soberbio trineo tirado por un arrogante caballo. Dmitri, me ha dicho su cochero.
—¡0h! nombre encantador, dijo la hija del general dando una palmada con sus hermosas manos.
—¡Hola! dijo la nodriza, ese es el jóven rubio, arrogante y agraciado que hemos visto en el plomo... y que vais á ver, hija mia, en el espejo de Navidad; vamos, es la hora fija, todo está listo, María Pawlowna.
—Animo, y vuestro prometido se os aparecerá tal como yo acabo de deciros.
—¡Oh ¡ ahora tengo miedo, dijo la jóven arrimándose á su nodriza.
—¿Miedo de ver la figura de vuestro prometido en un espejo? Vamos, habeis perdido el juicio; puede temerse ver estas cosas? Yo tenia un año menos que vos cuando vi á mi pobre Wasili—Ocipouvitch (Basilio, hijo de José), y os aseguro que no tuve el menor temor.
Estas palabras calmaron un poco á la hija del general.
—Vamos, nodriza, dijo ésta, yo procuraré no tener miedo, vedme pronta.
—Apartáos vosotras, añadió la nodriza dirigiéndose á las criadas, se os llamará cuando se os necesite.
El aposento de María estaba colgado de blanco y amueblado con rica y elegante sencillez.
En esta salita virginal habia puesta una pequeña mesa cuadrada cubierta con un mantel riquísimo con dos cubiertos, como si hubiesen de venir dos convidados á sentarse á ella. Dos antorchas de blanquísima cera iluminaban á esta misteriosa mesa, y entre los dos estaba colocado un espejito de tocador con marco de plata; en este era donde debía aparecerse la imágen evocada del prometido de la jovencita.
Luego que ésta se encontró sola en el silencioso aposento, cuya puerta había cerrado la nodriza al retirarse, y luego que vió aquella mesa, aquellos dos cubiertos, las dos bujías y aquel misterioso espejo, se apoderó de su ánimo un terror irresistible y quiso huir; pero flaquearon sus rodillas, le faltaron las fuerzas y cayó casi sin sentido sobre una silla.
Reanimada algun tanto, paseo su azorada vista en torno suyo, volvióla despues hácia la mesa fijándola en el temido espejo; pero solo vió su hechicero rostro reflejado en el cristal, y sin embargo se estremeció todavía. En este momento se dejó oir el ruido de un carruage que entraba en el patio de la casa, y este movimiento reanimó el valor de la jóven, que se sonrió mofándose de su temor.
De repente se pone en pie como impulsada por un movimiento eléctrico, sus pupilas se dilatan de un modo espantoso, y un temblor doloroso agita todos sus miembros: en el fondo del espejo fatídico, acababa de presentarse á su vista una figura humana que no era la suya. Por de pronto no pudo formar una exacta idea de lo que vela, mas luego, la aparicion se delineó completamente: no habia la menor duda; lo que se reflejaba en el fondo del espejo era el semblante de un. militar...; no vió nada mas, porque dando un grito de horror cayó desmayada sobre la alfombra…
El general B. se precipita hácia su hija, la levanta, y le hace respirar sales. He querido sorprenderte anunciándote una noticia que te agradará, he entrado callandito y de puntitas… ¿comprendes ahora?
—¿Y qué noticia es esa? preguntó la curiosa.
—S. M. te ha nombrado dama de honor de la emperatriz.
La jóven dió saltos de alegría.
Dejemos ahora las fiestas de Navidad, y hénos ya en la de la Epifanía, que es puramente religiosa, y célebre en Rusia por la pública y solemne bendicion de las aguas. Sobre los hielos del Neva, frente al palacio imperial, se ha construido una elegante capilla, abierta a los cuatro vientos: á las diez de la mañana llega procesionalmente el alto clero, el emperador rodeado de sus grandes dignatarios, la emperatriz con sus damas de honor, toda la córte con el cuerpo diplomático asisten á esta ceremonia que no dura menos de dos horas, y con arreglo á la mas rigurosa etiqueta, todos están sin sus pellizas: apresurémonos á añadir que este despojo no se verifica sin haber tomado antes las mas prudentes precauciones, para precaverse de las fluxiones de pecho que pueden sobrevenir. Aquí puede advertirse que la rigidez del clima ruso se une perfectamente en San Petersburgo, con los hábitos de la vida y costumbres de sus habitantes: esto se inferirá mas todavía de los cuadros que nos resta por bosquejar.
