ganizacion de los gremios y oficios constituyó para los trabajadores una condición nueva; cada gremio fué á la vez una asociación religiosa, política y militar; ademas la clase media y los plebeyos para conseguir y conservar las libertades conquistadas á costa de tantas luchas y de tantos sacrificios perseverantes; y siempre atacadas por la envidiosa rivalidad de la nobleza, se ejercitaron en las armas, y el pueblo organizado en milicias comunales, guardó para el pais y para la defensa del hogar esa sangre que habia corrido tantas veces por una causa que no era la suya. Tales fueron los resultados de esa revolución comunal que debía dar sus frutos en el porvenir. Seiscientos años mas adelante en la gloriosa revolución de 89, cuando los últimos restos de la sociedad feudal se desplomaron para siempre, uno de los primeros actos del pueblo que acababa de conquistar sus derechos, fué reconstituir esas municipalidades que habían surgido tan fuertes y poderosas de la legítima insureccíon del siglo XII.
Si comparamos ahora los comunes franceses con los de otros pueblos de Europa, toda la superioridad estará por parte de la Francia. En Italia y en Flandes, las libertades locales, el aislamiento de las ciudades ó de las provincias, son una causa perpetua de revueltas, y agitaciones, y un obstáculo invencible para la unidad. En Inglaterra están ahogados los comunes por la aristocracia, ó mas bien, no hay comunes, sino parroquias; En Francia, por el contrario, la aristocracia desaparece ante la ciudad municipal; las franquicias locales, lejos de ser un obstáculo al afianzamiento del poder central, contribuyen poderosamente á él, y en lugar de debilitarse entre sí en las luchas y rivalidades desgraciadas, las ciudades se asocian y parecen adivinar desde la edad media que la unión solo constituye la fuerza. Al lado de la revolución comunal, y ya anteriormente á esta revolución, vemos realizarse en otro orden de hechos acontecimientos que van á ayudar como ella á la trasformacion de la antigua sociedad. Hemos nombrado á las cruzadas. No se trata ya esta vez de esas guerras oscuras en que la sangre corre al pie de las torres feudales; no se trata ya para los vasallos de servir por espacio de cuarenta dias bajo la bandera del señor feudal, se trata para toda la cristiandad de conquistar el sepulcro de su Dios, y á esos campos de batalla del Oriente á donde les llama la fé, van los cristianos á buscar la corona del martirio. A la Francia toca también representar en ellos un gran papel. Desde el año de 999, el primer francés que se sentó en la silla de San Pedro. Gerberto; lanza el primer grito de guerra y convoca á la iglesia universal á la conquista de la Tierra Santa. La Iglesia no habia respondido aquella vez; pero muy pronto debia llevar la mano á su espada á la voz de un ermitaño, hijo, como Gerberto, de esa Francia que se la ve siempre en la vanguardia de la lucha de las cruzadas. En Francia es donde se reúne el concilio en que el papa enseña al mundo que Dios quiere la guerra ; Pedro, ermitaño francés, es el primero que descubre á la Europa el camino del Oriente; el francés San Bernardo, último de los padres, es el que obliga á la Alemania á tomar las armas, predicándole la guerra en una lengua que no comprende; un barón francés es el primero que planta sus banderas sobre los muros de San Juan de Acre, y un barón francés también el que coloca el primero en su cabeza la corona de Jerusalen. En esas larcas luchas mezcladas de tantos desastres, la mejor parte de gloria pertenece á los caballeros y reyes de Francia, que no encuentran en el estrangero mas que un solo rival en Ricardo, Corazón de León, el mas heroico aventurero de Inglaterra.
En esos siglos XI y XII, tan llenos de guerras atrevidas y de grandes acontecimientos, se presenta la Francia en todos los horizontes. Algunos caballeros normandos, fieles á las tradicciones de su raza y al instinto de las correrías aventureras, pasan á Italia como mercenarios del imperio griego (1050), y pronto estos mercenarios que han vencido al papa en Civitella, y que han pedido de rodillas la absolución de su victoria, se apoderan de la Pulla, de la Calabria y de la Sicilia. Esa conquista, en que los vencederos se distinguieron por hazañas verdaderamente fabulosas, fué á la vez un gran hecho religioso y un gran hecho político. Los normandos aseguraron en la Italia y en la Sicilia, en la herencia misma de San Pedro, el triunfo de las poblaciones cristianas sobre las poblaciones musulmanas, al mismo tiempo que aseguraban el triunfo del papado sobre los sucesores del emperador Enrique IV. Una conquista no menos importante se habia verificado hacia la misma época sobre otro punto de Europa, y esta vez también por los normandos, la conquista de Inglaterra. Vióse á una provincia someter á todo un reino en una sola batalla, é imponerle en menos de un siglo su organización feudal, sus leyes y su lengua.
