fué impelida necesaria, ó por mejor decir, providencialmente, á apoderarse de la dictadura temporal. El obispo galo ó franco reemplazó en la ciudad municipal al edil y al procónsul romano, siendo al mismo tiempo legislador, juez y administrador, y semejante concentración del poder en unas manos que se estendian sobre todo para bendecir, salvó á la sociedad de una ruina completa, constituyendo, á falta de todo poder político fuerte y regular, la supremacía de la autoridad moral.
Lo que distingue en la Galia la revolución cristiana, es sobre todo su carácter práctico, sus aplicaciones inmediatas y bienhechoras y ese buen sentido que la aparta de los heregías monstruosas, nacidas de los delirios mas absurdos, que por tanto tiempo turbaron á la iglesia oriental. En esas luchas religiosas del primer dia, en las que se emplea todo el ardor del pensamiento humano, la Galia no permanece inactiva; por la voz del mongo breton Pelagio, propone en la cuestión del pelagianismo uno de los mayores problemas filosóficos y religiosos que pueden ocupar al hombre, y por la intervención de San Hilario, obispo de Poitiers, lucha de una manera soberana en la cuestión del arrianismo contra la mas temible de las heregías que han amenazado á la iglesia.
Revélase también ese carácter práctico en la predicación de los obispos, únicos que entonces tenían el derecho de anunciar la palabra evangélica, y muy principalmente en la historia de los monasterios. En efecto, el monasterio no es en la Galia como en el Oriente el asilo de la contemplación ociosa, y el hombre no se pierde allí todo entero en los abismos sin fondo del misticismo. En el seno de esos retiros mudos y profundos, el monge galo no busca solamente la oración y el éxtasis, sino el trabajo del cuerpo y del espíritu. En Lerins, en Tours, el monasterio es á la vez un retiro piadoso, late longeque remota a fluctu œstuante mundi, como decia Isaac de la Estrella, una huerta, un taller, una biblioteca y una escuela: esta es la soledad; pero en esta soledad se encuentra también una sociedad organizada y completa, que tiene sus leyes, su gerarquía y aun sus revoluciones. Allí es donde renacen esos estudios de alta especulación, olvidados en la decadencia pagana por las vanas argucias de la escuela; de allí es de donde parten por primera vez los ejemplos del trabajo regular, tal como lo concibe el cristianismo. Asi, pues, desde el siglo II al VI se establece en la Galia por medio de la religión y del clero una doble civilización política ó intelectual, y los obispos, que durante las miserias de la invasión y en la decadencia del imperio, han sido los gefes políticos de las ciudades, serán después de la invasión, los consejeros de la monarquía naciente, sin dejar de ser los patronos y magistrados de las ciudades municipales que el torrente no haya arrastrado y sumergido.
Al pasar los germanos á la Galia causaron allí males profundos, rompiendo momentáneamente todos los vínculos y todas las relaciones sociales. Despojaron á los vencidos; pero respetaron al menos sus leyes y sus costumbres. En las ciudades galo―romanas, donde se amontonaban tantos pueblos diferentes, reinó por largo tiempo un caos verdaderamente estraño, coexistiendo á la vez todas las formas de gobierno; si bien los vencedores se adhirieron pronto a las creencias de los vencidos, no pareciendo sino que la Germania solo habia abandonado sus bosques para convertirse. Los bárbaros, por otra parte, llevaron á la Galia degenerada las virtudes primitivas, el valor, la abnegación, el sentimiento de la dignidad personal, el amor á la independencia y el respeto á la muger, y como ha dicho un padre de la Iglesia, si Dios pulverizaba á los hombres, era para rejuvenecerlos mezclándolos. De todos los pueblos que pasaron á la Galia, tres solamente se detuvieron para fijarse en ella: los burguiñones, los visigodos y los francos. Estableciéronse los primeros desde 406 á 413, los segundos desde 412 á 450, y los francos desde 480 á 500. Desde este instante encontramos los elementos de la sociedad moderna, y de esa mezcla de tantos hombres, de esas ruinas de tantas civilizaciones diversas van á surgir por medio do las tradiciones romanas el espíritu de legalidad y de asociación regular; por medio del cristianismo, el espíritu de moralidad y el sentimiento de los deberes mutuos del hombre, y por el dogma de su igualdad delante de Dios, el dogma de su igualdad delante de la ley; en fin, por medio de la barbarie surgirán el espíritu de libertad individual y la pasión de la independencia.
