María de 1477: el emperador entra en la ciudad á la cabeza de 8,000 hombres, hace ahorcar veinte y seis de los principales ciudadanos, proscribe un número mucho mayor, confisca sus bienes, priva á todos los habitantes de sus privilegios, los condena en la multa de 150,000 florines, y obliga al magistrado á que marche en una procesión pública con una cuerda al cuello: por último, mandó construir á espensas de los ganteses una ciudadela que dominase la población.
Cárlos V permaneció poco tiempo en Bélgica: sin embargo, hizo muchos reglamentos y muy sabios para las quiebras y bancarotas, los monopolios, la curia, la jurisdicción eclesiástica y el matrimonio de los nobles sin consentimiento de sus padres. Reunió en Bruselas los Estados del pais para concertarse con ellos acerca de las medidas que con venia tomar contra los hereges, y poco después emprendió el camino de Alemania.
A las turbulencias religiosas que comenzaron a agitar los Paises Bajos, se unió bien pronto una guerra terrible. En 1557 los franceses se apoderaron de Landrecies y de Maubeuge; pero por mas brillante que fuese aquel principio, hasta fines del reinado de Francisco I, la guerra continuó débilmente en la frontera del Norte, sin grandes ventajas por una y otra parte. Deseoso de asegurar á su hijo, Felipe II y la monarquía universal, el emperador le hizo ir á los Paises Bajos: luego reunió los diversos estados, y después de manifestarles que su interés bien entendido estribaba en hallarse siempre reunidos bajo un mismo gefe, les hizo declarar la indivisibilidad perpetua de las provincias: Felipe por su parte juró mantener las franquicias y las libertades del pais: después de lo cual se adoptaron nuevas medidas de rigor contra los protestantes; mas se dejó 1a ejecución á los jueces eclesiásticos, mientras el emperador entablaba negociaciones para el matrimonio de su hijo Felipe con María de Inglaterra.
Los últimos años de Cárlos V fueron marcados por terribles y sangrientas guerras: Hesdin y Therouanne completamente arruinadas, atestiguan la cruel severidad de sus generales. Turbaron también varias revoluciones á los Paises Bajos, y sangre ilustre enrojeció el suelo de aquel pais: en fin, fatigado por la edad, los trabajos y el fastidio, el emperador, en presencia de los Estados generales, entregó en manos de su hijo Felipe II el gobierno de los Paises Bajos el 25 de octubre de 1555.
La abdicación de Cárlos V produjo algunas modificaciones en la administración del pais. Felipe II, que habia heredado la fasta monarquía española al mismo tiempo que las provincias belgas, confió el gobierno de estas últimas al duque Manuel de Saboya, cuyos talentos militares habían brillado estraordinariamente en las guerras anteriores, y que se había distinguido mucho en la batalla de San Quintín (1557). La paz de Cateau Cambresis, firmada el 3 de abril de 1553, dejó indicado el territorio de la Bélgica, y estipuló que por ambas partes se restituyeran las plazas de que se habían apoderado. Felipe II nombró para suceder á Manuel, á Margarita de Parma, hija natural de Cárlos V y muger de Octavio Farnesio, duque de Parma y de Plasencia. La agregó un consejo compuesto de Guillermo de Nassau, el conde de Egmond, el conde de Hornes, Perrenot de Granvelle, Viglius, Zwichem, Aytta y el conde de Berlaymont: luego hizo muchos reglamentos para la administración, y obtuvo del papa autorización para establecer catorce nuevos obispados sufragáneos de Cambray y de Utrecht, que erigió en metropolitanos, y de Malinas, cuyo arzobispo recibió el título de primado de los Paises Bajos: Perrenot de Granvelle, obispo de Arras, fué promovido á esta última dignidad. Estos diferentes reglamentos fueron promulgados durante un viage que Felipe II hizo á los Paises Bajos: este príncipe dejó la Bélgica el 26 de agosto de 1559 para volverse á su reino.
