martes, abril 29, 2008

Viage ilustrado (Pág. 228)

yes, las costumbres de la Francia, han dejado sus vestigios en la lengua que se habla en este pais.
Tres razas principales han poseido sucesivamente el territorio: 1.ª la raza céltica, en la que es posible distinguir dos ramas, la de los kimrys ó belgas y la de los galls ó galos, en la cual podemos incluir la secundaria de los aquitanos: 2.ª la raza romana ó itálica: 3.ª la raza germánica ó teutónica que se subdivide en la historia de la invasiones bárbaras en un número bastante considerable de pueblos diversos. Las lenguas de estas razas son los elementos, que viniendo primero á sobreponerse y después á confundirse, han formado definitivamente el francés. En el Mercurio de Francia de julio de 1737 hay un discurso sobre el origen de la lengua francesa, en que el autor Grandval pretende demostrar que este idioma y todos sus dialectos se hablaban antes de la época de Julio César. Todo lo que podemos conceder es la existencia en aquella época, de una parte de los elementos que han concurrido á la formación del lenguaje de las épocas posteriores. Fauriel en su Historia de la Galia Meridional, dice, que en el siglo V, las antiguas lenguas de la población aborígena se hablaban todavía en muchos parages
Del celta no subsiste ningún monumento escrito; pero uno de sus dialectos ha vivido hasta el dia en la lengua popular de la Baja Bretaña, lo cual se esplica por el hecho de que las comunicaciones de la antigua Armórica con el resto de Europa fueron, por su posición geográfica, mas tardías y mas raras que las del resto de las Galias. Sin embargo, para hallar en el dia el puro elemento céltico en el bajo bretón, es menester despojarlo de muchas palabras importadas. Es indudable que los galos, en otras provincias, debieron conservar algunos restos de sus antiguos idiomas, y los términos franceses que no ofrecen señales de una derivación cierta de las lenguas estrangeras, con las cuales las invasiones armadas ó el movimiento de la civilización puso á la lengua francesa en contacto, pertenecen al celta. Pero el número de estas voces es poco notable, y la importancia de esta clase de raices del francés ha sido exagerada por algunos autores tales como Bullet y la Tou de D'Auvergne, que han llevado mas allá de los límites de lo posible la manía de las etimologías gálicas. La escasa parte que este elemento parece haber tenido en la formación de la lengua francesa se esplica bastante por la rapidez con que fué penetrada la Galia por la civilización y por la lengua de los romanos. Junto al dialecto de los kymris y del de los galls, muy análegos al parecer, se encuentra el de los aquitanos, que por el contrario, se apartaba mucho del celta, al paso que estaba íntimamente enlazado con el de los cántabros de la antigua España. Este último ya no subsiste mas que en el vascongado, y ha dejado en el franeés menos vestigios aun que el celta.
Los fenicios ocuparon en la Galia algunos puntos del litoral del Mediterráneo. Vanos monumentos revelan su existencia en aquellos lugares; pero en cuanto á la influencia de su idioma sobre la formación del francés, no fué, al parecer, muy grande, á pesar de las laboriosas investigaciones de Bochart. Lo mismo diremos de los griegos de Marsella, á quienes Estienne ha querido atribuir mas etimologías de las que es justo. El griego se hablaba todavía en Arles en el siglo V, y el alfabeto de esta lengua estaba bastante generalizado en el Mediodía Mas á pesar de esto, el celta no se helenizó, según parece, por su contacto con los focenses. El uso del griego solo fue admitido en algunas clases de la población.
No sucedió lo mismo con el latin que llevaron á las Galias las legiones de Julio César. Concediendo á los vencidos la cualidad de ciudadanos romanos, se les impuso al mismo tiempo la obligación de hablar latin. Un siglo mas tarde, esta lengua, introducida por la conquista é impuesta por la política, se fortificó con la religión, puesto que fué, por decirlo asi, el vehículo de las ideas cristianas. En el siglo IV se hablaba el latin desde los Pirineos hasta el Rhin y la población de toda la Galia, salvas algunas escepciones, hacia olvidado su lenguaje nacional. Verdad es que en el siglo anterior los francos y borgoñones, en el siguiente los suevos, de origen teutónico como los anteriores, y después los visigodos, los alanos y los vándalos habían introducido acentos nuevos, tan estraños al latín como al celta. Los últimos de dichos pueblos pertenecieron, al parecer, á las razas escítica y eslava; los idiomas de unos y otros debian tener entre sí ese grado de afinidad que presentan todas las ramas de la gran familia indo―germánica, con la cual se enlazaban.
Como esos pueblos habían entrado todos por las fronteras de la Germania, se dio á su lenguaje el nombre común de tudesco para distinguirlo del gálico ó walon de los indígenas. Por lo demás, la porción de aquellos huéspedes que se fijó en la Francia, no tardó en olvidar, ó mas bien en confundir con la de sus nuevos vecinos, la lengua que había traído. El latin por su lado, que durante ocho siglos fué no tan solo el idioma oficial del gobierno, sino también el de la enseñanza y predicación, no pudo menos de alterarse al ponerse en contacto con tantos elementos nuevos. En el siglo IV ya aparecieron en el latin numerosos galicismos. Cuando los francos sucedieron á los romanos como dominadores de la Galia, abandonaron el uso de la lengua tudesca y aun la olvidaron. El cristianismo, que sentaba sus fundamentos en el seno de la monarquía, confirmó la preeminencia que la civilización romana había comenzado a dar al latín. Sin embargo, los nuevos conquistadores adoptaron a la vez espresiones celtas y espresiones latinas, imprimiendo á unas y á otras un carácter particular. El idioma muy alterado que resultó de aquí fué el lazo común de los descendientes de los galos y de los francos.
El romance y el tudesco subsistieron mucho tiempo simultáneamente como lenguas vulgares. Asi es que cuando el concilio de Tours mandaba en 813 a los obispos que tradujesen sus homilías latinas en la lengua que el común de los oyentes podía comprender, los padres del concilio nombraron como tales, en su decisión, el teótisco ó tudesco y el romance o romano rústico. En tiempo de los Merovingios, la lengua madre de los conquistadores, el tudesco fráncico que participa mas del frison que de los demás dialectos alemanes, se conservó en la corte. En la época de los Carlovingianos, esa lengua fué á empaparse en Aquisgran en el puro elemento germánico, y Carlo―Magno que le profesaba cierta predilección, hizo todo lo posible para darle superioridad sobre el romance. El mismo trabajó en pulirla y completarla, escribiendo, según se dice, una gramática, mandando recopilar los cantos nacionales, y dando nombres á los vientos y á los meses. Cuando la corte se restableció en Pa―

lunes, abril 28, 2008

Viage ilustrado (Pág. 227)

salvación del pueblo es la ley suprema. Jamás se han realizado mas grandes empresas con una continuidad y constancia semejantes. El 17 de julio de 1789 proclama el tercer estado su advenimiento al gobierno del país, y dos meses después, en la noche para siempre memorable del 4 de agosto, queda constituida la sociedad moderna, proclamándose para todos la igualdad delante de la ley, la libertad de la imprenta y la libertad de conciencia; se fija la elección como principio de gobierno; quedan separados el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial; se organiza la instrucción pública y se emancipa la industria del yugo á que estaba sometida. Empero esto era poco destruir; se necesitaba organizar y defenderse á la vez; el tratado de Pilnitz, firmado entre la Prusia, la Alemania y un príncipe francés, amenazaba al pais con una invasión terrible. El estrangero dio orden á la Asamblea legislativa para que se disolviese; pero ella respondió con el juramento de vivir libre ó morir, y cumplió su juramento. Cuando proclamó esta fórmula solemne: «Ciudadanos, la patria está en peligro.» La Francia se levantó como un solo hombre, y el duque de Brunswick, al presentarse para borrar, como él decía, á París de la superficie de la tierra, halló á la Francia armada que respondió á las amenazas con la victoria de Valmy y con estas palabras de Danton, que fueron la señal del terror: «Para desconcertar á los agitadores é intimidar al enemigo, es preciso intimidar á los realistas.» Desde aquel momento rompió sus diques el torrente revolucionario. La monarquía se habia mostrado hostil á la revolución, y sufrió tristemente la pena de aquella hostilidad. Al condenar la Convención á Luis XVI, habia quemado sus bageles; era preciso marchar adelante; la Europa entera estaba armada contra ella, y tuvo que defenderse á la vez contra los estrangeros y los enemigos interiores; pero al fin hizo frente á todos los peligros.
Estraño, inaudito fué el espectáculo que presentó entonces la Francia, y cuando se piensa en los horrores que se cometían frecuentemente sin motivo, en los escesos que parecían preparados para hacer odiosa una revolución que los amigos del país querían fuese grande y fuerte, y sobre todo pura, no puede uno menos de preguntarse si es preciso atribuir á la influencia, del estrangero y á las maquinaciones, cuyo misterio ignoramos todavía, la mayor parte de los crímenes que afligieron á la Francia en aquella grande época; mas sea de esto lo que quiera es consolador saber que aquellos crímenes fueron obra de algunos hombres, y que la nación entera rechazó con horror su responsabilidad.
Después de una legislatura de tres años, el 26 de octubre de 1790 legó la Convención el poder legislativo al consejo de los Ancianos y al de los Quinientos, y el poder ejecutivo al Directorio. Sin embargo, tantos desórdenes y luchas habían agotado los esfuerzos de la Francia: el Directorio recogía en aquella herencia 300.000,000 de asignados sin valor, odios implacables entre los partidos, la guerra civil y la guerra estrangera; las arcas estaban vacias, faltaban las subsistencias; el comercio y la industria estaban como anonadados, y aterrados los departamentos del Mediodía con los asesinatos de la reacción realista; pero en esa lucha de tres años habían aparecido grandes generales: Bonaparte, Moreau, Jourdan, Hoche y Carnot, habian organizado la victoria; restablecíase la calma en lo interior y en lo esterior; pero quedaban todavía en lo interior muchos elementos de discordia para impedir á la Francia que fuese tan feliz como era fuerte y gloriosa. Cansada al fin de su libertad borrascosa, y de la debilidad del gobierno directorial, la Francia aceptó en Bonaparte, no ya un soberano, sino un liberrador, y cuando el tratado de Luneville y la paz de Amiens dieron algún reposo á la Europa, sirvió este reposo de una manera admirable á los progresos de la industria, de las artes y de las ciencias, y el Código civil donde se consagran las conquistas mas preciosas de la revolución, llega á ser el modelo de la legislación de Europa.
El orden estaba al fin restablecido; pero Bonaparte, al volver vencedor del Egipto y de la Italia, aspiraba á descender. Quería fundar una monarquía nueva; hizo desviar á la revolución, falseando sus principios y consecuencias, y retrocediendo de este modo á lo pasado puso el pie sobre el abismo.
Tomó el altar de la victoria
Por el altar de la libertad.
Pero la victoria es muchas veces madrastra, y después de inmortales triunfos, después de haber renovado en los tiempos modernos los prodigios del genio de Alejandro y de Aníbal, Napoleón va á morir á la roca de Santa Elena, como si la Providencia, al hacerle espiar tanta gloria, hubiera querido enseñar al mundo que el despotismo militar, lo mismo que una monarquía absoluta, no puede echar raices en esa Francia que quiere ante todas cosas, como se ha dicho con razón, el reinado de la probidad política y de la libertad. Pero cuando Napoleón murió, cuando el águila se voló á dos cielos, llevándose los eslabones rotos de la cadena del mundo, el poeta mas ilustre del siglo XIX, el hijo glorioso dé la Gran Bretaña, Byron, pudo esclamar: «No hay ya hombre grande en la raza de los seres » Invadida dos veces la Francia, encerrada por toda la Europa dentro de las fronteras de la vieja monarquía, no ha decaído, sin embargo, de su rango supremo. La influencia contagiosa de sus ideas y el poder de su nombre se revelan todavía como en los días de sus mejores triunfos; las afrentas de la restauración y las infamias del régimen que acaba de hundirse, asi como los escesos de 1793, son obra de algunos hombres y de un partido; pero en todo de cuanto se ha hecho de grande y generoso en el espacio de cincuenta años, ha intervenido siempre el pueblo francés con su brazo y sus votos, y los nobles instintos jamás han estado en minoría. La Francia es la que ha destruido bajo sus balas ese nido de piratas que no habia podido derribar Carlos V y la Inglaterra. Hácia Francia se han vuelto siempre todos los pueblos que han tratado de Conquistar su independencia: ella ha sido siempre la providencia que han invocado los pueblos en sus luchas con el despotismo. Nueva Encélado, le ha bastado moverse para agitar á toda la Europa basta en sus cimientos, y hacer caer hecho ruinas ese edificio de la Santa Álianza construido con tanto trabajo y tan aparente solidez, donde los reyes creian poder conservar eternamente cautivas las nacionalidades violentamente comprimidas.
Una vez considerada la Francia históricamente, bueno será decir algo acerca de su literatura.
Las grandes revoluciones políticas que durante veinte siglos han ido renovando las creencias, las le―

domingo, abril 27, 2008

Viage ilustrado (Pág. 226)

