martes, marzo 25, 2008

Viage ilustrado (Pág. 199)

cenicienta, con una escudilla de madera en la cintura y en el sombrero un plato ó una botellita! llevaban pendiente del cuello una medalla, en que se veia la efigie del monarca con esta divisa: Fiel al rey: y por el reverso dos manos entrelazadas con estas palabras: Hasta la mendicidad. Poco después celebraron en número de mas de 2,000 una asamblea en Saint—Troud. La regente les envió al príncipe de Orange y al conde de Egmont, y los recibieron con el grito de Vivan los pordioseros: se mostraron mas exigentes que nunca. Sin embargo, con la promesa que les hizo la regente de convocar en Bruselas para el mes de agosto al consejo de la orden del Toisón de oro, consintieron en retirarse. Pero el pais no recobró por eso la tranquilidad: de Francia, Inglaterra, Alemania y otras partes había acudido una multitud de gente que profesaba la religión reformada, como luteranos, calvinistas y anabaptistas, y su paso iba acompañado de los mayores desórdenes. Fueron profanadas las cosas mas santas, saqueadas las iglesias, y las pinturas y vasos sagrados quemados ó vendidos al mas vil precio: los religiosos tuvieron que abandonar sus conventos, y los prelados fueron asesinados hasta en el mismo altar. Gante, Valenciennes, Tournay y Amberes no tuvieran mejor suerte que las ciudades del Brabante: los rebeldes publicaron que estenderian sus destrozos á Bruselas y que alli, á presencia de la duquesa, saquearían las iglesias y monasterios. Esta quería huir, y costó mucho trabajo el disuadirla. Por último, los inquisidores fueron enviados á España, revocados los edictos contra los hereges, y se decretó la libertad de la predicación y el olvido de lo pasado.
Sin embargo, Felipe II no podía dar crédito á las alarmantes noticias que continuamente recibía: decidido á castigar á toda costa á los rebeldes, levantó un ejército formidable en Alemania, y mandó á la duquesa que redoblase su severidad. Exigióse á los señores un nuevo juramento de fidelidad: solo se abstuvo de hacerle el príncipe de Orange, y se retiró con su familia á su palacio de Dellenbourg. La duquesa mandó poner sitio á Valenciennes, que era la plaza principal de los confederados, la cual fué tomada. Entonces comenzó á apoderarse el desaliento de los insurgentes. Creció este cuando supieron que el duque de Alba estaba en marcha para los Países Bajos á la cabeza de los antiguos tercios españoles, y que iba revestido de los mas amplios poderes. A los pocos dias de su llegada á Bruselas, el duque de Alba convocó un gran consejo, á consecuencia del cual los condes de Egmont y de Hornes fueron presos y conducidos á la ciudadela de Gante. Este primer acto de violencia difundió el terror en el pais: al punto emigraron mas de 20,000 habitantes. No por eso disminuyó su severidad el duque de Alba: hizo formar una lista de cuantos habían adoptado las nuevas doctrinas, ó firmado el compromiso, y luego con el nombre de Consejo de las turbulencias, estableció un tribunal estraordinario, que debía conocer de los escesos cometidos contra la religión y el Estado: el pueblo, siempre enérgico en sus denominaciones, dio á aquel tribunal el epíteto de Blœdrœd, consejo de sangre. En el mes de abril de 1568 se levantaron cadalsos en todas las ciudades: el edificio de Collembourg en donde los confederados se habian reunido varias veces, fué demolido hasta los cimientos: los estados del príncipe de Orange fueron secuestrados y preso su hijo, el conde de Buren, que estudiaba en la universidad de Lobayna. Entonces por todas partes se organizó la revolución: grupos numerosos de gente armada se ocultaban en los bosques, y solo salían de ellos por la noche para cometer los mayores escesos: otros tripulando algunos buques hacían en las costas desembarcos mortíferos, y el nombre de mendigos de mar que habian adoptado esparcia el terror y la consternación. El príncipe de Orange, de acuerdo con los calvinistas franceses, la reina de Inglaterra y los príncipes alemanes, puso en pie cuatro ejércitos: el primero á las órdenes de su hermano, el conde de Nassau, penetró en la Frisia, y cerca de la abadía de Heiligerlée á cinco leguas de Groninga ganó una batalla, en que destruyó casi completamente un ejército español. Aquella victoria hizo olvidar la derrota menos importante que acababan de sufrir los confederados cerca de la ciudad de Dalhem, y reanimó su confianza. Pero el duque de Alba no era hombre que cedía por el primer revés, y resolvió tomar el mando de su ejército; con todo, antes de salir de Bruselas quiso dejar el terror detrás de él: el 1.° de junio de 1568 diez y ocho nobles fueron ejecutados en la plaza mayor de la ciudad, y al dia siguiente en el mismo sitio los condes de Egmont y de Hornes entregaron sus cabezas al hacha del verdugo.
Persuadido de que ante todo era necesario impedir la reunion de los confederados, el duque de Alba marchó contra el ejército del conde de Nassau, le estrechó entre el rio Ems y el mar, y le deshizo completamente el 21 de julio. El príncipe de Orange se apoderó de las ciudades de Tongres y Saint—Troud, pero no pudo obligar á los españoles á que aceptasen la batalla, y habiendo llegado el invierno, tuvo que licenciar sus tropas.
Sin embargo, el duque de Alba, que en su corte se habia jactado de que sacaría de los Países Bajos mas dinero que producia el Perú, exigió á todos los habitantes la centésima parte en metálico del valor de sus bienes, la vigésima por cada enagenacion de los inmuebles, y la décima por cada venta de los muebles. Aquella vez fueron tan enérgicas las quejas, que la España se creyó en el caso de hacer justicia, y envió á los Paises Bajos al duque de Medinaceli con el título de gobernador; pero cuando aquel señor vio el estado angustioso de las provincias, remitió á Felipe II la dimisión del cargo que le habia confiado, y el duque de Alba continuó gobernando todavía un año: hasta el 17 de noviembre de 1573 no fué definitivamente reemplazado. Durante su administración hizo perecer, á manos del verdugo mas de 18,000 personas.
Los primeros actos del nuevo gobernador don Luis de Zúñiga y Requesens fueron enteramente opuestos á los del duque de Alba, cuya estatua, elevada en la plaza pública y construida con los cañones tomados al conde de Nassau, mandó derribar. Abolió en seguida el Consejo de las turbulencias, castigó á las guarniciones rebeldes, suprimió los impuestos onerosos, y publicó una amnisía general. Pero la agitación había sido demasiado grande para que aquellas prudentes medidas pudieran hacerla calmar instantáneamente, y se vio obligado á tomar las armas. Sin embargo, era de esperar que las buenas intenciones del gobernador produjesen su fruto mas pronto ó mas larde, y que los confederados, viendo que les hacian justicia, cesarían de prestar su apoyo á ambiciones personales. Pero Requesens, contristado con aquellos desórdenes, can—

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