tercer waterman era el designado para conducirnos á las inmediaciones de la fonda en que se nos aguardaba: vimos con placer hallarnos mezclados por la vez primera con la multitud, y aunque notados como españoles por el bigote y algazara que movimos al entrar no escitamos ni admiración ni curiosidad: algunos ingleses que sabian el español se dirigieron con mucho agrado á hablar con los menos barbudos de nuestra sociedad.
Al llegar á la estación de Southwark, puente construido con hierro colado y sostenido por cuatro pilares de piedra, llegó impensadamente un gentleman con dos damas á las que él precedía con aire señorial. Un solo asiento habia vacante en uno de los bancos, y el se plantificó en él sin cuidarse de sus compañeras, que quedaron en pie entre las piernas de una docena de hombres. Inmediatamente cuatro españoles se levantaron y les ofrecieron cortesmente sus asientos; admiradas desde luego las damas, lo aceptaron dándoles las gracias con una sonrisa, mientras que dos hombres nos miraban de reojo con aire muy descontento.
¿No es sorprendente, esclamó uno de nuestros jóvenes compañeros, acariciando su bigote, no es admirable que los ingleses nos cedan la preferencia? para ellas es cosa nueva la galantería, y el mas ligero cumplido les choca; en verdad que no simpatizaremos mucho con sus señores y dueños.
Ignoro si ha tenido después ocasión de afirmarse en su suposición: en cuanto á mí, siempre me han parecido los ingleses muy afectuosos.
En llegando á la altura de Blackfriars―Bridge cara á San Pablo, punto desde donde todavía se descubre la torre ya á Somerset―House, vasto palacio de arquitectura clásica por el estilo de los de Italia, el Támesis se dirige hacia la izquierda y los edificios de la orilla toman dimensiones mas monumentales: se pasa por delante de Temple―Bar, notable por sus frescos jardines y su bello pabellón gótico de ladrillo encarnado, y el viagero queda pasmado de admiración al ver la magestad del puente de Waterloo, construido con granito de Aberdeen con dos columnas salientes en cada machón: este puente, cuyo piso está á 50 pies sobre el nivel del agua, es perfectamente plano: tiene nueve arcadas de 120 pies de largo sobre 35 de alto y el ancho de 2,436 pies ingleses. La anchura del rio en aquel parage es de 1,326 pies. Este puente es de muy buen estilo, de una solidez romana y de admirables proporciones: en la oficina de portazgo de este puente es donde está el famoso torno de hierro que no deja pasar mas de una persona á la vez, y que al dar la vuelta da impulsión á la manecilla del cuadrante colocado en el despacho y prueba el número de pasageros: ¡qué invención tan puramente inglesa es este registro mecánico!
Todo á lo largo de la ciudad el Támesis es no solo una grande calle, mas también una especie de parque y de sitio de placer: porque entre los innumerables barquillos de vapor que surcan las aguas en todas direcciones, se ven galopar sobre cuatro remos millones de barquillos y juncos delgados como la hoja de un cuchillo, asi como en los paseos caracolean los caballeros con sus corceles alrededor de las carretelas. El inglés gusta mucho de correr ya montado á caballo, ó sobre los bancos de un barquichuelo. Los regatos se desparraman por la orilla coronada de espectadores apasionados aguardando con impaciencia la esplosion de pólvora de la meridiana, metálica que señala el buen suceso del vencedor. Estas embarcaciones ligeras y esbeltas como peces, llevan remeros peinados y vestidos como los jokeys, diferenciándose unos de otros por los vivos y variados colores de sus camisas. Al ver estos centauros de barquichuelos, escribe Minimus Lavaten con su pintoresca originalidad, conducidos por remeros atrevidos vestidos elegantemente de seda roja ó azul, verde ó rosada, se diría que todas las amapolas y acianos, enojados con sus vecinos los trigos han venido á bañarse en el Támesis.»
Con disgusto dejamos él puente colgante de Hungerfórd, teatro animado de negocios y diversiones: atravesamos un mercado cubierto, en donde sobre mesas de mármol blanco, adornadas con pedazos de hielo de facetas cristalinas habia apiladas centenares de langostas de mar, langostinos, cangrejos de color escarlata, sollos de gris de hierro y plateados salmones. Un momento después pasamos por Leicester―square y entramos triumantemente en la fonda del príncipe de Gales, inundada ya por una nube de pillos atraídos con la esperanza de vender algunas estampas, cortaplumas, cuchillos ó navajas de afeitar.
