la balanza de sus destinos, la civilización antigua había penetrado por Marsella en el suelo mismo de su patria, seiscientos años antes de nuestra era. En el año 154 antes de Jesucristo se habia introducido alli la civilización romana, por primera vez, con la conquísta por el litoral del Mediterráneo, y cien años después llevaba César á sus ochocientas ciudades el yugo de Roma. La resistencia fué heroica, inmensa la matanza, y como consuelo de una derrota gloriosa, quedó la espada de César en manos de los vencidos en el último combate de Vercingetorix; pero para aquellos vencidos olvidó Roma su política inexorable, no por compasión, sino por prudencia, porque recordaba el tumultus gallicus: los galos conservaron sus tierras, y los principales ciudadanos fueron tratados con toda clase de miramientos. Empero todos los esfuerzos de la administración romana tendieron á absorberlos en la unidad. Por lo demás, aquel fué el triunfo de la civilización antigua sobre la barbarie. Desde aquel momento se inicia la Galia en una vida social enteramente nueva, atraviesan los caminos sus antiguas florestas, y sus altares, tantas veces regados de sangre humana, se desploman. «La Galia presentaba entonces algo parecido al espectáculo que nos da después de cincuenta años la América del Norte, tierra virgen entregada á la actividad esperimentada de la Europa; grandes ciudades levantándose sobre las ruinas de pobres aldeas. El arte griego y el arte romano desplegando su magnificencia en los lugares todavía medio salvages; los caminos cubiertos de paradas de posta, de etapas para las tropas y de posadas para los viageros; las flotas mercantes navegando en todas direcciones, por el Ródano, por el Loira, por el Garona, por el Sena y por el Rhin para llevar los productos estrangeros ó buscar los productos indígenas; en fin, concluyendo el paralelo, un aumento prodigioso de la población (1).»
Pronto se amoldó la Galia á las costumbres de los vencedores, á sus leyes y á su lengua. Otorgóse á las principales familias el derecho de ciudadanía romana, siendo ademas admitidas en el senado, y en tiempo de Caracalla, todos los hombres libres fueron declarados ciudadanos romanos; pero en tanto que la aristocracia aceptaba el yugo, vivían aun las tradiciones de la independencia nacional entre las clases populares y los restos de las familias sacerdotales; hiciéronse impotentes esfuerzos de insurrección en los tiempos de Augusto, Tiberio y Claudio; en las cercanías de Lion se ve á un tropel de campesinos casi sin armas, precipitarse contra las legiones que Vitelio conducía desde la Germania; mas á pesar de estos esfuerzos, la Galia no debía recobrar su independencia sino por medio del cristianismo y de las invasiones bárbaras, y bajo de un nombre nuevo. No solamente estaba encadenada irrimisiblemente para cinco siglos al carro de sus vencedores, sino que debía en una lucha suprema sacar la espada para defender contra el torrente de la invasión ese Capitolio que Roma habia rescatado de Breno. La última batalla, por la causa de Roma, se dio en las orillas del Aisne, en la Galia, y por la Galia, y los hijos de los vencedores del Allía dieron su sangre para salvar del poder de los bárbaros á los hijos de los vencedores de Alizo.
En esa servidumbre de cuatro siglos, los galos, á pesar de la aparente moderación de sus vencedores, habían sufrido todos los males y disgustos de la conquista. La fiscalía imperial los había oprimido sin piedad, y la corrupción romana los habia invadido con todos sus vicios; pero se acercaban tiempos nuevos, y el hierro de los bárbaros y el agua del bautismo cristiano iban á lavar sus manchas. Dos hechos inmensos asombran al mundo desde el tercero al cuarto siglo: de una parte el establecimiento del cristianismo; de la otra las invasiones: el mundo romano se abisma, pero deja á los que ha vencido y que le sobreviven las tradiciones de su administración política, su derecho, luz imperecedera que todavía nos alumbra y que fué en la edad media el evangelio de los legistas, y su lengua, que fué el lazo común de la civilización moderna. La conquista romana habia salvado á la Galia de la barbarie, la invasión bárbara la salvó de la corrupción, y el cristianismo, apoderándose de los bárbaros, los empujó hacia el progreso.