Estado soy yo, no había en estas palabras jactancia ni vanagloria, sino la simple enunciación de un hecho.» Luis era muy á propósito para representar ese papel magnífico. La fria y solemne figura dominó por cincuenta años á la Francia con la misma magestad. En los treinta primeros años pasaba ocho horas al día en el consejo, conciliando los negocios con los placeres, escuchando, consultando, pero juzgando él mismo; sus ministros cambiaban y morían, él, siempre el mismo, cumplía con los deberes, con las ceremonias y las fiestas de la monarquía, con la regularidad del sol que había escogido por emblema. En la guerra, Condé es el que destruye en Rocroy y en Lens aquella terrible infantería de España, cuyos batallones cerrados parecían torres; Turona es el que crece en audacia al mismo tiempo que envejece, como observó muy bien Napoleón; alli están también Luxembourg, Catinat, Villars, Vauban, que crea la ciencia de las fortalezas; Duguay―Trouin, que bate á Ruyter; Tourville y Juan Bart: en sus victorias, la Francia tiene casi en todas partes la inferioridad numérica; cuando los reveses llegan, está sola contra todos; cada legua que anda el enemigo victorioso es comprada con torrentes de sangre: testigo esa terrible carnicería de Malplaquet, en que los soldados, que no habían comido hacia veinticuatro horas, arrojaron su pan para correr al combate. En la administración pueden citarse los nombres de Colbert, Louvois y Torcy; en la magistratura: Molé y Lamoignon , Talon y d'Aguesseau; en las artes: Perrault, Maussart, Paget, Mignart, Girardon, le Sueur, le Brun, le Notre, Callot y Nanteuil; en la erudición: Seumaise, Ménage, Du Cange, Mabillon, Baluze, Ruinard, Tillemont y toda la escuela de Port―Royal; en la poesía y el arte dramático: Corneille, Racine, Moliere, Regnard y la Fontaine; en la prosa: Descartes, Malebranche, Pascal, La Bruyere, Bossuet, Sévigné, Saint―Simón, Lesage y Fontenelle. Jamás, aun en los siglos mas ilustrados, se había agrupado alrededor de un mismo rey tal reunión de hombres eminentes. Cuando murió Luis XIV dejaba á la Francia agotada, anonadado su comercio y destruida su marina, y 3,000.000,000 de deuda; pero dejaba también provincias importantes nuevamente adquiridas, el recuerdo de una lucha heroica sostenida contra toda la Europa, sin que el reino hubiese sido mermado en lo mas mínimo, el canal del Mediodía, monumentos dignos de la grandeza romana, reyes de su familia en el trono de España, la reforma de las leyes, los progresos inauditos de la industria, de la administración y de la civilización general, y los monumentos eternos del pensamiento de los grandes hombres que habían vivido á la sombra de su monarquía, estimulados y protegidos por ella.
»Entre Luis el Grande y Napoleón, dice un historiador elocuente, entre los siglos XVIII y XIX, descendió la Francia por una pendiente rápida, en cuyo término chocándose la vieja monarquía con el pueblo se rompió y dejó paso al orden nuevo que todavía prevalece. La unidad del siglo XVIII, está en la preparación de este gran acontecimiento: en primer lugar la guerra literaria y la guerra religiosa y después la grande y sangrienta batalla de la libertad política (1).» En el reinado de Luis XIV la Francia parecía marchar rápidamente hacia su próxima disolución, el desórden en la hacienda, la bancarrota; la batalla de Rosbach, perdida sin combate, la pérdida de las colonias, todo parecía anunciar que el país tocaba esa hora fatal en que suena la muerte de las naciones. No era, sin embargo, la muerte, sino un despertamiento glorioso el que debía salir de aquel caos, y en el momento mismo en que la Francia parecía completamente olvidada de lo pasado é indiferente para el porvenir, en el momento mismo en que rompía su espada, ejercía aun sobre todas las naciones civilizadas la dominación intelectual, que es la mas soberana de las dominaciones. La lengua francesa se hizo la lengua universal, la lengua de los reyes y de los pensadores. Reinó en la corte de Federico, como ya había reinado en la corte de Cristiana. Las ideas y las invenciones de los demás pueblos, antes de ser aceptadas, debían en cierto modo recibir sus cartas de naturalización. La influencia de la literatura francesa y el conocimiento que de su lengua tenian todos los hombres instruidos de Europa permitieron á las opiniones nuevas circular con rapidez increíble. «A fines del siglo se había formado un partido numeroso en todos los países de Europa en favor de la filosofía francesa, y asi como la revolución de aquel pais es la única que ha tenido por bandera principios abstractos y generales, es también la única que se ha esparcido directamente en los demas pueblos por vía de propaganda con el mismo carácter de abstracción y de generalidad.»
En el reinado de Luis XV, el drama del siglo marchó pronto á su desenlace. Los escritores trabajaban en nivelar el suelo y en minar el antiguo edificio social. Rousseau profetizaba la revolución, y la misma monarquía, al abolir la institución de los jesuitas y el parlamento, derribaba las últimas ruinas de la edad media. En vano ensayó Luis XVI algunas reformas. La emancipación de los últimos siervos del dominio, la abolición del tormento y el apoyo que prestó á los americanos para conquistar la independencia, no retardaron ni un instante la hora suprema de la vieja sociedad: la monarquía absoluta había cumplido su tiempo y se abismó en ese naufragio donde fueron sepultadas las tradiciones de un pasado, sin duda frecuentemente glorioso, pero que no estaba ya en relación con las ideas y las necesidades de la época. En 1787 se reunió una asamblea de notables, pero no hizo nada de provecho, porque no se trataba ya de mejorar la hacienda, sino de cambiar la constitución misma del Estado; la revolución estaba en todos los ánimos, y como ha dicho un escritor emínente, cuantos Estados generales se reunieron no hicieron mas que decretar una revolución mal hecha.
Aquí comienza para la Francia el mas heroico, sangriento y glorioso de todos los dramas á que han asistido los pueblos modernos. La revolución de 1789, no se encierra como la revolución inglesa en las fronteras del pais, ni pasa como ella dejando en pie una aristocracia insolente y opresiva, y un clero ávido que persigue en nombre del diezmo. Verdad es que en un momento de obcecación fatal, derribaba los altares del catolicismo, pero á lo menos consagra una de las leyes mas santas del Evangelio: la ley de la igualdad: si se muestra inexorable para castigar, es porque trata para ella de la vida ó de la muerte, y porque queriendo reproducir la forma de los gobiernos de la antigüedad, recordando el heroísmo y las virtudes patrióticas, adopta por imperiosa necesidad, la máxima política que había constituido su fuerza: la

(l) Michelet; Compendio de la historia de Francia, capítulo 23,

viernes, abril 25, 2008

Viage ilustrado (Pág. 225)

aquella gran época del renacimiento en que se mezclan y confunden la tradición de la edad media y el espíritu de los tiempos modernos. En esos dias nuevos que comenzaban para la Francia, en ese renacimiento intelectual representó Francisco I el papel de Pericles, de Augusto y de León X; si bien tuvo una gloria que no alcanzaron estos ilustres patronos de la cultura literaria, la gloria de luchar contra la barbarie.
Las victorias de Carlos V sobre los protestantes de Alemania parecían deber darle los medios de destruir la independencia de Europa; también esta vez detuvo la Francia en sus últimos triunfos los arranques de aquella ambición que aspiraba a la supremacía universal. La defensa de Metz, hecha por el duque de Guisa contra un ejército de 100,000 hombres mandados por el mismo Carlos V, fué el golpe mas decisivo del reinado de aquel gran príncipe, y al año siguiente abdicó con el dolor de ver derribada su fortuna por la intervención de la Francia, y como dice Mr. Michelet, los funerales que se preparó en vida no eran mas que una imagen demasiado débil de aquella gloria eclipsada á la cual sobrevivía.
A los embarazos de la guerra estrangera debían unirse los horrores de la guerra civil provocada por las disensiones religiosas; vejaciones y males de toda clase pesaron sobre el pueblo durante aquellas luchas en que el Evangelio era invocado sin cesar por los partidos implacables que paseaban por todo el reino el hierro y el fuego; pero hasta en los mayores escesos los reformadores franceses, como observa un sabio historiador, se mostraron todavía superiores al resto de Europa: «Un carácter distingue á la reforma en Francia; ha sido mas sabia, ó por lo menos tanto, pero desde luego mas moderada y razonable que en las demás parles del mundo. La principal lucha de erudición y de doctrina ha sido sostenida por la reforma francesa; en Francia y en Holanda, pero siempre en francés, se han escrito esa multitud de obras filosóficas, históricas y polémicas en defensa y apoyo de aquella causa. De seguro no emplearon la Alemania ni la Inglaterra en aquella época mas talento y ciencia, y al mismo tiempo la reforma francesa permaneció estraña á los estravíos de los anabaptistas alemanes y de los sectarios ingleses; rara vez careció de prudencia práctica, y sin embargo, no se puede dudar de la energía y de la sinceridad de sus creencias, porque resistió por largo tiempo á los mas rudos combates.» En cuanto á la reforma alemana, fué útil á la Francia por cuanto provocó la humillación del emperador; en la misma Francia y en el partido católico sirvieron los escesos al país, y el resultado de la horrible matanza de San Bartolomé fué crear el partido de los políticos que predicaron al fin la moderación y la tolerancia en medio de tantos furores y escesos, y que trataron de fundar la paz sobre la libertad de los cultos, y esta libertad sobre el poder real.
Conquistada á costa de tantos esfuerzos la unidad francesa, había sido seriamente amenazada por la liga. Enrique IV llegó oportunamente para levantar al pais de entre las ruinas amontonadas en el trascurso de tantos años y durante tan largas guerras. Salvó á la Francia de los desórdenes interiores; volvió contra España el ardor militar de la nación, y en el año de 1598 obligó á Felipe II á desistir de sus pretensiones. Al mismo tiempo que aseguraba la tranquilidad dentro y fuera de Francia, concedía á los protestantes la tolerancia religiosa y garantías políticas. Después de haber vivido veinte y ocho años entregado á las aventuras del soldado, se sintió Enrique IV con bastante actividad é inteligencia, y con bastante amor al bien público para dedicarse en la vida tranquila del gabinete al trabajo árido de una reforma administrativa y rentística; puso todo su cuidado en regularizar y en hacer florecer aquel reino que había conquistado: el orden en la hacienda sucedió al mas escandaloso despilfarro. En menos de quince años disminuyó Enrique el pesado impuesto de las tallas en 4.000,000; redujo todos los derechos á la mitad, y todavía halló medio de pagar 100.000,000 de deudas. Reparáronse todas las plazas, llenáronse todos los almacenes y arsenales, se compusieron los caminos y se reformó la justicia. La Francia había llegado á ser el arbitro de Europa. Gracias á su mediación poderosa se habían reconciliado el papa y Venecia (1007), la España y las Provincias Unidas habían interrumpido su larga lucha; Enrique IV iba á humillar á la casa de Austria, y si hemos de creer á su ministro, pretendía fundar una paz perpetua y poner á la Francia á la cabeza de una gran confederación europea. Un puñal asesino rompió tan vastos y generosos proyectos.
La política fuerte y nacional de Enrique IV fué abandonada durante la minoría de Luis XIII y reemplazada por la intriga y la política italiana. Fuertes los protestantes con la debilidad del rey, del favorito y de los ministros, levantaban la cabeza, y la Francia, atormentada por mezquinas ambiciones quee apelaban constantemente á la guerra para satisfacer intereses privados, sintió la necesidad al fin de ver al frente de los negocios á un ministro enérgico: este ministro fué Richelieu. El advenimiento de Richelieu al poder cambió de repente, en una época de renacimiento y de poder, un reinado que parecía no prometer al país mas que una triste decadencia. «El rey, decía Richelieu en su primer despacho, ha cambiado de consejo y el ministro de máxima;» y en poco tiempo también habían cambiado de faz los negocios. Domar á los protestantes, no como disidentes religiosos, sino como instrumentos de revueltas políticas; neutralizar á la Inglaterra, única aliada de aquellos; debílitar á la casa de Austria; hacer entrar en la vía del deber á los grandes, que se conducían, según decía el mismo Richelieu, como si no hubiesen sido subditos del rey, y á los gobernadores de las provincias, que parecían soberanos en sus destinos, tal fué el objeto que se propuso llevar á cabo, á pesar de todos los obstáculos, el cardenal―ministro, y como él mismo decía: «No me atrevo á emprender nada sin haberlo meditado mucho; pero si una vez tomo una resolución, voy derecho á mi objeto, corto, tajo y lo derribo todo, y todo lo cubro con mi sotana encarnada.» La Francia fué pacificada en lo interior y humillado el orgullo de los grandes; con respecto al estrangero, subió pronto al primer rango, rango eminente que conservó en el reinado de Luis XIV.
Inauguraron este reinado las victorias, y esta victorias no interrumpidas en el espacio de cinco años tuvieron por feliz remate el tratado de Westfalia, que dio la Alsacia á la Francia. Háse exaltado muchas veces, y con razón, ese siglo de Luis XIV, pues fué tan grande en la historia de la Francia, que para comprender toda su grandeza basta recordar los nombres que le han ilustrado; en el gobierno, en la guerra y en las letras aparece en primer término Luis XIV, y como dice Mr. Michelet, «cuando el monarca decia: el

