dificultad con los stathouders de Holanda, y aun mucho mas ocupados en atacar á la Francia. La índole de esta obra no nos permite indicar las operaciones de todas aquellas guerras: es bien sabido, que cuando Richelieu resolvió destruir el poder de la casa de Austria, dirigió sus principales esfuerzos contra las provincias belgas, y que poco después el Artois y una parte de la Flandes, fueron incorporadas á la monarquía francesa; también son conocidas las rápidas conquistas de Luis XIV, y los tratados que las siguieron. El de los Pirineos, (7 de noviembre de 1659) le adjudicó en el Artois, á Arras, Hesdin, Bapaume, Lila y Lens: en la Flandes, á Gravelinas, Bourbourg y Saint—Venant: en el Hainaut, á Landrecies, Quesnoy, Avesnes, Mariembourg y Fhilippeville: en Luxemburgo; á Thionville, Montmedi y Dampoilliers. La Francia por su parte, devolvió á la España, Iprés, Oudenarde, Dixmude, Furnes, Merville, Menin y Commines. El tratado de Aquisgran, firmado el 2 de mayo de 1668, aseguró á la Francia las conquistas que habia hecho en la Bélgica, es decir, Charleroi, Biuche, Ath, Douai, Tournay, Oudenarde, Lila, Armentieres, Courtray, y Furnes, por la restitución del Franco—Condado. El de Nimega (10 de agosto de 1678) devolvió á la España, Charleroi, Biuche, Ath, Oúdenarde y Courtráy, con sus prebostías, castellanías y
dependencias, pero aseguro á Luis XIV el Franco—Condado, el Cambresis y las ciudades de Valenciennes, Bouchain, Condé, Aire, Saint—Omer y sus dependecias; Iprés con su castellanía, Werwick, Warneton, Poperinga, Bailleul, Cassel, Bavai, Maubenga y sus dependencias. Este estado de cosas fué confirmado con algunas variaciones por el tratado de Ryswik en 1697.
Cuando murió el rey de España Carlos II, (1.° de noviembre de 1700) toda la Europa se coaligó contra Luis XIV, cuyo nieto habia sido instituido heredero universal del monarca difunto. Las sangrientas derrotas de Hochstret, Turin, Ramillies, Oudenarde y Malplaquet, obligaron á la Francia á humillarse, y Luis XIV consintió en una separación definitiva y perpetua de las coronas de Francia y España. Bien pronto la muerte del emperador José I, (1711) que dejó el imperio al archiduque Carlos, pretendiente cuya
causa defendían los aliados, hizo que se escuchasen mas favorablemente las pretensiones de la Francia: por la paz de Utrecht (1713), Luis XIV abandonó algunas
de sus conquistas, y se segregó de la monarquía española á la Bélgica, que fué abandonada al emperador Carlos VI. Este durante un año continuó todavía la guerra contra la Francia, mas por último, fatigado de luchar solo, firmó la paz de Rastadt el 6 de marzo de 1714.
En esta época, á consecuencia de la debilidad y descuidó de los sucesores de Felipe II, la Bélgica se encontraba tan desguarnecida, que la Holanda, para velar por su conservación, ocupaba la mayor parte de sus fortalezas. El emperador se vio obligado á tratar con los Estados generales, estos se proponían dos cosas: asegurar por medio de la Bélgica la defensa dé su territorio, y hacer imposible toda concurrencia comercial por parte de este país. Para conseguir este doble objeto, concluyeron un tratado con el emperador. Consiguieron el derecho de tener guarniciones en Namur, Tournay, Meuin, Furnes, Warneton, Iprés, en el fuerte de Knoqué, y la mitad de la Termonde: el de ocupar é inundar en caso de guerra la parte de la Bélgica, situada entre el Escalda y el Mosa hasta el Demer: el de exigir cada año á título de subsidio, 1.250,000 florines, con hipoteca de las mejores rentas de las provincias; á todo esto es necesario añadir la cesión de una parte de la Gueldres y de la Flandes, la prohibición del paso por el Escalda, y la promesa de no hacer alteraciones en una tarifa recientemente establecida, y muy perjudicial para la Bélgica. Asi es que la publicación de aquel tratado hizo estallar murmullos tan amenazadores, que el emperador y los Estados generales tuvieron que volver á ocuparse de aquella acta: diputados belgas fueron agregados á los plenipotenciarios, pero en último resultado, las únicas modificaciones que pudieron conseguir fué el levantar la hipoteca prometida para seguridad del pago del subsidio, una reducción en la cesión territorial y en el capital de la deuda, (22 de diciembre de 1718.) Continuaron los murmullos, y si no pueden atribuirse esclusivamente al descontento que provocó el tratado de la Barrera las sublevaciones que estallaron, tanto en Malinas como en Bruselas, y que concluyeron con el suplicio del desgraciado Aguesseus, es indudable que contribuyeron mucho á ellas.