El observador esclamó:
—¡He ahi navajas inglesas legítimas!
Después de hecha la distribución de los cuartos entre los toristas, operación difícil y tumultuosa, con los cuarenta y cinco viageros que todos exigen los tres mejores aposentos, que todos gritan á un tiempo, preguntan, examinan, se enfurecen, amenazan, y que se esfuerza á calmar con una cachaza verdaderamente británica nuestro ingenioso compatriota Enrique Giraldon, capitán de la marina española, la mayor parte de los espedicionarios arden en deseos de correr las calles é invadir á Londres, como si hubiesen de marchar al siguiente día, y los que dan mas prisa son los que sé cansarán mas pronto. El tropel arrastra tras sí á los guias y hacen una irrupción en Leicester―place: se camina gesticulando, se habla gritando, y los transeuntes, admirados de este ruido miran con cierta sonrisa compasiva.
La plaza de Trafalgar, objeto de nuestra primera correría, es una plaza grande, de piso desigual é irregular: desde el peristilo de National―Gallery, monumento monstruoso del que hablaremos en otro lugar, produce cierto efecto, aunque es de figura trapezoide. En el centro hay un pilón de agua, y detrás de él se eleva la columna de Nelson, que cubre la estatua de Cárlos I, colocada en la parte baja de Chanig―Cross que guia á White―Hall, en que fué decapitado este rey.
Aun antes de su reinado se llamaba esta calle como en profecía, el camino de la Cruz.
La columna de Nelson da una idea anticipada del gusto inglés respecto a las bellas artes. Se dice que es de granito, mas á mi me pareció pintada de blanco, el fuste estraido, coronado con un vasto chapitel corintio, sirve de pedestal á la estatua de este célebre almirante, cubierta con un sombrero, que mirado de perfil, y por haber abandonado demasiado los dos bordes, se asemeja á dos cuernos, y como el busto anguloso y cuadrado no sigue el movimiento de la cabeza, vista esta figura desde la orilla del rio parece la estatua del diablo. Detrás del héroe el artista ha enfilado y enroscado en espiral un enorme cable que recuerda ideas, poco convenientes. En fin, Nelson tiene á lo largo de la espalda un para―rayos que le sale por la oreja; mas hubiesen necesitado este aparato los na―
Al llegar á la estación de Southwark, puente construido con hierro colado y sostenido por cuatro pilares de piedra, llegó impensadamente un gentleman con dos damas á las que él precedía con aire señorial. Un solo asiento habia vacante en uno de los bancos, y el se plantificó en él sin cuidarse de sus compañeras, que quedaron en pie entre las piernas de una docena de hombres. Inmediatamente cuatro españoles se levantaron y les ofrecieron cortesmente sus asientos; admiradas desde luego las damas, lo aceptaron dándoles las gracias con una sonrisa, mientras que dos hombres nos miraban de reojo con aire muy descontento.
¿No es sorprendente, esclamó uno de nuestros jóvenes compañeros, acariciando su bigote, no es admirable que los ingleses nos cedan la preferencia? para ellas es cosa nueva la galantería, y el mas ligero cumplido les choca; en verdad que no simpatizaremos mucho con sus señores y dueños.
Ignoro si ha tenido después ocasión de afirmarse en su suposición: en cuanto á mí, siempre me han parecido los ingleses muy afectuosos.
En llegando á la altura de Blackfriars―Bridge cara á San Pablo, punto desde donde todavía se descubre la torre ya á Somerset―House, vasto palacio de arquitectura clásica por el estilo de los de Italia, el Támesis se dirige hacia la izquierda y los edificios de la orilla toman dimensiones mas monumentales: se pasa por delante de Temple―Bar, notable por sus frescos jardines y su bello pabellón gótico de ladrillo encarnado, y el viagero queda pasmado de admiración al ver la magestad del puente de Waterloo, construido con granito de Aberdeen con dos columnas salientes en cada machón: este puente, cuyo piso está á 50 pies sobre el nivel del agua, es perfectamente plano: tiene nueve arcadas de 120 pies de largo sobre 35 de alto y el ancho de 2,436 pies ingleses. La anchura del rio en aquel parage es de 1,326 pies. Este puente es de muy buen estilo, de una solidez romana y de admirables proporciones: en la oficina de portazgo de este puente es donde está el famoso torno de hierro que no deja pasar mas de una persona á la vez, y que al dar la vuelta da impulsión á la manecilla del cuadrante colocado en el despacho y prueba el número de pasageros: ¡qué invención tan puramente inglesa es este registro mecánico!
