lunes, marzo 31, 2008

Viage ilustrado (Pág. 204)

la Francia, alianza que deseaba ya hacia veinte y cinco años, y que acababa de estrechar el matrimonio de Luis XVI con la hija de María Teresa, decretó la demolición de la fortalezas belgas, y obligó de ese modo á los holandeses á abandonar el suelo de aquel pais en 1782. Estos se quejaron, mas por el pronto no hubo ningún rompimiento: por último, habiendo sobrevenido otras dificultades, los Estados generales reclamaron el nombramiento de comisarios para terminar las diferencias. Las pretensiones de José II eran muchas; exigía la reposición de los límites de la Flandes al estado que les señaló el convenio de 1664; la demolición de algunas fortalezas, la cesión de diversas localidades disputadas, el pago de cuantiosas sumas que los Estados generales debían por suministros hechos á sus tropas, y por último, la evacuación de Maestricht y del condado de Uroenhoven en el antiguo pais del otro lado del Mosa (mayo de 1784.) Después de largas negociaciones, el emperador hizo entrega á los comisionados holandeses su ultimátum, cuyas principales condiciones eran: la libre navegación del Escalda; libertad de comercio con las Indias, y el derecho de arreglar el arancel de aduanas como le pareciese mas conveniente. A aquel ultimátum siguieron las vias de hecho, y asustados los holandeses con la vista de algunos regimientos alemanes que habían llegado á sus fronteras, inundaron una cantidad considerable de polders belgas. Temiendo entonces la Francia que la Holanda no se echase otra vez en brazos de la Inglaterra, ofreció su mediación. Abriéronse conferencias en Versalles, y un tratado formado en Fontaneibleau el 8 de noviembre de 1785, puso fin á aquellas disensiones. Un artículo de aquel tratado reconoció en las dos potencias el derecho de hacer los reglamentos de comercio que mejor les pareciese, y establecer aduanas y portazgos en sus estados: por otro se declaró que los límites de la Flandes se restablecerían bajo el pie del convenio de 1664; los Estados generales fueron mantenidos en la posesión de tener cerrado el Escalda; y para obtener que José II renunciase todos sus derechos sobre Maestricht, y otras localidades del pais del otro lado del Mosa, se obligaron á pagarle los 10.000,000 de florines convenidos cuando los preliminares, y abandonarle los fuertes Kruyschans, Federico Enrique, Lillo Liefkenhoock.
Las primeras reformas de José II en la administración interior del pais, fueron todas religiosas: citaremos únicamente el decreto de 13 de octubre de 1781 sobre la tolerancia; el de diciembre del mismo año, que prohibía dirigirse á la corte de Roma en solicitud de dispensas, y mandaba a los obispos que las espidiesen; el de 17 de marzo de 1783,que declararaba la intención que tenia el emperador de suprimir ciertos monasterios y destinar sus rentas á un uso mas útil ó interesante, que el que de ellas se habia hecho hasta entonces. Pero la medida que llevó al mas alto punto el descontento del clero, fué el establecimiento del seminario general: el decreto por el cual se creaba, (16 de octubre de 1786) prohibía admitir en lo sucesivo en las órdenes religiosas á los jóvenes que no hubiesen cursado cinco años de teología, en el seminario general de Lobayna, ó en el de Luxemburgo: los seminarios episcopales quedaban suprimidos y convertidos en presbiterios.
Semejantes reformas introducidas bruscamente en un pais que por largo tiempo habia sido teatro de guerras religiosas, debian escitar en él sediciones. Sin embargo, la oposición no llegó á ser realmente formidable, hasta que José II amenazó también al orden civil con un trastorno completo: por un decreto de 1.° de enero de 1787, se sustituyó un solo consejo á los tres colaterales: las provincias, divididas en nueve círculos, debian ser administradas por otros tantos intendentes: las diputaciones permanentes eran suprimidas y reemplazadas por cinco diputados para todo el pais, agregados al consejo de gobierno, que era nombrado, es cierto, por los Estados, pero cuya elección no era válida hasta que fuese ratificada por el mismo gobierno. En cuanto á los Estados, no conservaban mas que el votar los subsidios; la administración de las provincias se les arrancaba para pasarla á manos de los intendentes. La organización judicial, quedaba igualmente, alterada: todos los tribunales existentes, á escepcion de los militares, eran suprimidos y reemplazados por sesenta y cuatro juzgados de primera instancia, dos audiencias de apelación, y un tribunal supremo con residencia en Bruselas, que entendería en los negocios en que hubiese lugar á revisión.
Bien pronto se abrió la Asamblea de los estados de Brabante, que celebraba sus sesiones dos veces al año, en marzo y octubre. Sus primeras sesiones se señalaron por una fuerte oposición, y por su negativa á votar las contribuciones hasta que se derogasen las disposiciones contrarias á la constitución del pais. Un abogado del consejo de Brabante, Enrique Van—der—Noot, que ya se habia dado á conocer por una memoria muy atrevida sobre los derechos del pueblo brabanzon, y los ataques que se les dada en nombre del emperador, contribuyó á organizar en Bruselas compañías de voluntarios, que bien pronto se multiplicaron por toda la Bélgica, y formaron el núcleo de un ejército nacional. En la siguiente legislatura de los Estados de Brabante, el clero y la nobleza no se atrevieron á persistir en su oposición, y concedieron los subsidios, pero el tercer estado los negó, y los Estados de Rainaut siguieron su ejemplo. El emperador quiso emplear la violencia: disolvió los Estados de Hainaut y de Brabante y el consejo de esta última provincia. Entonces llegó á su colmo la exaltación: una multitud de jóvenes empuñaron las armas cerca de Breda, y se pusieron a las órdenes de Van—der—Meersch, coronel belga que se habia distinguido en servicio de la Francia. En un manifiesto publicado el 24 de octubre de 1789, el pueblo brabanzon declaró al emperador José II depuesto de la soberanía del ducado de Brabante, y poco después Van-der-Meersch, consiguió sobre los austriacos una brillante victoria. Entonces los Estados de Flandes decretaron su unión con el Brabante, la destitución del emperador y el levantamiento de un ejército de 20,000 hombres. Los gefes austríacos, poseídos de un terror pánico, huyeron de Bruselas, corrieron á encerrarse en la fortaleza de Namur, y dieron orden á sus tropas para que evacuasen el pais sin disparar un solo tiro. Casi al mismo tiempo los Estados de las provincias que acababan de emanciparse, enviaron representantes á Bruselas para celebrar allí una asamblea general. En ella se decidió que aquellas provincias formarían una confederación con el nombre de Estados Bélgicos Unidos, y que gobernaría el pais un congreso soberano.
Sin embargo, la Bélgica temía no poderle soste—

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