naut, Namur y Lieja. El 1.° de febrero de 1814 los prusianos entraron en Bruselas, y se apresuraron á establecer alli un gobierno provisional: atravesaron luego las fronteras de la Francia, y después de heroicos, pero inútiles esfuerzos, Napoleón partió para el destierro.
Los aliados no sabían qué hacer de su conquista: el Austria conocia muy bien que debia renunciar á la Bélgica, y que aquel pais mas bien seria para ella una carga que una ventaja. El congreso de Viena, sordo á las quejas de los belgas, decidió que las antiguas provincias unidas de los Países Bajos y las provincias bélgicas formarían con los límites que ulteriormente se fijasen, y bajo la soberanía del príncipe de Orange—Nassau, el reino de los Países Bajos. Aquella decisión fué confirmada el 31 de mayo de 1815 por un tratado concluido entre los Países Bajos, la Inglaterra, el Austria , la Prusia y la Rusia.
Durante los Cien dias, la Bélgica fué el teatro de la guerra. Podía creerse que después de haber participado largo tiempo de los gloriosos destinos del imperio, aquel pais sostendría á su antiguo soberano y le prestaría el auxilio de sus armas. No sucedió asi: los belgas, sea por cansancio ó por desmoralización, combatieron en las filas de las enemigos de la Francia y se distinguieron en ellas á las órdenes del príncipe de Orange. Vencedor primero en Fleurus y en Ligny, el emperador se estrelló en Waterloo contra el número de sus adversarios y la traición de sus generales. Pero aquellos acontecimientos no ejercieron influencia ninguna sobre la Bélgica, y en nada se alteraron las disposiciones del congreso de Viena.
El rey de Holanda temia á sus nuevos subditos, y el objeto constante de su política fué el quitarlos su nacionalidad. Las injusticias y exigencias de su gobierno indignaron á la Bélgica sometida á disposiciones rentísticas opresoras, y admitida en la representación general en una proporción insignificante. La prensa levantó su voz: Potter especialmente reclamó con energía en nombre de la nacionalidad ultrajada, y fué preso. Pero el impulso estaba ya dado: los periódicos reclamaron con nueva energía; el partido republicano y el clero hicieron causa común y se unieron contra los holandeses: por último, el pueblo se amotinó y por todas partes estallaron sediciones. Cuando la revolución de 1830 espulsó de Francia á la rama primogénita de los Borbones, la Bélgica respondió con entusiasmo al grito de libertad, y el 25 de agosto hubo movimientos de insurrección en Bruselas. Desde la capital se propagó rápidamente la revolución por las provincias, y por todas partes se proclamó la emancipación del pais. Asustado el rey Guillelmo, convocó los Estados en asamblea estraordinaria para el 13 del mes de setiembre, y les anunció que se ocuparían del examen de las quejas por las que la Bélgica habia tomado las armas. Pero al mismo tiempo hacia avanzar un ejército á las órdenes de su hijo segundo Federico. Entonces se formaron cuerpos de voluntarios que corrieron á la defensa de la capital amenazada. Los holandeses entraron en Bruselas el 23 de setiembre: cuatro dias después fueron arrojados de ella por los patriotas mandados por Van—Halem y por el general francés Merlin.
Este triunfo aumentó el entusiasmo y la audacia: establecióse un gobierno provisional, y se adoptaron los tres colores brabanzones. Ath se sublevó y puso en campaña su artillería y un cuerpo de voluntarios: Charleroi abrió sus puertas: Tournay, Mouns, Namur, Dínant, Huy, Philippeville, Marienburgo, Arlon y Gante hicieron otro tanto: por manera que desde principios del mes de octubre la mayor parte de la Bélgica había sacudido el yugo holandés.
El 5 del mismo mes el príncipe de Orange llegó á Amberes con el título de gobernador general de la Bélgica. Este príncipe, dice Mr. Van Hasselt, era muy querido en aquellas provincias por sus modales francos y carácter caballeresco. Se había distinguido en la batalla de Waterloo, en la que había combatido á la cabeza de los belgas: luego, á principios de la insurrección de Bruselas, el 1.º de setiembre se presentó casi solo en medio de la multitud amotinada, y procuró una avenencia. Habia creado una comisión encargada de examinar las medidas que debían tomarse; pero el regreso de una diputación que habia sido enviada á la Haya para hacer presente al rey el estado de las cosas, desvaneció al dia siguiente todas las esperanzas que la llegada del príncipe habían hecho concebir (1).»
