domingo, agosto 05, 2007

Viage ilustrado (Pág. 32)

herida en su orgullo de muger y soberana solo piensa en vengarse; le es fácil; pero no quiere alar­mar á la Europa.
El fanatismo religioso que tenia divididos á los polacos, es el palenque escogido por Catalina: aumenta las divisiones, los resentimientos, y al fin estallan. No bastaba esto á tan pérfida muger: las tropas rusas in­vaden la Polonia, y exijen ser mantenidas á costa del pais. En vano Stanislao, con los mas nobles sentimien­tos, trata de unir á la aristocracia; á todos los pola­cos; que si hubieran atendido mas a su nacionalidad que á sus pasiones, la Polonia se hubiera salvado qui­zá para siempre; pero se perdió.
Catalina obtuvo lo que deseaba. Prestando una vana tolerancia, en moda entonces, y como aliada de los disidentes, inunda la Polonia con sus soldados; su embajador el príncipe Repuin, impone órdenes á la dieta, y hace arrestar á los miembros que en uso de su derecho, osan manifestar opiniones que le condenan; y el rey Stanislao Augusto, el noble Poniatowski, elevado por Catalina al trono, sufre el yugo mos­covita como el último de sus súbditos. Los nobles po­lacos, indignos de su nobleza, en vez de unirse á su rey y morir con las armas en la mano, prefieren degollarse mútuamente como fieras; la saña se apodera de todos; el patriotismo no existe; el sentimiento de independencia nacional está aletargado en todos los corazones; se despertará sin duda, hará esfuerzos heróicos; pero será tarde, si, muy tarde…
Véase, pues, cuán importante es la historia de Ca­talina, de esta muger tan grande por su talento como por sus vicios y sus crímenes. Desde ahora en adelante la historia de la Rusia está intimamente ligada con la de toda la Europa, sobre la que ejerció una influen­cia directa y decisiva muchas veces. Ahora veremos las colosales proporciones que ha ido adquiriendo este imperio naciente que se halla en el dia en la fuerza de su juventud.
Lo acaecido en Polonia cubrió de eterna ignomi­nia al gabinete de Versalles, que tenia á la vista documentos exactos que le debieron hacerse declarar el defensor de la independencia polaca; de esta inde­pendencia, saludable garantía de la civilizacion euro­pea. El gobierno de Versalles hizo traicion á los mas sagrados deberes con no haber gritado á las armas é intervenido para sostener el derecho de gentes, tan inícuamente vulnerado.
La Francia empieza á conocer su situacion; teme y se decide á obrar. Las lineas siguientes dirigidas por Mr. Choiseul, ministro de Negocios estrangeros, al representante del rey de Francia en Constantinopla, dan una exacta idea de aquellas circunstancias.
«He visto con sentimiento que el Norte de la Euro­pa se avasalla á la emperatriz de Rusia, y que la Inglaterra y sus ayudas permanecen en la apatía que esta princesa presentía para establecer su despotismo en esta parte. La Dinamarca, por temor de la Rusia y con la esperanza ilusoria de adquirir la parte del Holstein perteneciente al gran duque, se entrega con bajeza á los caprichos de la czarina. La Suecia no delibera ni obra sino por las órdenes de los moscovitas. El rey de Prusia sostiene las operaciones de la córte de San Petcrsburgo. En el Norte prepárase una liga que será formidable para la Francia. El medio mas cierto de romper este proyecto y de arrojar quizá de su trono usurpado á la emperatriz Catalina, seria suscitarla una guerra.»
Esta, en efecto, se declara. Catalina en tanto con­tinua con su gran política. La dieta reconoce ciudadanos, sean rusos ó estrangeros, á cuantos habitan el territorio nacional; y la condicion del pueblo se me­jora, quitando á los nobles el derecho de vida y muerte que ejercían.
La primer guerra entre los turcos y los rusos no fné muy gloriosa para Catalina; lo fué la segunda en 1770, cuidando la emperatriz de hacer tomar á los griegos las armas contra la Puerta, ofreciendo una li­bertad que esperaban impacientes y que fué ilusoria; pues solo consiguieron ver convertidos en ruinas los tristes restos de su pasada grandeza.
El horrible combate naval de Tchesme indujo á los rusos victoriosos á penetrar en el puerto de Cons­tantinopla, capital de sus eternos enemigos. No lo efectuan á causa de otras atenciones; pero continua­ron la guerra con crueldad, hasta que en 1772 se estipula la paz, rota en el año siguiente.
La Rusia habla padecido en este tiempo horriblemente; pues á las desgracias de una guerra llevada á sangre y fuego, se agregó una epidemia que asoló toda la provincia de Moscou y dió márgen á punibles esce­sos en el pueblo entregado á la anarquía mas desen­frenada. Merced á Gregorio Orlof, el principal amante de Catalina, el que pretendía ser su esposo, y el que ostentaba un lujo verdaderamente soberano, se contuvieron los escesos, aunque cometiéndose otros.
Catalina era dominada por sus amantes en las cuestiones domésticas, llegando, como hemos dicho, hasta el punto de golpearla; pero en cuanto al gobier­no del imperio, era independiente, y no habia otra voluntad que la suya.
La campaña de 1774 contra los turcos se abre lánguidamente y acaba con una paz impuesta por los rusos y concluida y firmada en Kainardji sobre un tambor.
En tanto que Catalina triunfa en Oriente, no aban­dona á la Polonia. Los franceses que la ayudaban son vencidos, sin embargo de portarse como héroes. Solo el Austria podia contrabalancear el poder de la Rusia; pero Catalina y el rey de Prusia dicen á la emperatriz María Teresa: «O partís con nosotros una parte de la Polonia ó vamos á declararos la guerra.» Asintió con vergüenza, y gracias á la ignominiosa conducta de la Francia y á la debilidad de los polacos, se ven des­pojados de mas de 5.000,000 de habitantes (1772), que se repartieron como botin las naciones coaligadas para este vandalismo.
Catalina tocaba al apogeo de su gloria, habia ven­cido á los turcos, á les polacos y á la insurreccion del imperio que capitaneó Pougatchef, que fué descuarti­zado. Menos dichosa en su familia, habia tenido sola­mente un hijo de su matrimonio con Pedro III. Este hijo, sobre cuyo nacimiento se habló tanto, anunciaba el mismo carácter de su padre, y le tenia por consiguiente suma repugnancia. Cásale con la princesa de Hesse-Darmstadt, que muere en 1776, y el gran duque Pablo contrae segundas nupcias con María de Wurtemberg, ligándose asi con el gran Federico, rey de Prusia. De este matrimonio nacieron los dos empe­radores que han ocupado el trono de la Rusia cerca de cuarenta años.
Sus amantes tambien la inquietaban; pero entre­gada al desórden de sus costumbres, sabia reempla­zarlos é indemnizarse con los unos de los disgustos do los otros.

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