el regocijo público con el armonioso repique de sus campanas, no tengáis cuidado, avanzad sin recelo; estáis entre un pueblo de carácter dulce, pacífico y obsequioso. Strasburgo y Brujas son buenos testigos de esta verdad: sus habitantes aman con furor la música de las campanas de los relojes, y se regocijan con su melodía. San Pablo no ha mezclado lo agradable con lo útil: su reloj no repica. En fin, las elevadas y dilatadas paredes de su iglesia, lejos de estar desnudas como las del Panteón, de piedra labrada atristadas con hacecillos de heno figurando festones, las de San Pablo hormiguean de ventanas, de columnas, entablamentos, molduras, guirnaldas, nichos para estatuas, cornisas, modillones resaltados, y otros pormenores de ornato. Por la parte de adentro, la cúpula tan elevada es una obra maestra de osadía y de talento: apenas se concibe donde se apoyan aquellas moles puestas unas encima de otras; el económico artificio de la armadura y andamios no es menos admirable. Yo recuerdo una escalera, que me pareció la escala de Jacob, sin mas punto de apoyo que la fé. Pero no sabría describirla yo con lucidez, porque no soy arquitecto.
Reclinado sobre la balaustrada de hierro de la galería de los Ecos, que desde abajo me pareció hacia el efecto de una corona para cubrir la cabeza de un rey de Chipre, eché una ojeada sobre las pinturas de la media naranja ejecutadas por Fames Thornhill, y que representan varias escenas de la vida de San Pablo. En Inglaterra se considera á Thornhill como á su mejor pintor de historia, y es porque no tiene otro, lo que basta para justificar el acierto de su elección. Mas este célebre artista tenia bastante disposición para desafiar á sus rivales y pelear ventajosamente. Ha dejado en el hospicio de Greenwich una de las mas vastas pinturas murales que pueden verse, y esta composición no es de un genio vulgar. Trátase de un cielo raso y un lienzo de pared en que se representan las apoteosis de reyes ejecutados bajo la idea y proyecto de Rubens, y que recuerdan, aunque con menos trasparencia, el colorido de aquel maestro, y sobre todo el tono y armonía de las tintas un poco apagadas y sin brillo del cielo raso de White–Hall. Aunque Thornhill agrupa un poco demasiado las figuras, pinta con lucimiento y sublimidad. Es un artista lleno de los recuerdos magestuosos de la Francia de Luis XIV. Un Lebrun algo menos sabio á quien Rubens ha avivado el colorido y Mignand ha comunicado la sonrisa y las gracias.
Me ha sido preciso hablar de sus obras en Greenwich para dar una idea de su talento, porque las de San Pablo no me han dejado recuerdo alguno que revele su mérito.
Estaba ladeado hacia el borde de la galería á mas de doscientos pasos de elevación del piso de la iglesia contemplando aquellas pinturas, cuando me contaron un lance que me llenó de espanto. Thornhill estaba pintando como en el aire encima de una andamiada sin antepecho. Habia concluido la cabeza de San Pablo, estaba conversando con un amigo suyo. Por un impulso muy natural á todo artista fué retirándose hacia atrás para juzgar del efecto que producía la distancia en su pintura: iba pues retirándose paso á paso embebido en su idea, cuando su compañero lo vé de repente próximo ya al borde de la última tabla y que va á caer precipitado sin titubear: sin dar el menor grito, coge una brocha llena de color, y como un rayo se lanza y chafarrinea la cara del santo.
—¡Qué haces! esclamó Thornhill, corriendo para detenerle la mano.
—Salvarte la vida, contestó éste con serenidad.
Yo no sé si por haberme hallado en circunstancias análogas en una ocasión ó por un efecto nervioso, la verdad es que oyendo la aventura en lo mas alto de aquel observatorio aéreo, sentí mis ojos estrellarse contra las losas del pavimento dando volteretas por el aire mi corazón. No obstante mi turbación miré fijamente las pinturas de Thomhill, que me parecía danzaban por la pared y se aplastaban contra la cúpula, en tanto que yo estrechaba con mucho cariño los barrotes del antepecho.
