London-Bridge, puente nuevo de la ciudad de Lóndres. Los navios remontan hasta él, que es el apostadero, sin que jamás puedan pasar mas arriba. Se principió en 1825, y en 1831 estaba ya concluido y espedito el paso para los transeúntes. A pesar de que el rio llega en aquel parage á su mayor anchura el puente solo consta de cinco ojos ó arcadas, pasando las de las estremidades por encima de las calles que siguen las dos orillas: se construyó con granito de Escocia: las arcadas son rebajadas, y la de en medio de un ancho sorprendente: el atrevido pensamiento y la ejecución de obra tan prodigiosas admira y sobrecoge de espanto al ánimo del que la mira. Los pilares ó machones tienen plintos macizos con tajamares ó cuchillos góticos, y los arcos que forman las bóvedas, están coronados con una cornisa que sostiene los pretiles, los buques y carruages pasan juntos y pegados unos á otros por debajo de este puente, tan concurrido y poblado por encima como por bajo de sus aleros. En las dos estremidades se ven nubes de peatones que circulan como legiones de hormigas en torno de la ultima arcada, que trepan hacia arriba ó bajan á lo largo de los estribos para ganar las calles bajas, las altas ó los embarcaderos.
Haciendo un cuarto de conversión, como decia nuestro compañero, dejamos á nuestra derecha una columna de piedra coronada con una especie de grueso cardo dorado. Nuestras guias nos dijeron que aquel cardo era una gavilla de paja inflamada, y que la columna que la sostiene fué erigida en memoria del incendio que en 1666 consumió la mitad de la ciudad, habiendo conseguido contener sus estragos en aquel sitio.
Cuatro ómnibus de vapor estaban al pairo, al pie del puente, estrechados los unos contra los otros y rebosando de gente; para llegar al postrero era necesario atravesar por los otros tres: cada uno corria atropelladamente buscando el suyo, pero todo con el mayor silencio. ¡Qué estrépito y gritería hubiera ocasionado semejante batahola en las orillas del Sena! El
Haciendo un cuarto de conversión, como decia nuestro compañero, dejamos á nuestra derecha una columna de piedra coronada con una especie de grueso cardo dorado. Nuestras guias nos dijeron que aquel cardo era una gavilla de paja inflamada, y que la columna que la sostiene fué erigida en memoria del incendio que en 1666 consumió la mitad de la ciudad, habiendo conseguido contener sus estragos en aquel sitio.
Cuatro ómnibus de vapor estaban al pairo, al pie del puente, estrechados los unos contra los otros y rebosando de gente; para llegar al postrero era necesario atravesar por los otros tres: cada uno corria atropelladamente buscando el suyo, pero todo con el mayor silencio. ¡Qué estrépito y gritería hubiera ocasionado semejante batahola en las orillas del Sena! El
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