corren mas que durante algún tiempo: se las llama fuentes de mayo; porque en este mes comienzan á correr y cesan en setiembre. El curso periódico de estas aguas, nada tiene de sorprendente: la nieve que cubre los montes no principia á derretirse hasta el mes de mayo, y vuelve á helarse otra vez por setiembre. La mayor parte de estas fuentes brotan el agua de un golpe y con un ruido espantoso. Las fuentes que corren siempre, arrojan también el agua poco mas ó menos como las de mayo: el frió de la noche, suspendiendo ó disminuyendo el derretimiento de las nieves, puede suspender también mas ó menos su curso.
Entre las singularidades de la naturaleza que ofrece la Suiza, no se deben olvidar las cavernas y los subterráneos. En muchos distritos del cantón de Glaris se ven agujeros y cavernas, cuya profundidad casi perpendicular es tal, que si se arroja una piedra, se oye durante algunos minutos la repercusión de un ruido subterráneo, que concluye como si la piedra cayese en el agua.
Cerca del Águila hay una salina, llamada la Zanja, que tiene vastos subterráneos escavados en la roca. Una rueda de cerca de doce metros de diámetro, colocada en el interior de la montaña á una prodigiosa profundidad hace subir el agua por una abertura de mil trescientos diez y ocho metros de profundidad, desde la cual pueden verse las estrellas en medio del dia; una galería orizontal de mil trescientos ocho metros conduce á este sitio desde el pie de la montaña.
Entre las singularidades de la naturaleza que ofrece la Suiza, no se deben olvidar las cavernas y los subterráneos. En muchos distritos del cantón de Glaris se ven agujeros y cavernas, cuya profundidad casi perpendicular es tal, que si se arroja una piedra, se oye durante algunos minutos la repercusión de un ruido subterráneo, que concluye como si la piedra cayese en el agua.
Cerca del Águila hay una salina, llamada la Zanja, que tiene vastos subterráneos escavados en la roca. Una rueda de cerca de doce metros de diámetro, colocada en el interior de la montaña á una prodigiosa profundidad hace subir el agua por una abertura de mil trescientos diez y ocho metros de profundidad, desde la cual pueden verse las estrellas en medio del dia; una galería orizontal de mil trescientos ocho metros conduce á este sitio desde el pie de la montaña.
FRANCIA.
Cuando vemos al través de los triunfos ó de las derrotas, así en los buenos como en los malos días, los diferentes destinos de la Francia, no podemos menos de admirarnos del ascendiente que ese país privilegiado ha ejercido en todas épocas en el mundo de los hechos y de las ideas, de la incontestable superioridad de su civilización y de la ley que ha precedido al desarrollo de su poder, al afianzamiento de su grandeza después de tantas luchas y pruebas. La Francia, ha dicho un poeta que puede contarse en el número de sus mas ilustres hijos, la Francia,
O sol ó volcan debe alumbrar á la tierra.
de orgullo nacional, sino una verdad adquirida con la ciencia, demostrada hasta la evidencia y aun aceptada por las mismos pueblos que mas la envidian. Estudíese, en efecto, los tres grandes períodos de su historia el origen y la formación de la nación francesa, por medio do la conquista romana y de la conquista de los francos; estudiese, desde Carlos el Calvo hasta San Luis el período feudal; desde San Luis hasta 1789, el período monárquico; estudióse la revolución francesa desde 1789 hasta 1818, y se reconocerá que cada acontecimiento, cada hombre y aun cada desastre se presenta siempre en una hora, por decirlo asi, providencial; se reconocerá que la civilización francesa no se encierra como la de los demás pueblos dentro de los límites de los rios y de las montañas, sino que se derrama sin cesar fuera, siempre comunicativa y siempre aceptada, porque recibe su fuerza del doble elemento de la teoría y de la aplicación, de la especulación y del espíritu práctico. La ciencia moderna ha desarrollado estos hechos con nueva certidumbre,
y por mas que parezca temeridad recordarlos después de los maestros ilustres que los han dado á luz , vamos á presentarlos en esta obra, si bien marchando siempre apoyados en la autoridad de aquellos maestros, guiados por ellos.
Basta una simple ojeada para reconocer que por su posición geográfica, por la constitución de su suelo y por su clima, la Francia estaba predestinada á grandes cosas, que como la tierra antigua de Saturno que cantaba Virgilio, es una tierra poderosa para la guerra y fecunda en mieses. La Francia tiene por límites y por defensa al Mediterráneo, al Océano, al Rhin y á los Alpes, pero no está como España é Italia, cortada en lo interior por esas montañas que levantan en medio de un mismo pueblo barreras eternas y que manteniendo acaso la antipatía de las razas se oponen á esa unidad compacta que solo constituye la fuerza. Aquel hermoso pais, «rico de tanta verdura y de tantas mieses y que cobija un cielo tan apacible,» reúne sobre su suelo los productos mas variados. Los rios que descienden hacia los dos mares, esos caminos que marchan, como alguno los ha llamado, hacían seguras y fáciles las relaciones de sus diversas provincias en época en que aun no estaban abiertas las grandes vias de comunicación, presentando ademas aquellos rios para la defensa del territorio líneas y obstáculos multiplicados. Que un pueblo activo, belicoso é inteligente viva y se perpetúe sobre aquella tierra favorecida; que confine por su posición con todas las civilizaciones existentes; tenga ademas ese pueblo la vivacidad de los hombres del Mediodía y la sensatez de los del Norte, y no podrá menos de elevarse á los mas altos destinos, por la guerra, por las artes, por las ciencias y las letras, siendo envidiado y atacado frecuentemente por sus vecinos. ¡Qué importa! Las naciones, como los individuos, crecen con la lucha y el obstáculo. Asi ha sucedido á la Francia. Por su posición central en Europa, por el valor de sus hijos y por su actividad guerrera, ya que no siempre ha logrado dominar, por lo menos ha amenazado á todos los vecinos a quienes podia temer, al mismo tiempo que por su actividad intelectual los arrastraba á su esfera de atracción.