En fin, vemos también á la Francia tomar una parte gloriosa en las luchas de España contra las poblaciones musulmanas; á fines del siglo XI representan á la Francia cerca de los hijos de Pelayo, Enrique de Borgoña, descendiente de Roberto el Fuerte, que casa con la hija segunda del rey de Castilla, y recibe en dote la provincia de Oporto, que ha conquistado á los moros, y Raimundo de Borgoña, cuyos descendientes reinaron en Castilla hasta 1474. De este modo, Castilla, Aragón, Sicilia, Jerusalen é Inglaterra vieron en el espacio de dos siglos ocupar SAIS tronos las dinastías francesas. Pero la Francia no soto era poderosa y fuerte por la guerra. Los mas grandes escritores religiosos de aquella época, Hugo y Ricardo de San Víctor, Guiberto de Nogent. Ivo de Chartres. Hildeberto de Mans y San Bernardo, que hace presentir á Bossuet, son también hijos suyos y reinan por el pensatimiento y por la fé, como los barones por su espada. Todas las grandes cuestiones de la época se agitan en sus claustros; los teólogos se refugian para morir en la abadía de San Victor de París; la juventud inteligente de Europa acude á la calle del Fouare, y se tiende sobre la paja de sus escuelas para escuchar á Abelardo. El pensamiento se emancipa al mismo tiempo que el comun, y la Francia es la que primero proclama la libertad de examen, el derecho de someter á la consagración de la razón las afirmaciones del dogma. En ese gran desarrollo místico del siglo XII, que será, por decirlo asi, el punto de parada del catolicismo, la iglesia galicana es la que sin contradicción representa el papel mas glorioso. En el momento en que Santo Domingo, bendecido por el papa, enciende las hogueras de la inquisición, la iglesia galicana, que ha conservado las tradiciones evangélicas, deja caer por la voz de SanBernardo estas palabras dignas dé los primeros dias: fides suadenda, non imponenda, y por la voz de ese mismo santo proclama su supremacía religiosa en estas palabras que el abate de Clairvaux dirige al padre santo: yo soy mas que vos.
Si comparamos ahora los comunes franceses con los de otros pueblos de Europa, toda la superioridad estará por parte de la Francia. En Italia y en Flandes, las libertades locales, el aislamiento de las ciudades ó de las provincias, son una causa perpetua de revueltas, y agitaciones, y un obstáculo invencible para la unidad. En Inglaterra están ahogados los comunes por la aristocracia, ó mas bien, no hay comunes, sino parroquias; En Francia, por el contrario, la aristocracia desaparece ante la ciudad municipal; las franquicias locales, lejos de ser un obstáculo al afianzamiento del poder central, contribuyen poderosamente á él, y en lugar de debilitarse entre sí en las luchas y rivalidades desgraciadas, las ciudades se asocian y parecen adivinar desde la edad media que la unión solo constituye la fuerza. Al lado de la revolución comunal, y ya anteriormente á esta revolución, vemos realizarse en otro orden de hechos acontecimientos que van á ayudar como ella á la trasformacion de la antigua sociedad. Hemos nombrado á las cruzadas. No se trata ya esta vez de esas guerras oscuras en que la sangre corre al pie de las torres feudales; no se trata ya para los vasallos de servir por espacio de cuarenta dias bajo la bandera del señor feudal, se trata para toda la cristiandad de conquistar el sepulcro de su Dios, y á esos campos de batalla del Oriente á donde les llama la fé, van los cristianos á buscar la corona del martirio. A la Francia toca también representar en ellos un gran papel. Desde el año de 999, el primer francés que se sentó en la silla de San Pedro. Gerberto; lanza el primer grito de guerra y convoca á la iglesia universal á la conquista de la Tierra Santa. La Iglesia no habia respondido aquella vez; pero muy pronto debia llevar la mano á su espada á la voz de un ermitaño, hijo, como Gerberto, de esa Francia que se la ve siempre en la vanguardia de la lucha de las cruzadas. En Francia es donde se reúne el concilio en que el papa enseña al mundo que Dios quiere la guerra ; Pedro, ermitaño francés, es el primero que descubre á la Europa el camino del Oriente; el francés San Bernardo, último de los padres, es el que obliga á la Alemania á tomar las armas, predicándole la guerra en una lengua que no comprende; un barón francés es el primero que planta sus banderas sobre los muros de San Juan de Acre, y un barón francés también el que coloca el primero en su cabeza la corona de Jerusalen. En esas larcas luchas mezcladas de tantos desastres, la mejor parte de gloria pertenece á los caballeros y reyes de Francia, que no encuentran en el estrangero mas que un solo rival en Ricardo, Corazón de León, el mas heroico aventurero de Inglaterra.