Viéndome en salvo y fuera de peligro, advertí que habia olvidado las pinturas de Thornhill, pero de la aventura me acordaré toda mi vida.
Su crónica no dice el nombre del ingenioso amigo del artista, lo único que hay de cierto es que era inglés: en tan crítico momento ¡cuán grande serenidad no se necesita para inventar un arbitrio tan primoroso! Aquel amigo es la mas atrevida síntesis del carácter nacional.
El interior de la catedral de San Pablo forma una cruz, y la cúpula está elevada como de costumbre en la intersección de los brazos: las bóvedas son altísimas y de glacial magestad. Solo en los días que se celebra metings es cuando se ve concurrencia y animación en ese suntuoso templo, en los restantes reina la soledad y silencio. Con mucha razón se considera este monumento como el mas notable de las iglesias protestantes. A lo largo de las paredes se ha construido una infinidad de nichos y dispuesto capillas de poco fondo adornadas con monumentos fúnebres dedicados á la memoria de los difuntos ilustres. Aqui es donde se puede apreciar en su justo valor la escultura del país, y pasando revista á mas de cien capillas irse familiarizando con la ambigüedad de las alegorías. La descripción de estos objetos suministraría argumento para mil poemas fúnebres, y darian margen para la crítica literaria por el estilo siguiente. «El genio de Albion llora al guerrero y deposita sobre su tumba los trofeos de la victoria. Minerva colocada encima la muestra á un novel militar para inspirarle el amor á la gloria.»
Toda esta escultura respira sus pretensiones al antiguo; examina, estudia la redondez y morbidez de las reformas; los brazos están hechos á torno. La idea y pensamientos carecen de originalidad, los grupos están faltos de armonía. La pasión por el dibujo no adelanta mucho en el Norte. Por la fecundidad y caprichos de sus invenciones alegóricas, el inglés parece mas á propósito que ningún pueblo del mundo para perfeccionar el delicado y difícil arte de los logogrifos y geroglíficos.
Alrededor de San Pablo hay un terreno sin cultivo cubierto de yerba agostada y amarillenta y cercado por una reja, hermosísima por cierto. Por afuera las casas están apiñadas y principian las calles mas popusas de la ciudad. En este terreno, pues, en el centro de la población, y a vista de todos sus habitantes se saca diariamente la tierra y polvo de los sepulcros para estercolar otros nuevos. Para ir desde San Pablo á la torre se atraviesa un laberinto de callejuelas angostas, aseadas y ensoladas como iglesias, formadas con casitas de ladrillo herméticamente cercadas. Alli se han establecido las factorías, las agencias de negocios, los depósitos de mercancías, los escritores de
Reclinado sobre la balaustrada de hierro de la galería de los Ecos, que desde abajo me pareció hacia el efecto de una corona para cubrir la cabeza de un rey de Chipre, eché una ojeada sobre las pinturas de la media naranja ejecutadas por Fames Thornhill, y que representan varias escenas de la vida de San Pablo. En Inglaterra se considera á Thornhill como á su mejor pintor de historia, y es porque no tiene otro, lo que basta para justificar el acierto de su elección. Mas este célebre artista tenia bastante disposición para desafiar á sus rivales y pelear ventajosamente. Ha dejado en el hospicio de Greenwich una de las mas vastas pinturas murales que pueden verse, y esta composición no es de un genio vulgar. Trátase de un cielo raso y un lienzo de pared en que se representan las apoteosis de reyes ejecutados bajo la idea y proyecto de Rubens, y que recuerdan, aunque con menos trasparencia, el colorido de aquel maestro, y sobre todo el tono y armonía de las tintas un poco apagadas y sin brillo del cielo raso de White–Hall. Aunque Thornhill agrupa un poco demasiado las figuras, pinta con lucimiento y sublimidad. Es un artista lleno de los recuerdos magestuosos de la Francia de Luis XIV. Un Lebrun algo menos sabio á quien Rubens ha avivado el colorido y Mignand ha comunicado la sonrisa y las gracias.
Me ha sido preciso hablar de sus obras en Greenwich para dar una idea de su talento, porque las de San Pablo no me han dejado recuerdo alguno que revele su mérito.