Al asegurar Clodoveo el predominio de los francos sobre las demás poblaciones germánicas, fué el primero que trabajó por la unidad de la monarquía; dotado de facultades superiores y de una actividad que nada cansaba, no retrocedió ni aun por temor á los crímenes ni á los peligros, y fundando un estado en el centro de la Galia, aflojó, ya que no contuvo, el torrente de la invasión. Empero, esa monarquía franca que él habia querido fundar por la conquista, se desplomó cuando se deshizo la autoridad real en las manos de los mayordomos del palacio. La Borgoña, la Austrasia y el reino de Soissons, cuatro veces reunidos en el discurso de los siglos VI y VII bajo el cetro de la Neustria, se separaron violentamente, y todo retrocedía hacia el caos, cuando Pepino tomó el papel de Clodoveo, apoyando la monarquía sobre la Iglesia; á nombre de esta consagró San Bonifacio la corona que la asamblea nacional que Soissons le habia concedido en 732. Dejóse sentir fuera poderosamente desde aquel momento la preponderancia de la monarquía francesa; asi es, que habiéndose apoderado Astolfo, rey de los lombardos, del exarcado de Rávena , imploró el papa la protección de Pepino, y en dos espediciones que hizo á Italia el rey franco echó los primeros cimientos del poder temporal de los papas.
La obra de unidad y de conquistas comenzada por Pepino do quedó interrumpida. Cárlo―Magno dedicó su vida á asegurar por medio de guerras emprendidas con un objeto político la grandeza y la supremacía de sus estados, al mismo tiempo que regularizaba la administración y trataba de dar la supremacía moral á sus pueblos por medio de la cultura intelectual. Como todos los hombres superiores del mundo bárbaro que le habian precedido en el ejercicio del poder, Cárlo―Magno habia pensado en la resurrección del imperio romano; pero la soberanía universal de la Europa continental no podía realizarse en aquella sociedad violenta y despedazada; su imperio, que se estendia desde el Báltico hasta el Ebro, y desde Nápoles hasta el Oder, se rompió, cuando murió. Sin embargo, se habia consumado un gran hecho: al establecer la residencia del imperio en las márgenes del Rhin, al derribar después de la batalla de Paderborn el ídolo de Irmensul, y al llevar con el terror de sus armas la luz del cristianismo á los antiguos bosques de la Ger-
Lo que distingue en la Galia la revolución cristiana, es sobre todo su carácter práctico, sus aplicaciones inmediatas y bienhechoras y ese buen sentido que la aparta de los heregías monstruosas, nacidas de los delirios mas absurdos, que por tanto tiempo turbaron á la iglesia oriental. En esas luchas religiosas del primer dia, en las que se emplea todo el ardor del pensamiento humano, la Galia no permanece inactiva; por la voz del mongo breton Pelagio, propone en la cuestión del pelagianismo uno de los mayores problemas filosóficos y religiosos que pueden ocupar al hombre, y por la intervención de San Hilario, obispo de Poitiers, lucha de una manera soberana en la cuestión del arrianismo contra la mas temible de las heregías que han amenazado á la iglesia.
Revélase también ese carácter práctico en la predicación de los obispos, únicos que entonces tenían el derecho de anunciar la palabra evangélica, y muy principalmente en la historia de los monasterios. En efecto, el monasterio no es en la Galia como en el Oriente el asilo de la contemplación ociosa, y el hombre no se pierde allí todo entero en los abismos sin fondo del misticismo. En el seno de esos retiros mudos y profundos, el monge galo no busca solamente la oración y el éxtasis, sino el trabajo del cuerpo y del espíritu. En Lerins, en Tours, el monasterio es á la vez un retiro piadoso, late longeque remota a fluctu œstuante mundi, como decia Isaac de la Estrella, una huerta, un taller, una biblioteca y una escuela: esta es la soledad; pero en esta soledad se encuentra también una sociedad organizada y completa, que tiene sus leyes, su gerarquía y aun sus revoluciones. Allí es donde renacen esos estudios de alta especulación, olvidados en la decadencia pagana por las vanas argucias de la escuela; de allí es de donde parten por primera vez los ejemplos del trabajo regular, tal como lo concibe el cristianismo. Asi, pues, desde el siglo II al VI se establece en la Galia por medio de la religión y del clero una doble civilización política ó intelectual, y los obispos, que durante las miserias de la invasión y en la decadencia del imperio, han sido los gefes políticos de las ciudades, serán después de la invasión, los consejeros de la monarquía naciente, sin dejar de ser los patronos y magistrados de las ciudades municipales que el torrente no haya arrastrado y sumergido.
