ner contra las fuerzas austriacas, y envió una diputación á la Asamblea nacional de Francia reclamando su apoyo (febrero de 1790.)
Pero la Francia estaba demasiado ocupada con sus propios asuntos para intervenir en los de Bélgica: la Asamblea se contentó con proponer al Austria su mediación, con condición de que los Países Bajos eligiesen un gefe constitucional en la familia del emperador, y que las provincias belgas tendrían una representación libre y electiva en los tres órdenes, al arbitrio de la nación.
Estas condiciones fueron desechadas por el ambicioso Van—der—Noot, que prohibió hasta que se publicasen: por otra parte, los belgas combatían menos por su libertad que por la conservación de su religión y sus comunidades religiosas, y un acontecimiento importante vino á cambiar entre ellos el estado de los partidos. Murió José II, y su sucesor Leopoldo, apenas fué coronado, (30 de setiembre de 1790) publicó una declaración en que decía que se había concertado con la Prusia, la Holanda y la Inglaterra, y se comprometía solemnemente bajo la garantía de aquellas tres potencias, á mantener las constituciones de las provincias belgas, en el estado que tenían en el reinado de María Teresa: á conceder con respecto á los actos de la revolución, una amnistía completa, sin esceptuar de ella mas que á los que impidiesen que aquella declaración llegase á conocimiento del pueblo, y á introducir en la organización de los Estados, constitucionalmente y de acuerdo con ellos, las modificaciones que reclamase el interés público Los belgas tenian de plazo hasta el 21 de noviembre para adoptar un partido, pasado el cual, si los Estados no habían prestado su sumisión, el ejército austriaco invadiría el pais, y cesaría de ser aplicable la amnistía á los que permaneciesen en la insurrección.
Aunque sin recursos estrangjeros los Estados belgas resolvieron continuar la resistencia; pero la noche misma del dia en que espiraba el plazo, después de muchos pasos infructuosos, convinieron unánimemente en que no podían tomar otro partido que el de elegir gran duque hereditario de la Bélgica al archiduque Carlos, hijo tercero de Leopoldo, con condición de que aquella dignidad, jamas podría confundirse con la de gefe de la casa de Austria, ó cualquiera otro soberano, cuyos demás estados no le permitiesen residir en el pais, ni gobernarle por sí mismo. Pero el feld—mariscal Bender no hizo caso de aquella su misión á medias: pasó el Mosa el 23 de noviembre, y dos días después, una capitulación concluida bajo las bases de la declaración del emperador, le entregaba á Namur. Continuó su marcha, y los Estados de Brabante se decidieron á prestar su sumisión: en poco tiempo toda la Bélgica volvió á la dominación austriaca, y Van—der—Noot se vio precisado á retirarse á Holanda.
Por un convenio firmado en la Haya, las tres potencias garantizaron la soberanía de la Bélgica al emperador, que por su parte confirmó las constituciones, los privilegios y las costumbres de las provincias belgas, y publicó una amnistía casi general. Todas las innovaciones de José II quedaron abolidas: la archiduquesa María Cristina y el duque Alberto de Sajonia Teschen, fueron repuestos en el gobierno, y por último, el conde de Mercy—Argenteau fué nombrado ministro plenipotenciario del emperador.
No reinó largo tiempo la buena inteligencia, porque hacia fines de 1791, el gobierno austriaco llegó otra vez, como en la época de la primera insurrección, á enagenarse la voluntad de todos los partidos. La constitución francesa de 1791, había declarado que la Francia renunciaba á emprender ninguna guerra con la mira de hacer conquistas, y que jamás emplearia sus fuerzas contra la libertad de ningún pueblo: los descontentos belgas apelaron á aquella potencia. La guerra era entonces inminente entre la Europa y la Francia, y aun ya habían comenzado las hostilidades, la Prusia reunida con el Austria habia invadido la frontera francesa, pero la batalla de Valmy las arrojó del territorio, y bien pronto un ejército republicano se abrió entrada en la Bélgica por la batalla de Jemmapes, y conquistó todas las provincias hasta el Mosa. Esta invasión, á la que seguían los emigrados belgas, capitaneados por Van—der—Meersch, fué acogida con el mayor entusiasmo, porque los franceses declararon libre la navegación del Escalda.