No habia quedado la Bélgica tan tranquila como hubiera deseado verla: entonces la nobleza misma escitaba al pueblo á la rebelión. Sin embargo, al principio no se atrevió á atentar contra el gobierno: acusó á Granvelle, á quien la duquesa acababa de hacer se le confiriese el capelo de cardenal, y que merecía toda su confianza. El Brabante no tenia gobernador particular: los descontentos, con el príncipe de Orange á su cabeza, pidieron que aquella provincia no careciese por mas tiempo de su gefe inmediato: no tenían esperanza de que se proveyese aquel destino en ninguno de los suyos, pero lo que querían era arrancar aquella provincia de la influencia directa del cardenal. Vista la negativa de la duquesa, pidieron que se reuniesen los Estados para deliberar. Contestó que la estaba prohibido convocarlos, y con la esperanza de apaciguarlos reunió el capítulo de los caballeros del Toison de oro: esto era por el contrario fomentar 1a revolución, porque la proporcionaba el medio de organizarse y ponerse de acuerdo. El ataque-comenzó por algunas chanzas que hicieron reir á la regente é incomodaron al cardenal: poco á poco de las burlas pasaron á las acusaciones, y por último, el Cardenal fué llamado de nuevo el 10 de marzo de 1564.
Este era el preludio de acontecimientos mucho mas importantes. Felipe II, en la exaltación de su celo religioso mandó á la duquesa que estableciese en todas partes la Inquisición, y qué publicase las decisiones del concilio de Trento que acababa de celebrarse. Aquella vez los obispos mismos protestaron: sostuvieron que un gran número de aquellas decisiones eran contrarias, no solo á los privilegios del pais, sino á la autoridad real. La duquesa, no atreviéndose á arrostrar el descontento general, escribió á Felipe II, que la mandó continuar. Los murmullos se convirtieron entonces en quejas, y cuando se vio al rey persistir en sus proyectos, cuando la Inquisición atemorizó al pueblo con sus sangrientos horrores, los descontentos, creyendo que era llegado el momento de reclamar con las armas en la mano, se reunieron, primero en número de nueve bajo la presidencia del conde de Brederode, descendiente de los antiguos condes de Holanda, y redactaron el acta conocida con el nombre de Compromiso, que firmaron mas de quinientos señores de los mas poderosos del pais. El 27 de marzo de 1566 se reunieron otra vez en Bruselas, y presentaron en corporación aquel compromiso á Margarita de Parma, que asustada les prometió ocuparse en su pretension. Espidióse inmediatamente la convocatoria para el consejo, y entonces fué cuando el conde de Berlaymont, para reanimar el abatido espíritu de la duquesa, dijo: «¿Cómo, señora, V. A. teme á esos miserables?...» Aquellas imprudentes palabras suministraron á los confederados un grito y una señal para estrechar sus filas: en efecto, bien pronto se los vió recorrer las calles de la ciudad vestidos con una tela
Cárlos V permaneció poco tiempo en Bélgica: sin embargo, hizo muchos reglamentos y muy sabios para las quiebras y bancarotas, los monopolios, la curia, la jurisdicción eclesiástica y el matrimonio de los nobles sin consentimiento de sus padres. Reunió en Bruselas los Estados del pais para concertarse con ellos acerca de las medidas que con venia tomar contra los hereges, y poco después emprendió el camino de Alemania.
A las turbulencias religiosas que comenzaron a agitar los Paises Bajos, se unió bien pronto una guerra terrible. En 1557 los franceses se apoderaron de Landrecies y de Maubeuge; pero por mas brillante que fuese aquel principio, hasta fines del reinado de Francisco I, la guerra continuó débilmente en la frontera del Norte, sin grandes ventajas por una y otra parte. Deseoso de asegurar á su hijo, Felipe II y la monarquía universal, el emperador le hizo ir á los Paises Bajos: luego reunió los diversos estados, y después de manifestarles que su interés bien entendido estribaba en hallarse siempre reunidos bajo un mismo gefe, les hizo declarar la indivisibilidad perpetua de las provincias: Felipe por su parte juró mantener las franquicias y las libertades del pais: después de lo cual se adoptaron nuevas medidas de rigor contra los protestantes; mas se dejó 1a ejecución á los jueces eclesiásticos, mientras el emperador entablaba negociaciones para el matrimonio de su hijo Felipe con María de Inglaterra.
Los últimos años de Cárlos V fueron marcados por terribles y sangrientas guerras: Hesdin y Therouanne completamente arruinadas, atestiguan la cruel severidad de sus generales. Turbaron también varias revoluciones á los Paises Bajos, y sangre ilustre enrojeció el suelo de aquel pais: en fin, fatigado por la edad, los trabajos y el fastidio, el emperador, en presencia de los Estados generales, entregó en manos de su hijo Felipe II el gobierno de los Paises Bajos el 25 de octubre de 1555.