Hemos visto poco antes un veloz trineo pasar á media noche la víspera de Navidad, por delante de la casa del general B, y la camarera de su hija Maria parada en medio de la calle, preguntar al cochero el nombre de su amo: luego un instante despues á la hermosa María Pawlowna ruborizarse súbitamente al oir el nombre de Dmitri. Es que este nombre le recordaba á cierto jóven caballero guardia que en los bailes nunca dejaba de escogerla por pareja suya en la mazurka.
Ahora bien, en Rusia esta especie de elecciones cuando se repiten son siempre muy significativas, y esto es lo que no ignoraba la jovencita: sabia ademas que su padre tenía en mucha estima á este bizarro oficial, al que ella como hija bien educada no podía menos de dedicarle un pensamiento al menos de amistad. Desde la víspera de Navidad este pensamiento se ha hecho mas intenso en el pecho de María Pawlowna, ¡pero con cuánta turbacion y desasoiego hubiese ido acompañado, si la niña hubiese sabido que el nombre anunciado por la camarera no era otro que su acostumbrada pareja de mazurka, el jóven y brillante conde Dmitri Rastaiff, teniente de los caballeros guardias del lujosísimo regimiento de la emperatriz.
Nosotros vamos ahora á introducirnos sin mas ceremonia en el gabinete del conde Dmitri. Ocupado enteramente su corazon y pensamiento con la imágen de la bella Maria B; se alinda como de costumbre en la mañana de una revista de invierno: media hora le basta para estar corriente. Vedlo ya vestido con su estrecho pantalon de ante blanco como el armiño, resaltando mas y mas sobre el negro de sus charoladas botas que suben hasta un tercio del muslo: con su blanca casaquilla de paño finísimo, cuyos faldones tocan apenas sus caderas, y se ocultan bajo una ancha coraza de oro bruñido, cubierta su cabeza con un casco del mismo metal, coronado con una águila de dos cabezas estendidas las alas. Esta apostura guerrera da cierto carácter caballeresco de fantástica y juvenil bizarría de un efecto sorprendente. Fuma de prisa una larga pipa turca, bebe una taza de café, y despues su ayuda de cámara le presenta el sable, en seguida los guantes, mientras que un dentchik tiene prevenida la capa forrada de castor para ponérsela sobre los hombros.
Un trineo espera á la puerta del palacio al caba—
—¡0h! nombre encantador, dijo la hija del general dando una palmada con sus hermosas manos.
—¡Hola! dijo la nodriza, ese es el jóven rubio, arrogante y agraciado que hemos visto en el plomo... y que vais á ver, hija mia, en el espejo de Navidad; vamos, es la hora fija, todo está listo, María Pawlowna.
—Animo, y vuestro prometido se os aparecerá tal como yo acabo de deciros.
—¡Oh ¡ ahora tengo miedo, dijo la jóven arrimándose á su nodriza.
—¿Miedo de ver la figura de vuestro prometido en un espejo? Vamos, habeis perdido el juicio; puede temerse ver estas cosas? Yo tenia un año menos que vos cuando vi á mi pobre Wasili—Ocipouvitch (Basilio, hijo de José), y os aseguro que no tuve el menor temor.
Estas palabras calmaron un poco á la hija del general.
—Vamos, nodriza, dijo ésta, yo procuraré no tener miedo, vedme pronta.
—Apartáos vosotras, añadió la nodriza dirigiéndose á las criadas, se os llamará cuando se os necesite.
El aposento de María estaba colgado de blanco y amueblado con rica y elegante sencillez.
En esta salita virginal habia puesta una pequeña mesa cuadrada cubierta con un mantel riquísimo con dos cubiertos, como si hubiesen de venir dos convidados á sentarse á ella. Dos antorchas de blanquísima cera iluminaban á esta misteriosa mesa, y entre los dos estaba colocado un espejito de tocador con marco de plata; en este era donde debía aparecerse la imágen evocada del prometido de la jovencita.
Luego que ésta se encontró sola en el silencioso aposento, cuya puerta había cerrado la nodriza al retirarse, y luego que vió aquella mesa, aquellos dos cubiertos, las dos bujías y aquel misterioso espejo, se apoderó de su ánimo un terror irresistible y quiso huir; pero flaquearon sus rodillas, le faltaron las fuerzas y cayó casi sin sentido sobre una silla.
Reanimada algun tanto, paseo su azorada vista en torno suyo, volvióla despues hácia la mesa fijándola en el temido espejo; pero solo vió su hechicero rostro reflejado en el cristal, y sin embargo se estremeció todavía. En este momento se dejó oir el ruido de un carruage que entraba en el patio de la casa, y este movimiento reanimó el valor de la jóven, que se sonrió mofándose de su temor.