A la muerte del emperador Carlos VI, costó mucho trabajo á María Teresa el recoger su herencia; luchó casi sola contra la Francia, la España, la Prusia y la Baviera. Aquella guerra fué la señal de una nueva invasión de la Francia y la Bélgica. Las ciudades de la barrera no opusieron mas que una resistencia muy débil: Luis XV consiguió la victoria de Fontenoy, y continuando sus triunfos el ejército francés se apoderó del Brabante Septentrional y de la Flandes zelandesa. Por fin se firmó la paz en Aquisgran el 18 de octubre de 1748, y la Bélgica quedó reconocida como perteneciente á María Teresa.
La emperatriz dejó á los Estados generales el derecho de poner guarnición en las plazas de la barrera, pero bajo el protesto de que semejantes guarniciones no eran de ninguna utilidad, no tardó en negarse al pago del subsidio convenido, sin embargo, no daba mucha importancia á la conservación de la Bélgica, porque muchas veces consintió en su desmembración; asi es que en 1757, con la esperanza de quitar la Silesia al rey de Prusia, ofreció á la Francia abandonarla, con una legua de territorio á la redonda el fuerte de Knoque, y las ciudades de Chimay, Beaumont, Ostende, Nieuport, Iprés, Furnes, Mons y hasta Tournay. El resto del pais debia darse al infante don Felipe, duque de Parma, con perjuicio del cual, el Austria quería engrandecerse en Italia, asi pues, veinte años mas tarde (1777), con motivo de la sucesión de la Baviera, trató de desarmar la oposición de uno de sus competidores, con la oferta de dos provincias belgas. Sin embargo, el nombre de María Teresa es popular en Bélgica, y la razón es, que su gobierno fué benigno; prudente y favorable al bienestar del pueblo. Fué activamente secundada en sus benéficas miras, por su cuñado el príncipe Carlos de Lorena. Ambos murieron con pocos meses de diferencia en 1780, dejando la Bélgica al emperador José II.
En el año siguiente al de su advenimiento este príncipe visitó aquel pais: resolvió arrancarle del yugo de la Holanda y restituirte su importancia comercial, haciendo libre la navegación del Escalda. Pero aquellos proyectos eran demasiado vastos para el débil emperador, y desgraciadamente, su política llevó impreso el sello de la impaciente impetuosidad y de la ligereza de su carácter: contando con la alianza de
dependencias, pero aseguro á Luis XIV el Franco—Condado, el Cambresis y las ciudades de Valenciennes, Bouchain, Condé, Aire, Saint—Omer y sus dependecias; Iprés con su castellanía, Werwick, Warneton, Poperinga, Bailleul, Cassel, Bavai, Maubenga y sus dependencias. Este estado de cosas fué confirmado con algunas variaciones por el tratado de Ryswik en 1697.
Cuando murió el rey de España Carlos II, (1.° de noviembre de 1700) toda la Europa se coaligó contra Luis XIV, cuyo nieto habia sido instituido heredero universal del monarca difunto. Las sangrientas derrotas de Hochstret, Turin, Ramillies, Oudenarde y Malplaquet, obligaron á la Francia á humillarse, y Luis XIV consintió en una separación definitiva y perpetua de las coronas de Francia y España. Bien pronto la muerte del emperador José I, (1711) que dejó el imperio al archiduque Carlos, pretendiente cuya
causa defendían los aliados, hizo que se escuchasen mas favorablemente las pretensiones de la Francia: por la paz de Utrecht (1713), Luis XIV abandonó algunas
de sus conquistas, y se segregó de la monarquía española á la Bélgica, que fué abandonada al emperador Carlos VI. Este durante un año continuó todavía la guerra contra la Francia, mas por último, fatigado de luchar solo, firmó la paz de Rastadt el 6 de marzo de 1714.