Bien pronto se conoció, en efecto, que el rey solo deseaba ganar tiempo, y que para conseguir este objeto procuraba esplotar el nombre popular de su hijo. No habiendo producido ningún resultado el viage de aquel príncipe, Guillelmo revocó el 20 de octubre los poderes que le habia dado, y el bombardeo de Amberes, que comenzó poco después, probó que en adelante era ya imposible todo pacto entre los dos paises. Al mismo tiempo el congreso nacional proclamaba la independencia de la Bélgica, escepto las relaciones del Luxemburgo con la Confederación germánica, declarando que la forma de gobierno seria monárquica, y que la casa de Orange—Nassau quedaba destituida del trono. La nueva constitución quedó concluida el 7 de febrero de 1831.
La Bélgica era libre; pero no sabia qué hacer de su libertad. Tres partidos tenían probabilidades de triunfo: el primero queria desde luego la reunión de aquel pais á la Francia; pero en vista de la oposición de los mas celosos católicos, pidió que se eligiera por rey al duque de Nemours: el segundo, á cuya cabeza se hallaba Potler, proponía el establecimiento de una república católico—democrática: y por último, el tercero pretendía que la regencia pertenecía de derecho al príncipe de Orange. El primer parecer fué el que prevaleció: el congreso por una gran mayoría ofreció la corona al duque de Nemours. Pero Luis Felipe la rehusó, porque temia irritar á las potencias de Europa, que entonces tenian sus plenipotenciarios en Londres para arreglar los asuntos de la Bélgica. El congreso nombró entonces un regente provisional y recayó la elección en Mr. Sarlet de Chockier.
En la reunión siguiente (29 de marzo de 1831) el congreso se ocupó primero del ejército y de la hacienda; luego volvió á tratar de la elección de un rey, y con gusto de la Inglaterra los sufragios recayeron en el príncipe Leopoldo de Sajonia—Coburgo. Aquel príncipe aceptó, prestó juramento á la constitución el 21 de julio de 1831, el regente hizo dimisión de sus funciones y el congreso declaró terminada la legislatura: en fin, el nuevo monarca convocó los colegios electorales para el 29 de agosto, y la apertura del senado y cámara de los representantes para el 8 de setiembre siguiente.
Los aliados no sabían qué hacer de su conquista: el Austria conocia muy bien que debia renunciar á la Bélgica, y que aquel pais mas bien seria para ella una carga que una ventaja. El congreso de Viena, sordo á las quejas de los belgas, decidió que las antiguas provincias unidas de los Países Bajos y las provincias bélgicas formarían con los límites que ulteriormente se fijasen, y bajo la soberanía del príncipe de Orange—Nassau, el reino de los Países Bajos. Aquella decisión fué confirmada el 31 de mayo de 1815 por un tratado concluido entre los Países Bajos, la Inglaterra, el Austria , la Prusia y la Rusia.
Durante los Cien dias, la Bélgica fué el teatro de la guerra. Podía creerse que después de haber participado largo tiempo de los gloriosos destinos del imperio, aquel pais sostendría á su antiguo soberano y le prestaría el auxilio de sus armas. No sucedió asi: los belgas, sea por cansancio ó por desmoralización, combatieron en las filas de las enemigos de la Francia y se distinguieron en ellas á las órdenes del príncipe de Orange. Vencedor primero en Fleurus y en Ligny, el emperador se estrelló en Waterloo contra el número de sus adversarios y la traición de sus generales. Pero aquellos acontecimientos no ejercieron influencia ninguna sobre la Bélgica, y en nada se alteraron las disposiciones del congreso de Viena.