Pero aquel entusiasmo no fué de larga duración, habiendo ofendido los franceses á los belgas en sus creencias, se unieron á los austriacos, y vieron con júbilo á sus antiguos aliados rechazados al otro lado de sus fronteras: con todo, el ejército republicano no tardó en tomar la ofensiva: forzó á los austriacos á levantar el sitio de Maubeuge, se estableció en los principados de Chimay y de Beaumont, se apoderó de Messines, Warneton y Commines, y en una palabra, aquella campaña (1794) no fué para la Francia mas que una larga serie no interrumpida de victorias: la batalla de Fleurus la aseguró definitivamente la posesión de la Bélgica. El ejército francés penetró hasta en Holanda, y el 16 de mayo del año siguiente los Estados generales concluyeron con la Francia un tratado que estipulaba las relaciones recíprocas de las dos repúblicas. Las Provincias Unidas fueron reconocidas libres, pero con condiciones muy duras: tenian que ceder á Venloo, el Limburgo holandés, Maestricht y la Flandes zelandesa: abandonar el derecho de ocupar á Flesinga: conceder á los buques franceses la libre navegación del Rhin, del Escalda y del Mosa: comprometerse á pagar 100.000,000 de florines por gastos de guerra: y por último, obligarse á mantener en tiempo de guerra un cuerpo de ejército de 20,000 franceses á las órdenes de un general de la misma nación. Este tratado cimentaba ademas de un modo formal la conquista de la Bélgica: el 1.° de octubre se proclamó solemnemente la incorporación de este pais y del principado de Lieja á la república francesa. Comisarios franceses recorrieron el pais y le dividieron en nueve departamentos: el del Lys, capital Brujas; el del Escalda, capital Gante; el de los Dos Nethes, capital Amberes; el del Dyle, capital Bruselas; el del Mosa Inferior, capital Maestrich; el del Ourthe, capital Lieja; el de Jemmapes, capital Mons; el de Sambre y Mosa, capital Namur, y el de los Vosges, capital Luxemburgo. Desde aquella época las provincias belgas han compartido la suerte de la Francia, y durante el consulado y el imperio su historia se confunde con la de este pais. Ademas, el emperador Francisco II por el tratado de Campo Formio, concluido el 17 de octubre de 1797, renunció todos sus derechos sobre los Paises Bajos.
Pero la victoria, por largo tiempo fiel á los franceses, los abandonó al fin: la Bélgica fué invadida por los ejércitos de la coalición, que bien pronto estuvieron en posesión de la Flandes, el Brabante, Hai—
Pero la Francia estaba demasiado ocupada con sus propios asuntos para intervenir en los de Bélgica: la Asamblea se contentó con proponer al Austria su mediación, con condición de que los Países Bajos eligiesen un gefe constitucional en la familia del emperador, y que las provincias belgas tendrían una representación libre y electiva en los tres órdenes, al arbitrio de la nación.
Estas condiciones fueron desechadas por el ambicioso Van—der—Noot, que prohibió hasta que se publicasen: por otra parte, los belgas combatían menos por su libertad que por la conservación de su religión y sus comunidades religiosas, y un acontecimiento importante vino á cambiar entre ellos el estado de los partidos. Murió José II, y su sucesor Leopoldo, apenas fué coronado, (30 de setiembre de 1790) publicó una declaración en que decía que se había concertado con la Prusia, la Holanda y la Inglaterra, y se comprometía solemnemente bajo la garantía de aquellas tres potencias, á mantener las constituciones de las provincias belgas, en el estado que tenían en el reinado de María Teresa: á conceder con respecto á los actos de la revolución, una amnistía completa, sin esceptuar de ella mas que á los que impidiesen que aquella declaración llegase á conocimiento del pueblo, y á introducir en la organización de los Estados, constitucionalmente y de acuerdo con ellos, las modificaciones que reclamase el interés público Los belgas tenian de plazo hasta el 21 de noviembre para adoptar un partido, pasado el cual, si los Estados no habían prestado su sumisión, el ejército austriaco invadiría el pais, y cesaría de ser aplicable la amnistía á los que permaneciesen en la insurrección.
Aunque sin recursos estrangjeros los Estados belgas resolvieron continuar la resistencia; pero la noche misma del dia en que espiraba el plazo, después de muchos pasos infructuosos, convinieron unánimemente en que no podían tomar otro partido que el de elegir gran duque hereditario de la Bélgica al archiduque Carlos, hijo tercero de Leopoldo, con condición de que aquella dignidad, jamas podría confundirse con la de gefe de la casa de Austria, ó cualquiera otro soberano, cuyos demás estados no le permitiesen residir en el pais, ni gobernarle por sí mismo. Pero el feld—mariscal Bender no hizo caso de aquella su misión á medias: pasó el Mosa el 23 de noviembre, y dos días después, una capitulación concluida bajo las bases de la declaración del emperador, le entregaba á Namur. Continuó su marcha, y los Estados de Brabante se decidieron á prestar su sumisión: en poco tiempo toda la Bélgica volvió á la dominación austriaca, y Van—der—Noot se vio precisado á retirarse á Holanda.
