bre inclinada la cabeza á fin de dar á sus sencillas miradas cierto aire de perspicacia.
En seguida prosiguió: vamos á Lóndres en este tren cuarenta y cinco individuos, y entre todos ¿cuántos os parece habrá que comprendan lo que van á ver? Creo que apenas podrán contarse tres; yo por mi parte os confieso que hago poco caso de los monumentos y edificios... abundan por todas partes... sin embargo, los miraré. Mi principal objeto, en estos ocho días de permanencia en la capital, será estudiar los usos y costumbres de sus habitantes á fin de saber á lo que nos hemos de atener con respecto á Inglaterra.
Su pretensión me hubiera hecho reir si un rápido examen sobre mis propias disposiciones, no me las hubiera hecho tan exageradas cuando menos como las de mi interlocutor; aun mas circunspecto conmigo mismo, mi razón no las hubiese aprobado: su candorosa confesión me desengañó: seguramente se equivocaba en cuanto á los resultados posibles de su corto viage, pero su pretensión dimanaba de una idea justa, porque lo que hay de mas interesante en Inglaterra, es conocer á los ingleses, es estudiar la vida privada de las diferentes clases de esta sociedad tan poco comunicativa, tan diferente de la francesa y española, y el mecanismo íntimo de esta civilización tan activa y poderosa que desde el fondo de una isla del Norte se desborda y brilla en todo el universo.
Mas ¿cómo profundizar tan arduo estudio en el corto plazo de una semana, agregado ademas á una caravana colecticia, cuyo principal objeto es recorrer de prisa un millón de curiosidades?
Como si mi buen hombre hubiese leído mi pensamiento y previsto mis objecciones, se apresuró á añadir.
—El tiempo es corto á la verdad y rara la ocasión; pero no obstante, encontraremos por todas partes en donde estudiar; para esto, amigo mio, ¿se necesita acaso mucho espacio y sosiego, algún guia ó cicerone, ó algún libro? Hay muchos que habrán estado veinte años en Londres, y volverán á su pais menos enterados que otros al cabo de veinte dias. Para observar se necesita un observador, lo mismo que un pintor para pintar. Ademas, que para el buen comprendedor todo habla, todo describe, los monumentos revelan su institución, la dirección de las calles, el aspecto de las casas, el modo de andar de los transeúntes son otros tantos efectos producidos por una misma causa; por cualquiera parte que se tienda la vista, no se encuentran mas que símbolos emblemáticos, y hasta las piedras tienen su lenguaje.
La confianza de mi buen compañero era capaz de dar ánimo al mas desalentado: en verdad no teníamos mas que ocho dias, y pensaba, como él emplearlos en recorrer los principales establecimientos, aprovechándonos del método, economía y celeridad de las empresas establecidas con este objeto. Pero ademas yo me habia propuesto, una vez ya familiarizado con el modo de conducirse en la capital, permanecer en ella un mes mas, acomodándome con alguna familia inglesa en calidad de huésped. Provisto con buenas cartas de recomendación para varios sugetos de todas clases y profesiones, me lisonjeaba adquirir conocimientos menos vagos, y ya que no me fuese dado conocer á fondo su índole, ponerme al menos en disposición de trazar sin preocupación y desapasionadamente lo que mas me hubiese chocado en aquel pais. He realizado este plan, he recorrido la Inglaterra en varias direcciones, y me he convencido de que la conocemos muy poco: muchas de sus cosas son falsas, en todo se han mezclado la exageración, de tal modo que me he visto precisado á variar la opinión y el juicio que habia formado, como sucede á la mayor parte de los viageros.
En materia tan delicada, no es mi intento que se consideren como absolutas y generales algunas observaciones aisladas; no, vuelvo á repetir, referiré lo que he visto, pintaré con sinceridad lo que he bosquejado del natural, sin añadir ni quitar. Este pais es la tierra clásica de la fria razón, del positivismo y de la realidad: desecha las ilusiones poéticas y los artificios de la composición.
En el detalle de los objetos, es donde debe estudiarse los rasgos característicos de la fisonomía de Inglaterra: la observación os sorprende desapercibido, y cuando menos se piensa se tropieza con la realidad sin haberla buscado. Disimula, benévolo lector, esta tímida digresión en gracia de la buena fé que la ha dictado, y si te place ven conmigo á bordo del steamboat, la ciudad de Boloña, y remontaremos juntos el Támesis hasta el puente de Londres: la noche está serena y templada, el cielo sin nubes y la mar tersa como un espejo.