Perdida en sus bosques, aislada en su culto y en sus supersticiones enérgicas, la Galia, antes de figurar en el mundo antiguo por su civilización, ocupaba ya en él un gran lugar por su espada. «Combatimos para conquistar, decían los romanos; pero cuando peleamos con los galos, es para existir.» Porque, en efecto, los galos eran los espartanos del mundo bárbaro. No llevaban cascos ni corazas al ir al combate, y su único temor era que se desplomara el cielo sobre ellos y les sepultase. Una atracción irresistible hacia esos goces de la guerra que los embriagaban, los arrastraba sin cesar á las espediciones mas arriesgadas, y desde los tiempos mas fabulosos va unida su memoria á los mas grandes acontecimientos. Quinientos setenta y ocho años antes de Jesucristo bajaban con Bellobeso á las llanuras de Italia. Dos siglos mas adelante los boyences, los lingones y los senones rechazaban á los etruscos hasta el golfo Jónico. En el siglo IV se apoderan de Roma; en el III, saquean el templo de Delfos, atraviesan la Tracia y el Helesponto, y van á fundar una colonia victoriosa en el centro del Asia Menor.
En tanto que los aventureros hijos de la Galia corrían de este modo el mundo y arrojaban la espada en
y por mas que parezca temeridad recordarlos después de los maestros ilustres que los han dado á luz , vamos á presentarlos en esta obra, si bien marchando siempre apoyados en la autoridad de aquellos maestros, guiados por ellos.
Basta una simple ojeada para reconocer que por su posición geográfica, por la constitución de su suelo y por su clima, la Francia estaba predestinada á grandes cosas, que como la tierra antigua de Saturno que cantaba Virgilio, es una tierra poderosa para la guerra y fecunda en mieses. La Francia tiene por límites y por defensa al Mediterráneo, al Océano, al Rhin y á los Alpes, pero no está como España é Italia, cortada en lo interior por esas montañas que levantan en medio de un mismo pueblo barreras eternas y que manteniendo acaso la antipatía de las razas se oponen á esa unidad compacta que solo constituye la fuerza. Aquel hermoso pais, «rico de tanta verdura y de tantas mieses y que cobija un cielo tan apacible,» reúne sobre su suelo los productos mas variados. Los rios que descienden hacia los dos mares, esos caminos que marchan, como alguno los ha llamado, hacían seguras y fáciles las relaciones de sus diversas provincias en época en que aun no estaban abiertas las grandes vias de comunicación, presentando ademas aquellos rios para la defensa del territorio líneas y obstáculos multiplicados. Que un pueblo activo, belicoso é inteligente viva y se perpetúe sobre aquella tierra favorecida; que confine por su posición con todas las civilizaciones existentes; tenga ademas ese pueblo la vivacidad de los hombres del Mediodía y la sensatez de los del Norte, y no podrá menos de elevarse á los mas altos destinos, por la guerra, por las artes, por las ciencias y las letras, siendo envidiado y atacado frecuentemente por sus vecinos. ¡Qué importa! Las naciones, como los individuos, crecen con la lucha y el obstáculo. Asi ha sucedido á la Francia. Por su posición central en Europa, por el valor de sus hijos y por su actividad guerrera, ya que no siempre ha logrado dominar, por lo menos ha amenazado á todos los vecinos a quienes podia temer, al mismo tiempo que por su actividad intelectual los arrastraba á su esfera de atracción.
Perdida en sus bosques, aislada en su culto y en sus supersticiones enérgicas, la Galia, antes de figurar en el mundo antiguo por su civilización, ocupaba ya en él un gran lugar por su espada. «Combatimos para conquistar, decían los romanos; pero cuando peleamos con los galos, es para existir.» Porque, en efecto, los galos eran los espartanos del mundo bárbaro. No llevaban cascos ni corazas al ir al combate, y su único temor era que se desplomara el cielo sobre ellos y les sepultase. Una atracción irresistible hacia esos goces de la guerra que los embriagaban, los arrastraba sin cesar á las espediciones mas arriesgadas, y desde los tiempos mas fabulosos va unida su memoria á los mas grandes acontecimientos. Quinientos setenta y ocho años antes de Jesucristo bajaban con Bellobeso á las llanuras de Italia. Dos siglos mas adelante los boyences, los lingones y los senones rechazaban á los etruscos hasta el golfo Jónico. En el siglo IV se apoderan de Roma; en el III, saquean el templo de Delfos, atraviesan la Tracia y el Helesponto, y van á fundar una colonia victoriosa en el centro del Asia Menor.
En tanto que los aventureros hijos de la Galia corrían de este modo el mundo y arrojaban la espada en
No hay comentarios:
Publicar un comentario