La Grecia, que habia sido la primera en poner a la Galia en contacto con la civilización antigua por medio de la fundación de Marsella, fué también la primera en iniciarla á fines del siglo II en la comunión cristiana. Los primeros misioneros de la Galia eran griegos de origen, y al llevar los apóstoles á las poblaciones galas la túnica de los neófitos, hallaron en ellas mártires decididos á sacrificarse; cuando el Mediodía recibió el bautismo de la Grecia, el Norte á su vez lo recibió de la Irlanda, esa isla de los santos. San Colombiano y San Bonifacio realizaron en la Bélgica la revolución religiosa que se habia verificado en el Vienés y el Leonesado por medio de San Ireneo y los misioneros griegos, y de esta suerte la luz del Evangelio, y por decirlo asi, los rayos de la gracia, se dirigieron todos á la vez hacia la Francia desde la iglesia de Oriente, y desde la iglesia céltica.
En la guerra del proselitismo los mártires galos dieron pruebas de un valor verdaderamente sobrehumano. Santa Blandina, esclava de Lyon, que fue inmolada en la primera hecatombe, marchó al suplicio «como la joven esposa marcha al lecho nupcial y al festín de bodas», y la gala cristiana, al sacrificarse por su divino esposo, como la gala pagana Eponina por su esposo carnal, demuestra al mundo que se acuerda de su nombre, que la muger sobre el suelo generoso de la Francia no tiene nada que envidiar respecto á valor y abnegación á la muger griega y a la matrona romana.
Con el cristianismo empieza en la Galia una vida nueva, una vida moral. La religión de Jesucristo no la lleva solamente la libertad para el esclavo, la igualdad para la muger, la compasión para el pobre y la regla precisa del deber que no estaba formulada en ninguna parte en el politeísmo; no la lleva solamente las esperanzas de esa vida futura, que los druidas habían columbrado por entre las tinieblas de su idolatría y los vapores sangrientos de sus sacrificios, sino también lodos los elementos de una organización politica y de una sociedad regular. En el orden civil, según ha observado un sabio historiador, la disolución estaba en todas partes; la administración imperial carecía de fuerza; habían caido la aristocracia senatorial y municipal: la iglesia de las Galias, asilo único que flotaba en aquel diluvio y en aquellos naufragios de todas las cosas, llegó á imponer por su ascendiente moral á falta de un código sus prescripciones y su dictadura espiritual, y desde las alturas de este poder
(1) Am. Thierry. Historia de la Galia bajo la dominación romana, 1840, tomo I, página 332.
Pronto se amoldó la Galia á las costumbres de los vencedores, á sus leyes y á su lengua. Otorgóse á las principales familias el derecho de ciudadanía romana, siendo ademas admitidas en el senado, y en tiempo de Caracalla, todos los hombres libres fueron declarados ciudadanos romanos; pero en tanto que la aristocracia aceptaba el yugo, vivían aun las tradiciones de la independencia nacional entre las clases populares y los restos de las familias sacerdotales; hiciéronse impotentes esfuerzos de insurrección en los tiempos de Augusto, Tiberio y Claudio; en las cercanías de Lion se ve á un tropel de campesinos casi sin armas, precipitarse contra las legiones que Vitelio conducía desde la Germania; mas á pesar de estos esfuerzos, la Galia no debía recobrar su independencia sino por medio del cristianismo y de las invasiones bárbaras, y bajo de un nombre nuevo. No solamente estaba encadenada irrimisiblemente para cinco siglos al carro de sus vencedores, sino que debía en una lucha suprema sacar la espada para defender contra el torrente de la invasión ese Capitolio que Roma habia rescatado de Breno. La última batalla, por la causa de Roma, se dio en las orillas del Aisne, en la Galia, y por la Galia, y los hijos de los vencedores del Allía dieron su sangre para salvar del poder de los bárbaros á los hijos de los vencedores de Alizo.