jueves, abril 24, 2008

Viage ilustrado (Pág. 224)

consagración le dió Du Guesclin por via de regalo los trofeos de la victoria de Cocherel, y en 1368, las ciudades que la dominación inglesa habia madurado para la rebelión, se sublevaron á la vez y rechazaron al enemigo. A pesar de los embarazos de la guerra, la administración habia sido perfeccionada y organizada la hacienda; la industria habia tomado incremento, y cuando murió Carlos V, dejó un tesoro considerable oculto y sellado en las paredes de uno de los palacios; pero sus herederos gastaron en locas suntuosidades aquel oro que habia destinado para la salvación de su pueblo. Males innumerables, como dicen las crónicas, llovieron sobre la Francia en el reinado siguiente: la locura del rey y la facción de los Armañacs entregaron el Estado á desórdenes inauditos, y puede decirse que cuando Carlos VII subió al tronó, no habia ya reino. Parecía que faltaban hombres a la defensa del pais; una muger ofreció su brazo, y el pais se salvó.
En medio de tantas luchas, de tantos crímenes y dolores, la civilización parece detenerse un instante. Agotada la escolástica no sabe ya mas que emplear vanas palabras. Empero ya comienzan á apuntar los primeros albores del renacimiento, y en ese letargo de la cultura intelectual, si hemos de creer á algunos escritores europeos, á la Francia pertenece también el mas hermoso libro que ha producido el cristianismo después del Evangelio, la Imitación.
A fines del reinado de Carlos VI, había caido la Francia en el último grado de la miseria; no habia ya leyes, ni comercio, ni agricultura. En esta anarquía universal todos los hombres amigos de su pais, volvieron los ojos á la monarquía y la suplicaron que salvase al pais, prometiéndole su cooperación y su apoyo. Carlos VII, no falló á esta elevada misión, pues comprimió el espíritu de traición y rebeldía, castigó severamente el salteamiento y el robo que desolaban á sus estados, y dejó á su sucesor Luis XI, un cetro que habia reconquistado el poder. El nuevo rey se aplicó á desbaratar los proyectos de los grandes que querían dividir la Francia con los ingleses. Formóse contra él una liga universal, la del bien público, y triunfó de ella conciliándose el apoyo de las ciudades y lisongeando á los plebeyos y á la clase media con la concesión de importantes privilegios, y si en las largas luchas que sostuvo contra rivales poderosos, manchó su causa con crímenes inhumanos, es justo reconocer que su política impasible y fria desbarató hábilmente los proyectos de sus enemigos y aseguró la paz en lo interior del reino, al mismo tiempo que hacia dar fuera pasos agigantados al poder nacional. Por el tratado de Arras aumentó el territorio con el ducado de Borgoña, con las ciudades del Somme, del Franco―Condado y del Artois, y en cambio de los socorros que dio al rey de Aragón, obtuvo el Rosellon y la Cerdaña. Mostróse Luis XI tan hábil administrador como profundo político; sometió los gremios de oficios á reglamentos uniformes, fundó los parlamentos, y entre otras innovaciones notables, estableció la inamovilidad de los jueces.
La impresión y la fogosidad de Carlos VIII debian comprometer aquella fuerza y seguridad que Luis XI habia dado al reino á costa de tanta perseverancia y habilidad y aun de tantos crímenes. La Francia entonces era tan poderosa, que su joven rey se creyó llamado á conquistar el imperio del mundo. Olvidando aquella sabia máxima de su padre, de que vale mas un pueblo en la frontera, que un reino allende los montes, marcha sobre Constantinopla, prometiéndose de paso someter la Italia á sus armas; pero sus espediciones militares que le dieron en Fornoue la gloria de un triunfo brillante, quedaron sin resultados políticos. Luis XII, del mismo modo que habia hecho Carlos VIII, fijó sus miras en Italia. Después de largas alternativas de desastres y victorias, fué obligado á renunciar á sus proyectos de conquista; pero sus espediciones no eran estériles, puesto que en aquella gran guerra se formaban los generales; y los franceses, que los italianos designaban todavía con el nombre de bárbaros, se iniciaron en la civilización romana. Debilitada, pero no postrada por los últimos reveses del reinado de Luis XII, la Francia, cuyo soberano habia estado á punto de ceñirse la corona imperial, iba á seguir también esta vez por los desfiladeros de los Alpes á aquel rey que por su afición á las aventuras fué llamado con justo título el último de los caballeros. La batalla de Marinan, gloriosa y difícilmente ganada á los suizos, valió á la Francia por el tratado de Friburgo la alianza de aquel pueblo valiente y fiel; pero aquel primer triunfo fué cruelmente rescatado por la derrota de Pavía , que dejaba la Francia á descubierto, y sin embargo, por uno de esos azares, por una de esas faltas tan frecuentes en la historia de los desastres de la Francia, y que parecen verdaderamente providenciales, se detuvo Carlos V en su victoria, y no se atrevió á atacar las fronteras francesas. Debilitábase con sus mismos triunfos, al par que la Francia hallaba siempre en sí misma nuevos recursos para reparar sus derrotas. Dos poderosos ejércitos de invasión, dirigido el uno contra la Provenza y el otro contra la Picardía fueron casi destruidos completamente, podiendo decirse que jamás el orgullo de Cárlos V sufrió una decepción mas terrible. Desde 1541 á 1545 continuó vivamente la guerra, y los dos rivales iban á disputarse en la quinta campaña la preponderancia europea, cuando murió Francisco I en el momento mismo en que esperaba sublevar contra su rival la mayor parte de Europa; pero habia llenado su misión y preparado de antemano los obstáculos contra los que debia estrellarse la ambición de Carlos V.
Háse reprendido á Francisco I sus profusiones que agotaron los recursos rentísticos del Estado. Esta reconvención es fundada; pero es preciso reconocer que estas mismas profusiones, en las que tuvieron una gran parte los sabios y los artistas, ayudaron poderosamente á los progresos de las artes, de las ciencias y de la civilización. En ese siglo XVI en que el orgullo feudal ostenta todavía su blasón, es curioso ver á un monarca absoluto, dueño de la mas hermosa corona del mundo, que trata de aumentar la grandeza de su monarquía política con el apoyo fraternal que presta á la soberanía de la ciencia, de las letras y de las artes. Como Cárlo―Magno, Francisco I hace converger hacia la Francia todas las luces de los tiempos nuevos; funda la imprenta real á fin de hacer posibles en Francia todos los trabajos y todos los estudios; instituye el Colegio de Francia para secularizar la enseñanza y hacerla salir de las añejas rutinas de la escuela; en fin, la Francia en la política del siglo XVI marcha en la primera fila de los estados europeos, y la Italia sola la vence por sus triunfos en las artes y las letras. Empero, ya surgen algunos nombres que se colocarán pronto al lado de los mas ilustres; á la Francia pertenece también el escritor que reúne con mas poder y originalidad