Estaba ladeado hacia el borde de la galería á mas de doscientos pasos de elevación del piso de la iglesia contemplando aquellas pinturas, cuando me contaron un lance que me llenó de espanto. Thornhill estaba pintando como en el aire encima de una andamiada sin antepecho. Habia concluido la cabeza de San Pablo, estaba conversando con un amigo suyo. Por un impulso muy natural á todo artista fué retirándose hacia atrás para juzgar del efecto que producía la distancia en su pintura: iba pues retirándose paso á paso embebido en su idea, cuando su compañero lo vé de repente próximo ya al borde de la última tabla y que va á caer precipitado sin titubear: sin dar el menor grito, coge una brocha llena de color, y como un rayo se lanza y chafarrinea la cara del santo.
—¡Qué haces! esclamó Thornhill, corriendo para detenerle la mano.
—Salvarte la vida, contestó éste con serenidad.
Yo no sé si por haberme hallado en circunstancias análogas en una ocasión ó por un efecto nervioso, la verdad es que oyendo la aventura en lo mas alto de aquel observatorio aéreo, sentí mis ojos estrellarse contra las losas del pavimento dando volteretas por el aire mi corazón. No obstante mi turbación miré fijamente las pinturas de Thomhill, que me parecía danzaban por la pared y se aplastaban contra la cúpula, en tanto que yo estrechaba con mucho cariño los barrotes del antepecho.
Viéndome en salvo y fuera de peligro, advertí que habia olvidado las pinturas de Thornhill, pero de la aventura me acordaré toda mi vida.
Su crónica no dice el nombre del ingenioso amigo del artista, lo único que hay de cierto es que era inglés: en tan crítico momento ¡cuán grande serenidad no se necesita para inventar un arbitrio tan primoroso! Aquel amigo es la mas atrevida síntesis del carácter nacional.
El interior de la catedral de San Pablo forma una cruz, y la cúpula está elevada como de costumbre en la intersección de los brazos: las bóvedas son altísimas y de glacial magestad. Solo en los días que se celebra metings es cuando se ve concurrencia y animación en ese suntuoso templo, en los restantes reina la soledad y silencio. Con mucha razón se considera este monumento como el mas notable de las iglesias protestantes. A lo largo de las paredes se ha construido una infinidad de nichos y dispuesto capillas de poco fondo adornadas con monumentos fúnebres dedicados á la memoria de los difuntos ilustres. Aqui es donde se puede apreciar en su justo valor la escultura del país, y pasando revista á mas de cien capillas irse familiarizando con la ambigüedad de las alegorías. La descripción de estos objetos suministraría argumento para mil poemas fúnebres, y darian margen para la crítica literaria por el estilo siguiente. «El genio de Albion llora al guerrero y deposita sobre su tumba los trofeos de la victoria. Minerva colocada encima la muestra á un novel militar para inspirarle el amor á la gloria.»
Toda esta escultura respira sus pretensiones al antiguo; examina, estudia la redondez y morbidez de las reformas; los brazos están hechos á torno. La idea y pensamientos carecen de originalidad, los grupos están faltos de armonía. La pasión por el dibujo no adelanta mucho en el Norte. Por la fecundidad y caprichos de sus invenciones alegóricas, el inglés parece mas á propósito que ningún pueblo del mundo para perfeccionar el delicado y difícil arte de los logogrifos y geroglíficos.
Alrededor de San Pablo hay un terreno sin cultivo cubierto de yerba agostada y amarillenta y cercado por una reja, hermosísima por cierto. Por afuera las casas están apiñadas y principian las calles mas popusas de la ciudad. En este terreno, pues, en el centro de la población, y a vista de todos sus habitantes se saca diariamente la tierra y polvo de los sepulcros para estercolar otros nuevos. Para ir desde San Pablo á la torre se atraviesa un laberinto de callejuelas angostas, aseadas y ensoladas como iglesias, formadas con casitas de ladrillo herméticamente cercadas. Alli se han establecido las factorías, las agencias de negocios, los depósitos de mercancías, los escritores de
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