A medida que avanzábamos, me chocaba mas y mas la inesperiencia mal disimulada y la turbulencia que caracteriza á la nación francesa: los españoles no viajan lo suficiente, y esta es tal vez la causa de su inferioridad respecto á las otras naciones del Norte: sus hábitos sedentarios dejan un profundo vacía en su educación: de aqui se originan preocupaciones sin cuento, su falta de armonía con otras naciones, y su poco acierto para colonizar, la limitada estension de su comercio, los estrechos límites de su erudición histórica, y la mayor parte de sus equivocaciones respecto á otros paises. Los hombres de Estado de la Gran Bretaña, conocen todo el mundo con tanta exactitud como un agente de policía las calles de Madrid.
Los víages, á nuestro entender, son los que han de terminar la obra de una buena educación; la empresa de diligencias establecida para la escursion á Londres, nos ha parecido desde un principio un pensamiento feliz.
Este modo de viajar ofrece un atractivo que le es propio: la escena chocante de una reunión de gentes de buen humor y de estados diferentes: cada individuo imbuido en sus principios, sus caprichos, sus manías, su aturdimiento, sus preocupaciones y su correspondiente dosis de amor propio: trasportados á un pais estraño, fácilmente se distinguen unos de otros por sus modales, trages é idiomas.
Un parisién oficial de la guardia nacional paseándose por el puente del navio, para engañar las fastidiosas horas de la noche, decia en alta voz:
—Esto no marcha en regla, aqui se necesita mas orden, mas disciplina; dar su número á cada individuo, tocar llamada á la hora de comer, pasar lista, dar santo y contraseña, marchar por pelotones, y en fin, gobernarlo todo conforme á ordenanza... ¿A qué hora llegaremos á Londres?
—A medio dia.
—Hora militar al menos.
—Pero alli me lisonjeo, dijo un torista terciando en la conversación, que no se nos conducirá como á un rebaño de carneros ó alineados en fila como colegiales cuando salen á paseo; no, eso no, yo no he tratado de vender mi libertad.
En seguida prosiguió: vamos á Lóndres en este tren cuarenta y cinco individuos, y entre todos ¿cuántos os parece habrá que comprendan lo que van á ver? Creo que apenas podrán contarse tres; yo por mi parte os confieso que hago poco caso de los monumentos y edificios... abundan por todas partes... sin embargo, los miraré. Mi principal objeto, en estos ocho días de permanencia en la capital, será estudiar los usos y costumbres de sus habitantes á fin de saber á lo que nos hemos de atener con respecto á Inglaterra.
Su pretensión me hubiera hecho reir si un rápido examen sobre mis propias disposiciones, no me las hubiera hecho tan exageradas cuando menos como las de mi interlocutor; aun mas circunspecto conmigo mismo, mi razón no las hubiese aprobado: su candorosa confesión me desengañó: seguramente se equivocaba en cuanto á los resultados posibles de su corto viage, pero su pretensión dimanaba de una idea justa, porque lo que hay de mas interesante en Inglaterra, es conocer á los ingleses, es estudiar la vida privada de las diferentes clases de esta sociedad tan poco comunicativa, tan diferente de la francesa y española, y el mecanismo íntimo de esta civilización tan activa y poderosa que desde el fondo de una isla del Norte se desborda y brilla en todo el universo.
Mas ¿cómo profundizar tan arduo estudio en el corto plazo de una semana, agregado ademas á una caravana colecticia, cuyo principal objeto es recorrer de prisa un millón de curiosidades?
Como si mi buen hombre hubiese leído mi pensamiento y previsto mis objecciones, se apresuró á añadir.
—El tiempo es corto á la verdad y rara la ocasión; pero no obstante, encontraremos por todas partes en donde estudiar; para esto, amigo mio, ¿se necesita acaso mucho espacio y sosiego, algún guia ó cicerone, ó algún libro? Hay muchos que habrán estado veinte años en Londres, y volverán á su pais menos enterados que otros al cabo de veinte dias. Para observar se necesita un observador, lo mismo que un pintor para pintar. Ademas, que para el buen comprendedor todo habla, todo describe, los monumentos revelan su institución, la dirección de las calles, el aspecto de las casas, el modo de andar de los transeúntes son otros tantos efectos producidos por una misma causa; por cualquiera parte que se tienda la vista, no se encuentran mas que símbolos emblemáticos, y hasta las piedras tienen su lenguaje.
La confianza de mi buen compañero era capaz de dar ánimo al mas desalentado: en verdad no teníamos mas que ocho dias, y pensaba, como él emplearlos en recorrer los principales establecimientos, aprovechándonos del método, economía y celeridad de las empresas establecidas con este objeto. Pero ademas yo me habia propuesto, una vez ya familiarizado con el modo de conducirse en la capital, permanecer en ella un mes mas, acomodándome con alguna familia inglesa en calidad de huésped. Provisto con buenas cartas de recomendación para varios sugetos de todas clases y profesiones, me lisonjeaba adquirir conocimientos menos vagos, y ya que no me fuese dado conocer á fondo su índole, ponerme al menos en disposición de trazar sin preocupación y desapasionadamente lo que mas me hubiese chocado en aquel pais. He realizado este plan, he recorrido la Inglaterra en varias direcciones, y me he convencido de que la conocemos muy poco: muchas de sus cosas son falsas, en todo se han mezclado la exageración, de tal modo que me he visto precisado á variar la opinión y el juicio que habia formado, como sucede á la mayor parte de los viageros.
En materia tan delicada, no es mi intento que se consideren como absolutas y generales algunas observaciones aisladas; no, vuelvo á repetir, referiré lo que he visto, pintaré con sinceridad lo que he bosquejado del natural, sin añadir ni quitar. Este pais es la tierra clásica de la fria razón, del positivismo y de la realidad: desecha las ilusiones poéticas y los artificios de la composición.
En el detalle de los objetos, es donde debe estudiarse los rasgos característicos de la fisonomía de Inglaterra: la observación os sorprende desapercibido, y cuando menos se piensa se tropieza con la realidad sin haberla buscado. Disimula, benévolo lector, esta tímida digresión en gracia de la buena fé que la ha dictado, y si te place ven conmigo á bordo del steamboat, la ciudad de Boloña, y remontaremos juntos el Támesis hasta el puente de Londres: la noche está serena y templada, el cielo sin nubes y la mar tersa como un espejo.
A medida que avanzábamos, me chocaba mas y mas la inesperiencia mal disimulada y la turbulencia que caracteriza á la nación francesa: los españoles no viajan lo suficiente, y esta es tal vez la causa de su inferioridad respecto á las otras naciones del Norte: sus hábitos sedentarios dejan un profundo vacía en su educación: de aqui se originan preocupaciones sin cuento, su falta de armonía con otras naciones, y su poco acierto para colonizar, la limitada estension de su comercio, los estrechos límites de su erudición histórica, y la mayor parte de sus equivocaciones respecto á otros paises. Los hombres de Estado de la Gran Bretaña, conocen todo el mundo con tanta exactitud como un agente de policía las calles de Madrid.
Los víages, á nuestro entender, son los que han de terminar la obra de una buena educación; la empresa de diligencias establecida para la escursion á Londres, nos ha parecido desde un principio un pensamiento feliz.
Este modo de viajar ofrece un atractivo que le es propio: la escena chocante de una reunión de gentes de buen humor y de estados diferentes: cada individuo imbuido en sus principios, sus caprichos, sus manías, su aturdimiento, sus preocupaciones y su correspondiente dosis de amor propio: trasportados á un pais estraño, fácilmente se distinguen unos de otros por sus modales, trages é idiomas.
Un parisién oficial de la guardia nacional paseándose por el puente del navio, para engañar las fastidiosas horas de la noche, decia en alta voz:
—Esto no marcha en regla, aqui se necesita mas orden, mas disciplina; dar su número á cada individuo, tocar llamada á la hora de comer, pasar lista, dar santo y contraseña, marchar por pelotones, y en fin, gobernarlo todo conforme á ordenanza... ¿A qué hora llegaremos á Londres?
—A medio dia.
—Hora militar al menos.
—Pero alli me lisonjeo, dijo un torista terciando en la conversación, que no se nos conducirá como á un rebaño de carneros ó alineados en fila como colegiales cuando salen á paseo; no, eso no, yo no he tratado de vender mi libertad.
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