martes, abril 22, 2008

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Una literatura rica y variada, y á la cual solo falta el conocimiento de la medida, se desarrolla rápidamente; la lengua, libre de sus trabas latinas, tartamudea la mayor parte de las palabras, que han de ser el órgano de su edad adulta; la historia nacional se eleva en el drama de la narración por medio de Joinville y Villehardouin hasta la altura de la historia antigua. Los poetas sobre las cumbres de su doble parnaso, beben en la doble fuente de lo ideal y de lo verdadero, del entusiasmo y de la pasión, del escepticismo y de la ironía. Al Mediodía, en la poesía de los trovadores brotan todas las flores de una cultura refinada, todos los concetti del amor y todas las dulzuras de la galantería. En el Norte es el sentimiento triste y desdeñoso de la vida, la cólera, la sátira, y en fin, esa vena burlona que terminará en las novelas de Voltaire, pasando por Rabelais y los cuentos de la Fontaine.
La monarquía, en ese período en que se desarrolla una actividad tan prodigiosa, habia proseguido su obra; Luis el Gordo, heredero de un reino cuya estension apenas equivalía á cuatro de los actuales departamentos de Francia, dotado de cualidades morales muy distinguidas, habia llevado á cabo importantes conquistas territoriales por medio de una serie de guerras poco graves en la apariencia, y cuando murió dejó á su heredero bastante poderoso para desafiar á la alianza de los anglo―normandos y de la Alemania. No habia todavía unidad política; los habitantes de las diversas provincias designados con sus nombres provinciales, no eran mas que los angevinos, champeneses y picardos, y sin embargo, fermentaba en estos pequeños estados la idea de una gran nación, de una nación francesa. Felipe Augusto alianzó y continuó la obra de Luis el Gordo; dio á los barones el gobierno real por centro; emancipó á la monarquía del poder eclesiástico, porque sabido es que en su reinado, y merced á la resistencia que opuso al clero nacional y al papado, fué cuando se verificó la separación del poder espiritual y del poder temporal. Ademas, por medio de decretos generales, regularizó diferentes pormenores de la legislacion política y de policía, y de esta suerte comenzó á centralizar en las manos del monarca ese poder legislativo que hasta entonces habia hallado diseminado en los gobiernos locales.
Felipe Augusto prestó la misma atención y puso el mismo cuidado en organizar la fuerza militar del reino. Al mismo tiempo que velaba por el establecimiento de una justicia regular en sus dominios, reparaba los fortificaciones de las ciudades, levantaba otras nuevas y ejercitaba en las armas á las milicias comunales, y cuando el emperador Othon y Ferrando, conde de Flandes, encontraron al rey de Francia en Bovines, la causa nacional fue defendida con igual valor por todas las clases de la población, y la infantería de los gremios de oficios dio, acaso por primera vez, en aquella jornada memorable el ejemplo de la disciplina y de la virtud militar. Allí fué donde recibió su bautismo.
Legislador, guerrero, pero sobre todo cristiano, San Luis, que formaba en sus creencias morales la primera regla de su conducta, se ocupó al subir al trono en legitimar desde luego el poder real. Mantener la paz entre lodos sus subditos, plebeyos, nobles, grandes feudatarios; adquirir nuevas porciones de territorio, pero por medios legales y evitando
siempre la violencia y el fraude; fortificar la justicia real, afianzar y mantener la independencia y los privilegios de la corona ó de la iglesia nacional en sus relaciones con el papado, tal fué el objeto que se propuso San Luis, y que en algunos puntos tuvo la gloria de alcanzar. La dominación de toda la Francia, á escepcion de Flandes y de Gascuña, perteneció desde entonces á los Capetos; fundóse la unidad de la nación francesa, quedando ya para siempre asegurada, y la Francia fué indudablemente el estado mas poderoso y mas sabiamente administrado de toda la Europa.
En el reinado de Felipe III, la casa de Francia adquiere por medio de alianzas la Champaña y la Navarra; por sus relaciones amistosas con el papado y por las conquistas de Carlos de Anjou, domina en Italia, al mismo tiempo que codicia el trono de Aragón para un nieto de Luis IX. Felipe IV aumenta mucho mas la preponderancia francesa en Europa, y se cree con bastante poder para pensar en sentar á su hermano sobre el trono imperial, pretensión que debía de renovar uno de sus sucesores, Carlos IV; pero como el fraude y la violencia llevan siempre su merecido, Felipe, el príncipe mas hábil y mas malo de su siglo, no trasmite á su sucesor mas que un reino débil y arruinado. Los legistas habían reemplazado en los concilios de la corona á los barones y á los prelados; estos legistas mostraron una deplorable docilidad á servir al rey en sus violencias y exacciones, y sin embargo, aun asi fueron útiles á la causa del país y á los intereses del pueblo. Permitióse á los plebeyos y á la clase media la adquisición de los bienes de los nobles, y los diputados de las ciudades tuvieron enfraila en las asambleas nacionales, donde hasta entonces solo habían sido admitidos los prelados y los barones.
En el siglo XIV, la monarquía francesa sigue siendo la primera de las monarquías europeas, y Dante espresa claramente la envidia que inspiraba á la Europa esta superioridad, con estas palabras que pone en boca de Hugo Capelo: «Yo soy la raiz de esa planta venenosa que cubre ya con su sombra á toda la cristiandad.» Pero los dias de lucha y de prueba se acercaban para los herederos de Hugo. Los únicos enemigos del poder francés, los flamencos, vencidos en una agresión injusta, se echaron en brazos de la Inglaterra. Artevelt aconsejó á Eduardo III que reclamase la corona de Francia, como nieto de Felipe el Hermoso, por su madre, y comenzó la guerra de sucesión; pero en esta guerra, y aun en medio de las mas tristes derrotas parecen revelarse todavía los destinos provinciales de la Francia. Esta es vencida en Crecy, y Felipe pierde su nobleza; pero el vencedor vacila en su triunfo, que no detiene su retirada, y á pesar de la gloria de una gran jornada, el resultado es que no ha ganado mas que una ciudad. En Poitiers, pierde la Francia su rey, y las resistencias locales la salvan todavía de las consecuencias fatales de aquel desastre. Juan muere en Inglaterra sin haber podido pagar los últimos plazos de su rescate (1364;) pero era tal la constitución de la monarquía, que cuando caian las mas hermosas provincias en poder de los ingleses, se hallaban definitivamente reunidos á la corona Lyon, Montpeller y el Delfinado.
Estraño á las costumbres guerreras y estenuado siendo todavía joven, según se asegura, por el veneno que le habia dado á beber Carlos el Malo, rey de Navarra, Carlos V reparó sin salir del Louvre las desgracias de Crecy y de Poitiers. El mismo dia de su

domingo, abril 20, 2008

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ganizacion de los gremios y oficios constituyó para los trabajadores una condición nueva; cada gremio fué á la vez una asociación religiosa, política y militar; ademas la clase media y los plebeyos para conseguir y conservar las libertades conquistadas á costa de tantas luchas y de tantos sacrificios perseverantes; y siempre atacadas por la envidiosa rivalidad de la nobleza, se ejercitaron en las armas, y el pueblo organizado en milicias comunales, guardó para el pais y para la defensa del hogar esa sangre que habia corrido tantas veces por una causa que no era la suya. Tales fueron los resultados de esa revolución comunal que debía dar sus frutos en el porvenir. Seiscientos años mas adelante en la gloriosa revolución de 89, cuando los últimos restos de la sociedad feudal se desplomaron para siempre, uno de los primeros actos del pueblo que acababa de conquistar sus derechos, fué reconstituir esas municipalidades que habían surgido tan fuertes y poderosas de la legítima insureccíon del siglo XII.
Si comparamos ahora los comunes franceses con los de otros pueblos de Europa, toda la superioridad estará por parte de la Francia. En Italia y en Flandes, las libertades locales, el aislamiento de las ciudades ó de las provincias, son una causa perpetua de revueltas, y agitaciones, y un obstáculo invencible para la unidad. En Inglaterra están ahogados los comunes por la aristocracia, ó mas bien, no hay comunes, sino parroquias; En Francia, por el contrario, la aristocracia desaparece ante la ciudad municipal; las franquicias locales, lejos de ser un obstáculo al afianzamiento del poder central, contribuyen poderosamente á él, y en lugar de debilitarse entre sí en las luchas y rivalidades desgraciadas, las ciudades se asocian y parecen adivinar desde la edad media que la unión solo constituye la fuerza. Al lado de la revolución comunal, y ya anteriormente á esta revolución, vemos realizarse en otro orden de hechos acontecimientos que van á ayudar como ella á la trasformacion de la antigua sociedad. Hemos nombrado á las cruzadas. No se trata ya esta vez de esas guerras oscuras en que la sangre corre al pie de las torres feudales; no se trata ya para los vasallos de servir por espacio de cuarenta dias bajo la bandera del señor feudal, se trata para toda la cristiandad de conquistar el sepulcro de su Dios, y á esos campos de batalla del Oriente á donde les llama la fé, van los cristianos á buscar la corona del martirio. A la Francia toca también representar en ellos un gran papel. Desde el año de 999, el primer francés que se sentó en la silla de San Pedro. Gerberto; lanza el primer grito de guerra y convoca á la iglesia universal á la conquista de la Tierra Santa. La Iglesia no habia respondido aquella vez; pero muy pronto debia llevar la mano á su espada á la voz de un ermitaño, hijo, como Gerberto, de esa Francia que se la ve siempre en la vanguardia de la lucha de las cruzadas. En Francia es donde se reúne el concilio en que el papa enseña al mundo que Dios quiere la guerra ; Pedro, ermitaño francés, es el primero que descubre á la Europa el camino del Oriente; el francés San Bernardo, último de los padres, es el que obliga á la Alemania á tomar las armas, predicándole la guerra en una lengua que no comprende; un barón francés es el primero que planta sus banderas sobre los muros de San Juan de Acre, y un barón francés también el que coloca el primero en su cabeza la corona de Jerusalen. En esas larcas luchas mezcladas de tantos desastres, la mejor parte de gloria pertenece á los caballeros y reyes de Francia, que no encuentran en el estrangero mas que un solo rival en Ricardo, Corazón de León, el mas heroico aventurero de Inglaterra.
En esos siglos XI y XII, tan llenos de guerras atrevidas y de grandes acontecimientos, se presenta la Francia en todos los horizontes. Algunos caballeros normandos, fieles á las tradicciones de su raza y al instinto de las correrías aventureras, pasan á Italia como mercenarios del imperio griego (1050), y pronto estos mercenarios que han vencido al papa en Civitella, y que han pedido de rodillas la absolución de su victoria, se apoderan de la Pulla, de la Calabria y de la Sicilia. Esa conquista, en que los vencederos se distinguieron por hazañas verdaderamente fabulosas, fué á la vez un gran hecho religioso y un gran hecho político. Los normandos aseguraron en la Italia y en la Sicilia, en la herencia misma de San Pedro, el triunfo de las poblaciones cristianas sobre las poblaciones musulmanas, al mismo tiempo que aseguraban el triunfo del papado sobre los sucesores del emperador Enrique IV. Una conquista no menos importante se habia verificado hacia la misma época sobre otro punto de Europa, y esta vez también por los normandos, la conquista de Inglaterra. Vióse á una provincia someter á todo un reino en una sola batalla, é imponerle en menos de un siglo su organización feudal, sus leyes y su lengua.
En fin, vemos también á la Francia tomar una parte gloriosa en las luchas de España contra las poblaciones musulmanas; á fines del siglo XI representan á la Francia cerca de los hijos de Pelayo, Enrique de Borgoña, descendiente de Roberto el Fuerte, que casa con la hija segunda del rey de Castilla, y recibe en dote la provincia de Oporto, que ha conquistado á los moros, y Raimundo de Borgoña, cuyos descendientes reinaron en Castilla hasta 1474. De este modo, Castilla, Aragón, Sicilia, Jerusalen é Inglaterra vieron en el espacio de dos siglos ocupar SAIS tronos las dinastías francesas. Pero la Francia no soto era poderosa y fuerte por la guerra. Los mas grandes escritores religiosos de aquella época, Hugo y Ricardo de San Víctor, Guiberto de Nogent. Ivo de Chartres. Hildeberto de Mans y San Bernardo, que hace presentir á Bossuet, son también hijos suyos y reinan por el pensatimiento y por la fé, como los barones por su espada. Todas las grandes cuestiones de la época se agitan en sus claustros; los teólogos se refugian para morir en la abadía de San Victor de París; la juventud inteligente de Europa acude á la calle del Fouare, y se tiende sobre la paja de sus escuelas para escuchar á Abelardo. El pensamiento se emancipa al mismo tiempo que el comun, y la Francia es la que primero proclama la libertad de examen, el derecho de someter á la consagración de la razón las afirmaciones del dogma. En ese gran desarrollo místico del siglo XII, que será, por decirlo asi, el punto de parada del catolicismo, la iglesia galicana es la que sin contradicción representa el papel mas glorioso. En el momento en que Santo Domingo, bendecido por el papa, enciende las hogueras de la inquisición, la iglesia galicana, que ha conservado las tradiciones evangélicas, deja caer por la voz de SanBernardo estas palabras dignas dé los primeros dias: fides suadenda, non imponenda, y por la voz de ese mismo santo proclama su supremacía religiosa en estas palabras que el abate de Clairvaux dirige al padre santo: yo soy mas que vos.

