la libertad. Por último, el elector Casimiro, sostenido por la Inglaterra y apoyado por los ganteses, habia conseguido el mando. Era creible que don Juan triunfaría fácilmente de enemigos tan divididos; pero cayó enfermo y murió en su campamento de Bougy el l.° de octubre de 1578. Acusaron á Felipe II de haberle hecho envenenar por envidia y recelos pero semejante acusación no se ha probado suficientemente. Antes de exhalar el último suspiro, don Juan dejó, previa la aprobación real, el gobierno general de los Países Bajos y el mando del ejercito á Alejandro Farnesio, príncipe de Parma, su teniente, que había contribuido eficazmente á la victoria de Gembloux.
Ya no quedaban á la España mas qué las provincias de Luxemburgo, Limburgo y Namur; pero el partido católico se reunió al príncipe de Parma, y poco después el Hainaut, el Artois y la Flandes francesa, es decir, Douai, Lila y Orchies, temiendo la ambición del príncipe de Orange y los ataques que podría dirigir contra la religión, volvieron á entrar en la obediencia de Felipe II con las condiciones siguientes: que solo se conservaría la religión católica: que seria confirmada la Pacificación de Gante: que en el término de seis meses saldrían del país los soldados estrangeros , y que se formada un ejército nacional. Por otra parte, las provincias del Norte, la Holanda, Zelanda, Utrecht, una gran parte de la Frisia, etc., se reunieron y firmaron el 23 de enero de 1579 la Union de Utrecht, que llegó á ser la base constitutiva de la república de las Provincias Unidas.
Sin embargo, el emperador trató de conciliar los diferentes partidos que dividían los Países Bajos: abrióse una asamblea en Colonia, pero no produjo ningún resultado. Entonces el príncipe de Orange, queriendo dar un gran golpe, decidió al archiduque á retirarse: luego reunió en Amberes los Estados de las Provincia Unidas, y les propuso declarar que Felipe II quedaba depuesto de la soberanía de los Paises Bajos, y llamar para reemplazarle al duque de Alenzon. Su elocuencia le hizo alcanzar lo que deseaba: Felipe II contestó á aquella declaración poniendo á precio la cabeza del príncipe de Orange, y mandando al duque de Parma que continuase las hostilidades. Aquel señor estaba entonces ocupado en el sitio de Cambrai: vióse obligado á retirarse á vista del ejército que mandaba el duque de Alenzon, que en gran parlé se componía de calvinistas franceses.
La presencia de aquel príncipe reanimó el ardor de los confederados, mas ningún hecho importante señaló su llegada. Engañado por la reina de Inglaterra, cuya mano deseaba obtener, perdió en viages un tiempo precioso: el duque de Parma se apoderó de la
Ya no quedaban á la España mas qué las provincias de Luxemburgo, Limburgo y Namur; pero el partido católico se reunió al príncipe de Parma, y poco después el Hainaut, el Artois y la Flandes francesa, es decir, Douai, Lila y Orchies, temiendo la ambición del príncipe de Orange y los ataques que podría dirigir contra la religión, volvieron á entrar en la obediencia de Felipe II con las condiciones siguientes: que solo se conservaría la religión católica: que seria confirmada la Pacificación de Gante: que en el término de seis meses saldrían del país los soldados estrangeros , y que se formada un ejército nacional. Por otra parte, las provincias del Norte, la Holanda, Zelanda, Utrecht, una gran parte de la Frisia, etc., se reunieron y firmaron el 23 de enero de 1579 la Union de Utrecht, que llegó á ser la base constitutiva de la república de las Provincias Unidas.
Sin embargo, el emperador trató de conciliar los diferentes partidos que dividían los Países Bajos: abrióse una asamblea en Colonia, pero no produjo ningún resultado. Entonces el príncipe de Orange, queriendo dar un gran golpe, decidió al archiduque á retirarse: luego reunió en Amberes los Estados de las Provincia Unidas, y les propuso declarar que Felipe II quedaba depuesto de la soberanía de los Paises Bajos, y llamar para reemplazarle al duque de Alenzon. Su elocuencia le hizo alcanzar lo que deseaba: Felipe II contestó á aquella declaración poniendo á precio la cabeza del príncipe de Orange, y mandando al duque de Parma que continuase las hostilidades. Aquel señor estaba entonces ocupado en el sitio de Cambrai: vióse obligado á retirarse á vista del ejército que mandaba el duque de Alenzon, que en gran parlé se componía de calvinistas franceses.
La presencia de aquel príncipe reanimó el ardor de los confederados, mas ningún hecho importante señaló su llegada. Engañado por la reina de Inglaterra, cuya mano deseaba obtener, perdió en viages un tiempo precioso: el duque de Parma se apoderó de la
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