comercio, los bancos particulares, etc. Todo el cuartel se agita y trabaja como las abejas dentro de su colmena. Cada puerta de color de madera de las islas tiene su martillo ó aldabón de bronce brillante, una ventanilla con su reja, y una plancha de metal con el nombre del dueño de la casa. En la parte esterior nada de particular, ningún incentivo que halague y atraiga las miradas. Estas oficinas, en donde se cuenta el dinero por millones, tienen asegurada su clientela desde siglos atrás, los hijos millonarios suceden á sus padres mas ricos que un nabab, y los herederos de estas familias no abandonan nunca su comercio, lo mismo que los primogénitos de los lores jamás renuncian á la dignidad de par. Este cuartel bulle y hormiguea de gente hasta las cinco de la tarde: después queda desierto, porque los comerciantes no moran allí.
A esta hora con aire modesto y paternal se retiran á sus suntuosos palacios de Portland–Place, de Regent–Streer, de Pall–Mall, de Burlington ó de Grosvenor–Square: hay algunos que se van á descansar á sus magníficas casas de campo para presentarse al dia siguiente con el humilde trage de mercader de la ciudad. Tanto como los franceses se dedican afectadamente á presentarse á la vista del público con lujo y esplendor, otro tanto el inglés se ingenia á desaparecer y confundirse entre la medianía del pueblo; aun en esta especie de hipocresía se encuentran maniáticos. Se citan algunos riquísimos banqueros que todas las mañanas van ellos mismos á la carnicería á comprar chuletas que llevan después á vista de todos á alguna taberna de Cheapside ó de Fleet–Street, en donde tendrán que asarlas ellos mismos; compran tres pences de pan de cebada, y después mascullan en público un almuerzo a lo espartano, al mismo tiempo que reciben alli sus primeras audiencias, y los sencillos mercachifles admiran en ellos la sencillez de las antiguas costumbres: ¡pobres gentes!
Puede decirse de esta mediocridad lo mismo que de la saca de lana sobre que se sienta el canciller; oro por encima y la saca ha desaparecido bajo de los pliegues de terciopelo; el buen hombre ha almorzado antes de tomar este austero desayuno, y en su palacio le aguarda una comida de Lúculo; uno de estos sicophantas del dios Mercurio que me hablaba el otro dia de un baño antiguo de mármol de Paros celebrado y engrandecido con bajos relieves eróticos y sostenido por cuatro leones agachados, me decia:—El emperador de Rusia lo hacia subir de precio pujando contra mí en la almoneda de… él se mantenía firme é hizo lo que pudo, mas su bolsillo no pesaba lo bastante y hubo de cederme la mano.
Correteando, por estos cuarteles se queda uno admirado de la confianza que preside en todas las transacciones y convenios: en el Banco no hay centinelas ni cuerpo de guardia: todo está abierto y se entra por todas partes, no hay esas jaulas en que se encarcela
A esta hora con aire modesto y paternal se retiran á sus suntuosos palacios de Portland–Place, de Regent–Streer, de Pall–Mall, de Burlington ó de Grosvenor–Square: hay algunos que se van á descansar á sus magníficas casas de campo para presentarse al dia siguiente con el humilde trage de mercader de la ciudad. Tanto como los franceses se dedican afectadamente á presentarse á la vista del público con lujo y esplendor, otro tanto el inglés se ingenia á desaparecer y confundirse entre la medianía del pueblo; aun en esta especie de hipocresía se encuentran maniáticos. Se citan algunos riquísimos banqueros que todas las mañanas van ellos mismos á la carnicería á comprar chuletas que llevan después á vista de todos á alguna taberna de Cheapside ó de Fleet–Street, en donde tendrán que asarlas ellos mismos; compran tres pences de pan de cebada, y después mascullan en público un almuerzo a lo espartano, al mismo tiempo que reciben alli sus primeras audiencias, y los sencillos mercachifles admiran en ellos la sencillez de las antiguas costumbres: ¡pobres gentes!
Puede decirse de esta mediocridad lo mismo que de la saca de lana sobre que se sienta el canciller; oro por encima y la saca ha desaparecido bajo de los pliegues de terciopelo; el buen hombre ha almorzado antes de tomar este austero desayuno, y en su palacio le aguarda una comida de Lúculo; uno de estos sicophantas del dios Mercurio que me hablaba el otro dia de un baño antiguo de mármol de Paros celebrado y engrandecido con bajos relieves eróticos y sostenido por cuatro leones agachados, me decia:—El emperador de Rusia lo hacia subir de precio pujando contra mí en la almoneda de… él se mantenía firme é hizo lo que pudo, mas su bolsillo no pesaba lo bastante y hubo de cederme la mano.
Correteando, por estos cuarteles se queda uno admirado de la confianza que preside en todas las transacciones y convenios: en el Banco no hay centinelas ni cuerpo de guardia: todo está abierto y se entra por todas partes, no hay esas jaulas en que se encarcela