domingo, marzo 23, 2008

Viage ilustrado (Pág. 197)

terra de sangre y de desolación. Un hombre del pueblo, Pierkin Warbeck, se suponia hijo segundo de Eduardo IV: demasiado débil para sostener sus pretensiones, concluyó en Malinas, el 24 de febrero de 1495, un contrato por el que cedia á los archiduques Maximiliano y Felipe sus derechos á la corona de Inglaterra, en el caso en que llegase á morir sin hijos. Al momento la Inglaterra rompió los tratados de comercio que la unían á la Bélgica. Mas habiendo abandonado Maximiliano la causa de Warbeck, se firmó un nuevo tratado de comercio el 12 de febrero de 1496. Estipulóse en él, que el archiduque no toleraria á ningún rebelde inglés, ni en los estados que le pertenecían en propiedad, ni en los que componían la viudedad de la duquesa de Borgoña: que los holandeses, flamencos y zelandeses, tendrían libre la entrada de Calais y de los puertos de Inglaterra, y el derecho de pescar en las costas de aquel pais. Por último, la Inglaterra renunciaba á todos sus derechos sobre los buques de los Países Bajos que naufragasen en aquellos parages. Este tratado tan favorable al comercio belga, no era mas que el preludio del nuevo impulso que iba á tomar. En efecto, los Países Bajos vieron aumentarse sus relaciones con la España y las Indias Orientales, por el doble matrimonio del archiduque Felipe y su hermana Margarita, con Juana y Juan, hijos ambos de Fernando el Católico y de Isabel de Castilla (1496, 1497). Él archiduque Felipe, murió el 25 de setiembre de 1506, en España, á donde había ido á recoger la herencia de Isabel, y recibir la corona;
A su muerte, los Países Bajos fueron devueltos al archiduque Carlos de Austria (mas tarde Carlos V), que nació en el mes de febrero de 1501. Maximiliano reclamó la tutela del joven príncipe, y los Estados se la confiaron. En seguida entregó la administración del pais á su hija Margarita, cuyo gobierno dulce y paternal no fué turbado mas que por la guerra con el Gueldres, cuyo gefe, Cárlos de Egmont, no cesaba de rebelarse: pero en cuanto Cárlos llegó á su mayor edad, Margarita se apresuró á entregarle las riendas del gobierno (1515).
Los primeros años del reinado de este príncipe, fueron tranquilos y felices para la Bélgica; el tratado de Noyon, concluido en 1516, aseguraba la frontera francesa, y el duque de Gueldres, antes tan revoltoso, permanecía pacífico; llamado al imperio, Carlos confió nuevamente la administración de los Países Bajos á su tía Margarita. Formó, para que la ayudase con sus consejos, una junta de que hacian parte los obispos de Lieja y de Utrecht. De aquel consejo particular dependían el de Malinas, el tribunal ó cámara de Holanda, el consejo de Brabante, y los grandes colegios y gobernadores de las provincias. Por lo demás, la Bélgica representó un papel harto insignificante en las sangrientas guerras que en aquella época estallaron entre la Francia y la España. Bajo la sabia administración de Margarita, aquellas provincias gozaron de una calma que no turbó ninguna revuelta ni guerra intestina. Margarita gozaba grande reputación de habilidad, y la merecía en verdad, porque es bien sabido que á ella se debió el tratado de Cambray (1529.) Murió en Malinas el 1.° de diciembre de 1530.
Prometida en 1497 al infante de España, que murió al cabo de algunos meses, se volvió á casar con Filiberto el Hermoso, duque de Saboya, á quien perdió cuatro años después. Carlos V nombró para que sucediese á su tia, á María de Austria, viuda de Luis Jagellon, rey de Hungría.
En aquella época agitaba á la Europa una grande fermentación religiosa: las predicaciones de Lutero y de Calvino les habían grangeado un buen número de sectarios, y la nueva religión hacia diariamente rápidos progresos. Temiendo que aquellas doctrinas no escitasen á la rebelión á sus subditos de los Paises Bajos, á los que se hallaban ya demasiado inclinados, Carlos V desplegó en aquel reino estremada severidad contra las nuevas ideas: nombró dos inquisidores, pero su escesivo celo hizo en los progresos de la reforma el efecto del aceite sobre el fuego: en muchos puntos fueron espulsados los frailes, y la regenta se vio obligada á emplear la violencia para restablecerlos en sus conventos. En Amberes especialmente, ciudad siempre llena de estrangeros atraídos por el comercio, fué en donde la nueva religión contó mayor número de sectarios.
Sin embargo, había vuelto á comenzar la guerra con la Francia, y llamaba hacia aquella parte la atención del emperador. Francisco I había invadido el Artois al frente de un numeroso ejército, y sus tropas victoriosas sitiaban á Hesdin: el peligro era inminente y Carlos V carecía de dinero. Desde el mes de octubre anterior (1537), la reina gobernadora le habia pedido inútilmente á los estados del pais: solo los nobles habían consentido en anticiparía el que necesitaba. Con todo, como el peligro era cada vez mas amenazador, acudió nuevamente á los Estados generales. Los brabanzones pagaron, y con su dinero el conde de Buren tomó las ciudades de Saint-Ló y de Montrevil: los flamencos, holandeses y zelandeses opusieron dificultades, y los ganteses se negaron. Él gobierno hizo prender á los que se encontraban en las provincias sometidas á su dominio: por lo que hace al emperador, no sabia que partido tomar: no podia ceder sin comprometer los recursos ulteriores que esperaba sacar de los Paises Bajos, ni tampoco quería tratar con demasiada severidad á una ciudad, cuyo espíritu revoltoso y temible fuerza conocía muy bien. En semejante perplejidad sometió la decisión de sus diferencias á la sabiduría del gran consejo de Malinas. Los ganteses no quisieron aceptar como arbitro á aquel tribunal, y hasta los presos se negaron á comprar á aquel precio su libertad. Convocóse al ayuntamiento, y aquellos altivos habitantes acordaron empuñar las armas. Era el momento dé renovar el magistrado: opusiéronse los oficios, y declararon que ante todo era necesario que se les hiciese justicia. Avanzaron á mas; propusieren á los vecinos de Brujas, Ipres y otras ciudades inmediatas, que formasen con ellos una asociación armada, y enviaron á Francisco I una embajada declarándose sus subditos. Pero el pundonoroso monarca rechazó con desprecio la alianza de aquella canalla, rebelada contra un miembro de la gran familia de los soberanos, y llegó hasta ofrecer á su rival, con quien antes estaba en guerra, el permiso de atravesar la Francia para castigar á sus subditos rebeldes. El emperador se fia en la palabra del rey, gana á sus consejeros mas íntimos, seduce con un rico regalo á la duquesa de Etampes, su querida, y llega á la frontera, en donde olvida bien pronto las promesas que habia hecho. En vano los ganteses, asustados, piden la paz; en vano citan para escusar su rebelión la carta del conde Guido, de 1296, la del conde Luis de Nevers de 1334, y el gran privilegio de la duquesa

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