto. No obstante, se dice que estos descensos son poco espues­tos; asi que en justicia puede afirmarse que las des­gracias de esta especie son rarísimas.
Frecuentemente se ven dos personas que bajan jun­tas en un mismo trineo: esto puede parecer prodigioso atendida la estrechez del vehículo, mas la destreza moscovita suple á todo. El conductor se coloca sobre el último estremo de la tablilla, teniendo cuidado de ensanchar las piernas para dejar á su compañero todo el espacio posible: éste, encogiéndose cuanto puede, se sienta delante de él con los pies estendidos adelan­te. El trineo parte velozmente, y los viageros llegan en un abrir y cerrar de ojos al pie de la otra montaña.
Los que desconfian de su habilidad, se ponen en manos de hombres esperimentados, que por algunos cuartos se encargan de conducirlos. Aqui se conoce el origen de esta diversion introducida en Francia en 1814, y que se llama las montañas rusas.
De este modo se pasa aquel dia muy brevemente, si se tiene en cuenta que á las cuatro de la tarde es ya de noche; pero se prosiguen al día siguiente, y lo mismo hasta el último de la semana, estas diversio­nes favoritas.
Hácia el fin de ella se ha establecido alrededor de los katchelis, un paseo de carruages elegantes: la alta sociedad quiere tambien darse el placer de concurrir á las barracas, y presenciar los amores de Arlequin y Colombina, y aplaudir las prodigiosas trasformaciones de Pierrot. Siguen despues las carrozas de la córte, tiradas por cuatro caballos ricamente enjaezados y lle­nas de niñas del instituto de Santa Catalina, establacimiento de educacion para señoritas nobles, puesto bajo la inmediata proteccion de la emperatriz. Se cuenta mas de sesenta de estos carruages de gala, conducidos por cocheros con libreas de palacio y se­guidos por lacayos con vestidos de grana En las puertecillas del estribo se perciben las cabezas de las lindas paseantas, que están orgullosas de ir á paseo en coches del emperador.
Hemos hablado de las montañas de hielo de los katchelis que son públicas y solo duran ocho días; pero hay otras de particulares que permanecen todo el invierno: pertenecen á varias sociedades de jóve­nes que las han hecho formar pagando cada uno su contingente. Las montañas suizas están en Kammenoi­-Ostroff. Mas en la actualidad, esta isla ha desapare­cido, y costaría mucho trabajo reconocer la topografía de estos sitios que nosotros hemos visto tan animados, tan cubiertos de verdor y tan perfumados: ahora solo presentan á la vista un desierto de hielo: las risueñas casas de recreo se ocultan corno avergonzadas bajo una cubierta de grosera estera, y aun estas mismas desaparecerán sepultadas en la nieve. Los altos pinos y los copudos álamos blancos mecen tristemente las ramas despojadas de sus hojas, y lo mas frecuente cargadas de escarcha, en donde vienen á posarse los siniestros cuervos: por do quiera el aspecto es triste, silencioso y desolador.
Ahora bien, las montañas suizas se elevan en el parage de la isla mas inmediato á San Petersburgo: son muy concurridas, especialmente los domingos: las so­cíedades mas brillantes se citan á aquel sitio, en don­de se entregan hasta la locura al placer de deslizarse por la cuesta: estas montañas no ceden en elevacion á las de los katchelis, y los jóvenes: van á ejercitarse, pueden apostárselas en destreza con los mas espertos y hábiles moujiks: han adoptado un trage que ade­mas les permite mas ligereza para los movimientos: una especie de chupa y caquilla á lo húsar que deja pasar con mucha gracia como si fuese un ribete el sedoso astracan de que está forrada, botines rusos con pieles, un gorro á la escocesa, y anchos guantes á lo Crispín, de cuero encarnado: este es en complemento el trago, á la vez gracioso y suelto.

(1) Esta palabra significa columpio, y sirve para de­signar el conjunto de las diversiones públicas que nos­otros procuramos describir.

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