De repente se pone en pie como impulsada por un movimiento eléctrico, sus pupilas se dilatan de un modo espantoso, y un temblor doloroso agita todos sus miembros: en el fondo del espejo fatídico, acababa de presentarse á su vista una figura humana que no era la suya. Por de pronto no pudo formar una exacta idea de lo que vela, mas luego, la aparicion se delineó completamente: no habia la menor duda; lo que se reflejaba en el fondo del espejo era el semblante de un. militar...; no vió nada mas, porque dando un grito de horror cayó desmayada sobre la alfombra…
El general B. se precipita hácia su hija, la levanta, y le hace respirar sales. He querido sorprenderte anunciándote una noticia que te agradará, he entrado callandito y de puntitas… ¿comprendes ahora?
—¿Y qué noticia es esa? preguntó la curiosa.
—S. M. te ha nombrado dama de honor de la emperatriz.
La jóven dió saltos de alegría.
Dejemos ahora las fiestas de Navidad, y hénos ya en la de la Epifanía, que es puramente religiosa, y célebre en Rusia por la pública y solemne bendicion de las aguas. Sobre los hielos del Neva, frente al palacio imperial, se ha construido una elegante capilla, abierta a los cuatro vientos: á las diez de la mañana llega procesionalmente el alto clero, el emperador rodeado de sus grandes dignatarios, la emperatriz con sus damas de honor, toda la córte con el cuerpo diplomático asisten á esta ceremonia que no dura menos de dos horas, y con arreglo á la mas rigurosa etiqueta, todos están sin sus pellizas: apresurémonos á añadir que este despojo no se verifica sin haber tomado antes las mas prudentes precauciones, para precaverse de las fluxiones de pecho que pueden sobrevenir. Aquí puede advertirse que la rigidez del clima ruso se une perfectamente en San Petersburgo, con los hábitos de la vida y costumbres de sus habitantes: esto se inferirá mas todavía de los cuadros que nos resta por bosquejar.
Hemos visto poco antes un veloz trineo pasar á media noche la víspera de Navidad, por delante de la casa del general B, y la camarera de su hija Maria parada en medio de la calle, preguntar al cochero el nombre de su amo: luego un instante despues á la hermosa María Pawlowna ruborizarse súbitamente al oir el nombre de Dmitri. Es que este nombre le recordaba á cierto jóven caballero guardia que en los bailes nunca dejaba de escogerla por pareja suya en la mazurka.
Ahora bien, en Rusia esta especie de elecciones cuando se repiten son siempre muy significativas, y esto es lo que no ignoraba la jovencita: sabia ademas que su padre tenía en mucha estima á este bizarro oficial, al que ella como hija bien educada no podía menos de dedicarle un pensamiento al menos de amistad. Desde la víspera de Navidad este pensamiento se ha hecho mas intenso en el pecho de María Pawlowna, ¡pero con cuánta turbacion y desasoiego hubiese ido acompañado, si la niña hubiese sabido que el nombre anunciado por la camarera no era otro que su acostumbrada pareja de mazurka, el jóven y brillante conde Dmitri Rastaiff, teniente de los caballeros guardias del lujosísimo regimiento de la emperatriz.
Nosotros vamos ahora á introducirnos sin mas ceremonia en el gabinete del conde Dmitri. Ocupado enteramente su corazon y pensamiento con la imágen de la bella Maria B; se alinda como de costumbre en la mañana de una revista de invierno: media hora le basta para estar corriente. Vedlo ya vestido con su estrecho pantalon de ante blanco como el armiño, resaltando mas y mas sobre el negro de sus charoladas botas que suben hasta un tercio del muslo: con su blanca casaquilla de paño finísimo, cuyos faldones tocan apenas sus caderas, y se ocultan bajo una ancha coraza de oro bruñido, cubierta su cabeza con un casco del mismo metal, coronado con una águila de dos cabezas estendidas las alas. Esta apostura guerrera da cierto carácter caballeresco de fantástica y juvenil bizarría de un efecto sorprendente. Fuma de prisa una larga pipa turca, bebe una taza de café, y despues su ayuda de cámara le presenta el sable, en seguida los guantes, mientras que un dentchik tiene prevenida la capa forrada de castor para ponérsela sobre los hombros.
Un trineo espera á la puerta del palacio al caba—
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