Por un convenio firmado en la Haya, las tres potencias garantizaron la soberanía de la Bélgica al emperador, que por su parte confirmó las constituciones, los privilegios y las costumbres de las provincias belgas, y publicó una amnistía casi general. Todas las innovaciones de José II quedaron abolidas: la archiduquesa María Cristina y el duque Alberto de Sajonia Teschen, fueron repuestos en el gobierno, y por último, el conde de Mercy—Argenteau fué nombrado ministro plenipotenciario del emperador.
No reinó largo tiempo la buena inteligencia, porque hacia fines de 1791, el gobierno austriaco llegó otra vez, como en la época de la primera insurrección, á enagenarse la voluntad de todos los partidos. La constitución francesa de 1791, había declarado que la Francia renunciaba á emprender ninguna guerra con la mira de hacer conquistas, y que jamás emplearia sus fuerzas contra la libertad de ningún pueblo: los descontentos belgas apelaron á aquella potencia. La guerra era entonces inminente entre la Europa y la Francia, y aun ya habían comenzado las hostilidades, la Prusia reunida con el Austria habia invadido la frontera francesa, pero la batalla de Valmy las arrojó del territorio, y bien pronto un ejército republicano se abrió entrada en la Bélgica por la batalla de Jemmapes, y conquistó todas las provincias hasta el Mosa. Esta invasión, á la que seguían los emigrados belgas, capitaneados por Van—der—Meersch, fué acogida con el mayor entusiasmo, porque los franceses declararon libre la navegación del Escalda.
Pero aquel entusiasmo no fué de larga duración, habiendo ofendido los franceses á los belgas en sus creencias, se unieron á los austriacos, y vieron con júbilo á sus antiguos aliados rechazados al otro lado de sus fronteras: con todo, el ejército republicano no tardó en tomar la ofensiva: forzó á los austriacos á levantar el sitio de Maubeuge, se estableció en los principados de Chimay y de Beaumont, se apoderó de Messines, Warneton y Commines, y en una palabra, aquella campaña (1794) no fué para la Francia mas que una larga serie no interrumpida de victorias: la batalla de Fleurus la aseguró definitivamente la posesión de la Bélgica. El ejército francés penetró hasta en Holanda, y el 16 de mayo del año siguiente los Estados generales concluyeron con la Francia un tratado que estipulaba las relaciones recíprocas de las dos repúblicas. Las Provincias Unidas fueron reconocidas libres, pero con condiciones muy duras: tenian que ceder á Venloo, el Limburgo holandés, Maestricht y la Flandes zelandesa: abandonar el derecho de ocupar á Flesinga: conceder á los buques franceses la libre navegación del Rhin, del Escalda y del Mosa: comprometerse á pagar 100.000,000 de florines por gastos de guerra: y por último, obligarse á mantener en tiempo de guerra un cuerpo de ejército de 20,000 franceses á las órdenes de un general de la misma nación. Este tratado cimentaba ademas de un modo formal la conquista de la Bélgica: el 1.° de octubre se proclamó solemnemente la incorporación de este pais y del principado de Lieja á la república francesa. Comisarios franceses recorrieron el pais y le dividieron en nueve departamentos: el del Lys, capital Brujas; el del Escalda, capital Gante; el de los Dos Nethes, capital Amberes; el del Dyle, capital Bruselas; el del Mosa Inferior, capital Maestrich; el del Ourthe, capital Lieja; el de Jemmapes, capital Mons; el de Sambre y Mosa, capital Namur, y el de los Vosges, capital Luxemburgo. Desde aquella época las provincias belgas han compartido la suerte de la Francia, y durante el consulado y el imperio su historia se confunde con la de este pais. Ademas, el emperador Francisco II por el tratado de Campo Formio, concluido el 17 de octubre de 1797, renunció todos sus derechos sobre los Paises Bajos.
Pero la victoria, por largo tiempo fiel á los franceses, los abandonó al fin: la Bélgica fué invadida por los ejércitos de la coalición, que bien pronto estuvieron en posesión de la Flandes, el Brabante, Hai—
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