domingo, septiembre 02, 2007

Viage ilustrado (Pág. 56)


la poblacion; apenas se ve algun trineo deslizarse rá­pidamente y desaparecer en la oscuridad. Unicamente en las esquinas de las boca—calles, debajo de un farol envuelto en un circulo de densa niebla que escurre la humedad, el boutochuik (1) hace su solitaria centine­la, echando de cuarto en cuarto de hora el fatídico ¿quién vive?
Nosotros vamos á trasladarnos al cuartel de Wladimiro: no lejos de la iglesia de ese nombre se encuen­tra una larga y solitaria calle que hace poco tiempo la formaban casas viejas de madera, cuya construccion remontaba hasta la fundacion del mismo San Petersburgo, pero que en el dia está embellecida con gran­des palacios de ladrillo, y adornadas sus fachadas con balcones y miradores á estilo de Venecia, que le da cierto aire de suntuosidad y coquetería. No obstante, conforme va internándose en la calle comienzan á presentarse de nuevo los vetustos edificios, de poca elevacion y cercados con un jardinillo en el que crecen abedules llorones, cuyas flexibles ramas juguetean y azotan el tejado: nos hallamos en frente de una de es­tas casas: la claridad y resplandor que sale por sus ventanas anuncian que se ha celebrado alguna funcion. Es la morada del general B. Despues del árbol de Navidad ha celebrado un sarao de confianza al que, sin embargo, no ha asistido aquel, porque en calidad de ayudante de campo del emperador, debia presentarse aquella noche en la córte. Los convidados se han ido retirando poco á poco y no tarde, y ya el último carruage ha hecho crugir la congelada nieve. Puesto que están todavía en pie sus habitantes, entremos den­tro del palacio.
He aqui un precioso gabinetito en el que vela una jóven, sepultada, por decirlo asi, en los almohadones de una elástica y honda butaca, que se apoya con­tra un compacto monton de flores exoticas de esquisito aroma. Está amueblado y adornado con la profusion de lujo que los ricos moscovitas gustan desplegar en el interior de sus habitaciones, aun á riesgo algunas veces de perjudicar lo que exige el buen gusto. Están ya apagadas las bujías de la chimenea; pero del techo está pendiente una lámpara de alabastro, que esparce por la sala una dulce claridad que ilumina los objetos de un modo indeciso y fascinador.
La encantadora jóven cuenta apenas diez y siete años: es rubia; pero de ese rubio intenso que da realce á la fisonomía, y dulcificándola, la da cierta espresion particular. Su abundante y sedosa cabellera denota una plenitud de vida que hechiza la vista: sus cejas, admirablemente arqueadas, sus ojos de un bri­llo y viveza singular, su boca un poco grande, em­pero de una frescura maravillosa y que deja ver por momentos una doble fila de menudos dientes blancos y acerados como los de la ardilla; este conjunto for­ma una fisonomía llena de animacion, de gracia y de chocante travesura.
Una morena camarista en actitud sumisa está en pie delante de ella: tiene ésta fija la vista en un pe­queño reló de oro esmaltado, orleado de perlas finas, pendiente de su cintura con una rica cadena del mismo metal.

(1) Agente de policía armado con una vieja alabarda, está de centinela y vigila á la parte delantera de una garita ó casilla de madera llamada boutka; dentro de ésta hay otros dos de prevencion esperando su turno para entrar de faccion.

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