jueves, agosto 23, 2007

Viage ilustrado (Pág. 46)

es bastante activo, y la vegetacion asoma entonces con tanta prontitud como en Suecia y Noruega.
Un viagero francés que ha visitado la Rusia en es­tos ultimos tiempos, ha hecho sobre San Pelersburgo observaciones muy curiosas, en vista de las cuales ha compuesto un libro, el que tenemos presente para aña­dir lo que apuntamos respecto á la indicada capital de San Petersburgo. He aqui como se espresa.
«Una gran maravilla, creada en el siglo último y á la cual cada dia añade, si asi puede decirse, una nueva maravilla, es sin disputa la ciudad de San Pcters­burgo. Esta magnífiica ciudad, poco conocida todavía á pesar de la facilidad de las comunicaciones moder­nas, puede ser considerada como la mas completa manifestacion del genio moscovita; lleva impresa en todos sus edificios aquella fuerza de voluntad, aquel espíritu de persistencia inherente á la nacion rusa, cualidades que no sirven solamente para fundar capitales, sino ademas para asentar las bases de los gran­des poderes.
»Cuando en un dia de verano, el viagero, dejan­do las aguas del golfo de Finlandia, se encuentra de repente trasladado al seno de la magnífica ciudad de Pedro el Grande, no puede menos de quedar sorpren­dido á la vista del cuadro que se presenta á sus ojos.
»El Neva no es, en efecto, un rio comun. Ancho co­mo un bósforo de agua dulce de superficie trasparen­te, corre fecundo reflejando en su límpido espejo una doble hilera de elegantes palacios, de suntuosos edi­ficios, de monumentos de bronce, de oro, de pórfiro, de mármol, de granito, sembrados profusamente en sus riberas.
»La ciudad aparece, pues, á los ojos del maravi­llado viagero, sin ninguna de aquellas vulgares tran­siciones que preparan la aproximacíon de las grandes ciudades. Se creería al verla tan fresca y rozagante sobre las márgenes de su ancho rio, que ha sido crea­da por mano encantada de alguna hada. Vista desde el punto que acabamos de indicar, San Petersburgo no presenta mas que maravillas monumentales. La casa mas pequeña es un hotel; el hotel mas pequeño es un palacio, y los palacios pueden ser considerados como templos.
»Ciertamente, al aspecto de este imponente y ma­ravilloso cuadro, de este rio surcado en todos sentidos por los pirocafos, á la vista de aquellos puentes que se doblegan bajo la perpétua rotacion de los carruages; á la vista de aquel panorama animado, pintoresco y magnífico, ciertamente, el viagero admirado, está le­jos de pensar que en los mismos lugares no se hubiesen distinguido, hace menos de 150 años, mas que vastos pantanos cubiertos de malezas y atravesados por un rio solitario, cuyo curso, continuamente obstruido por las yerbas y la arena que contenía, repartía sus aguas por entre los matorrales de su ribera, donde sostenia una porcion de pútridos miasmas. Era un de­sierto húmedo y mal sano, hasta que el invierno venia á convertirle en un desierto de hielo.
»Este desierto pertenecía á la Suecia: era menester vencerla para arrasarle; era preciso en seguida ven­cer el desierto, es decir, desecarle, consolidar el ter­reno, horadar los bosques, purificar los aires, crear, si asi puede decirse, un suelo donde pudiera asentarse una ciudad, y una atmófera donde pudiese respirar un pueblo (1). Era un milagro lo que había que hacer; y
se llevó á efecto por la voluntad de un hombre, pero de un hombre que mandaba una nacion disciplinada.
»No será fuera de propósito observar aquí, que te­nemos con respecto á la Rusia opiniones demasiado obsolutas y un tanto erróneas; Voltaire las ha tenido tambien; él nos ha hecho considerar la fundacion de San Petersburgo como la del primer príncipe mosco­vita que ha tenido la idea de introducir en Rusia la civilizacion occidental. Es un error. Citando Pedro I acometió la empresa de dar á la Rusia la civilizacion de los pueblos europeos, no hizo mas que obedecer el pensamiento de Juan III, de Juan IV, de Boris Godounoff, y sobre todo de su padre, el czar Alejo; pe­ro dotado de un genio que no habían tenido ninguno de aquellos príncipes, puso la civilizacion , digámoslo asi, á la órden del dia, y la decretó por un ukase. Añadamos qué la fuerza de las circunstancias impulsaba á la Rusia en las vias occidentales. ¿Qué podía haber entre sus inquietos vecinos de Oeste, y sus bár­baros vecinos de Oriente y del Mediodía, sino volverse hácia la Europa para pedir á sus instituciones la fuerza de defenderse y la fuerza de atacar? Pedro I lo comprendió perfectamente, y por eso atendió primero á las instituciones militares.
»Se acordó que los rusos habian en otro tiempo poseido la Ingria, testigo de la gran victoria del prín­cipe Novogorod en las márgenes del Neva.
»El czar, que queria abrir una ventana al Occidente como él decía, juzgó que la estremidad del golfo de Finlandia, en la embocadura del Neva, era el lugar conveniente á sus designios. Pero el Neva y el golfo estaban en poder de los suecos. «Sé que ellos le ganarán primero, dijo con aquella conciencia del hom­bre superior que no abandona nada á la casualidad; pero á fuerza de batirnos nos enseñaran á vencerlos.»
»En 1703, la Ingria y el curso entero del Neva pertenecían á los rusos.
»El Neva, á algunos kilómetros de su embocadura, se divide en distintos brazos, todos anchos y profundos, formando de este modo muchas islas, entonces estanques y cenagales, y hoy uno de los mas encantadores adornos de San Petersburgo. Esta disposicion topográfica hirió la mente de Pedro el Grande. Designó, para edificar alli una fortaleza, un islote maravillosamente situado entre el rio que le rodeaba por un lado, y un pantano impracticable que le guardaba por otro. Esta fortaleza debia proteger la ciudad, que en su pensamiento habia evitado se fundase en sus ri­beras. Esta era la ventana que él quería abrir á la Europa.
»Procuremos, dar á conocer algunas partes de San Petersburgo, escogitando por cada una de ellas uno de los dos aspectos opuestos, bajo los cuales conviene examinar esta capital: el aspecto del verano y el as­pecto del invierno.
Hemos supuesto al viagero llegando por el Neva, y penetrando del primer salto en el centro de la ciudad, sobre uno de aquellos rápidos paquebots que ar­riban alli todos los días de todos los puertos de Euro­pa. En este mismo punto de vista vamos á colocarnos:
En primer lugar no se espenimenta ninguna transicion entre las costas arboladas del golfo, entre la bahía arenosa donde llegan á perderse las aguas del


(1) En 1614 una enfermedad contagiosa, producida por los miasmas pestilenciales que salian de los pantanos de la Ingria, atacó á la guarnicion de una fortaleza sue­ca (Sautzev—Nya), que guardaba esta provincia. Solo dos soldados fueron los que se salvaron.

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