sábado, abril 19, 2008

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mania, había contenido las invasiones y asegurado el triunfo de las poblaciones establecidas sobre las poblaciones errantes.
A su fallecimiento comenzó una era nueva. Luis el Pío, el mas incapaz y débil de sus hijos, no era por cierto el mas á propósito para ceñir su espada y llevar su corona. Aquello fué el caos; y muy pronto no hubo rey ni nación. Cada propietario se erigió en soberano; todo se hizo local, y sin embargo, en medio de aquel caos se organizó la sociedad, y aunque despedazando el reino, el feudalismo determinó sus relaciones sociales. Indóciles y turbulentos con respecto al señor feudal, los grandes feudatarios se mostraron casi siempre tiránicos con los vasallos; pero en medio del desorden hubo una regla, un derecho, y hasta en la misma violencia algunas garantías. Los castillos levantados por los señores para afianzar su poder opresivo, sirvieron para defender al pais contra las correrías y devastaciones de los normandos. La resistencia fué parcial, aislada, pero no menos eficaz, y en aquella guerra de esterminio, queriendo los señores hacer aceptar y legitimar su poder, se esforzaron por proteger con todas sus fuerzas á los habitantes de sus feudos: testigos los condes de Provenza, que después de haber lanzado á los sarracenos, llamaban á las villas y á los lugares á la población que habia ido á refugiarse á las montañas. Sin duda hubo en el feudalismo males inmensos; la industria pereció sofocada por las exacciones mas odiosas; la moral fué ultrajada por los derechos que lastimaban la dignidad humana; el poder judicial, administrativo y aun legislativo se halló reconcentrado en las manos de hombres ignorantes y groseros, desprovistos de todo estudio y que las mas de las veces no tenían otro móvil que el interés y el capricho; pero el clero por una parte y el orden de la caballería por otra dulcificaban la barbarie de los señores, y sin que dejemos de mostrarnos severos contra un régimen tiránico, en el que frecuentemente se desconocían las mas sencillas nociones de la justicia, conviene reconocer que el feudalismo habia venido oportunamente, y que en el momento en que se constituyó era un progreso verdadero. Sus abusos, por otra parte, debían hallar pronto su límite y su freno. El pueblo que sufre en la oscuridad no ha perecido, y sabe, según la hermosa espresion de San Cesáreo, que los hombres no son siervos mas que de Dios. Tampoco ha perecido la monarquía; todos esos poderes dispersos del feudalismo necesitan un poder que los una y los domine: Hugo Capeto va á apoderarse sin que se le dispute del título de rey, y el Estado habrá hallado un gefe, una cabeza. En el reinado de los sucesores de Hugo Capeto la monarquía sigue debilitándose; pero se reanima en tiempo de Luis el Gordo, y los desordenes del estado social constituido por el feudalismo hallan al fin en los poderes de la corona un obstáculo y un freno. Este gran papel de la monarquía no pasa desapercibido ni aun para los mismos contemporáneos, que no siempre tienen, sobre todo en la edad media, la percepción y el discernimiento para distinguir las grandes cosas que pasan á su vista. Suger, en la Vida de Luis el Gordo, ha señalado claramente este hecho. «Es deber de los reyes, dice, reprimir con sus manos poderosas y por el derecho originario de su oficio, la audacia de los tiranos que despedazan el Estado con guerras sin fin, que cifran su placer en saquear, vejar á los pobres, destruir las iglesias, y se entregan á una licencia que, si no se les contuviera, los inflamaría con una audacia cada día mayor.»
Tenemos, pues, claramente determinada la alta misión del poder monárquico en esos días de desorden y de anarquía. Al lado de la monarquía que cree como una institución de paz, como un tribunal supremo de justicia, hallamos en esa misma fecha, bajo el reinado de ese mismo rey Luis el Gordo, los elementos de una nueva organización social, los comunes, (ayuntamientos ó concejos), que eran la clase medía francesa. ¿Cuál era, pues, el origen, la fuente primitiva y lejana de la revolución comunal? ¿Sobre qué bases se apoya? ¿Qué causas ayudaron á sus progresos? ¿Cuáles fueron sus resultados? Los orígenes son múltiples, y es preciso buscarlos á la vez en las tradiciones de los municipios romanos que se habian conservado en muchas ciudades, tales como Perigüeux, Marsella, Arlés, Tolosa y París; en las concesiones de privilegios por los poseedores de feudos que tenian interés en atraer á sus dominios nuevos habitantes, ó que apremiados por la necesidad de dinero, vendían la libertad como si la libertad pudiera pagarse; en los privilegios otorgados por la monarquía que elevaba a la clase media para humillar á los señores; en fin, en las insurrecciones legitimas de las villas y de los lugares, que arrancaban por la fuerza y á mano armada los derechos y las garantías que les negaba el poder opresivo de los señores. La revolución comunal se apoyó sobre esta fuerza que da, aun á los mas débiles, el sentimiento imperecedero de la justicia y del derecho; sobre la ambición legítima de adquirir y de poseer sin ser turbado en su posesión; sobre la monarquía que hallaba en la clase media un contrapeso natural al poder de los grandes vasallos. Los resultados fueron inmensos, en virtud del contrato firmado entre los que habian sido señores absolutos y los que no querían ya ser siervos, se arreglaron al fin al poder y los derechos de cada uno, pues no solamente hallaron las ciudadanos la libertad y las garantías individuales, sino un gobierno completo, dentro de límites, estrechos sin duda, puesto que solo se estendia hasta los confines del distrito, pero que aun dentro de esos límites bastaba á las necesidades de la sociedad de aquella época. Las ciudades municipales fueron administradas por magistrados que tomaron según los lugares los nombres de maires, echevias, capitouls (alcaldes, regidores, capitulares), cónsules y jurados de la paz. Estos magistrados reasumían á la vez el poder legislativo, las funciones judiciales y las atribuciones de simple policía, viéndoseles alternativamente, según las ciudades y los accidentes de la vida social, juzgar sin apelación y con ejecución dentro de las veinte y cuatro horas; conducir á la guerra las milicias comunales, someter á la intervención del común las transacciones de la vida civil; prevenir por medio de fianzas los desastres de las querellas privadas; administrar los bienes de los menores y de los establecimientos de caridad; repartir y recaudar los impuestos y aplicar las rentas á todas las necesidades del gobierno municipal. Cada ciudad tuvo en su carta de común, y en los estatutos reglamentarios emanados de sus regidurías y de sus consulados, verdaderos códigos de derecho civil y penal, y como han observado Lauriero y Brequigny, en estos códigos locales es donde debe buscarse los orígenes del derecho consuetudinario. Las corporaciones industriales se conservaron bajo la salvaguardia del pacto comunal, y la or-

jueves, abril 17, 2008

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fué impelida necesaria, ó por mejor decir, providencialmente, á apoderarse de la dictadura temporal. El obispo galo ó franco reemplazó en la ciudad municipal al edil y al procónsul romano, siendo al mismo tiempo legislador, juez y administrador, y semejante concentración del poder en unas manos que se estendian sobre todo para bendecir, salvó á la sociedad de una ruina completa, constituyendo, á falta de todo poder político fuerte y regular, la supremacía de la autoridad moral.
Lo que distingue en la Galia la revolución cristiana, es sobre todo su carácter práctico, sus aplicaciones inmediatas y bienhechoras y ese buen sentido que la aparta de los heregías monstruosas, nacidas de los delirios mas absurdos, que por tanto tiempo turbaron á la iglesia oriental. En esas luchas religiosas del primer dia, en las que se emplea todo el ardor del pensamiento humano, la Galia no permanece inactiva; por la voz del mongo breton Pelagio, propone en la cuestión del pelagianismo uno de los mayores problemas filosóficos y religiosos que pueden ocupar al hombre, y por la intervención de San Hilario, obispo de Poitiers, lucha de una manera soberana en la cuestión del arrianismo contra la mas temible de las heregías que han amenazado á la iglesia.
Revélase también ese carácter práctico en la predicación de los obispos, únicos que entonces tenían el derecho de anunciar la palabra evangélica, y muy principalmente en la historia de los monasterios. En efecto, el monasterio no es en la Galia como en el Oriente el asilo de la contemplación ociosa, y el hombre no se pierde allí todo entero en los abismos sin fondo del misticismo. En el seno de esos retiros mudos y profundos, el monge galo no busca solamente la oración y el éxtasis, sino el trabajo del cuerpo y del espíritu. En Lerins, en Tours, el monasterio es á la vez un retiro piadoso, late longeque remota a fluctu œstuante mundi, como decia Isaac de la Estrella, una huerta, un taller, una biblioteca y una escuela: esta es la soledad; pero en esta soledad se encuentra también una sociedad organizada y completa, que tiene sus leyes, su gerarquía y aun sus revoluciones. Allí es donde renacen esos estudios de alta especulación, olvidados en la decadencia pagana por las vanas argucias de la escuela; de allí es de donde parten por primera vez los ejemplos del trabajo regular, tal como lo concibe el cristianismo. Asi, pues, desde el siglo II al VI se establece en la Galia por medio de la religión y del clero una doble civilización política ó intelectual, y los obispos, que durante las miserias de la invasión y en la decadencia del imperio, han sido los gefes políticos de las ciudades, serán después de la invasión, los consejeros de la monarquía naciente, sin dejar de ser los patronos y magistrados de las ciudades municipales que el torrente no haya arrastrado y sumergido.
Al pasar los germanos á la Galia causaron allí males profundos, rompiendo momentáneamente todos los vínculos y todas las relaciones sociales. Despojaron á los vencidos; pero respetaron al menos sus leyes y sus costumbres. En las ciudades galo―romanas, donde se amontonaban tantos pueblos diferentes, reinó por largo tiempo un caos verdaderamente estraño, coexistiendo á la vez todas las formas de gobierno; si bien los vencedores se adhirieron pronto a las creencias de los vencidos, no pareciendo sino que la Germania solo habia abandonado sus bosques para convertirse. Los bárbaros, por otra parte, llevaron á la Galia degenerada las virtudes primitivas, el valor, la abnegación, el sentimiento de la dignidad personal, el amor á la independencia y el respeto á la muger, y como ha dicho un padre de la Iglesia, si Dios pulverizaba á los hombres, era para rejuvenecerlos mezclándolos. De todos los pueblos que pasaron á la Galia, tres solamente se detuvieron para fijarse en ella: los burguiñones, los visigodos y los francos. Estableciéronse los primeros desde 406 á 413, los segundos desde 412 á 450, y los francos desde 480 á 500. Desde este instante encontramos los elementos de la sociedad moderna, y de esa mezcla de tantos hombres, de esas ruinas de tantas civilizaciones diversas van á surgir por medio do las tradiciones romanas el espíritu de legalidad y de asociación regular; por medio del cristianismo, el espíritu de moralidad y el sentimiento de los deberes mutuos del hombre, y por el dogma de su igualdad delante de Dios, el dogma de su igualdad delante de la ley; en fin, por medio de la barbarie surgirán el espíritu de libertad individual y la pasión de la independencia.
Al asegurar Clodoveo el predominio de los francos sobre las demás poblaciones germánicas, fué el primero que trabajó por la unidad de la monarquía; dotado de facultades superiores y de una actividad que nada cansaba, no retrocedió ni aun por temor á los crímenes ni á los peligros, y fundando un estado en el centro de la Galia, aflojó, ya que no contuvo, el torrente de la invasión. Empero, esa monarquía franca que él habia querido fundar por la conquista, se desplomó cuando se deshizo la autoridad real en las manos de los mayordomos del palacio. La Borgoña, la Austrasia y el reino de Soissons, cuatro veces reunidos en el discurso de los siglos VI y VII bajo el cetro de la Neustria, se separaron violentamente, y todo retrocedía hacia el caos, cuando Pepino tomó el papel de Clodoveo, apoyando la monarquía sobre la Iglesia; á nombre de esta consagró San Bonifacio la corona que la asamblea nacional que Soissons le habia concedido en 732. Dejóse sentir fuera poderosamente desde aquel momento la preponderancia de la monarquía francesa; asi es, que habiéndose apoderado Astolfo, rey de los lombardos, del exarcado de Rávena , imploró el papa la protección de Pepino, y en dos espediciones que hizo á Italia el rey franco echó los primeros cimientos del poder temporal de los papas.
La obra de unidad y de conquistas comenzada por Pepino do quedó interrumpida. Cárlo―Magno dedicó su vida á asegurar por medio de guerras emprendidas con un objeto político la grandeza y la supremacía de sus estados, al mismo tiempo que regularizaba la administración y trataba de dar la supremacía moral á sus pueblos por medio de la cultura intelectual. Como todos los hombres superiores del mundo bárbaro que le habian precedido en el ejercicio del poder, Cárlo―Magno habia pensado en la resurrección del imperio romano; pero la soberanía universal de la Europa continental no podía realizarse en aquella sociedad violenta y despedazada; su imperio, que se estendia desde el Báltico hasta el Ebro, y desde Nápoles hasta el Oder, se rompió, cuando murió. Sin embargo, se habia consumado un gran hecho: al establecer la residencia del imperio en las márgenes del Rhin, al derribar después de la batalla de Paderborn el ídolo de Irmensul, y al llevar con el terror de sus armas la luz del cristianismo á los antiguos bosques de la Ger-

miércoles, abril 16, 2008

Viage ilustrado (Pág. 219)