La abdicación de Cárlos V produjo algunas modificaciones en la administración del pais. Felipe II, que habia heredado la fasta monarquía española al mismo tiempo que las provincias belgas, confió el gobierno de estas últimas al duque Manuel de Saboya, cuyos talentos militares habían brillado estraordinariamente en las guerras anteriores, y que se había distinguido mucho en la batalla de San Quintín (1557). La paz de Cateau Cambresis, firmada el 3 de abril de 1553, dejó indicado el territorio de la Bélgica, y estipuló que por ambas partes se restituyeran las plazas de que se habían apoderado. Felipe II nombró para suceder á Manuel, á Margarita de Parma, hija natural de Cárlos V y muger de Octavio Farnesio, duque de Parma y de Plasencia. La agregó un consejo compuesto de Guillermo de Nassau, el conde de Egmond, el conde de Hornes, Perrenot de Granvelle, Viglius, Zwichem, Aytta y el conde de Berlaymont: luego hizo muchos reglamentos para la administración, y obtuvo del papa autorización para establecer catorce nuevos obispados sufragáneos de Cambray y de Utrecht, que erigió en metropolitanos, y de Malinas, cuyo arzobispo recibió el título de primado de los Paises Bajos: Perrenot de Granvelle, obispo de Arras, fué promovido á esta última dignidad. Estos diferentes reglamentos fueron promulgados durante un viage que Felipe II hizo á los Paises Bajos: este príncipe dejó la Bélgica el 26 de agosto de 1559 para volverse á su reino.
No habia quedado la Bélgica tan tranquila como hubiera deseado verla: entonces la nobleza misma escitaba al pueblo á la rebelión. Sin embargo, al principio no se atrevió á atentar contra el gobierno: acusó á Granvelle, á quien la duquesa acababa de hacer se le confiriese el capelo de cardenal, y que merecía toda su confianza. El Brabante no tenia gobernador particular: los descontentos, con el príncipe de Orange á su cabeza, pidieron que aquella provincia no careciese por mas tiempo de su gefe inmediato: no tenían esperanza de que se proveyese aquel destino en ninguno de los suyos, pero lo que querían era arrancar aquella provincia de la influencia directa del cardenal. Vista la negativa de la duquesa, pidieron que se reuniesen los Estados para deliberar. Contestó que la estaba prohibido convocarlos, y con la esperanza de apaciguarlos reunió el capítulo de los caballeros del Toison de oro: esto era por el contrario fomentar 1a revolución, porque la proporcionaba el medio de organizarse y ponerse de acuerdo. El ataque-comenzó por algunas chanzas que hicieron reir á la regente é incomodaron al cardenal: poco á poco de las burlas pasaron á las acusaciones, y por último, el Cardenal fué llamado de nuevo el 10 de marzo de 1564.
Este era el preludio de acontecimientos mucho mas importantes. Felipe II, en la exaltación de su celo religioso mandó á la duquesa que estableciese en todas partes la Inquisición, y qué publicase las decisiones del concilio de Trento que acababa de celebrarse. Aquella vez los obispos mismos protestaron: sostuvieron que un gran número de aquellas decisiones eran contrarias, no solo á los privilegios del pais, sino á la autoridad real. La duquesa, no atreviéndose á arrostrar el descontento general, escribió á Felipe II, que la mandó continuar. Los murmullos se convirtieron entonces en quejas, y cuando se vio al rey persistir en sus proyectos, cuando la Inquisición atemorizó al pueblo con sus sangrientos horrores, los descontentos, creyendo que era llegado el momento de reclamar con las armas en la mano, se reunieron, primero en número de nueve bajo la presidencia del conde de Brederode, descendiente de los antiguos condes de Holanda, y redactaron el acta conocida con el nombre de Compromiso, que firmaron mas de quinientos señores de los mas poderosos del pais. El 27 de marzo de 1566 se reunieron otra vez en Bruselas, y presentaron en corporación aquel compromiso á Margarita de Parma, que asustada les prometió ocuparse en su pretension. Espidióse inmediatamente la convocatoria para el consejo, y entonces fué cuando el conde de Berlaymont, para reanimar el abatido espíritu de la duquesa, dijo: «¿Cómo, señora, V. A. teme á esos miserables?...» Aquellas imprudentes palabras suministraron á los confederados un grito y una señal para estrechar sus filas: en efecto, bien pronto se los vió recorrer las calles de la ciudad vestidos con una tela
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