En esa servidumbre de cuatro siglos, los galos, á pesar de la aparente moderación de sus vencedores, habían sufrido todos los males y disgustos de la conquista. La fiscalía imperial los había oprimido sin piedad, y la corrupción romana los habia invadido con todos sus vicios; pero se acercaban tiempos nuevos, y el hierro de los bárbaros y el agua del bautismo cristiano iban á lavar sus manchas. Dos hechos inmensos asombran al mundo desde el tercero al cuarto siglo: de una parte el establecimiento del cristianismo; de la otra las invasiones: el mundo romano se abisma, pero deja á los que ha vencido y que le sobreviven las tradiciones de su administración política, su derecho, luz imperecedera que todavía nos alumbra y que fué en la edad media el evangelio de los legistas, y su lengua, que fué el lazo común de la civilización moderna. La conquista romana habia salvado á la Galia de la barbarie, la invasión bárbara la salvó de la corrupción, y el cristianismo, apoderándose de los bárbaros, los empujó hacia el progreso.
La Grecia, que habia sido la primera en poner a la Galia en contacto con la civilización antigua por medio de la fundación de Marsella, fué también la primera en iniciarla á fines del siglo II en la comunión cristiana. Los primeros misioneros de la Galia eran griegos de origen, y al llevar los apóstoles á las poblaciones galas la túnica de los neófitos, hallaron en ellas mártires decididos á sacrificarse; cuando el Mediodía recibió el bautismo de la Grecia, el Norte á su vez lo recibió de la Irlanda, esa isla de los santos. San Colombiano y San Bonifacio realizaron en la Bélgica la revolución religiosa que se habia verificado en el Vienés y el Leonesado por medio de San Ireneo y los misioneros griegos, y de esta suerte la luz del Evangelio, y por decirlo asi, los rayos de la gracia, se dirigieron todos á la vez hacia la Francia desde la iglesia de Oriente, y desde la iglesia céltica.
En la guerra del proselitismo los mártires galos dieron pruebas de un valor verdaderamente sobrehumano. Santa Blandina, esclava de Lyon, que fue inmolada en la primera hecatombe, marchó al suplicio «como la joven esposa marcha al lecho nupcial y al festín de bodas», y la gala cristiana, al sacrificarse por su divino esposo, como la gala pagana Eponina por su esposo carnal, demuestra al mundo que se acuerda de su nombre, que la muger sobre el suelo generoso de la Francia no tiene nada que envidiar respecto á valor y abnegación á la muger griega y a la matrona romana.
Con el cristianismo empieza en la Galia una vida nueva, una vida moral. La religión de Jesucristo no la lleva solamente la libertad para el esclavo, la igualdad para la muger, la compasión para el pobre y la regla precisa del deber que no estaba formulada en ninguna parte en el politeísmo; no la lleva solamente las esperanzas de esa vida futura, que los druidas habían columbrado por entre las tinieblas de su idolatría y los vapores sangrientos de sus sacrificios, sino también lodos los elementos de una organización politica y de una sociedad regular. En el orden civil, según ha observado un sabio historiador, la disolución estaba en todas partes; la administración imperial carecía de fuerza; habían caido la aristocracia senatorial y municipal: la iglesia de las Galias, asilo único que flotaba en aquel diluvio y en aquellos naufragios de todas las cosas, llegó á imponer por su ascendiente moral á falta de un código sus prescripciones y su dictadura espiritual, y desde las alturas de este poder
(1) Am. Thierry. Historia de la Galia bajo la dominación romana, 1840, tomo I, página 332.
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