En esos siglos XI y XII, tan llenos de guerras atrevidas y de grandes acontecimientos, se presenta la Francia en todos los horizontes. Algunos caballeros normandos, fieles á las tradicciones de su raza y al instinto de las correrías aventureras, pasan á Italia como mercenarios del imperio griego (1050), y pronto estos mercenarios que han vencido al papa en Civitella, y que han pedido de rodillas la absolución de su victoria, se apoderan de la Pulla, de la Calabria y de la Sicilia. Esa conquista, en que los vencederos se distinguieron por hazañas verdaderamente fabulosas, fué á la vez un gran hecho religioso y un gran hecho político. Los normandos aseguraron en la Italia y en la Sicilia, en la herencia misma de San Pedro, el triunfo de las poblaciones cristianas sobre las poblaciones musulmanas, al mismo tiempo que aseguraban el triunfo del papado sobre los sucesores del emperador Enrique IV. Una conquista no menos importante se habia verificado hacia la misma época sobre otro punto de Europa, y esta vez también por los normandos, la conquista de Inglaterra. Vióse á una provincia someter á todo un reino en una sola batalla, é imponerle en menos de un siglo su organización feudal, sus leyes y su lengua.
En fin, vemos también á la Francia tomar una parte gloriosa en las luchas de España contra las poblaciones musulmanas; á fines del siglo XI representan á la Francia cerca de los hijos de Pelayo, Enrique de Borgoña, descendiente de Roberto el Fuerte, que casa con la hija segunda del rey de Castilla, y recibe en dote la provincia de Oporto, que ha conquistado á los moros, y Raimundo de Borgoña, cuyos descendientes reinaron en Castilla hasta 1474. De este modo, Castilla, Aragón, Sicilia, Jerusalen é Inglaterra vieron en el espacio de dos siglos ocupar SAIS tronos las dinastías francesas. Pero la Francia no soto era poderosa y fuerte por la guerra. Los mas grandes escritores religiosos de aquella época, Hugo y Ricardo de San Víctor, Guiberto de Nogent. Ivo de Chartres. Hildeberto de Mans y San Bernardo, que hace presentir á Bossuet, son también hijos suyos y reinan por el pensatimiento y por la fé, como los barones por su espada. Todas las grandes cuestiones de la época se agitan en sus claustros; los teólogos se refugian para morir en la abadía de San Victor de París; la juventud inteligente de Europa acude á la calle del Fouare, y se tiende sobre la paja de sus escuelas para escuchar á Abelardo. El pensamiento se emancipa al mismo tiempo que el comun, y la Francia es la que primero proclama la libertad de examen, el derecho de someter á la consagración de la razón las afirmaciones del dogma. En ese gran desarrollo místico del siglo XII, que será, por decirlo asi, el punto de parada del catolicismo, la iglesia galicana es la que sin contradicción representa el papel mas glorioso. En el momento en que Santo Domingo, bendecido por el papa, enciende las hogueras de la inquisición, la iglesia galicana, que ha conservado las tradiciones evangélicas, deja caer por la voz de SanBernardo estas palabras dignas dé los primeros dias: fides suadenda, non imponenda, y por la voz de ese mismo santo proclama su supremacía religiosa en estas palabras que el abate de Clairvaux dirige al padre santo: yo soy mas que vos.
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