—¿Cuánto vale esta bata? dijo al tártaro.
Entonces éste se puso á elogiar su mercancía.
—Sois un perfecto conocedor, á fé mía; de todas estas batas habeis escogido la mejor, la mas rica y la mas e1egante. Tres príncipes me han comprado las compañeras, y ayer mismo tres generales han querido comprar esta.
—¿Es posible? pero yo os pregunto el precio de ella, repitió mi compañero.
—Señor, yo os juro á fé de tártaro que os durará toda la vida; la tela es fuerte y bien tejida...
—¿Otra vez? el precio.
—Vos me creereis cuando os diga que S. E. el gobernador de Voroneja me ha mandado hacer media docena de esta misma clase.
—Y yo quiero saber el precio de esta.
—Al momento, señor; solamente debo antes haceros observar que no encontrareis en ninguna de las tiendas de mis cofrades una bata que venga como esta directamente de Erzeroum; miradla despacio; mirad qué tejido, qué paño, qué flexibilidad, y despues que colores, que brillo.
—Corriente, no me opongo; pero tener la bondad de decirme ¿cuánto quereis por ella?
—Lo diré, señor; pero cumple á mi deber deciros ademas, que un ayudante de campo del emperador...
Mi compañero exasperado quiso salir.
—Escuchad, señor; si esta tela fuése una imitacion hecha en Moscou...
—¿Otra vez?
—Pudiera daros la bata por noventa rublos; pero de seda de Erzeroum no sería bien pagada con doscientos rublos; pero, sin embargo, haré un sacrificio y os la daré por ciento cincuenta rublos.
—¿Estais loco? dijo al momento el comprador, decid mas bien que no quereis venderla.
Y se dispuso á salir.
—Vamos, no os enfadeis, alto señor noble; ciento cincuenta rublos es lo que vale, y es lo que ha pagado por una igual el gobernador de Tamboff.
Yo creí que era el de Yoroneja.
—¿Dije el de Voroneja? Si, es verdad; el gobernador de Voronaja que tomó la compañera; pues bien, él ha pagado ciento cincuenta rublos, y vos la llevareis en ciento veinte y cinco.
—Vamos, dejadme salir.., con tanta mas razon añadió señalándome, cuanto que el señor se impacienta.
—Esperad, dijo el mercader apoderándose de la bata, aquí la teneis por cien rublos, y no hablemos mas del asunto.
—Os ruego que me dejeis salir: no quiero repetirlo.
—¿Cuánto da vuestra escelencia?
—Yo no pongo precio despues de una peticion tan estravagante.
—¡Qué severo sois, señor! ¿Si yo os la diera por setenta y cinco rublos?
—Bajad mas.
—¿Mas todavía? dijo el tártaro afectando un ademan de admiracion. Pues bien, os la doy por cincuenta rublos; pero ni un copec menos.
Miré á mi compañero que permanecia impasible.
—¿Quereis por ella veinte rublos? dijo al mercader que comenzó á dar gritos.
—¡Veinte rublos! mi noble señor ¡veinte rublos! Sin duda quereis divertiros conmigo ¡veinte rublos! Ni con el doble seria bien pagada… ¡Veinte rublos por una bata que el gobernador de Nijui...
—¿Ahora es el gobernador de Nijui?
—De Nijui ó de Sirnbirsk, me trastornais... Vos habeis dicho treinta rublos, dadme cuarenta y asunto concluido.
—He dicho veinte, y no perdamos tiempo.
Esta vez salimos de la tienda; no habíamos andado diez pasos por la galería cuando el tártaro nos alcanzó.
—Escelencia, dijo con ademan humilde, tomadla; bueno es hacer un sacrificio, pero este es enorme; con otras dos ventas de esta clase me arruino.
—He pagado el doble de su valor, me dijo al oído mi compañero.
Mientras que los lujosos carruages al otro lado de la perspectiva, á la puerta de los almacenes estrangeros, y las princesas moscovitas seguidas de sus lacayos, hacen desplegar los ricos géneros de Francia é Inglaterra, modestas narrias se estacionan delante de la galería de Gostinoï—dvor, donde las mugeres de los empleados, las jóvenes de la clase media, compran objetos de moda procedentes de las manufacturas de Moscou, y por consecuencia á un precio proporcionado á la medianía de su fortuna.
Aquel tambien es un punto de reunion para las jóvenes de la misma clase que pasean por debajo de las bóvedas para espiar una mirada ó cambiar un signo burlando a atencion de una madre, para hacer de este modo el prefacio de una novela que tiene al fin el desenlace de todas las novelas clásicas.
Un personage importante que no es posibie dejar pasar en silencio al describir el Gostinoï—dvor, es el restaurador ambulante del lugar. Como los mercaderes no pueden hacer preparar sus alimentos en el interior del bazar, donde está severamente prohibido encender lumbre (1), y como no pueden abandonar su comercio para buscar alimentos en sus casas, tienen necesidad de haberse á las manos una cocina siempre dispuesta para su comida durante el dia. Esto es lo que le ofrece con abundancia el suministrador á que nos referimos,
Vestido con una especie de camisa de piel de carnero, ceñida á la cadera por un cinturon de cuero, y cubierta la cabeza con un gorro rodeado de pieles, circula por la galería cargado con una especie de caja, donde lleva huevos duros, y unas peces fritos parecidos á nuestras sardinas, que llaman siguis: tambien lleva queso de diferentes clases, y unos pastelillos conocidos allí bajo el nombre genérico de piroguis. Tambien lleva dentro de la caja boulkis que son unos panecillos redondos muy blancos y de un esquisito sabor.
Detrás de este abastecedor, que va parándose su—
(1) En 1752, el Gostinoï—dvor, entonces de madera y situado en el primer canal, fué completamente devorado por las llamas. La emperatriz Isabel le hizo reconstruir tal como existe actualmente, es decir, de piedra y con bóvedas para anular el incendio todo lo posible. Sin embargo, para alejar la sombra del peligro, se decretó no se admitiese luz ni fuego en la parte interior de dicho edificio.