Puente Nuevo de Londres
mismo, piensa con sobriedad, y el interés es la única ocupación. Se trabaja sin descanso y siempre silenciosamente.
Pero el navio se pierde ya en medio de los mástiles, estamos al pie del puente de Lóndres, se han arrojado los cables, las ruedas han parado, y se aborda sin ruido entre dos watormen, repletos de gentes mudas al embarcadero de la aduana, poblada con una multitud de factores, administradores y mozos de cuerda que esperan sin hablar palabra y os seguirán sin desplegar los labios.
Si alguna vez tiene la humorada algún torista sufrido y benévolo de ensalzar los atractivos de 1a aduana francesa, lo mejor que puede hacer es ir á Inglaterra para que le inspire la aduana de Lóndres. En España estos establecimientos están armados con uñas de gato, pero la inglesa agrega á estas la lentitud del boa que digiere. El registro no dura menos de cinco ó seis horas, á no ser que desembarque en domingo, en cuyo caso debe aguardarse basta el siguiente dia á las doce para que se le devuelva el equipage. Ve aqui como pasa la cosa: los encargados se informan de la fonda en que tenéis el proyecto de alojaros: después os hacen encaramar por una escalera de madera que guia al granero donde están las oficinas, allí recibís un número, y se pone otro igual en vuestra maleta: el vuestro lo atáis á la llave de vuestro candado, entregándolo á los encargados que luego que os ausentéis desbaratarán y destrozarán sin piedad vuestro equipage y vosotros os encaminareis á la gran ciudad con las manos en el bolsillo.
Esta costumbre nada tiene dé alarmante para loe ingleses, pero escita sobremanera la desconfianza española: si las señoras de este pais hubiesen hecho de sus hijos un ovillo y los hubiesen metido dentro de sus cajas y sombrereras no manifestarían un cuidado mas tierno y solícito que el que esperimentan en aquel lance. En fin, todos marchan haciendo sus comentatarios, el observador observando que esta disposición cuando menos supone mucha probidad y buena fé de parte de los aduaneros, el ciudadano español, reflexionando que todo se hace militarmente y con arregló la ordenanza, y el independiente regocijándose con la idea de que ha reconquistado su libertad.
Pero esta es de corta duración; los directores de la empresa entregan á los espedícionarios á cuatro intérpretes; que se los reparten y se encargan de ser sus guias ó cicerones en los ocho días que han de estar en la capital. Puede dirigírseles la palabra en francés, alemán, italiano y español, porque los cuatro se espresan con facilidad y precisión en cualquiera de estos idiomas, sobre todo en el primero. Yo tuve la felicidad de que me cupiese en suerte el mas inteligente y amable de todos: Jorge es un compatriota mio, muy bien educado, poco charlatán, calmoso como dos ingleses, honrado y listo sin atolondramiento, lo recomiendo eficazmente á los toristas que lean estas lineas.
Pero el navio se pierde ya en medio de los mástiles, estamos al pie del puente de Lóndres, se han arrojado los cables, las ruedas han parado, y se aborda sin ruido entre dos watormen, repletos de gentes mudas al embarcadero de la aduana, poblada con una multitud de factores, administradores y mozos de cuerda que esperan sin hablar palabra y os seguirán sin desplegar los labios.
Si alguna vez tiene la humorada algún torista sufrido y benévolo de ensalzar los atractivos de 1a aduana francesa, lo mejor que puede hacer es ir á Inglaterra para que le inspire la aduana de Lóndres. En España estos establecimientos están armados con uñas de gato, pero la inglesa agrega á estas la lentitud del boa que digiere. El registro no dura menos de cinco ó seis horas, á no ser que desembarque en domingo, en cuyo caso debe aguardarse basta el siguiente dia á las doce para que se le devuelva el equipage. Ve aqui como pasa la cosa: los encargados se informan de la fonda en que tenéis el proyecto de alojaros: después os hacen encaramar por una escalera de madera que guia al granero donde están las oficinas, allí recibís un número, y se pone otro igual en vuestra maleta: el vuestro lo atáis á la llave de vuestro candado, entregándolo á los encargados que luego que os ausentéis desbaratarán y destrozarán sin piedad vuestro equipage y vosotros os encaminareis á la gran ciudad con las manos en el bolsillo.
Esta costumbre nada tiene dé alarmante para loe ingleses, pero escita sobremanera la desconfianza española: si las señoras de este pais hubiesen hecho de sus hijos un ovillo y los hubiesen metido dentro de sus cajas y sombrereras no manifestarían un cuidado mas tierno y solícito que el que esperimentan en aquel lance. En fin, todos marchan haciendo sus comentatarios, el observador observando que esta disposición cuando menos supone mucha probidad y buena fé de parte de los aduaneros, el ciudadano español, reflexionando que todo se hace militarmente y con arregló la ordenanza, y el independiente regocijándose con la idea de que ha reconquistado su libertad.
Pero esta es de corta duración; los directores de la empresa entregan á los espedícionarios á cuatro intérpretes; que se los reparten y se encargan de ser sus guias ó cicerones en los ocho días que han de estar en la capital. Puede dirigírseles la palabra en francés, alemán, italiano y español, porque los cuatro se espresan con facilidad y precisión en cualquiera de estos idiomas, sobre todo en el primero. Yo tuve la felicidad de que me cupiese en suerte el mas inteligente y amable de todos: Jorge es un compatriota mio, muy bien educado, poco charlatán, calmoso como dos ingleses, honrado y listo sin atolondramiento, lo recomiendo eficazmente á los toristas que lean estas lineas.
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