lunes, abril 28, 2008

Viage ilustrado (Pág. 227)

salvación del pueblo es la ley suprema. Jamás se han realizado mas grandes empresas con una continuidad y constancia semejantes. El 17 de julio de 1789 proclama el tercer estado su advenimiento al gobierno del país, y dos meses después, en la noche para siempre memorable del 4 de agosto, queda constituida la sociedad moderna, proclamándose para todos la igualdad delante de la ley, la libertad de la imprenta y la libertad de conciencia; se fija la elección como principio de gobierno; quedan separados el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial; se organiza la instrucción pública y se emancipa la industria del yugo á que estaba sometida. Empero esto era poco destruir; se necesitaba organizar y defenderse á la vez; el tratado de Pilnitz, firmado entre la Prusia, la Alemania y un príncipe francés, amenazaba al pais con una invasión terrible. El estrangero dio orden á la Asamblea legislativa para que se disolviese; pero ella respondió con el juramento de vivir libre ó morir, y cumplió su juramento. Cuando proclamó esta fórmula solemne: «Ciudadanos, la patria está en peligro.» La Francia se levantó como un solo hombre, y el duque de Brunswick, al presentarse para borrar, como él decía, á París de la superficie de la tierra, halló á la Francia armada que respondió á las amenazas con la victoria de Valmy y con estas palabras de Danton, que fueron la señal del terror: «Para desconcertar á los agitadores é intimidar al enemigo, es preciso intimidar á los realistas.» Desde aquel momento rompió sus diques el torrente revolucionario. La monarquía se habia mostrado hostil á la revolución, y sufrió tristemente la pena de aquella hostilidad. Al condenar la Convención á Luis XVI, habia quemado sus bageles; era preciso marchar adelante; la Europa entera estaba armada contra ella, y tuvo que defenderse á la vez contra los estrangeros y los enemigos interiores; pero al fin hizo frente á todos los peligros.
Estraño, inaudito fué el espectáculo que presentó entonces la Francia, y cuando se piensa en los horrores que se cometían frecuentemente sin motivo, en los escesos que parecían preparados para hacer odiosa una revolución que los amigos del país querían fuese grande y fuerte, y sobre todo pura, no puede uno menos de preguntarse si es preciso atribuir á la influencia, del estrangero y á las maquinaciones, cuyo misterio ignoramos todavía, la mayor parte de los crímenes que afligieron á la Francia en aquella grande época; mas sea de esto lo que quiera es consolador saber que aquellos crímenes fueron obra de algunos hombres, y que la nación entera rechazó con horror su responsabilidad.
Después de una legislatura de tres años, el 26 de octubre de 1790 legó la Convención el poder legislativo al consejo de los Ancianos y al de los Quinientos, y el poder ejecutivo al Directorio. Sin embargo, tantos desórdenes y luchas habían agotado los esfuerzos de la Francia: el Directorio recogía en aquella herencia 300.000,000 de asignados sin valor, odios implacables entre los partidos, la guerra civil y la guerra estrangera; las arcas estaban vacias, faltaban las subsistencias; el comercio y la industria estaban como anonadados, y aterrados los departamentos del Mediodía con los asesinatos de la reacción realista; pero en esa lucha de tres años habían aparecido grandes generales: Bonaparte, Moreau, Jourdan, Hoche y Carnot, habian organizado la victoria; restablecíase la calma en lo interior y en lo esterior; pero quedaban todavía en lo interior muchos elementos de discordia para impedir á la Francia que fuese tan feliz como era fuerte y gloriosa. Cansada al fin de su libertad borrascosa, y de la debilidad del gobierno directorial, la Francia aceptó en Bonaparte, no ya un soberano, sino un liberrador, y cuando el tratado de Luneville y la paz de Amiens dieron algún reposo á la Europa, sirvió este reposo de una manera admirable á los progresos de la industria, de las artes y de las ciencias, y el Código civil donde se consagran las conquistas mas preciosas de la revolución, llega á ser el modelo de la legislación de Europa.
El orden estaba al fin restablecido; pero Bonaparte, al volver vencedor del Egipto y de la Italia, aspiraba á descender. Quería fundar una monarquía nueva; hizo desviar á la revolución, falseando sus principios y consecuencias, y retrocediendo de este modo á lo pasado puso el pie sobre el abismo.
Tomó el altar de la victoria
Por el altar de la libertad.
Pero la victoria es muchas veces madrastra, y después de inmortales triunfos, después de haber renovado en los tiempos modernos los prodigios del genio de Alejandro y de Aníbal, Napoleón va á morir á la roca de Santa Elena, como si la Providencia, al hacerle espiar tanta gloria, hubiera querido enseñar al mundo que el despotismo militar, lo mismo que una monarquía absoluta, no puede echar raices en esa Francia que quiere ante todas cosas, como se ha dicho con razón, el reinado de la probidad política y de la libertad. Pero cuando Napoleón murió, cuando el águila se voló á dos cielos, llevándose los eslabones rotos de la cadena del mundo, el poeta mas ilustre del siglo XIX, el hijo glorioso dé la Gran Bretaña, Byron, pudo esclamar: «No hay ya hombre grande en la raza de los seres » Invadida dos veces la Francia, encerrada por toda la Europa dentro de las fronteras de la vieja monarquía, no ha decaído, sin embargo, de su rango supremo. La influencia contagiosa de sus ideas y el poder de su nombre se revelan todavía como en los días de sus mejores triunfos; las afrentas de la restauración y las infamias del régimen que acaba de hundirse, asi como los escesos de 1793, son obra de algunos hombres y de un partido; pero en todo de cuanto se ha hecho de grande y generoso en el espacio de cincuenta años, ha intervenido siempre el pueblo francés con su brazo y sus votos, y los nobles instintos jamás han estado en minoría. La Francia es la que ha destruido bajo sus balas ese nido de piratas que no habia podido derribar Carlos V y la Inglaterra. Hácia Francia se han vuelto siempre todos los pueblos que han tratado de Conquistar su independencia: ella ha sido siempre la providencia que han invocado los pueblos en sus luchas con el despotismo. Nueva Encélado, le ha bastado moverse para agitar á toda la Europa basta en sus cimientos, y hacer caer hecho ruinas ese edificio de la Santa Álianza construido con tanto trabajo y tan aparente solidez, donde los reyes creian poder conservar eternamente cautivas las nacionalidades violentamente comprimidas.
Una vez considerada la Francia históricamente, bueno será decir algo acerca de su literatura.
Las grandes revoluciones políticas que durante veinte siglos han ido renovando las creencias, las le―

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