la balanza de sus destinos, la civilización antigua había penetrado por Marsella en el suelo mismo de su patria, seiscientos años antes de nuestra era. En el año 154 antes de Jesucristo se habia introducido alli la civilización romana, por primera vez, con la conquísta por el litoral del Mediterráneo, y cien años después llevaba César á sus ochocientas ciudades el yugo de Roma. La resistencia fué heroica, inmensa la matanza, y como consuelo de una derrota gloriosa, quedó la espada de César en manos de los vencidos en el último combate de Vercingetorix; pero para aquellos vencidos olvidó Roma su política inexorable, no por compasión, sino por prudencia, porque recordaba el tumultus gallicus: los galos conservaron sus tierras, y los principales ciudadanos fueron tratados con toda clase de miramientos. Empero todos los esfuerzos de la administración romana tendieron á absorberlos en la unidad. Por lo demás, aquel fué el triunfo de la civilización antigua sobre la barbarie. Desde aquel momento se inicia la Galia en una vida social enteramente nueva, atraviesan los caminos sus antiguas florestas, y sus altares, tantas veces regados de sangre humana, se desploman. «La Galia presentaba entonces algo parecido al espectáculo que nos da después de cincuenta años la América del Norte, tierra virgen entregada á la actividad esperimentada de la Europa; grandes ciudades levantándose sobre las ruinas de pobres aldeas. El arte griego y el arte romano desplegando su magnificencia en los lugares todavía medio salvages; los caminos cubiertos de paradas de posta, de etapas para las tropas y de posadas para los viageros; las flotas mercantes navegando en todas direcciones, por el Ródano, por el Loira, por el Garona, por el Sena y por el Rhin para llevar los productos estrangeros ó buscar los productos indígenas; en fin, concluyendo el paralelo, un aumento prodigioso de la población (1).»
Pronto se amoldó la Galia á las costumbres de los vencedores, á sus leyes y á su lengua. Otorgóse á las principales familias el derecho de ciudadanía romana, siendo ademas admitidas en el senado, y en tiempo de Caracalla, todos los hombres libres fueron declarados ciudadanos romanos; pero en tanto que la aristocracia aceptaba el yugo, vivían aun las tradiciones de la independencia nacional entre las clases populares y los restos de las familias sacerdotales; hiciéronse impotentes esfuerzos de insurrección en los tiempos de Augusto, Tiberio y Claudio; en las cercanías de Lion se ve á un tropel de campesinos casi sin armas, precipitarse contra las legiones que Vitelio conducía desde la Germania; mas á pesar de estos esfuerzos, la Galia no debía recobrar su independencia sino por medio del cristianismo y de las invasiones bárbaras, y bajo de un nombre nuevo. No solamente estaba encadenada irrimisiblemente para cinco siglos al carro de sus vencedores, sino que debía en una lucha suprema sacar la espada para defender contra el torrente de la invasión ese Capitolio que Roma habia rescatado de Breno. La última batalla, por la causa de Roma, se dio en las orillas del Aisne, en la Galia, y por la Galia, y los hijos de los vencedores del Allía dieron su sangre para salvar del poder de los bárbaros á los hijos de los vencedores de Alizo.
En esa servidumbre de cuatro siglos, los galos, á pesar de la aparente moderación de sus vencedores, habían sufrido todos los males y disgustos de la conquista. La fiscalía imperial los había oprimido sin piedad, y la corrupción romana los habia invadido con todos sus vicios; pero se acercaban tiempos nuevos, y el hierro de los bárbaros y el agua del bautismo cristiano iban á lavar sus manchas. Dos hechos inmensos asombran al mundo desde el tercero al cuarto siglo: de una parte el establecimiento del cristianismo; de la otra las invasiones: el mundo romano se abisma, pero deja á los que ha vencido y que le sobreviven las tradiciones de su administración política, su derecho, luz imperecedera que todavía nos alumbra y que fué en la edad media el evangelio de los legistas, y su lengua, que fué el lazo común de la civilización moderna. La conquista romana habia salvado á la Galia de la barbarie, la invasión bárbara la salvó de la corrupción, y el cristianismo, apoderándose de los bárbaros, los empujó hacia el progreso.
La Grecia, que habia sido la primera en poner a la Galia en contacto con la civilización antigua por medio de la fundación de Marsella, fué también la primera en iniciarla á fines del siglo II en la comunión cristiana. Los primeros misioneros de la Galia eran griegos de origen, y al llevar los apóstoles á las poblaciones galas la túnica de los neófitos, hallaron en ellas mártires decididos á sacrificarse; cuando el Mediodía recibió el bautismo de la Grecia, el Norte á su vez lo recibió de la Irlanda, esa isla de los santos. San Colombiano y San Bonifacio realizaron en la Bélgica la revolución religiosa que se habia verificado en el Vienés y el Leonesado por medio de San Ireneo y los misioneros griegos, y de esta suerte la luz del Evangelio, y por decirlo asi, los rayos de la gracia, se dirigieron todos á la vez hacia la Francia desde la iglesia de Oriente, y desde la iglesia céltica.
En la guerra del proselitismo los mártires galos dieron pruebas de un valor verdaderamente sobrehumano. Santa Blandina, esclava de Lyon, que fue inmolada en la primera hecatombe, marchó al suplicio «como la joven esposa marcha al lecho nupcial y al festín de bodas», y la gala cristiana, al sacrificarse por su divino esposo, como la gala pagana Eponina por su esposo carnal, demuestra al mundo que se acuerda de su nombre, que la muger sobre el suelo generoso de la Francia no tiene nada que envidiar respecto á valor y abnegación á la muger griega y a la matrona romana.
Con el cristianismo empieza en la Galia una vida nueva, una vida moral. La religión de Jesucristo no la lleva solamente la libertad para el esclavo, la igualdad para la muger, la compasión para el pobre y la regla precisa del deber que no estaba formulada en ninguna parte en el politeísmo; no la lleva solamente las esperanzas de esa vida futura, que los druidas habían columbrado por entre las tinieblas de su idolatría y los vapores sangrientos de sus sacrificios, sino también lodos los elementos de una organización politica y de una sociedad regular. En el orden civil, según ha observado un sabio historiador, la disolución estaba en todas partes; la administración imperial carecía de fuerza; habían caido la aristocracia senatorial y municipal: la iglesia de las Galias, asilo único que flotaba en aquel diluvio y en aquellos naufragios de todas las cosas, llegó á imponer por su ascendiente moral á falta de un código sus prescripciones y su dictadura espiritual, y desde las alturas de este poder

(1) Am. Thierry. Historia de la Galia bajo la dominación romana, 1840, tomo I, página 332.

martes, abril 15, 2008

Viage ilustrado (Pág. 218)

corren mas que durante algún tiempo: se las llama fuentes de mayo; porque en este mes comienzan á correr y cesan en setiembre. El curso periódico de estas aguas, nada tiene de sorprendente: la nieve que cubre los montes no principia á derretirse hasta el mes de mayo, y vuelve á helarse otra vez por setiembre. La mayor parte de estas fuentes brotan el agua de un golpe y con un ruido espantoso. Las fuentes que corren siempre, arrojan también el agua poco mas ó menos como las de mayo: el frió de la noche, suspendiendo ó disminuyendo el derretimiento de las nieves, puede suspender también mas ó menos su curso.
Entre las singularidades de la naturaleza que ofrece la Suiza, no se deben olvidar las cavernas y los subterráneos. En muchos distritos del cantón de Glaris se ven agujeros y cavernas, cuya profundidad casi perpendicular es tal, que si se arroja una piedra, se oye durante algunos minutos la repercusión de un ruido subterráneo, que concluye como si la piedra cayese en el agua.
Cerca del Águila hay una salina, llamada la Zanja, que tiene vastos subterráneos escavados en la roca. Una rueda de cerca de doce metros de diámetro, colocada en el interior de la montaña á una prodigiosa profundidad hace subir el agua por una abertura de mil trescientos diez y ocho metros de profundidad, desde la cual pueden verse las estrellas en medio del dia; una galería orizontal de mil trescientos ocho metros conduce á este sitio desde el pie de la montaña.
FRANCIA.
Cuando vemos al través de los triunfos ó de las derrotas, así en los buenos como en los malos días, los diferentes destinos de la Francia, no podemos menos de admirarnos del ascendiente que ese país privilegiado ha ejercido en todas épocas en el mundo de los hechos y de las ideas, de la incontestable superioridad de su civilización y de la ley que ha precedido al desarrollo de su poder, al afianzamiento de su grandeza después de tantas luchas y pruebas. La Francia, ha dicho un poeta que puede contarse en el número de sus mas ilustres hijos, la Francia,
O sol ó volcan debe alumbrar á la tierra.

de orgullo nacional, sino una verdad adquirida con la ciencia, demostrada hasta la evidencia y aun aceptada por las mismos pueblos que mas la envidian. Estudíese, en efecto, los tres grandes períodos de su historia el origen y la formación de la nación francesa, por medio do la conquista romana y de la conquista de los francos; estudiese, desde Carlos el Calvo hasta San Luis el período feudal; desde San Luis hasta 1789, el período monárquico; estudióse la revolución francesa desde 1789 hasta 1818, y se reconocerá que cada acontecimiento, cada hombre y aun cada desastre se presenta siempre en una hora, por decirlo asi, providencial; se reconocerá que la civilización francesa no se encierra como la de los demás pueblos dentro de los límites de los rios y de las montañas, sino que se derrama sin cesar fuera, siempre comunicativa y siempre aceptada, porque recibe su fuerza del doble elemento de la teoría y de la aplicación, de la especulación y del espíritu práctico. La ciencia moderna ha desarrollado estos hechos con nueva certidumbre,
y por mas que parezca temeridad recordarlos después de los maestros ilustres que los han dado á luz , vamos á presentarlos en esta obra, si bien marchando siempre apoyados en la autoridad de aquellos maestros, guiados por ellos.
Basta una simple ojeada para reconocer que por su posición geográfica, por la constitución de su suelo y por su clima, la Francia estaba predestinada á grandes cosas, que como la tierra antigua de Saturno que cantaba Virgilio, es una tierra poderosa para la guerra y fecunda en mieses. La Francia tiene por límites y por defensa al Mediterráneo, al Océano, al Rhin y á los Alpes, pero no está como España é Italia, cortada en lo interior por esas montañas que levantan en medio de un mismo pueblo barreras eternas y que manteniendo acaso la antipatía de las razas se oponen á esa unidad compacta que solo constituye la fuerza. Aquel hermoso pais, «rico de tanta verdura y de tantas mieses y que cobija un cielo tan apacible,» reúne sobre su suelo los productos mas variados. Los rios que descienden hacia los dos mares, esos caminos que marchan, como alguno los ha llamado, hacían seguras y fáciles las relaciones de sus diversas provincias en época en que aun no estaban abiertas las grandes vias de comunicación, presentando ademas aquellos rios para la defensa del territorio líneas y obstáculos multiplicados. Que un pueblo activo, belicoso é inteligente viva y se perpetúe sobre aquella tierra favorecida; que confine por su posición con todas las civilizaciones existentes; tenga ademas ese pueblo la vivacidad de los hombres del Mediodía y la sensatez de los del Norte, y no podrá menos de elevarse á los mas altos destinos, por la guerra, por las artes, por las ciencias y las letras, siendo envidiado y atacado frecuentemente por sus vecinos. ¡Qué importa! Las naciones, como los individuos, crecen con la lucha y el obstáculo. Asi ha sucedido á la Francia. Por su posición central en Europa, por el valor de sus hijos y por su actividad guerrera, ya que no siempre ha logrado dominar, por lo menos ha amenazado á todos los vecinos a quienes podia temer, al mismo tiempo que por su actividad intelectual los arrastraba á su esfera de atracción.
Perdida en sus bosques, aislada en su culto y en sus supersticiones enérgicas, la Galia, antes de figurar en el mundo antiguo por su civilización, ocupaba ya en él un gran lugar por su espada. «Combatimos para conquistar, decían los romanos; pero cuando peleamos con los galos, es para existir.» Porque, en efecto, los galos eran los espartanos del mundo bárbaro. No llevaban cascos ni corazas al ir al combate, y su único temor era que se desplomara el cielo sobre ellos y les sepultase. Una atracción irresistible hacia esos goces de la guerra que los embriagaban, los arrastraba sin cesar á las espediciones mas arriesgadas, y desde los tiempos mas fabulosos va unida su memoria á los mas grandes acontecimientos. Quinientos setenta y ocho años antes de Jesucristo bajaban con Bellobeso á las llanuras de Italia. Dos siglos mas adelante los boyences, los lingones y los senones rechazaban á los etruscos hasta el golfo Jónico. En el siglo IV se apoderan de Roma; en el III, saquean el templo de Delfos, atraviesan la Tracia y el Helesponto, y van á fundar una colonia victoriosa en el centro del Asia Menor.
En tanto que los aventureros hijos de la Galia corrían de este modo el mundo y arrojaban la espada en

lunes, abril 14, 2008

Viage ilustrado (Pág. 217)