El rey de Holanda temia á sus nuevos subditos, y el objeto constante de su política fué el quitarlos su nacionalidad. Las injusticias y exigencias de su gobierno indignaron á la Bélgica sometida á disposiciones rentísticas opresoras, y admitida en la representación general en una proporción insignificante. La prensa levantó su voz: Potter especialmente reclamó con energía en nombre de la nacionalidad ultrajada, y fué preso. Pero el impulso estaba ya dado: los periódicos reclamaron con nueva energía; el partido republicano y el clero hicieron causa común y se unieron contra los holandeses: por último, el pueblo se amotinó y por todas partes estallaron sediciones. Cuando la revolución de 1830 espulsó de Francia á la rama primogénita de los Borbones, la Bélgica respondió con entusiasmo al grito de libertad, y el 25 de agosto hubo movimientos de insurrección en Bruselas. Desde la capital se propagó rápidamente la revolución por las provincias, y por todas partes se proclamó la emancipación del pais. Asustado el rey Guillelmo, convocó los Estados en asamblea estraordinaria para el 13 del mes de setiembre, y les anunció que se ocuparían del examen de las quejas por las que la Bélgica habia tomado las armas. Pero al mismo tiempo hacia avanzar un ejército á las órdenes de su hijo segundo Federico. Entonces se formaron cuerpos de voluntarios que corrieron á la defensa de la capital amenazada. Los holandeses entraron en Bruselas el 23 de setiembre: cuatro dias después fueron arrojados de ella por los patriotas mandados por Van—Halem y por el general francés Merlin.
Este triunfo aumentó el entusiasmo y la audacia: establecióse un gobierno provisional, y se adoptaron los tres colores brabanzones. Ath se sublevó y puso en campaña su artillería y un cuerpo de voluntarios: Charleroi abrió sus puertas: Tournay, Mouns, Namur, Dínant, Huy, Philippeville, Marienburgo, Arlon y Gante hicieron otro tanto: por manera que desde principios del mes de octubre la mayor parte de la Bélgica había sacudido el yugo holandés.
El 5 del mismo mes el príncipe de Orange llegó á Amberes con el título de gobernador general de la Bélgica. Este príncipe, dice Mr. Van Hasselt, era muy querido en aquellas provincias por sus modales francos y carácter caballeresco. Se había distinguido en la batalla de Waterloo, en la que había combatido á la cabeza de los belgas: luego, á principios de la insurrección de Bruselas, el 1.º de setiembre se presentó casi solo en medio de la multitud amotinada, y procuró una avenencia. Habia creado una comisión encargada de examinar las medidas que debían tomarse; pero el regreso de una diputación que habia sido enviada á la Haya para hacer presente al rey el estado de las cosas, desvaneció al dia siguiente todas las esperanzas que la llegada del príncipe habían hecho concebir (1).»
Bien pronto se conoció, en efecto, que el rey solo deseaba ganar tiempo, y que para conseguir este objeto procuraba esplotar el nombre popular de su hijo. No habiendo producido ningún resultado el viage de aquel príncipe, Guillelmo revocó el 20 de octubre los poderes que le habia dado, y el bombardeo de Amberes, que comenzó poco después, probó que en adelante era ya imposible todo pacto entre los dos paises. Al mismo tiempo el congreso nacional proclamaba la independencia de la Bélgica, escepto las relaciones del Luxemburgo con la Confederación germánica, declarando que la forma de gobierno seria monárquica, y que la casa de Orange—Nassau quedaba destituida del trono. La nueva constitución quedó concluida el 7 de febrero de 1831.
La Bélgica era libre; pero no sabia qué hacer de su libertad. Tres partidos tenían probabilidades de triunfo: el primero queria desde luego la reunión de aquel pais á la Francia; pero en vista de la oposición de los mas celosos católicos, pidió que se eligiera por rey al duque de Nemours: el segundo, á cuya cabeza se hallaba Potler, proponía el establecimiento de una república católico—democrática: y por último, el tercero pretendía que la regencia pertenecía de derecho al príncipe de Orange. El primer parecer fué el que prevaleció: el congreso por una gran mayoría ofreció la corona al duque de Nemours. Pero Luis Felipe la rehusó, porque temia irritar á las potencias de Europa, que entonces tenian sus plenipotenciarios en Londres para arreglar los asuntos de la Bélgica. El congreso nombró entonces un regente provisional y recayó la elección en Mr. Sarlet de Chockier.
En la reunión siguiente (29 de marzo de 1831) el congreso se ocupó primero del ejército y de la hacienda; luego volvió á tratar de la elección de un rey, y con gusto de la Inglaterra los sufragios recayeron en el príncipe Leopoldo de Sajonia—Coburgo. Aquel príncipe aceptó, prestó juramento á la constitución el 21 de julio de 1831, el regente hizo dimisión de sus funciones y el congreso declaró terminada la legislatura: en fin, el nuevo monarca convocó los colegios electorales para el 29 de agosto, y la apertura del senado y cámara de los representantes para el 8 de setiembre siguiente.
(1) Historia de la Bélgica y de la Holanda, página 492.
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