martes, agosto 28, 2007

Viage ilustrado (Pág. 51)

ra, y despues de haber circulado al través de su mag­nifico parque, entraremos en la isla de Krestofpki, la mas grandes de todas, y propiedad de los principes Belochevisky. Es el punto de reunion favorito de los obreros alemanes y de los mercaderes rusos. Los primeros acuden alli á poblar las fondas, donde comen, fuman y beben al son de una ruidosa banda de músi­ca militar, y los otros se establecen alli tambien sobre la yerba de las márgenes del rio, ó bajo los árboles del interior de la isla. En ciertos dias del estío, los tártaros establecidos en el pais vienen á situarse bajo los álamos de la parte septentrional á celebrar una de sus fiestas.
Mas allá de estas islas, al otro lado del Neva, al Norte grandes aldeas animan las riberas del rio.
Los habitantes de estas residencias campestres pueden gozar de una fiesta llena de originalidad. Nos referimos á la fiesta del heno.
Muchos centenares de segadores y segadoras procedentes de las aldeas inmediatas, se esparcen por las vastas praderas. Los trabajos comienzan desde por la mañana con una grande actividad, en medio de los cantos populares. Cuando llega la noche, hombres y mugeres se reunen para la comida comun, despues de lo cual dos ó tres de los primeros cogen la bailaika, especie de guitarra rusa de origen tártaro, mien­tras que una jóven y un robusto jóven se lanzan en mitad del gran círculo que acaba de formarse, y bai­lan su danza original y graciosa.
Los rusos se complacen en esta clase de festejos, y no hay recoleccion que no tenga los suyos especiales.
La bella estacion es rápida en San Petersburgo, y pasa mas pronto que en otra parte.
Aquel que no haya visitado la moderna capital de los czares sino durante la buena estacion, no habrá contemplado á esta graciosa ciudad bajo el punto de vista mas pintoresco y bajo su fisonomía mas original. Con efecto, este maravilloso conjunto de una magní­fica capital, creada, por decirlo así, en un abrir y cerrar de ojos, puede sorprender la imaginacion y cautivar la vista; pero al admirarla, se emplea mucho tiempo en descubrir en ella aquella originalidad de fisonomía moscovita, que desearíamos descubrir desde un principio en una metrópoli rusa. Tengamos pacien­cia. El invierno se acerca y borrará lo que existe de europeo en la ciudad de Pedro el Grande, para impri­mirle aquel sello eminentemente nacional, que podria entonces disputar á la antigüedad la misma Moscou.
La trasformacion es completa. La ciudad risueña y caprichosa, tan deliciosamente pintoresca en las márgenes de su rio, ha desaparecido para presentar en lugar suyo una ciudad septentrional, fria, pálida y silenciosa. Envuélvela un manto de nieve, el río se solidifica, y no presenta ya mas que una superficie helada, surcada acá y allá por rápidas narrias; algunas, procedentes de Laponia, van tiradas por renos.
Con frecuencia un cielo nebuloso y aplomado cu­bre la ciudad muda; otras veces el sol resplandece como en los mejores dias; pero sus rayos, descom­puestos por la condensacion del aire, se rompen so­bre las doradas cúpulas de las iglesias, que se ven brillar en el espacio con una luz rojiza y siniestra, semejante á aquellos globos alumbrados en lo alto de las torres, que anuncian durante la noche algun in­cendio á los consternados habitantes (1).
La nieve endurecida resiste las ruedas de los carruages, que producen un sonido metálico y vibrante. Por otra parte, su espesor debilita en las calles el rui­do de los vehículos, que se deslizan y pasan con rapidez como por encanto. Los pedáneos, envueltos en espesas pieles, transitan igualmente silenciosos, y co­mo si desearan llegar pronto al parage donde se encaminan. No se ven mercaderes ambulantes como en la buena estacion, llevando sus mercancías sobre la cabeza, y anunciando con gritos lo que venden; ni aun perros; en una palabra, nada que venga á turbar el silencio de la gran ciudad, á la cual creeríamos dormida como cierta ciudad de un cuento árabe, sin otro movimiento que el que aparece durante la corta duracion del dia, el que por otro lado presenta una estraordinaria actividad (2). En ciertas calles, en la de Newsky, por ejemplo, está el movimiento aristo­crático; en otros puntos, tales como la plaza de la Sennoï y las calles adyacentes, el movimiento es enteramente popular. La perspectiva de Newsky (3) es una inmensa calle con anchas aceras, que presenta un aspecto perfectamente uniforme y pintoresco; pero en esta estacion desaparece toda su belleza bajo una pro­funda capa de nieve, por donde transitan continuamente una infinidad de magníficos carruages. Esta calle, que comienza por la plaza del Almirantazgo, está cortada por los tres canales concéntricos, de los cuajes hemos hablado ya: la Moika, el canal de Cata­lina y la Fontanka. El paseo de invierno se estiende entre el primero y el segundo de estos canales, que se pasan sobre anchos puentes de granito y de hierro de un trabajo hábil y atrevido. El último, el de la Fontanka, que se llama puente de Annitshkoff, cercano al palacio de este nombre, se distingue por cuatro ca­ballos de bronce, obra admirable del baron Clot. Es­tos caballos corren sobre su base elevada; sus piernas traseras, tinas y nerviosas, se plegan, y sus pies de­lanteros cortan el aire, y sus narices abiertas dejan escapar el humo ó el vapor de su agitado aliento.
Este puente sirve de límite al paseo aristocrático. La calle continúa siendo ancha y llena de magníficos hoteles; pero no tarda en perder su carácter para to­mar el de los populosos barrios en que termina.
Es preciso ver la perspectiva de Newsky en un hermoso día de invierno; entonces que el cielo es pu­ro, el aire seco y la nieve brillante. Sobre la parte septentrional de este sitio se apiña una multitud compacta de elegantes paseantes; hermosas señoras ador­nadas con lujo, y ciñendo trages de colores preciosos y variados; las ricas pieles, el terciopelo, los cache­mires de las Indias, flotan y besan la nieve. La ma­yor parte de los hombres son militares; dan el brazo á las señoras, y pasean juntos con aspecto mesurado y marcial. Los lacayos con brillantes libreas siguen á sus amos, al paso que los coches y narrias caminan despacio por en medio de la calle, ó esperan estacio­nados en un parage indicado.
El centro de la calle no está menos animado. Sun­tuosos carruages tirados por cuatro caballos hacen crugir la nieve al contacto de las ruedas. Los coche­ros con su larga barba, sus ropones de paño ceñidos á la cadera por un cinturon de seda ó de oro, y sus

(1) En todos los barrios de San Petersburgo , donde reside la policía se eleva una torre, en lo alto de la cual, globos de fuego anuncian los incendios durante la noche.
(2) Durante los meses de diciembre enero no hay en Sao Petersburgo mas de cinco ó seis horas de dia.
(3) Las calles tiradas á cordel se llaman perspectivas.

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