En esta época, á consecuencia de la debilidad y descuidó de los sucesores de Felipe II, la Bélgica se encontraba tan desguarnecida, que la Holanda, para velar por su conservación, ocupaba la mayor parte de sus fortalezas. El emperador se vio obligado á tratar con los Estados generales, estos se proponían dos cosas: asegurar por medio de la Bélgica la defensa dé su territorio, y hacer imposible toda concurrencia comercial por parte de este país. Para conseguir este doble objeto, concluyeron un tratado con el emperador. Consiguieron el derecho de tener guarniciones en Namur, Tournay, Meuin, Furnes, Warneton, Iprés, en el fuerte de Knoqué, y la mitad de la Termonde: el de ocupar é inundar en caso de guerra la parte de la Bélgica, situada entre el Escalda y el Mosa hasta el Demer: el de exigir cada año á título de subsidio, 1.250,000 florines, con hipoteca de las mejores rentas de las provincias; á todo esto es necesario añadir la cesión de una parte de la Gueldres y de la Flandes, la prohibición del paso por el Escalda, y la promesa de no hacer alteraciones en una tarifa recientemente establecida, y muy perjudicial para la Bélgica. Asi es que la publicación de aquel tratado hizo estallar murmullos tan amenazadores, que el emperador y los Estados generales tuvieron que volver á ocuparse de aquella acta: diputados belgas fueron agregados á los plenipotenciarios, pero en último resultado, las únicas modificaciones que pudieron conseguir fué el levantar la hipoteca prometida para seguridad del pago del subsidio, una reducción en la cesión territorial y en el capital de la deuda, (22 de diciembre de 1718.) Continuaron los murmullos, y si no pueden atribuirse esclusivamente al descontento que provocó el tratado de la Barrera las sublevaciones que estallaron, tanto en Malinas como en Bruselas, y que concluyeron con el suplicio del desgraciado Aguesseus, es indudable que contribuyeron mucho á ellas.
A la muerte del emperador Carlos VI, costó mucho trabajo á María Teresa el recoger su herencia; luchó casi sola contra la Francia, la España, la Prusia y la Baviera. Aquella guerra fué la señal de una nueva invasión de la Francia y la Bélgica. Las ciudades de la barrera no opusieron mas que una resistencia muy débil: Luis XV consiguió la victoria de Fontenoy, y continuando sus triunfos el ejército francés se apoderó del Brabante Septentrional y de la Flandes zelandesa. Por fin se firmó la paz en Aquisgran el 18 de octubre de 1748, y la Bélgica quedó reconocida como perteneciente á María Teresa.
La emperatriz dejó á los Estados generales el derecho de poner guarnición en las plazas de la barrera, pero bajo el protesto de que semejantes guarniciones no eran de ninguna utilidad, no tardó en negarse al pago del subsidio convenido, sin embargo, no daba mucha importancia á la conservación de la Bélgica, porque muchas veces consintió en su desmembración; asi es que en 1757, con la esperanza de quitar la Silesia al rey de Prusia, ofreció á la Francia abandonarla, con una legua de territorio á la redonda el fuerte de Knoque, y las ciudades de Chimay, Beaumont, Ostende, Nieuport, Iprés, Furnes, Mons y hasta Tournay. El resto del pais debia darse al infante don Felipe, duque de Parma, con perjuicio del cual, el Austria quería engrandecerse en Italia, asi pues, veinte años mas tarde (1777), con motivo de la sucesión de la Baviera, trató de desarmar la oposición de uno de sus competidores, con la oferta de dos provincias belgas. Sin embargo, el nombre de María Teresa es popular en Bélgica, y la razón es, que su gobierno fué benigno; prudente y favorable al bienestar del pueblo. Fué activamente secundada en sus benéficas miras, por su cuñado el príncipe Carlos de Lorena. Ambos murieron con pocos meses de diferencia en 1780, dejando la Bélgica al emperador José II.
En el año siguiente al de su advenimiento este príncipe visitó aquel pais: resolvió arrancarle del yugo de la Holanda y restituirte su importancia comercial, haciendo libre la navegación del Escalda. Pero aquellos proyectos eran demasiado vastos para el débil emperador, y desgraciadamente, su política llevó impreso el sello de la impaciente impetuosidad y de la ligereza de su carácter: contando con la alianza de
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