Todo á lo largo de la ciudad el Támesis es no solo una grande calle, mas también una especie de parque y de sitio de placer: porque entre los innumerables barquillos de vapor que surcan las aguas en todas direcciones, se ven galopar sobre cuatro remos millones de barquillos y juncos delgados como la hoja de un cuchillo, asi como en los paseos caracolean los caballeros con sus corceles alrededor de las carretelas. El inglés gusta mucho de correr ya montado á caballo, ó sobre los bancos de un barquichuelo. Los regatos se desparraman por la orilla coronada de espectadores apasionados aguardando con impaciencia la esplosion de pólvora de la meridiana, metálica que señala el buen suceso del vencedor. Estas embarcaciones ligeras y esbeltas como peces, llevan remeros peinados y vestidos como los jokeys, diferenciándose unos de otros por los vivos y variados colores de sus camisas. Al ver estos centauros de barquichuelos, escribe Minimus Lavaten con su pintoresca originalidad, conducidos por remeros atrevidos vestidos elegantemente de seda roja ó azul, verde ó rosada, se diría que todas las amapolas y acianos, enojados con sus vecinos los trigos han venido á bañarse en el Támesis.»
Con disgusto dejamos él puente colgante de Hungerfórd, teatro animado de negocios y diversiones: atravesamos un mercado cubierto, en donde sobre mesas de mármol blanco, adornadas con pedazos de hielo de facetas cristalinas habia apiladas centenares de langostas de mar, langostinos, cangrejos de color escarlata, sollos de gris de hierro y plateados salmones. Un momento después pasamos por Leicester―square y entramos triumantemente en la fonda del príncipe de Gales, inundada ya por una nube de pillos atraídos con la esperanza de vender algunas estampas, cortaplumas, cuchillos ó navajas de afeitar.
El observador esclamó:
—¡He ahi navajas inglesas legítimas!
Después de hecha la distribución de los cuartos entre los toristas, operación difícil y tumultuosa, con los cuarenta y cinco viageros que todos exigen los tres mejores aposentos, que todos gritan á un tiempo, preguntan, examinan, se enfurecen, amenazan, y que se esfuerza á calmar con una cachaza verdaderamente británica nuestro ingenioso compatriota Enrique Giraldon, capitán de la marina española, la mayor parte de los espedicionarios arden en deseos de correr las calles é invadir á Londres, como si hubiesen de marchar al siguiente día, y los que dan mas prisa son los que sé cansarán mas pronto. El tropel arrastra tras sí á los guias y hacen una irrupción en Leicester―place: se camina gesticulando, se habla gritando, y los transeuntes, admirados de este ruido miran con cierta sonrisa compasiva.
La plaza de Trafalgar, objeto de nuestra primera correría, es una plaza grande, de piso desigual é irregular: desde el peristilo de National―Gallery, monumento monstruoso del que hablaremos en otro lugar, produce cierto efecto, aunque es de figura trapezoide. En el centro hay un pilón de agua, y detrás de él se eleva la columna de Nelson, que cubre la estatua de Cárlos I, colocada en la parte baja de Chanig―Cross que guia á White―Hall, en que fué decapitado este rey.
Aun antes de su reinado se llamaba esta calle como en profecía, el camino de la Cruz.
La columna de Nelson da una idea anticipada del gusto inglés respecto a las bellas artes. Se dice que es de granito, mas á mi me pareció pintada de blanco, el fuste estraido, coronado con un vasto chapitel corintio, sirve de pedestal á la estatua de este célebre almirante, cubierta con un sombrero, que mirado de perfil, y por haber abandonado demasiado los dos bordes, se asemeja á dos cuernos, y como el busto anguloso y cuadrado no sigue el movimiento de la cabeza, vista esta figura desde la orilla del rio parece la estatua del diablo. Detrás del héroe el artista ha enfilado y enroscado en espiral un enorme cable que recuerda ideas, poco convenientes. En fin, Nelson tiene á lo largo de la espalda un para―rayos que le sale por la oreja; mas hubiesen necesitado este aparato los na―
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