Doncella de Schwitz

base, son mas gruesas por lo alto, y se hallan cubiertas de árboles y arbustos. A la derecha de la cascada: un grupo de fábricas parece cerrar el cuadro. Estas fábricas son hornos, fundiciones, máquinas rodeadas de maderamen, de canales y de ruedas, que hacen saltar el agua por todas partes. Arboles, rocas, laderas de viñedos, montañas cubiertas por detrás de árboles, salen por encima de estas fábricas. En el fondo una montaña árida, en cuyo color azulado y vaporoso descansa la vista, hace apreciar la blancura y brillantez do las aguas, cuyo espectáculo no se puede soportar cuando los rayos del sol reflejan en ellas. A la izquierda de la cascada se eleva una alta y empinada montaña, de cuyo pie parecen salir las aguas. El castillo de Laufen está situado en la cumbre de esta montaña, y es un grupo rodeado de casas y de torres, rodeado por una muralla almenada; su posición es muy pintoresca y hace un magnífico efecto. Delante de la cascada hay una ancha hoya donde las aguas tornan y se revuelven sobre ellas mismas, multiplicando su curso, y parece que dejan á su pesar este sitio.
Por delante y allende el Rhin una gruesa torre y algunos almacenes forman el primer término; y muchos barcos de pescadores de salmón y buques mercantes hacen este cuadro muy animado y vivo. No es cierto que el castillo de Laufen esté temblando, como se ha dicho y aun escrito; para ello seria necesario que la montaña temblase también.
No hay pais en Europa, que posea tantos lagos como la Suiza. Se pueden contar hasta cinco grandes, que son, los de Constanza, de Ginebra, de Zurich, y de Neufchatel; nueve medianos, que son, los de Lugano, Wallenstad, de Zug, de Thoun, de Brienz, de Morat, de Bienne, de Hallweil, y de Sempach, y otros muchos mas pequeños. En todos los lugares donde por un lado la elevación del terreno, y por otro una masa de rocas impiden el curso de las aguas, se han formado lagos, y se encuentran hasta en el mismo pie de los ventisqueros y en las mas altas cumbres de los Alpes. Su estension varia en la misma proporción que la de los valles; los lagos mas grandes están situados en las cercanías de las llanuras ó de un pais poco escarpado, y terminan casi generalmente en la estremidad superior á la que entran las aguas, en los pantanos formados por el depósito de los ríos y de los manantiales; nuevos depósitos los aumentan, y la industria los fertiliza sucesivamente. Los lagos mas elevados están helados enteramente durante una parte del año, y aun todos los de la Suiza se hielan mas ó menos en los inviernos rigorosos.
La Suiza contiene también un gran número de ventisqueros de diversas especies. Las hay, que no solo no se derriten nunca, sino que se aumentan cuando cae nuevamente la nieve, hasta el punto de estenderse poco á poco á lo largo y á lo ancho y arruinar el terreno limítrofe. Los mas altos montes que tienen ventisqueros están hacia el Mediodía, y especialmente en las fronteras de la Saboya, del Milanesado y del Tirol: los de la parte septentrional no tienen tanta altura y no están siempre cubiertos de nieve. La descripción que hemos hecho de los ventisqueros de Chamouny, hablando de la Saboya basta para dar á conocer todos los de los Alpes. Hay en Suiza cierto número de fuentes que no

domingo, abril 13, 2008

Viage ilustrado (Pág. 216)

Vista de la puerta de San Pablo en Basilea

se separan, y cambian de forma con tal rapidez que la vista no puede seguirlas.
«Las rocas salientes que hay en medio de la cascada tienen una forma singular, están minadas por su

sábado, abril 12, 2008

Viage ilustrado (Pág. 215)

Come, es para Italia lo que Bruselas para la Francia, un taller de falsificación.
El cantón de Basilea es abundante en trigo y en vino, tiene también bellas praderas y buenos pastos; pero sus manufacturas son el principal elemento de su prosperidad. Basilea es la ciudad mas grande de la Suiza, rica en fábricas de sedería, cintas, lienzos, guantes, etc., fertilizada por el Rhin, que la divide en dos partes, y por el camino de hierro que la une á Strasburgo; goza de un considerable comercio. En el cantón de los grisones, cuya capital es Coire, pequeña ciudad comercial, se hallan el hermoso valle de Engadina y la célebre Via mala, que comienza no lejos de la confluencia del Albula y del Rhin. Es una estrecha garganta que se estiende entre Thusis y Zellis, y que en ciertos sitios no tiene mas que algunos metros de anchura, y costea un abismo de una profundidad horrorosa. Aqui hay tres puentes soberbios, sobre todo el segundo, que está á cerca de 100 metros sobre el Rhin. Los cantones de Berna, de Zurich, de Vaud y de Ginebra tienen un territorio fértil y sus ciudades son ricas: Berna por sus productos agrícolas, sus vinos, cáñamos, trigos y ganados; Zurich por sus sederías; Lausano por sus viñedos y su comercio de libros, y Ginebra por su orfebrería y relojería, de que surte á todo el mundo.
Los alrededores de Lausano son deliciosos, y están llenos de elegantes habitaciones. Coppet, que fué retiro de Mad. Staël, Vevey , y otra infinidad de aldeas que adornan las orillas del lago de Ginebra son muy visitadas de los estrangeros. Zurich, patria de Salomón Gesner, y que se la lláma la Atenas alemana de la Suiza, y Ginebra, que pasa por la Atenas francesa, están situadas una y otra á la estremidad de las grandes lagos que llevan su nombre. Su posición es lo par que risueña, ventajosa y favorable al comercio; pero bajo este último punto de vista, Ginebra, colocada en el camino del Simplón, de la Saboya y de Francia, tiene una ventaja notable. Ginebra formaba en otro tiempo un estado separado de Suiza, después fué incorporada á la Francia, y en 1815, se formó con ella y algunas porciones de territorio quitado al pais de Gex y á la Saboya, un cantón que se reunió á la Suiza, de la cual es seguramente una de las ciudades mas brillantes y opulentas. Sus alrededores son admirables, y desde la cumbre del monte Saleve, contra el cual está la ciudad casi apoyada, se puede abarcar con la vista todo el lago Leman, el monte Blanco con sus hielos eternos, y la Saboya hasta el lago de Annecy.
Por esta rápida reseña se ve que la Suiza no tiene relativamente á su estension un gran número de ciudades importantes, pero, en cambio, por todas partes se encuentran en sus valles y hasta en las cimas de las montañas, aldeas notables por su esmero y aseo, buenas posadas, quintas de recreo, y casas aisladas, llamadas queseras, del género de las que hemos descritos hablando del Jura.
La población de la Suiza puede considerarse de cerca de dos millones de habitantes. Es un pueblo bravo, atrevido, industrioso, notable por su fidelidad y amor á la libertad de su pais. Como los antiguos romanos, los suizos están endurecidos en las fatigas de la guerra y en los trabajos de la agricultura. Una sencillez de costumbres general, una franqueza natural, un espíritu de libertad que nada puede destruir, he aqui los rasgos que caracterizan á los habitantes de la Suiza. Esta es en general una nación muy ilustrada; el pueblo bajo es aqui mucho menos ignorante que en los demás paises; las personas que gozan de cierta comodidad, y aun el pueblo mismo, tienen mucho gusto por la literatura. Entrando en este pais, no puede menos de notar el viagero el contento y satisfacción que están pintados en la fisonomía de los habitantes y admirar el aseo que por todas partes reina. Los jóvenes se acostumbran desde pequeños á los ejercicios militares, tales como la carrera, la lucha, la caza, y el manejo del fusil ó de la carabina.
El catolicismo y el calvinismo se dividen la Suiza. Los cantones de Lucerna, Uri, Schwistz, Unterwald, Zug, Appenzell Interior, Tesino y Valais y la mayoría de los de Triburgo, Soleure y Saint Gall profesan el catolicismo, todos los demás son calvinistas.
El idioma no es el mismo en toda la república: los que lindan con Francia, hablan un francés malo, y los que habitan en las fronteras de Italia hacen uso de un latin é italiano corrompidos; el alemán es el que mas domina en Suiza. Los escritores de este pais han producido escelentes obras en alemán, que pueden competir con las de las mejores plumas de la Sajonia. Toda la Europa conoce y admira las delicadas poesías de Salomón Gesner. La bella oda de Haller á los Alpes ha sido traducida en todas las naciones que saben apreciar las producciones del talento y del genio. Otros muchos escelentes poetas han ilustrado la literatura Suiza, y de este pais han salido algunos sabios y filósofos, de los que en estos últimos siglos han avanzado tan rápidamente en el progreso de la ciencia. Hay también muchas sociedades literarias, y el gobierno ha fundado instintutos para la enseñanza de las letras y de las ciencias. La universidad de Basilea, cuyo origen se remonta á 1455, tiene un jardín botánico muy curioso, que contiene las plantas exóticas mas raras. Cerca de la biblioteca, en la que se encuentran muchos manuscritos interesantes, hay un museo que encierra una gran cantidad de curiosidades naturales y artificiales, y un considerable número de medallas y pinturas. En los gabinetes de Erasmo y de Amarbach, que forman también parte de esta universidad, se ven por lo menos veinte cuadros originales de Holbein. Las demás universidades, que en realidad no son mas que colegios privilegiados, son las de Berna, Lausana, Zurich, y Ginebra.
Pero en este pais de montañas, la naturaleza es mucho mas rica que las artes y las ciencias.
«Siguiendo nuestra costumbre dice el conde Dandolo, trazaremos aqui algunos de los cuadros mas admirables que nos han dado los viageros. Las cascadas son las que primeramente llaman la atención. No se pueden enumerar las infinitas que hay en las diferentes montañas. Solo el monte Saint―Gothard presenta cataratas casi de cien en cien pasos. Los cantones de Uri, de Glaris y del Valais ofrecen otras no menos notables; pero la mas bella, y de que antes hemos hecho mención, es la del Rhin en Laufen. La cascada, vista de frente, se halla dividida en tres caidas muy considerables, por dos rocas salientes y aisladas que se elevan entre los borbotones de aguas espumosas. El movimiento de estas aguas es prodigioso por la grande altura de la cascada, por su gran volumen y por las desigualdades de las rocas, que multiplicando las caidas, forman grupos de cascadas encajonadas las unas con las otras, que se elevan, se juntan,

viernes, abril 11, 2008

Viage ilustrado (Pág. 214)

