miércoles, agosto 01, 2007

Viage ilustrado (Pág. 29)

quien Isabel habia designado por heredero pero no la queria, porque profesando al rey de Prusia tina verdadera idolatría, se lamentaba de los triunfos que obtenian los rusos sobre los prusianos, que fueron en verdad importantes.
Tal era la situacion de la Rusia, cuando el 29 de abril de 1761 exhala Isabel su último suspiro á los se­senta y dos años de su edad.
Considerado con imparcialidad, su reinado fué dulce para los rusos: la dominacion de sus amantes hizo suspender el curso de sus adelantos, que, si no se perdieron, débese al amor que tenia Isabel á las letras, á las artes y á las ciencias. Ella crea la universidad de Moscou y la Academia de bellas artes de San Petersburgo: bajo su proteccion autores originales ensayaron dar á los rusos una literatura nacional: la misma Isabel, entabla correspondencia con el filósofo de Ferney, y despierta en la córte el gusto por las obras de este príncipe de la literatura del siglo XVIII. Isabel no carecia de algunas supersticiones; y temien­do siempre se repitiera con ella la escena que habia ejecutado para apoderarse del trono, hacia de la no­che dia, y velaba asi incesantemente sobre su persona.
A la muerte de Isabel ocupa el trono Pedro III Federowicth, sin el menor obstáculo por parte de los amigos de Ivan, el cual consumia sus dias en una prision de estado, y sin que nadie se acordara de los dos ó tres hijos naturales que dejó Isabel.
Despues de algunos años toma el emperador por esposa á la princesa de Anhalt. La superioridad de esta célebre muger, descendiente de uno de los anti­guos electores de Sajonia, que cambia su nombre por el de Catalina, debia ser fatal al czar, desnudo de toda especie de conocimientos. Cediendo tan pronto á pasiones impetuosas, como á un entusiasmo irreflexivo y á un ardor de gloria militar que no reposaba sobre ningun talento, ni sabia mandar con acierto, ni era capaz de resignarse á las órdenes de su compañera. En esta lucha tan desigual Pedro III debía de sucum­bir. Su físico, destruido por la viruela, le hacia re­pugnante; estaba incapacitado de agradar á una muger como Catalina. El pertenecía por la sangre que corria en sus venas á Cárlos XII y á Pedro el Grande; pero carecia del heroismo del uno y del genio del otro; solo estaba en posesion de una fiebre de imitacion mal entendida, que no producia en él mas que los escesos y los vicios de aquellos dos hombres estraordinarios.
Esposo de una muger llena de seducciones, el heredero presuntivo de la corona vivió largo tiempo con ella como un hermano sin cariño. Cumpliendo sus de­beres como marido, sirve de velo á los desórdenes de Catalina, que en este punto dejó muy atrás á Isabel.
Catalina poseia en efecto el genio que la inmorta­lizó; amaba las bellas artes y la gustaba tomar parte en las delicias de una conversacion instruida; pero no sabia entretenerla su marido sino con los detalles del ejercicio á la prusiana, de los cuales era, no solamente entusiasta admirador ,sino que los practicaba con fanatismo; y estas repeticiones continuas de los mismos términos técnicos, fatigaban horriblemente á Catalina, que la enojaba la conversacion de su marido, y la ha­cia agradar la de sus amantes, en particular la de Soltikof.
Pedro III inaugura su reinado con generosidad; hace venir de la Siberia á todos los desterrados, inclu­so á Munich; suprime la chancillería secreta, especie de tribunal inquisitorial que se habia hecho odioso á los rusos; revoca las penas degradantes; crea un tribunal que ejerciese las atribuciones de la policia general; reduce los derechos de importacion de las mercancias que introducian los habitantes de la Persia y de Arcángel, y aminora el precio de la sal. Al mismo tiempo que dictaba tan útiles providencias, destruia con otras ignorantes ciertas industrias que necesitaban de gran proteccion.
Fanático por todo lo prusiano, instruye al ejército al uso de esa nacion, sometiéndole á este nuevo aprendizaje y el mismo Pedro se viste el uniforme prusiano y se declara soldado del gran Federico.
Tales ridiculeces amenguaban su autoridad. Añádase a esto lo desordenado de sus costumbres, em­briagado casi siempre, y el prestigio que le hacia per­der Catalina y se comprenderá fácilmente que él mis­mo caminara á su ruina.
Es cierto que no hubiera acaecido á no tener esposa á esa celebre muger, llamada por Voltaire la Semiramis del Norte; pero si hubiera abrigado el alma de Catalina, su genio, su ilustracion, ¿cuál ha­bria sido la suerte de la Rusia?
En tanto que el emperador se abismaba, se disponia Catalina á apoderarse de la corona: habia sondeado su posicion, y comprendía perfectamente que si no atacaba la primera se perdia irremisiblemente y su hijo, á quien trató de desconocer Pedro.
Con esta idea desarrolla la emperatriz todas sus seductoras gracias naturales para cautivar los corazones, halagando á todos y ostentándose en público revestida de cierta tristeza que la hacia mas interesante, y ganar mas las simpatías que engendra el sentimien­to de una persona que sufre debiendo ser feliz. Este sistema de coquetería la dió los mas felices resultados; pero no contenta solo con esto, se fué apoderando de los mas influyentes destinos públicos, nombrando para desempeñarlos ya á algun amante, ya á otras personas que la eran completamente afectas.
Los fracmasones, que tenían una lógia en Kammonny-Ostrof, una de las estancias del emperador, se adhirieron á Catalina, formando una poderosa fraccion del partido que trabajaba con teson por derribar al czar del trono: hasta una parienta suya que apenas tenia diez y ocho años se coaligó en favor de la empe­ratriz. Formáronse, pues, tres grandes fracciones de conspiradores, que sin conocerse mútuamente, eran movidas por el comun impulso que sabia inspirarles Catalina.
Revelábanle á Pedro estos precedentes; pero era tal su ceguedad, que ademas de no creerlos, mandó arrestar al oficial que pretendia informarle.
El emperador, últimamente, se decide á celebrar una fiesta en Peterhof, donde comeria con su esposa y la haria aprisionar despues del festín. Pero antes de realizar este proyecto, prepara una orgía, acompañado de multitud de hermosas mugeres de la mas alta nobleza, á quienes seguian sus amantes; pues no parece sino que era condicion precisa en la córte rusa este li­bertino cortejo en todos los actos públicos.
Este era el momento en que se iba á jugar la vida del emperador ó su muger, y la suerte de la Rusia. Catalina, que no se descuidaba, muéstrase solícita, hace estallar la revolucion, y toma posesion del poder en San Petersburgo. Pedro en tanto se hallaba en Peterhtof, y al saber lo sucedido, esclama en presencia de su córte: bien os decia yo que ella era capaz de

No hay comentarios: