adornado con un cordón, y los pedestales de los pilares ó columnas del alto descansan encima de los chapiteles de las pilastras del piso inferior; se prueba todavía que se podia pasar encima del cadalso por las pequeñas ventanas cuadradas practicadas á ras del suelo, para dar luz á las cocinas, que están mas bajas que el piso de la calle.
Tal es el aspecto del costado de Parlament―Stret, de este edificio ejecutado según el estilo de principios del siglo XVII; esta descripción conviene igualmente á la fachada que mira á White―Hall―Garden, patio pequeño rodeado de árboles y palacios. Alli es donde ví morir á sir Roberto Peel. En el centro de este jardinito, á quince pasos del palacio, se pasa por delante de la estatua pedestre de Jacobo II, vestido de César, mirando con espresion triste un sitio que su brazo inclinado hacia abajo y su índice estendido parece que señalan el suelo.
He aqui otra tercera versión: Jacobo II señala con el dedo el sitio en que murió su padre; pero ademas de que aquel parage estaría muy distante de las ventanas, puede objetarse á esta opinión muy vulgarizada, que la mano del rey medio cerrada ha sido horadada y ahuecada por dentro, asi como el dedo índice; esta mano, cuya palma y la parte interior de las falanges han sido ligeramente limadas, han conservado como en un molde la impresión ó marca de un objeto cilindrico que tenia apretado: una espada, por ejemplo, un cetro ó un baston de mando; el índice achatado y dispuesto para estar apeado sobre cualquiera de estas tres cosas, no se habia alargado sino para afianzarlas. Asi es que la ilación deducida de la postura y gesto de Jacobo II carece de fundamento. Hénos, pues, reducidos ya á inquirir por nosotros mismos el verdadero parage de aquella tragedia.
Una de las versiones mas acreditadas sobre este particular, sostiene que la ejecución se verificó á vista del Támesis, y por consiguiente al costado del jardín, cerca de la estatua de Jacobo. Mas este parage y los antiguos planos que se citan para prueba, eran en aquel tiempo un patio cuadrado y cerrado exactamente, y una línea de casas encubría á la sala de convites la vista del rio. Otra aserción adoptada por el continuador del barón de Roujous, pretende que á la estremidad del salón de convites se practicó una abertura delante de la que se levantó el tablado.
Pero de las dos estremidades del edificio, la una estaba apoyada á otras construcciones contiguas á la puerta gótica de la cerca de Weslminster, y la otra, estaba separada únicamente por un estrecho espacio de la otra porción del antiguo palacio de White―Hall.
La historia refiere que la, muchedumbre era tan numerosa y tan conmovida, que después de la ejecución fué preciso dispersarla dando cargas la caballería. Estas tropas no hubiesen podido maniobrar ni aun moverse en el patio, ni en el ángulo formado en la estremidad de la sala por la poterna y las paredes de White―Hall.
A esta hipótesis opongamos dos historiadores: Rapin―Thoiras, dice, que el suplicio se efectuó sobre un cadalso levantado en la calle, dando frente al salón de los festines: la otra atestación es todavía mas esplícita; es la de Jhon Rushworth, en el tomo VII de sus Historical collectiones of prívate passages in State, and remarkable procedíngs in Parliament. Rushworth escribe que esta tragedia terminó en la calle y que Carlos I salió por una de las ventanas de White―Hall. Ahora bien, si Jhon Rushworth no presenció la ejecución, cuando menos es probable que vio levantar el tablado.
La suposición de la abertura hecha en la pared es inadmisible: están tan juntas las ventanas, que no hubiese habido espacio entre ellas para hacer un agujero del ancho suficiente.
Esta segunda ventana, de mas fácil salida que las de en medio por las columnas salientes, proporcionaba mas ventajas para apoyar los andamios y tablado: por esta parte la calle es mas ancha y desembarazada; en fin, esta ventana es la designada por las probabilidades y por la tradición; uno de los guias, y los mismos que sirven la capilla me la indicaron sin titubear.
Este suplicio fué precedido de tan largos tormentos, de tan crueles humillaciones, y sufridas con tan firme resignación, que hizo odiosa la república y la deshonró desde su origen.
El pueblo venera la memoria del mártir asemejando su muerte con la de Jesucristo, la consagra bajo el nombre de la pasión de Carlos I, y la ignominia recae sobre el pueblo inglés. Ana Bolena, Juana Grey, María Estuardo, Strafford, y Carlos I han echado una siniestra mancha en este pais en que se admite con la mas fria indiferencia el oficio de carcelero y de verdugo. Estas impresiones tan remotas después de tan largo espacio, han vuelto á despertarse con la cautividad y muerte de Napoleón.
Para ser equitativos, añadamos que difícilmente se encontrará en toda Inglaterra un apologista de estos actos sanguinarios: la opinión pública ha vengado al prisionero de Santa Elena: ¿empero se infiere de esto, que en 1815 haya protestado de esta conducta con la energía que se consiente? No: el inglés es indiferente y dulce para con sus vecinos mientras no median el patriotismo ó el interés particular. Napoleón era el mas terrible de todos sus enemigos: habia puesto á Inglaterra á diez pasos de hacer bancarrota, y cruelmente amenazado la industria nacional: poco militar por instinto, el inglés no se pica de generosidad caballeresca. A la caida del imperio, originada por la mas implacable insistencia y pertinacia en las coaliciones y alianzas, esta nación se acordó que el reinado de los Cien Dias habia costado á su gobierno un millón por hora, y que en tanto que no quedase cubierto este déficit, no se aplacaría su resentimiento. Celebrad y ensalzad delante de ellos vuestra gloria, y no se incomodarán ni serán enemigos vuestros; pero no toquéis la caja de esta tribu de negociantes, cuyo primer funcionario, sentado sobre un dorado sillon, tiene por cogin una saca de lana.
Dejando á White―Hall, entramos en el patio del Almirantazgo, enlosado con goma elástica, lujo digno verdaderamente de un pueblo amigo del silencio.
En la fonda nos esperaba una comida suculenta y reparadora, y para aprovechar la noche, los toristas menos cansados visitaron algunas tabernas. En Londres no hay placer fuera del círculo de la familia, y los establecimientos públicos de modo alguno contribuyen á halagar la independencia del celibato: desde luego son poco cómodos, y rara vez se encuentra en ellos lo que se desea; si vais á un coffechouse os esponeis á no encontrar mas que té ó café, pues está prohibido al cafetero la venta de toda otra bebida. Hay sitios en donde se bebe sin comer, y otros donde se come pero no se bebe. En algunos oyster―rooms se
Tal es el aspecto del costado de Parlament―Stret, de este edificio ejecutado según el estilo de principios del siglo XVII; esta descripción conviene igualmente á la fachada que mira á White―Hall―Garden, patio pequeño rodeado de árboles y palacios. Alli es donde ví morir á sir Roberto Peel. En el centro de este jardinito, á quince pasos del palacio, se pasa por delante de la estatua pedestre de Jacobo II, vestido de César, mirando con espresion triste un sitio que su brazo inclinado hacia abajo y su índice estendido parece que señalan el suelo.
He aqui otra tercera versión: Jacobo II señala con el dedo el sitio en que murió su padre; pero ademas de que aquel parage estaría muy distante de las ventanas, puede objetarse á esta opinión muy vulgarizada, que la mano del rey medio cerrada ha sido horadada y ahuecada por dentro, asi como el dedo índice; esta mano, cuya palma y la parte interior de las falanges han sido ligeramente limadas, han conservado como en un molde la impresión ó marca de un objeto cilindrico que tenia apretado: una espada, por ejemplo, un cetro ó un baston de mando; el índice achatado y dispuesto para estar apeado sobre cualquiera de estas tres cosas, no se habia alargado sino para afianzarlas. Asi es que la ilación deducida de la postura y gesto de Jacobo II carece de fundamento. Hénos, pues, reducidos ya á inquirir por nosotros mismos el verdadero parage de aquella tragedia.
Una de las versiones mas acreditadas sobre este particular, sostiene que la ejecución se verificó á vista del Támesis, y por consiguiente al costado del jardín, cerca de la estatua de Jacobo. Mas este parage y los antiguos planos que se citan para prueba, eran en aquel tiempo un patio cuadrado y cerrado exactamente, y una línea de casas encubría á la sala de convites la vista del rio. Otra aserción adoptada por el continuador del barón de Roujous, pretende que á la estremidad del salón de convites se practicó una abertura delante de la que se levantó el tablado.
Pero de las dos estremidades del edificio, la una estaba apoyada á otras construcciones contiguas á la puerta gótica de la cerca de Weslminster, y la otra, estaba separada únicamente por un estrecho espacio de la otra porción del antiguo palacio de White―Hall.
La historia refiere que la, muchedumbre era tan numerosa y tan conmovida, que después de la ejecución fué preciso dispersarla dando cargas la caballería. Estas tropas no hubiesen podido maniobrar ni aun moverse en el patio, ni en el ángulo formado en la estremidad de la sala por la poterna y las paredes de White―Hall.
A esta hipótesis opongamos dos historiadores: Rapin―Thoiras, dice, que el suplicio se efectuó sobre un cadalso levantado en la calle, dando frente al salón de los festines: la otra atestación es todavía mas esplícita; es la de Jhon Rushworth, en el tomo VII de sus Historical collectiones of prívate passages in State, and remarkable procedíngs in Parliament. Rushworth escribe que esta tragedia terminó en la calle y que Carlos I salió por una de las ventanas de White―Hall. Ahora bien, si Jhon Rushworth no presenció la ejecución, cuando menos es probable que vio levantar el tablado.
La suposición de la abertura hecha en la pared es inadmisible: están tan juntas las ventanas, que no hubiese habido espacio entre ellas para hacer un agujero del ancho suficiente.
Esta segunda ventana, de mas fácil salida que las de en medio por las columnas salientes, proporcionaba mas ventajas para apoyar los andamios y tablado: por esta parte la calle es mas ancha y desembarazada; en fin, esta ventana es la designada por las probabilidades y por la tradición; uno de los guias, y los mismos que sirven la capilla me la indicaron sin titubear.
Este suplicio fué precedido de tan largos tormentos, de tan crueles humillaciones, y sufridas con tan firme resignación, que hizo odiosa la república y la deshonró desde su origen.
El pueblo venera la memoria del mártir asemejando su muerte con la de Jesucristo, la consagra bajo el nombre de la pasión de Carlos I, y la ignominia recae sobre el pueblo inglés. Ana Bolena, Juana Grey, María Estuardo, Strafford, y Carlos I han echado una siniestra mancha en este pais en que se admite con la mas fria indiferencia el oficio de carcelero y de verdugo. Estas impresiones tan remotas después de tan largo espacio, han vuelto á despertarse con la cautividad y muerte de Napoleón.
Para ser equitativos, añadamos que difícilmente se encontrará en toda Inglaterra un apologista de estos actos sanguinarios: la opinión pública ha vengado al prisionero de Santa Elena: ¿empero se infiere de esto, que en 1815 haya protestado de esta conducta con la energía que se consiente? No: el inglés es indiferente y dulce para con sus vecinos mientras no median el patriotismo ó el interés particular. Napoleón era el mas terrible de todos sus enemigos: habia puesto á Inglaterra á diez pasos de hacer bancarrota, y cruelmente amenazado la industria nacional: poco militar por instinto, el inglés no se pica de generosidad caballeresca. A la caida del imperio, originada por la mas implacable insistencia y pertinacia en las coaliciones y alianzas, esta nación se acordó que el reinado de los Cien Dias habia costado á su gobierno un millón por hora, y que en tanto que no quedase cubierto este déficit, no se aplacaría su resentimiento. Celebrad y ensalzad delante de ellos vuestra gloria, y no se incomodarán ni serán enemigos vuestros; pero no toquéis la caja de esta tribu de negociantes, cuyo primer funcionario, sentado sobre un dorado sillon, tiene por cogin una saca de lana.
Dejando á White―Hall, entramos en el patio del Almirantazgo, enlosado con goma elástica, lujo digno verdaderamente de un pueblo amigo del silencio.
En la fonda nos esperaba una comida suculenta y reparadora, y para aprovechar la noche, los toristas menos cansados visitaron algunas tabernas. En Londres no hay placer fuera del círculo de la familia, y los establecimientos públicos de modo alguno contribuyen á halagar la independencia del celibato: desde luego son poco cómodos, y rara vez se encuentra en ellos lo que se desea; si vais á un coffechouse os esponeis á no encontrar mas que té ó café, pues está prohibido al cafetero la venta de toda otra bebida. Hay sitios en donde se bebe sin comer, y otros donde se come pero no se bebe. En algunos oyster―rooms se
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