Al pasar los germanos á la Galia causaron allí males profundos, rompiendo momentáneamente todos los vínculos y todas las relaciones sociales. Despojaron á los vencidos; pero respetaron al menos sus leyes y sus costumbres. En las ciudades galo―romanas, donde se amontonaban tantos pueblos diferentes, reinó por largo tiempo un caos verdaderamente estraño, coexistiendo á la vez todas las formas de gobierno; si bien los vencedores se adhirieron pronto a las creencias de los vencidos, no pareciendo sino que la Germania solo habia abandonado sus bosques para convertirse. Los bárbaros, por otra parte, llevaron á la Galia degenerada las virtudes primitivas, el valor, la abnegación, el sentimiento de la dignidad personal, el amor á la independencia y el respeto á la muger, y como ha dicho un padre de la Iglesia, si Dios pulverizaba á los hombres, era para rejuvenecerlos mezclándolos. De todos los pueblos que pasaron á la Galia, tres solamente se detuvieron para fijarse en ella: los burguiñones, los visigodos y los francos. Estableciéronse los primeros desde 406 á 413, los segundos desde 412 á 450, y los francos desde 480 á 500. Desde este instante encontramos los elementos de la sociedad moderna, y de esa mezcla de tantos hombres, de esas ruinas de tantas civilizaciones diversas van á surgir por medio do las tradiciones romanas el espíritu de legalidad y de asociación regular; por medio del cristianismo, el espíritu de moralidad y el sentimiento de los deberes mutuos del hombre, y por el dogma de su igualdad delante de Dios, el dogma de su igualdad delante de la ley; en fin, por medio de la barbarie surgirán el espíritu de libertad individual y la pasión de la independencia.
Al asegurar Clodoveo el predominio de los francos sobre las demás poblaciones germánicas, fué el primero que trabajó por la unidad de la monarquía; dotado de facultades superiores y de una actividad que nada cansaba, no retrocedió ni aun por temor á los crímenes ni á los peligros, y fundando un estado en el centro de la Galia, aflojó, ya que no contuvo, el torrente de la invasión. Empero, esa monarquía franca que él habia querido fundar por la conquista, se desplomó cuando se deshizo la autoridad real en las manos de los mayordomos del palacio. La Borgoña, la Austrasia y el reino de Soissons, cuatro veces reunidos en el discurso de los siglos VI y VII bajo el cetro de la Neustria, se separaron violentamente, y todo retrocedía hacia el caos, cuando Pepino tomó el papel de Clodoveo, apoyando la monarquía sobre la Iglesia; á nombre de esta consagró San Bonifacio la corona que la asamblea nacional que Soissons le habia concedido en 732. Dejóse sentir fuera poderosamente desde aquel momento la preponderancia de la monarquía francesa; asi es, que habiéndose apoderado Astolfo, rey de los lombardos, del exarcado de Rávena , imploró el papa la protección de Pepino, y en dos espediciones que hizo á Italia el rey franco echó los primeros cimientos del poder temporal de los papas.
La obra de unidad y de conquistas comenzada por Pepino do quedó interrumpida. Cárlo―Magno dedicó su vida á asegurar por medio de guerras emprendidas con un objeto político la grandeza y la supremacía de sus estados, al mismo tiempo que regularizaba la administración y trataba de dar la supremacía moral á sus pueblos por medio de la cultura intelectual. Como todos los hombres superiores del mundo bárbaro que le habian precedido en el ejercicio del poder, Cárlo―Magno habia pensado en la resurrección del imperio romano; pero la soberanía universal de la Europa continental no podía realizarse en aquella sociedad violenta y despedazada; su imperio, que se estendia desde el Báltico hasta el Ebro, y desde Nápoles hasta el Oder, se rompió, cuando murió. Sin embargo, se habia consumado un gran hecho: al establecer la residencia del imperio en las márgenes del Rhin, al derribar después de la batalla de Paderborn el ídolo de Irmensul, y al llevar con el terror de sus armas la luz del cristianismo á los antiguos bosques de la Ger-
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