domingo, marzo 16, 2008

Viage ilustrado (Pág. 191)

profesores, se anima tan poco en este país á la gente de letras: que el mas célebre autor dramático holandés del principio de este siglo ha muerto en un hospital. Hay motivos para creer que el ingenio no es un ramo de comercio de los que mas producen en Holanda.
Volvamos á Leyda, cuyos alrededores son muy agradables, y cuyos caminos, sombreados de espesos árboles, se hallan muy bien cuidados. Pero las cercanías del Haya atraen mucho mas, porque la naturaleza es aqui todo lo bella que puede serlo en un pais llano. Por todas partes se ven habitaciones encantadoras, unas grandes y cómodas, y otras tan noblemente concebidas y tan magníficamente adornadas que merecerían mas bien el nombre de palacio. El mas escrupuloso aseo brilla hasta en los detalles mas insignificantes, anunciando el bienestar. El Haya está edificada sobre una vasta plataforma, cerrada por fosos. Un gran número de canales encerrados en muelles adornados de tilos, se ven en casi todas las calles, y las que no tienen canales, tienen también tilos en me­dio. Contiene mas de seis mil casas, no comprendiendo aqui los edificios públicos. Nótase que las costumbres son aqui mas cultas, los vestidos mas esmerados, los carruages mas elegantes, y el lujo mayor que en el resto del reino. El Museo, encerrado en el palacio construido por Mauricio de Nassau, contiene mas de cuatrocientos cuadros, obras maestras de las escuelas flamenca y holandesa, y otro museo presenta al pú­blico una considerable colección de curiosidades de la China y del Japón. El Haya, en una palabra, es una de las ciudades ricas y bellas de Europa y sus 50,000 habitantes despliegan tanto lujo y gusto por las artes y las ciencias como los de las capitales europeas de mayor ilustración.
Las tres plazas principales del Brabante Septen­trional son tres plazas de guerra, Berg—op—Zoom, Bris—le—duc y Breda, Midelburgo y Flessinga, en la Zelandia, una por su industria y otra que es patria de Buyter, por su escelente puerto. Por último, cuando se llega á la Holanda Meridional, llama nuestra atención su capital, que es Rotterdam. «Una parte de la ciu­dad, dice Mr. Le Penitre, es espaciosa y tiene una situación agradable; hay canales anchos y profundos, que el flujo y reflujo del Meusa impiden que sean insalubres, y en los cuales se ven anclados los buques mas grandes, delante de los ricos almacenes y tiendas comunicándose unos con otros por infinitos puentes levadizos; en la margen de estos canales. Hay muelles magníficos, ornados de hileras de enormes tilos, y accidentados con altas casas, todo lo cual ofrece un punto de vista delicioso.» Sobre el puente del Meusa en Rotterdan, está la estatua de bronce de Erasmo, que fué un eclesiástico sabio, ingenioso, y sobre todo holandés.
Los holandeses nacen tan á propósito para su pais, y su pais es tan á propósito para ellos, que no se sabe si su naturaleza física y moral es el resultado de la influencia local, ó si la Provincia los ha creado y buscado espresamente para dar realce al pais que habitan. Los hombres ordinariamente son robustos, y rara vez se encuentran figuras cuyas proporciones sean finas y elegantes. Las facciones de los holandeses son pronunciadas, y aunque su tez es estremadamente blanca, no tiene trasparencia ninguna. Sus ojos azules ó grises, y ocultos bajo cejas espesas y negras, no proyectan sino miradas frías, y anuncian una especie de alegría mezclada de reserva. Se distingue en su fisonomía y en sus acciones una especie de metodismo y de recato, é inútilmente se buscarían en sus facciones esa distinguen otras naciones. Aqui el genio popular es grosero, y no tiene mas que una faz, y sin embargo, no carece ni de originalidad ni de ener­gía. Las facciones de las mugeres son mas dulces, y en estremo tranquilas, pero el trage no contribuye á realzar sus gracias. Nosotros hablamos aqui de las mugeres del pueblo, porque en cuanto á las ricas, éstas hacen todo lo que su naturaleza les per­mite para imitar las modas francesas. Su trage consis­te en un simple corsé de tela blanca, cuyo talle corto y cerrado pone en evidencia hasta los contornos. Su peinado es una especie de gorro almidonado, al cual las mugeres del campo añaden un sombrero de paja, que en Rotterdan no tiene alas por detrás, mien­tras que en el Haya és de forma redonda, con alas muy anchas. El trage de los hombres es todavía mas sencillo. El pueblo, al parecer, prefiere el color negro á todos los demás, cosa que nos llama bastante la aten­ción, porque como es sabido, el pueblo se prenda siempre de los colores chillones y abigarrados. Esta circunstancia, por insignificante que á primera vista parezca, puede ya darnos una idea del carácter holandés.
La inmensa, la principal de los holandeses es el dinero, pero no le echemos en cara esta codicia, por­que es una verdadera necesidad, en hombres que no tienen nada en su pais, y que quieren ocupar un lu­gar distinguido entre las naciones; este amor al dine­ro ha hecho su fortuna, los ha llevado al comercio, y les ha proporcionado recursos para ejercitarse en él con tanto lucimiento como probidad. Sobre un terreno ingrato, ó mas bien sobre arenas quitadas al mar ¿qué hubieran podido hacer sin el comercio? ¿Y cómo hubieran podido llevarlo á tan alto grado de esplendor sin esa severa economía que apenas les permite invertir algo de lo que ganan en sus primeras necesidades? Se han enriquecido en medio de las privacio­nes, ó mas bien, por estas privaciones mismas. El mueblage de las casas, en lo general, es tan sencillo como el trage, pero todo se limpia diariamente, y apenas pasa una semana sin que se laven las pare­des, y desocupen las letrinas. Esta limpieza tiene tan risueño aspecto, que muchas veces llega á engañar la miseria del pobre. Es preciso ser muy indigente para no tener la puerta pintada de verde ó de gris, y una cortina de muselina que la tape. La señal mas notable de su aseo, y lo que da la medida del escrupuloso rigor que en esta parte observan, es ver las paredes de la chimenea que no están nunca ni ahumadas ni sucias, pues hay gentes que se pasarían gustosamente, sin fuego por no ver la porquería. A esta limpieza es á la que se dedican constantemente las mugeres; una mu­ger holandesa de la clase vulgar parece no haber na­cido para otra cosa, que para llevarse toda la vida lavando en su casa.
Aunque poco sensibles, los holandeses son buenos esposos y escelentes padres, pues que en ellos la cal­ma y el amor al cumplimiento de los deberes, reemplaza la ternura, y asi es que en el interior de sus casas se observa por lo general, el aspecto de la unión que debe reinar siempre entre el marido, la muger y los hijos. Hacen muy poco ruido. Pensativo, mas bien que reflexivo, el holandés fuma gravemente en pipa, bebe el té y pronuncia algunas palabras de cuando en

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