lunes, septiembre 03, 2007

Viage ilustrado (Pág. 57)

—Maria Pawlowna (María, hija de Pablo), dijo la doncella, todo está preparado, y la nodriza pregunta si puede venir.
—Vé á decir que la estoy aguardando, querida Acolina; es bien estraño, añadió poco despues ruborizandose: el corazon me late como si fuese á hacer una cosa mala:
—Y sin embargo, no hay nada que no sea muy inocente.
En la aldea de donde he venido á serviros no hay una sola jóven que no consulte el plomo derretido la víspera de Navidad, y que no procure saber despues el nombre de su prometido... ver despues en el espejo misterioso este mismo prometido.
— ¿Y tú, Acolina, has visto al tuyo?
—Yo, Maria Pawlowna, me he contentado con sa­ber su nombre: se llama Fedor, se ha visto en el plomo derretido que era dentchik (lacayo militar), de elevada estatura y moreno.
—Pero este es el retrato de Fedor, el dentchik de mi padre, observó la hija del general.
La doncella se sonrojó, y para disimular su confusion preguntó á su señora si podia ir á llamar á la nodriza.
—Vé, mí Acolinita, vé.
Al cabo de algunos minutos se presentaba la no­driza en trage nacional, apretada la cabeza con un estrecho pañuelo de seda, el casaquin ribeteado con pieles blancas y la saya de paño encarnado. Las cria­das de la jóven, tan curiosas como su señora, seguían á la nodriza. Una de ellas traía una vasija de agua fría, en la que debia echarse el metal fundido. Se hizo la operacion: el plomo liquidado en un brasero encendido fué precipitado dentro del agua rechinante, y volviendo á su estado sólido presentó las formas mas estrañas, mas variadas, y si decirse puede, las mas imposibles. La nodriza sacó de la vasija la masa me­tálica asi desfigurada, y se puso á esplicar sus diferentes configuraciones y accidentes, y despues de ob­servados con un aire de conviccion é inaudita grave­dad y aplomo, refirió una larga historia de afecto que la jóven escuchaba conmovida y sobresaltada.


Entre tanto la manecilla de la péndola iba á se­ñalar la media noche. Acolina se precipitó fuera del gabinete, atravesó corriendo las demas salas, bajó volando la escalera y en un momento se halló en la puerta principal que iluminaba un farol: la calle es­taba desierta y silenciosa; apenas se oia á lo lejos el ruido de algun carruage amortiguado por la nieve. La jóven doncella fija la vista en la profundidad del es­pacio prestaba atento oído con la mayor ansiedad, de repente su rostro centellea de gozo: acaba de oir el trote de un caballo que se aproximaba rápidamente: era un trineo en el que se veia un oficial, cuyo casco con águila de oro deslumbró muy pronto la vista de Acolina; ésta se habia puesto en medio de la calle á riesgo de ser atropellada por el trineo. Afortunada­mente el conductor la habia percibido, y contuvo la marcha del caballo.
— ¿El nombre de vuestro amo? gritó la camarera.
— Dmitri, respondió el cochero sin mostrarse admirado, y aflojando las riendas al caballo continuó su rápida marcha. La jóven subió muy alegre, y fué á ponerse al lado de su señora.
— Dmitri, esclamó al entrar en el gabinete.
María se ruborizó al oir este nombre...
— ¿Dmitri? balbuceó.
—Si, María Pawlowna, un hermoso oficial en un

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