el Pó, el mas grande, ó mejor dicho, el único rio grande de Italia, que desemboca en el Adriático; y al Sudoeste, el Ródano, que baña la Francia y entra en el Mediterráneo.
Desde Vattay, en el cantón de Vaud, hasta Martisbruck en los Grisones, la Suiza tiene 30 miriámetros de longitud; y desde Chiasso, en el Tesino, hasta Ober―Bargen, al Norte de Schaffousse, 20 miriámetros de anchura.
Antes de 1798, formaba la Suiza una confederación compuesta en primer lugar de trece cantones, regidos los unos democráticamente, y los otros por la aristocracia; y en segundo, de súbditos ó vasallos dependientes de estos cantones, es decir, aliados que habían hecho causa común con ellos. Después de los tratados de 1815, nuevas divisiones y un nuevo pacto federal han cambiado la posición y el gobierno de la república Helvética. En la actualidad la componen veinte y dos cantones, y una Dieta, que reside dos años alternativamente en Zurieh, en Berna y en Lucerna, ejerce el poder ejecutivo. El presidente de la dieta tiene el titulo de Landamman. Cada cantón está representado por un voto, y ademas tiene su administración particular, ó por decirlo asi, municipal, cuya forma es siempre mas ó menos democrática. Los cantones donde la libertad Suiza tuvo su nacimiento, los que en su lucha contra el Austria primero y después contra la Borgoña, conquistaron la independencia nacional, son precisamente los llamados pequeños cantones.
Schwitz, que ha dado su nombre á la Suiza, Uri, patria de Guillelmo Tell, Unterwald, y Lucerna, forman, por decirlo asi, las cuatro orillas del lago de Waldstactter, donde se ven todavía Kussnach y la capilla del héroe de Altorf, y el Rutli, donde Stauffacher, Melchtal y Walter Furst juraron la libertad de su patria. En el cantón de Schwitz y en el seno de las montañas, se eleva la linda abadía de Linsiedlen, donde una milagrosa imagen de la Virgen atrae todos los años quince ó veinte mil peregrinos. Unterwal no es una ciudad importante; Santz no es mas que un pueblo grande, pero puede aun mostrar al viagero la casa de Arnoldo de Winkelried, y no lejos de aquí está Lachslen, donde se hallan depositados los restos de Nicolás del Flue.
Altorf, en el cantón de Uri, es una pequeña ciudad de cerca de 1,500 almas, y lo notable que ofrece al viagero es una torre adornada de pinturas, erigida en honor de Guillermo Tell, y una fuente en la plaza, donde, según se dice, atravesó con su flecha la manzana puesta en la cabeza de su hijo. En el camino que va de Altorf á Italia por el San Gothardo existia en otro tiempo el famoso puente del Diablo, que hoy ha sido reemplazado con otro mas seguro y notable; pero el antiguo existe aun como un monumento nacional.
Lucerna está situada en la desembocadura del Reuss, rio que entra en el lago de Waldstaetter. Sus casas son antiguas y sus calles estrechas; pero su posición es encantadora, y el viagero puede visitar aqui ademas del plano en relieve de la Suiza, trazado por el general Pfyffer, tres puentes de madera adornados de pinturas, y el león colosal esculpido en la montaña en honor de los suizos muertos en las Tullerías el 10 de agosto de 1792.
Estos pequeños cantones, todos católicos, de costumbres puras y guerreras, trafican en maderas y ganados; pero no son muy á propósito para el comercio.
Los cantones de Soleure, Argovia, Thurgovia, Friburgo, Zug, Glaris, Appenzell, y los del Valais y Saint―Gall son principalmente agrícolas, y sus abundantes pastos les producen lo necesario para disfrutar de bastantes comodidades. Soleure, sin embargo, trafica un poco en cuchillería. Friburgo, situada sobre una roca que baña el Sarina, es notable por su catedral, su órgano tan justamente admirado y su soberbio puente colgante. En este cantón está Gruyeres, pequeña ciudad bastante nombrada por el queso que lleva su nombre y que se hace en los alrededores, aunque con este mismo nombre se conoce todo el que viene de las provincias de Gessenay y del Alto y Bajo Simmenthal, y aun se le imita en el Franco―Condado, en Lorena, en Saboya y en el Delfinado; pero aunque bueno y hecho por los mismos suizos, se diferencia mucho del de Gruyeres, lo que seguramente consiste en los pastos.
Las orillas del Sarina ofrecen al viagero una curiosidad digna de detenerlo por algunas instantes. Esta es la gruta de la Magdalena, ermita singular, abierta en la roca por un solo ermitaño, en cuyo trabajo empleó veinte y cinco años y murió en el de 1707. Esta ermita se compone de una capilla, de una sala que tiene 28 pasos de largo por 12 de ancho, de una altura de mas de 6 metros, de un gabinete, una cocina, una cueva y otros departamentos.
Entrando en el Valais se encuentran: Sion, su capital, que es una antigua ciudad fortificada; Albinen, aldea situada en una escarpada roca, á donde no se puede llegar sino subiendo ocho enormes escalas, puestas una encima de otra; la hermosa cascada de la Pissevache, y el camino del Gran San Bernardo que comienza en Martigni, camino por el cual Annibal y Napoleón penetraron en Italia á través de tantos peligros, y cuyo hospicio recibe anualmente mas de 10,000 viageros. También se encuentra en el cantón de Saint―Gall el valle de la Tamina, rio cuyo nacimiento y cascada hacen de este sombreado y verde valle uno de los mas agrestes de la Suiza; y por último, en Glaris, el Martinlosch (hoyo de Martin) gran agujero redondo abierto por la naturaleza en la montaña de Falzaber.
Saint―Gall y Frauenfeld, capital del cantón de Thurgovia, tienen una y otra importantes fábricas, la primera de lienzos linos y muselinas, que se esportan hasta Suabia, y la segunda de sederías. Aarau es también muy industriosa, y se distingue por la actividad de sus prensas. En el cantón de Argovia, cerca de Schinznach, se elevan las ruinas del castillo de Hapsburgo, donde tuvo nacimiento la poderosa casa de Austria. En Glaris se fabrican indianas y paños, y sus habitantes han nacido para buhoneros. Schaffouse es una ciudad de cerca de 7,000 almas, situada sobre el Rhin, industriosa y floreciente. En sus alrededores se encuentra Laufen, y desde uno de los balcones de este castillo se ve el Rhin, que por este sitio tiene de anchura 150 metros, precipitarse con inmenso estrépito desde una altura de 20 á 25. No lejos de aqui está la abadía de Reinau. El cantón de Neufchatel es todo industrial, y ha sido la patria de muchos mecánicos célebres, entre ellos Pedro y Enrique Droz. En este cantón se trabaja en relojería hasta en la cima de las montañas. Bellinzona, capital del Tesino, es una ciudad comercial. Lugano, situada sobre el lago de

jueves, abril 10, 2008

Viage ilustrado (Pág. 213)

Vista de la ciudad de Brujas


su embocadura 10 kilómetros de anchura. El Escalda horizontal (Hondton—Wester—Schalde) forma por nuevos canales, las islas de Assel y de Cassand, que sirven de limite entre la Bélgica y la Holanda, y se pierde en el mar entre Flesinga y la Esclusa. La corriente total del rio es de 340 kilómetros, y es navegable desde Cambray, donde quedó establecida la navegación de 1750 á 1789 por medio de diez y ocho esclusas hasta Condé. La posesión del Escalda es de una gran importancia, y con mucha razón lo llamaban una pistola cargada y apuntada al corazón de Inglaterra, porque sus dos embocaduras, situadas en frente del Támesis, no tienen rivales en seguridad y profundidad. El Escalda ha sido la fuente principal de la riqueza comercial de Amberes, por lo cual, cuando las Provincias Unidas sacudían la dominacion de España, resolvieron cerrar este rio por medio de un puente armado de baterías, contra el cual llegaron á estrellarse todos esfuerzos de los habitantes de Amberes. La toma de esta ciudad en 1580, aseguró á los insurgentes la posesión del rio. Sin embargo, los comisarios holandeses manifestaron sus pretensiones acerca de cerrar el Escalda en 1633, alegando que de tiempo inmemorial, el derecho de puerto pertenecía á la provincia de Zelandia, pero estas pretensiones fueron enérgicamente rechazadas por los comisarios de la Bélgica. Pero como no obstante, era preciso desligar á la Holanda de su alianza con la Francia, en el artículo 14 del tratado concluido en Munster en 1647 se dijo: «El Escalda, los canales de San—Zroin, y otros brazos de mar estarán cerrados para los Estados.» Los holandeses, por el ascendiente de su política, hicieron que esta redacción se interpretase en favor suyo, y tuvieron desde entonces para los frutos coloniales el monopolio de los almacenes de Amberes, y de todos los paises que se encuentran en su radio. En 1784, el emperador José II, que poseyó la Bélgica, pidió á la Holanda la libre circulación del Escalda; pero ésta se negó, y espantada por algunos regimientos alemanes que aparecieron en sus fronteras, tuvo que ceder por el pronto. El tratado de Fontainebleau, concluido al año siguiente, puso fin á las hostilidades y decidió que el Escalda se cerrase. En 1792 fué declarada libre por los franceses la navegación de este rio; el capitán Multton, procedente de Dunkerque, forzó la consigna holandesa y fué recibido en Amberes con el mayor entusiasmo. Por último, después de la revolución de 1830, que separó á la Bélgica de la Holanda, ésta última potencia se resistió por mucho tiempo á consentir en la libre navegación del Escalda y hasta el 1.° de noviembre de 1840, no fué cuando el gobierno belga tomó posesión de este rio, de sus obras y dependencias, como también del derecho de navegación, cuyo producto es considerable.










SUIZA.







La Suiza, enclavada entre la Francia, la Alemania y la Italia, y situada casi toda entre las altas cima de los Alpes, es semejante á una copa, de donde se derraman cuatro rios que riegan los paises mas bellos de Europa. Hacia el Norte corre el Rhin, cuyas aguas fertilizan la Baviera y la Alsacia, la Prusia Meridional, después la Holanda, y desemboca en el mar de Alemania; al Este, el Danubio que atraviesa toda el Austria y se abre paso hacia el Mar Negro; al Sur

miércoles, abril 09, 2008

Viage ilustrado (Pág. 212)

Vista de Bruselas


relativamente considerada. La geografía de Balbí, dice, que se pueden dividir todos sus habitantes en dos ramas distintas: la rama germánica, á la cual pertenecen los belgas ó neerlandeses, que hablan el flamenco, dialecto de la lengua neerlandesa, y el pequeñísimo numero de alemanes que hablan el alemán; y la rama greco—latina, á la cual pertenecen todos los walones ó belgas que hablan el galo—flamenco y el walon, dos dialectos de la lengua francesa.
Pero el gobierno de Bélgica hace ya algún tiempo que adoptó por lengua oficial del pais la francesa, y ésta es la de su literatura, enseñanza pública y buena sociedad, lo cual, si es una gloria para los franceses, no dejan éstos de pagarla bien cara en cierto sentido. Sabido es que los belgas reimprimen cuanta obra notable se publica en París, dejando con esto burladas las esperanzas de los libreros de esta ciudad, puesto que es mas barata en Bruselas la mano de obra, y mas en la imprenta que tanto han perfeccionado, y no teniendo por otra parte que satisfacer ningún derecho de propiedad, las ediciones francesas no pueden competir de modo alguno en precio con las belgas, de las cuales se hace un estraordinario consumo en la misma Francia. Este sistema cómodo de especulación lo han llevado los belgas á tan alto grado, que muchas veces hasta se publican las obras en Bruselas antes que en París. La cosa es sencilla. Se pone de acuerdo un impresor belga, con un cajista francés, y éste le remite las pruebas de la obra en cuestión, con lo cual ha sucedido venderse en París, cuando en esta ciudad estalla á la sazón imprimiéndose. Entre otras obras notables, recordamos que con la Historia del Consulado y del Imperio de Mr. Thiers, sucedió lo que hemos contado. Los franceses no han podido menos de tomar en serio un asunto tan grave, y se ocupan hace tiempo en un convenio literario y de propiedad con la Bélgica, que es cabalmente el mismo que nosotros debiéramos realizar con la América española, puesto que en el Perú, Méjico, Venezuela, etc., nos tratan como estrangeros, y reimprimense nuestras obras, quedando ya consideradas como traducciones.
Hemos mencionado el Escalda, rio notable de la Bélgica, y vamos antes de concluir este artículo, á dar sobre él algunos detalles históricos curiosos. Este rio, llamado por César Scaldis, y por Tolomeo Tabuda, es uno de los mas importantes de la Bélgica. Su curso no fué bien conocido de los romanos, porque los dos autores que acabamos de citar dicen que desembocaba en el Meusa: ad flumen Scaldim influit in Mosam. Plinio salvó este error, y diciendo que desembocaba en el Mediterráneo. Según este geógrafo, el Scalda era una frontera común entre la Bélgica gala y aquella en que los germanos se establecieron. Este rio tiene su nacimiento en Beaurevoir, en el departamento del Aisne, y baña á Cambray, Bonchain (dos ciudades que defienden la margen derecha) Denain, Valenciennes, Faniais y Condé. Entra en seguida en Bélgica, á la izquierda de Peruwelz y riega á Tournais, Oudenarde, Gante, Deudermonda y Amberes, donde tiene 500 metros de anchura; los Fuertes del Norte, San Felipe, la Cruz y Liko. Penetra en Holanda y se divide en dos ramas grandes que forman el Archipiélago Zelandés. El Scalda Oriental pasa por delante de Berg—op—Zoorn, corre entre las islas del Sur—Beveland y de Choten, y cae en el mar por debajo de Zeriksée en la isla de Schonvren, teniendo